Capítulo Doce
CUANDO la novia pisó un excremento de perro, Daisy tuvo la tentación de capturar su expresión de horror y repugnancia, de congelar aquel momento para la eternidad. Blair Walker era la clase de novia que presentaba problemas desde el primer momento. Sin embargo, Daisy resistió la tentación. Todo el mundo tenía momentos malos.
—¡Límpiamelo! —aulló Blair. Se quitó el zapato de una patada y lo lanzó volando hacia su futura suegra—. ¡Límpiamelo inmediatamente!
De hecho, tenía muchos más momentos malos que buenos.
Daisy rebuscó en su bolso y sacó unas toallitas húmedas. Se las tendió a una de las personas encargadas de organizar la boda.
—Te dejo que hagas tú los honores.
—Suerte de mí.
Unos segundos después, Daisy fotografiaba a los novios en medio de un cariñoso abrazo. Aunque quizá no fuera exactamente un abrazo, sino una garra mortal.
Y Blair no estaba susurrando palabras dulces al oído, le estaba amenazando con descuartizarle si volvía a mirar a la segunda dama una vez más.
La fotografía, sin embargo, mostraría un momento feliz de la pareja y nadie se daría cuenta de que aquello era sólo una ilusión.
Daisy era experta en crear ilusiones. Para ella, era determinante para sobrevivir. Necesitaba, desesperadamente, cultivar la ilusión de que la vida era buena y que merecía la pena esforzarse en vivirla. Si no fuera por aquella ilusión, se metería en la cama, se acurrucaría en posición fetal y no saldría nunca de allí.
El tiempo era razonablemente cálido para tratarse del mes de abril. Las nieves invernales se habían derretido muy pronto aquel año, señalando la inexorable sucesión de las estaciones. De alguna manera, las vacaciones habían pasado sin que apenas se diera cuenta.
Intentaba mostrarse contenta cuando estaba con Charlie, pero por dentro se sentía vacía, era incapaz de dejar de pensar que debería estar casada, que debería ser...
—Qué pesadilla, ¿eh? —Zach se acercó a ella con la cámara en la mano—. He entrevistado al novio, pero ha dicho tantos tacos que tendré que cubrirlos con alguna pista de música.
—Seguro que encuentras la manera de que quede todo perfecto.
—Uno de los invitados de la boda se ha enamorado de mí —añadió.
—Es lógico, eres maravilloso. Tanto para hombres como para mujeres.
—Tienes respuestas para todo.
—Debe de ser porque constantemente intento tener la razón en algo.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué te dedicas ahora a eso?
Daisy se encogió de hombros.
—O, más concretamente, ¿cómo te encuentras últimamente?
—Ojalá tuviera respuesta para eso. No tengo ni idea. Algunos días me encuentro bastante bien. Vengo a trabajar, o estoy con Charlie, o hago una vida normal y tengo la sensación de que las cosas van perfectamente.
Pero de repente, ¡zas! Es como si alguien me golpeara en la cabeza con un martillo.
—Lo siento, Daisy. Tienes a mucha gente dispuesta a ayudarte a salir adelante.
—Lo sé, y me siento profundamente agradecida. Gracias Zach, gracias por preguntar. Sé que últimamente no soy una compañera muy divertida y tú estás teniendo mucha paciencia conmigo.
Zach esbozó una media sonrisa.
—Siempre has sido una persona muy alegre. Y ahora, será mejor que vaya a entrevistar a algún invitado más antes de que estén demasiado borrachos como para poder hablar.
Daisy se alegraba de que la boda se estuviera celebrando en la posada del lago Willow. Aquel pequeño hotel era propiedad del padre de Daisy y de su madrastra. Era un elegante edificio eduardiano con un porche y una torre. La propiedad contaba también con un antiguo cobertizo, en el que también habían instalado algunas habitaciones y un muelle. En los jardines había un bonito cenador.
Aquel idílico entorno serviría para recrear en el tiempo recuerdos hermosos que, en realidad, nunca habían ocurrido.
Y así era como Daisy había llegado a considerar a Julian. Como un recuerdo perfecto que, en realidad, nunca había existido.
Julian. Por lo menos ya podía pensar en su nombre si hundirse inmediatamente, de modo que estaba haciendo algunos progresos, se felicitó.
Al principio, estaba tan absorta en su propia tristeza que se sentía fuera del mundo. Era como estar a oscuras en un laberinto. Se sentía incapaz de encontrar el camino de salida. Cuando intentaba abrirse paso a tientas hacia la salida, se lo impedían las espinas, las ramas o las lianas del camino. Durante los primeros días, tenía la certeza absoluta de que también ella quería morir. Tenía el corazón destrozado, y era físicamente imposible vivir sin corazón.
Había recorrido un largo camino desde aquellos días en los que parecía haberse quedado sin alma. Con fuerza de voluntad y determinación, se había abierto paso en la oscuridad, luchando salvajemente para liberarse de aquella trampa, para labrarse una nueva vida.
Por supuesto, había sufrido en el proceso, pero estaba viva. Y tenía a Charlie, a su familia, el trabajo y los amigos.
Recuperarse de aquel duro golpe había sido un trabajo diario, una lucha de minuto a minuto. Y todavía no lo había superado. A veces se despertaba en medio de la noche llorando con tanta violencia que tenía que enterrar el rostro en la almohada para no despertar a Charlie.
El tiempo había borrado a Julian de la memoria de Charlie. Salía y entraba en ella de vez en cuando, como una sombra en el viento. Charlie todavía recordaba su nombre, y también que no se había atrevido a saltar al lago de su mano. La fotografía que había tomado Daisy aquel día, en la que permanecían abrazados con el lago de fondo, continuaba en la mesilla de noche, aunque se le rompiera el corazón al verla.
Aquel día habían sido inmensamente felices y estaban profundamente enamorados. La esperanza en el futuro brillaba en sus ojos, en sus sonrisas. A veces, Daisy fantaseaba con la posibilidad de deslizarse en esa fotografía, donde podría sentir el calor del sol en la piel y oír la voz de Julian susurrándole palabras dulces al oído. Aquellos momentos en los que fantaseaba eran más reales que la propia vida. Pero era entonces cuando se asustaba y se obligaba a regresar al presente.
Su única motivación para vivir era Charlie. Había aprendido muchas cosas de su hijo. Todos los libros sobre los cuidados de los niños que había leído hablaban de todo lo que los padres enseñaban a los hijos.
Pero muy pocos libros recordaban a los lectores que debían prestar atención a las lecciones que sus hijos podían enseñarles cada día: a la alegría de vivir el momento y mirar con los ojos bien abiertos el mundo. Los niños no necesitaban que nadie les ayudara a disfrutar.
Charlie parecía llevarlo escrito en su código genético, estaba diseñado para la felicidad.
Daisy se prometió asegurarse de que eso nunca cambiara. La búsqueda había sido fiera y constante y había conseguido abrirse paso a través de la tristeza, como un náufrago que consiguiera llegar hasta la orilla.
Con el tiempo, había comenzado a encontrarse mejor.
Era capaz de funcionar, de sonreír, de reír y disfrutar de la vida. Era capaz de fingir que había desaparecido el enorme vacío que ocupaba su corazón.
Julian habría estado orgulloso de ella.
—¿Sabes? No nos engañas.
Logan la estaba ayudando a lavar el coche. Daisy apenas podía recordar la última vez que se había decidido a lavar el coche y estaba a media tarea cuando había pasado Logan por allí. A Charlie le encantaba tener a su padre cerca y Daisy tenía que admitir que era una suerte no tener que hacerlo todo sola. Charlie había ayudado con la parte más divertida: la manguera, las burbujas de jabón... Pero en cuanto habían empezado a enjuagar y a secar el coche, se había aburrido, y en aquel momento estaba jugando con una pelota y con Blake.
—No sé a qué te refieres. ¿Engañar sobre qué?
Pero el revoloteo que sintió en el estómago decía que estaba mintiendo. Lo sabía. Logan nunca hablaba de Julian, así que aquello era una novedad. Escurrió la bayeta y esperó en silencio. Logan había sido muy amable con ella después de la muerte de Julian. Había ido a darle un abrazo y le había dicho que seguía estando allí para lo que ella quisiera.
Fiel a su palabra, la había ayudado con Charlie y la había urgido a asistir a los grupos de apoyo. Aparecía cada dos por tres por la casa, siempre dispuesto a ayudar.
—Lo que quiero decir es que estás haciendo un gran esfuerzo para superar el día a día. Estoy muy orgulloso de ti. No todo el mundo puede sobrevivir a una pérdida como ésa.
—Entonces, ¿por qué dices que no engaño a nadie?
—Porque necesitas hacer algo más que sobrevivir. Más que pasar el día a día. Eres fuerte, Daisy. Ya estás preparada. Tienes que comenzar a vivir.
Daisy permaneció en silencio mientras frotaba metódicamente el coche. Un mosquito cayó en picado sobre la reluciente superficie, poniendo allí fin a su vida.
Daisy continuó frotando al mismo ritmo de siempre.
Sonnet se acercó allí el fin de semana, en una de sus escasas visitas. Estaba trabajando para la UNESCO y apenas tenía tiempo para sí misma. Vivía en un estudio minúsculo en el centro de la zona este de Nueva York y decía que le encantaba. Sin embargo, cuando conseguía escapar a Avalon, parecía visiblemente relajada.
Aunque probablemente podría haber elegido cualquiera de las habitaciones de la Posada del Lago Willow para alojarse, puesto que era propiedad de su madre y del padre de Daisy, prefería quedarse con esta última. Solían hacer palomitas, con una buena dosis de mantequilla y sal, y se quedaban levantadas hasta muy tarde viendo la televisión.
Acostaban a Charlie y le leían cuatro cuentos. El número cuatro era su número favorito. Después, se ponían el pijama, se hacían las palomitas y Daisy servía un par de generosas copas de un champán seco y muy barato, su preferido.
—Por nosotras —brindó Daisy—. Sobre todo, por tu brillante carrera.
—Y por la tuya —señaló Sonnet.
Estaba indiscutiblemente bella, resultaba casi exótica con aquella melena mojada cubierta por una toalla, aunque el pijama de franela con un diseño vaquero y las zapatillas de casa arruinaban ligeramente el efecto.
—Estupendo, por nuestras brillantes carreras.
Acercaron sus copas y bebieron. La serie no tardó en empezar. Era la mejor versión de Orgullo y Prejuicio que habían visto nunca. Pero por buena que fuera, Daisy no podía concentrarse en ella.
—Logan dice que todavía no he continuado con mi vida —dijo de pronto.
Sonnet bajó inmediatamente el sonido del televisor.
—¿Eso es cierto?
—Desde que me lo dijo, he estado pensando mucho en ello —musitó Daisy removiendo una palomita para redistribuir la mantequilla—. Creo que podría tener razón. Y lo más misterioso de todo es que no entiendo cómo un hombre puede llegar a tener razón.
—Un absoluto misterio —confirmó Sonnet.
—Ya no lloro antes de dormir, ni me despierto en medio de la noche con pesadillas. Además, no tengo conversaciones imaginarias con Julian cada vez que estoy sola.
—Todos son noticias buenas, ¿pero...?
—Quiero algo más que limitarme a existir. Más que pasar el día a día. Quiero una vida plena. No quiero ser la prometida cuyo novio murió. Quiero vivir otra vez. Quiero volver a estar enamorada.
—Entonces, enamórate.
—Sabes mejor que nadie que no es tan fácil. Es...
Llamaron suavemente a la puerta. Blake se sobresaltó, comenzó a ladrar y a dar vueltas como un derviche.
Sonnet frunció el ceño.
—¿Esperabas a alguien?
Daisy bajó la mirada hacia su sudadera de los Yankees y las zapatillas.
—¿La policía de la moda? —corrió hacia la puerta. A través del panel de cristal vio a Logan y a Zach—. Eh —les saludó mientras abría.
Sonnet se levantó del sofá y se llevó la mano a la toalla que llevaba en la cabeza.
—Hola.
Zach le sonrió.
—Sabía que ibas a venir este fin de semana. Quería verte —la recorrió con la mirada desde la toalla hasta las zapatillas, pasando por las piernas desnudas.
—Deberías haber llamado antes —le reprochó Sonnet, evidentemente nerviosa.
Daisy los miró divertida. Sonnet y Zach eran amigos desde niños. Se habían conocido en el jardín de infancia y desde entonces eran buenos amigos. Sin embargo, últimamente su amistad parecía estar adquiriendo un tono diferente.
—Huele a palomitas —anunció Logan—. ¿Os importa que nos quedemos un rato?
Daisy no contestó inmediatamente. Con escasas excepciones, solía pasar las noches del sábado sola, leyendo, viendo la televisión o descargando fotos, si había hecho alguna fotografía aquel día. A veces miraba culpable la bandeja en la que deberían estar las fotografías para el MOMA. La posibilidad de participar el año anterior la había perdido mientras estaba encerrada en el laberinto de la tristeza. Sin embargo, aquel año tenía intención de volver a intentarlo, aunque la caja del MOMA permaneciera tan vacía como la carpeta que había etiquetado con el mismo nombre en el ordenador.
—Claro, estábamos viendo Orgullo y Prejuicio —señaló los DVD’s que había sobre la mesita del café y a los personajes que permanecían silenciosos en la pantalla—. Es la versión de la BBC, con Colin Firth.
Tanto Zach como Logan la miraron horrorizados.
—¿Podéis ofrecernos una alternativa mejor? —preguntó Sonnet.
—Y que no tenga que ver con ningún mando —se precipitó a añadir Daisy. Estaba harta de juegos de ordenador.
—¿Qué tal unas fichas de madera y un tablero? —propuso Zach.
—¡Scrabble! —Sonnet se llevó la mano al pecho—. Todavía lo llevo en el corazón.
—Hay que elegir pareja.
—Los ganadores elegirán la película de después —sugirió Logan.
Conociendo la inteligencia de Sonnet, Daisy estuvo completamente de acuerdo. Mientras los chicos se ocupaban del tablero, Daisy y Sonnet fueron al dormitorio a ponerse algo más presentables.
—No puedo creer que no hayan llamado antes —Sonnet se inclinó hacia delante y se ahuecó los rizos.
—Me parece maravilloso que Zach tenga tantas ganas de verte y que esté dispuesto a pasar la noche jugando al Scrabble.
—Y sabiendo que le voy a machacar —añadió Sonnet—. Me pregunto qué se propone.
—Está loco por ti, idiota. No ha dejado de estarlo desde que volviste de Alemania.
—¿Zach? —soltó una risa burlona, pero pareció intrigada de pronto—. ¿De verdad?
Daisy se puso sus vaqueros favoritos.
—No te hagas la tonta. Hace mucho que se veía venir.
—Espera un momento —Sonnet se inclinó hacia delante y se aplicó brillo de labios—. ¿Cómo sabes que esta visita sorpresa ha sido sólo cosa de Zach? ¿Qué me dices de Logan y de ti?
Daisy ignoró el nudo de tensión que sintió en el estómago.
—Logan y yo nos vemos continuamente. Por Charlie —añadió al instante.
—Sí, sí.
—Jamás habrá nada más entre nosotros. Ya han pasado demasiadas cosas.
—Nunca pasan demasiadas cosas.
—Lo que quiero decir es que llevamos demasiada carga encima.
—Eh, todo el mundo lleva su propia carga. Y a veces es agradable contar con alguien con el que poder compartirla, ¿no te parece?
En realidad, no lo sabía, pensó Daisy.
—Vamos a darles una paliza al Scrabble.
Al salir del dormitorio, vio que Logan había ido a ver cómo estaba Charlie. Estaba inclinado sobre la cama, arropando al pequeño.
Daisy entró en el dormitorio.
—Siempre se destapa, ¿verdad?
Logan asintió. Daisy le vio sonreír en la penumbra del dormitorio.
—Me gusta el momento de acostarle. Me gustaría compartirlo más veces con él.
—Le acuestas muchas veces —contestó Daisy, pero comprendía que no era a eso a lo que se refería—. Voy a conectarle la máquina de sonidos, así, si hablamos demasiado alto, no se despertará —se volvió hacia el aparato y lo encendió para conectar el sonido del mar.
Al salir de la habitación, sus cuerpos se rozaron y Daisy se sorprendió al sentir... un pequeño cosquilleo.
Se descubrió entonces recordando lo que le había dicho Logan mientras lavaba el coche: «Ya es hora de que empieces a vivir tu vida».
La gente no siempre disfrutaba de una vida tal como la había planeado, o tal como la esperaba. Vivir dándole la espalda a todo lo que la vida le ofrecía no era una solución.
En el cuarto de estar, Zach y Sonnet estaban discutiendo sobre si «mofo» era una palabra permitida o no.
—Afortunadamente —advirtió Sonnet alzando su iPhone, tenemos la manera de averiguarlo.
—Ya veo que esta noche no voy a poder salirme con la mía —se lamentó Zach.
—No vuelvas a intentar hacer trampas —Sonnet alzó la mirada—. ¿Estáis listos?
Estuvieron jugando y comiendo palomitas como si fueran estudiantes en una residencia. Sonnet y Zach bebieron champán. Daisy se sumó a Logan y bebió cerveza sin alcohol. Éste miró las jarras heladas sobre la mesa.
—No tienes por qué hacerlo —le advirtió.
Daisy se encogió de hombros.
—No me cuesta nada.
Normalmente, evitaba tomar alcohol delante de Logan. Éste parecía estar muy seguro de haber abandonado la adicción, pero a Daisy le parecía más prudente no probar la cerveza delante de un alcohólico. No quería tentar al destino. Abstenerse de beber alcohol delante de Logan era, además de una muestra de respeto, una forma de ayudarle en la que, le constaba, era para él una batalla diaria.
—Eh —protestó Sonnet—. No puedes añadir «ta» a cachorro —miró a Zach con el ceño fruncido.
Daisy desvió la mirada hacia el tablero.
—¿«Cachorrota»?
—Claro que sí —respondió Zach cruzando los brazos—. Como Blake, ¿verdad, Blake?
Al oír su nombre, Blake movió la cola entusiasmada.
—Además, consigo puntos extras por haber terminados todas mis letras.
—Las ocho.
—Exacto.
—Muy bien —le advirtió Sonnet—. Pues que sepas que no sólo eres un analfabeto, sino que también eres un tramposo. Sólo se pueden tener siete fichas. Pero como me siento generosa, dejaré que sigas jugando.
La partida fue, por turnos, absurda y fiera. Algunas de las combinaciones fueron motivo de discusiones que dirimieron utilizando Internet. Sonnet estaba decidida a ganar, pero Logan la alcanzó utilizando la palabra H en una palabra con valor doble en el último momento.
—¿Cahíz? ¿Qué es eso? Por favor, no me hagas reír —protestó Sonnet.
—Es una antigua unidad de medida. Puedes comprobarlo por ti misma. Y yo elijo la película.
Comenzó a revisar la colección de DVD. Su rostro iba reflejando su creciente desolación.
—¿Siempre queda el amor? ¿La edad de la inocencia? ¿Phantom? Vamos, saca de una vez por todas las películas buenas.
—Te aseguro que no tengo ninguna copia escondida de Gladiator o de 300 —respondió Daisy.
—¿Cómo sabes que son mis películas favoritas?
—¿No son las películas favoritas de cualquier chico?
—Las mías sí —admitió Zach.
—Necesitamos un plan B —Logan se apoderó rápidamente del mando a distancia y buscó entre los diferentes canales—. Sí, hemos tenido suerte.
Se sentaron los cuatro en el sofá para disfrutar de una velada de boxeo televisado. Y, a pesar de sí misma, Daisy llegó a disfrutar. Admiró la técnica y el poder de los buenos ganchos, la forma en la que los oponentes se enfrentaban hasta el agotamiento y relanzaban nuevamente el combate. Animados por el champán, Zach y Sonnet estuvieron un tanto alborotadores, pero no llegaron a despertar a Charlie. Daisy estuvo más contenta y relajada de lo que había estado en meses. Era tan fácil compartir una velada con los amigos de siempre. Necesitaba tener encuentros como aquellos más a menudo.
Comenzó un nuevo combate. El presentador presentó a los contendientes, alargando las palabras en un tono circense.
—Y en esta esquina, tenemos a Tillis, Ojo de Toro, recién salido de la Fuerza Aérea.
Aquellas palabras fueron como el ataque traicionero de una víbora. Se clavaron en su corazón y rompieron la burbuja de felicidad al instante. Los demás no parecieron notarlo, porque continuaban riendo, hablando y pasándose las palomitas. Daisy pensó entonces que aquella actitud, dejar que la tristeza invadiera todos los momentos de su vida, podía ser el final. Quizá no literalmente, pero sí emocionalmente.
Su psicólogo le había hablado de los efectos perniciosos de dejarse arrastrar por la tristeza: agotamiento, falta de sueño, desconexión con la realidad, distracciones... Pero fue en ese momento cuando Daisy comprendió su verdadero impacto.
Otra de las cosas que comprendió estando allí sentada con sus amigos fue que había llegado el momento de elegir la felicidad. Hacía meses que no sentía nada más que tristeza. Necesitaba continuar viviendo si no quería perderse para siempre. Ella quería ser feliz.
Quería dejar de arrastrarse cada día y de dormir llorando y abrazada a una camiseta de Julian. Él esperaba mucho más de ella, él quería que viviera la vida, no que la sufriera. «Por ti», pensó. «Y por mí».
El día siguiente amaneció con un sol espectacular.
Era uno de aquellos días que hacía que Daisy se alegrara de estar viva. Agarró la cámara e hizo una foto. Sólo necesitaba una, lo sabía. Algunos disparos eran únicos. Corrió al ordenador y examinó la fotografía. Era un primer plano de una campanilla blanca cubierta de gotas de rocío. El sol del amanecer se reflejaba en cada una de las gotas, creando un complejo mosaico irisado.
Había algo especial en aquella fotografía, una magia particular que incluso a ella la conmovía.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, volvió a sentirse como una artista. Guardó el archivo, imprimió una copia y la estudió con atención. Apuntó la fecha en la parte de atrás. Tomó aire, emocionada y contenta, y dejó la fotografía en la bandeja que tanto tiempo llevaba vacía: aquélla era la primera foto para el concurso del MOMA.
Era una apuesta muy arriesgada, pero iba a esforzarse todo lo que pudiera, aunque eso significara pasar más de una noche sin dormir. Si ocurría lo imposible y al final la seleccionaban, sería un milagro. Pero aunque no llegara a tener éxito, al final de aquel proceso se encontraría con una selección de fotografías de las que sentirse orgullosa.
Cuando Charlie se despertó poco después, le dejó con Sonnet, haciendo tortitas con forma de dinosaurios. Tomó la cámara, una libreta y un bolígrafo e inició la jornada que había planificado mentalmente la noche anterior.
Condujo hasta el campamento Kioga y caminó hacia el lago, hacia la zona del fuego de campamento. No había nadie por los alrededores. En la zona de las hogueras quedaban algunos troncos quemados y el lago parecía una superficie de cristal allí donde se reflejaba la luz. Buscó el ángulo adecuado y en vez de evitar el resplandor del sol, lo utilizó sabiendo que aportaría un elemento místico a la fotografía.
—El día que nos conocimos estuvimos sentados aquí —susurró. Hablaba en voz muy baja, aunque sabía que nadie podía oírla—. Eras diferente a todas las personas que hasta entonces había conocido. Intenté convencerte de que fumaras un porro de marihuana conmigo, supongo que quería impresionarte. Lo rechazaste, pero de una forma muy amable. Supe entonces que quería ser tu amiga. Los amigos que tenía hasta entonces sólo querían divertirse. No sabía qué querías tú exactamente, pero puedo asegurarte que me intrigaba. Perderte ha sido como sufrir un enorme vacío. De alguna manera, sé que sigo viva, que continúo estando en este mundo y soportando la vida. Pero lo único que he sentido durante todo este año ha sido el dolor de perderte. Y es imposible vivir con esta clase de dolor.
Suspiró.
—De modo que tengo que continuar viviendo de verdad. Nunca te olvidaré, jamás dejaré de amarte. Pero, a partir de ahora, voy a dejar de llorar por una vida que jamás podré disfrutar. Necesito encontrar otra vida, y, estoy convencida de que eso significa encontrar otro amor —tomó aire—. A lo mejor lo único que tengo que hacer es aceptar el amor que ya forma parte de mi vida. No lo sé. Todo es nuevo y terrible. Lo único que sé que es que ha llegado la hora de despedirme y de continuar avanzando. Si estuvieras aquí, lo comprenderías. Jamás he conocido a nadie tan vital como tú. He aprendido mucho contigo. Llevo tiempo sin saber apreciar mi vida, y pretendo volver a hacerlo.
Agarró una canoa y remó hasta el lugar al que se había propuesto acercarse. Había allí algunos huéspedes del complejo, pero no le importó. Tomó la fotografía a nivel del suelo: dos árboles enmarcados por el arco del cenador con el vasto cielo y el mármol de fondo. Apretó el disparador cuando un pájaro emprendió el vuelo.
Durante el resto del día, estuvo conduciendo por las carreteras secundarias de la zona, deteniéndose en todos los lugares a los que Julian la había llevado el día que se habían comprometido. Volvió a visitar todos los recuerdos y los fotografió, y con cada kilómetro que recorría, iba sintiéndose más ligera. Era como si, con cada parada, fuera desprendiéndose del peso y las reliquias de su tristeza.
Llenó la libreta de pensamientos nacidos de su corazón. Las fotografías que tomaba eran parajes naturales que encerraban una historia mucho más profunda.
Esperaba estar capturando los matices que buscaba.
Sospechaba que lo estaba haciendo. Podía sentirlo en los disparos. Sacaban algo nuevo de ella. Le hacían sentir la emoción de lo novedoso, era como si estuviera abriendo la puerta a un mundo desconocido.
Cuando regresó a su casa, ya era tarde. Y se sentía... no una persona diferente, pero sí quizá una versión mejor de sí misma.
—Espero que no sea algo pasajero —musitó para sí.
Pero tenía la certeza de que no lo era. Lo sentía como algo real. Acarició con el pulgar la base del dedo en el que antes llevaba la sortija de compromiso. Se lo había quitado porque había terminado siendo un recuerdo constante de la ausencia de Julian. Había sólo dos palabras grabadas en él: «para siempre».
Entró en la casa y llamó a Sonnet y a Charlie.
—¡Mamá! —el pequeño salió corriendo al vestíbulo, con Blake pisándole los talones, y se arrojó a los brazos de Daisy—. Estás en casa.
Daisy le abrazó e inhaló su esencia, un olor a jarabe de arce y a niño.
—Claro que sí, cariño. Ya estoy en casa.