Capítulo Trece

DAISY sintió un cosquilleo de aprensión en lo más profundo de las entrañas al detenerse frente a la boutique más bonita de Avalon, Zuzu’s Petals. Estaba allí, probándose el vestido de novia, cuando había recibido la noticia de la muerte de Julian, y desde entonces, no había vuelto a poner un pie en ella. Había bromeado sobre las consecuencias de ello con su terapeuta.

—Realmente, debo de ser un caso clínico. En la historia de la psicología, ¿ha habido alguna vez una mujer que tuviera miedo a entrar en una tienda?

—Te sorprenderías si supieras cuántas —le había respondido el terapeuta. La había aconsejado que intentara dejar atrás aquel miedo.

Aquel día, Daisy había quedado con su prima Olivia en Zuzu’s. La propietaria de la tienda tenía un gusto exquisito y era una gran mujer de negocios. Su colección incluía una ecléctica mezcla de estilos y todo tipo de prendas, desde los caros vestidos de seda de Vena Cava hasta los jerséis tejidos a mano de los artesanos de la localidad y los sencillos y delicados tops que quedaban estupendamente con unos vaqueros. Siempre encontrarás algo nuevo en Zuzu’s. Ése era el eslogan que presidía la entrada de la tienda, que estaba situada en la plaza.

Era un día ideal para ir de compras. Hacía frío y el cielo estaba ligeramente nublado, la clase de tiempo que no le hacía uno estar deseando salir. Al entrar en aquella acogedora tienda, Daisy inhaló aquella mezcla de perfume con ropa nueva.

La idea de aquella salida había sido de Daisy. Las dos primas habían dejado a sus respectivos hijos con los padres.

—¿Y con qué motivo? —había preguntado Olivia—. Algo me dice que esto no es sólo una reunión de chicas.

—Tienes razón —respondió Daisy. Se sentía extrañamente avergonzada a la hora de confesar sus propósitos—. Quiero un par de cosas. Por una parte, he conseguido un dinero extra en una de las bodas y el dinero me está quemando en el bolsillo.

—Excelente. Estoy segura de que esta tienda te ayudará a resolver tu problema.

Olivia sacó un pañuelo de seda de una de las estanterías y se lo colocó a Daisy alrededor del cuello.

—Y también necesito tu estilo impecable para que me aconsejes —añadió.

—Vaya, me siento halagada.

—No tienes por qué. Es la verdad y te necesito.

El primer trabajo de Olivia había sido como agente inmobiliaria. Pero siempre había tenido un gusto para la moda que ninguna de las personas a las que Daisy conocía podía igualar, y Daisy necesitaba su consejo de experta.

—Quiero empezar a estar guapa —anunció.

—Y lo estás. Estás maravillosa.

—Agradezco tu lealtad, pero yo no me siento maravillosa. Desde que recibí la noticia de la muerte de Julian, no he vuelto a ser yo misma. Pero ahora quiero cambiar. Por mi propio bien y por el de Charlie. Ya es hora de dejar de arrastrarme por la vida. Y, que el cielo me ayude, ya va siendo hora de comenzar a conocer a gente. A chicos, quiero decir. Estoy cansada de estar sola. Por supuesto, ya sé que tengo muy buenos amigos y una familia maravillosa, pero quiero volver a ser alguien especial para alguien.

Olivia la abrazó.

—Bien por ti. Y lo digo muy en serio.

Tenía los ojos llenos de lágrimas y Daisy no pudo dejar de preguntarse si estaría pensando en Connor.

Después de la noticia de la muerte de su hermano, Connor se había hundido en un agujero de depresión y rabia tan profundo que todo el mundo se había asustado, también el propio Connor. Había batallado como un guerrero, esgrimiendo cuantas armas había podido encontrar: terapia, grupos de apoyo, meditación, ejercicios de respiración e incluso yoga. Resultaba casi absurdo imaginar al marido de Olivia, que parecía el doble de Paul Bunyan, el legendario leñador de los cuentos estadounidenses, retorciéndose con aquellas extrañas posturas de yoga y cantando en sánscrito, pero estaba decidido a remover cielo y tierra para poder deshacerse de aquella tristeza.

Y la cuestión era que todos los esfuerzos habían merecido la pena. Al final, había aceptado lo ocurrido y había encontrado la paz.

Daisy había recorrido un camino diferente, y más largo. El día que había vuelto a visitar aquellos lugares que eran tan especiales para ella y para Julian, había hecho una serie de fotos espectacular. Todavía le dolía contemplarlas, pero eran el mejor trabajo que había hecho nunca.

Y por fin estaba preparada para volver a pensar en sí misma.

Olivia abrazó con entusiasmo aquella misión. Daisy sabía que su prima adoraba poder dedicarse a buscar el modelo perfecto, y al final, Daisy salió de la tienda con tres conjuntos, que incluían unas piezas de ropa magníficas que serían el principio de un nuevo e improvisado guardarropa. Cuando Daisy expresó su preocupación por todo lo que estaba gastando, Olivia decidió regalarle una serie de accesorios, advirtiéndole de antemano que no aceptaría un no como respuesta.

—Estás increíble —le aseguró Olivia—. Vamos a ver si pueden hacerte un hueco en la peluquería.

—¡Sí! —contestó Daisy inmediatamente.

No podía recordar la última vez que había ido a cortarse el pelo.

—Me parece una gran idea.

Había pensado muchas veces en cortarse el pelo, pero había ido retrasando el momento. No estaba segura de por qué. Mentira, sabía perfectamente por qué: a Julian le encantaba el pelo largo. Pero todo había cambiado, y ésa era precisamente su voluntad aquel día.

Una melena hasta la cintura parecía preciosa en un anunció de champú, pero en la vida real, sólo era un indicio de que alguien se estaba descuidando. No mucho tiempo atrás, había ido a Windham para cubrir una boda y uno de los invitados le había preguntado si pertenecía a la Iglesia pentecostal. Por su puesto, para ella no suponía problema alguno que alguien pudiera pensar que pertenecía a aquella Iglesia, pero la pregunta le había hecho sentirse como una impostora. Como una impostora consigo misma.

El salón de peluquería Twisted Scissors era propiedad de las tres hermanas Dombrowski, que tenía una fe inquebrantable en el poder de los cuidados y los mimos.

Quizá, pensó Daisy, ése era precisamente el motivo por el que había evitado la peluquería. Cuidarse, estar guapa, mimarse, le habían parecido cosas incompatibles con la tristeza. Pero al cruzar las puertas del salón y ser golpeada por el olor afrutado y dulzón de los productos de peluquería, se dio cuenta de lo estúpida que había sido. Aquél era un lugar ideal para curarse. ¿Por qué no se le habría ocurrido antes?

En aquel salón de belleza hacían mucho más que cortar el pelo. La más joven de las hermanas, Tina, ofrecía una manicura y una pedicura perfectas. La hermana mediana, Leah, había estudiado cosmética y era un genio con el maquillaje. Todas las novias de Avalon se ponían en sus manos el día de su boda. Y la hermana mayor, Maxine, era la peluquera.

Cuando Olivia y Daisy entraron, Maxine estaba atendiendo a una clienta.

—Puedo estar con vosotras dentro de media hora —les ofreció—. Mientras esperáis, podéis haceros las uñas.

—Me parece muy buena idea —contestó Olivia.

—¿Por qué no? —Daisy también estaba dispuesta a ello. Debería haber pasado por allí hacía mucho tiempo—. Si tienes tiempo, claro.

—Claro que tengo tiempo. Logan y Connor pueden encargarse de bañar y acostar a los niños.

Daisy sabía que a Logan nunca le importaba quedarse con Charlie. Cuando aquella mañana había ido a buscarle y se había dirigido con él hacia el campamento Kioga, parecía encantado con el plan que le habían propuesto. Padres e hijos iban a hacer una excursión y, si el tiempo lo permitía, se darían incluso un baño en el lago. Después irían a casa de Connor a ver una película y a dormir la siesta.

Daisy asintió.

—Me pregunto si a Logan se le hará raro pasar todo el día con Connor.

—¿Por qué se le va a hacer raro?

—Veamos, ahora mismo tenemos al padre de mi hijo pasando todo el día con el hermano de mi prometido, que ya no está entre nosotros —le aclaró—. Me pregunto cómo fluirá la conversación.

—Hablarán de los niños, de deportes y del trabajo. Y prepararán unos sándwiches gigantes para comer. Y siempre podemos conservar la esperanza de que no les enseñen a los niños ninguna palabrota.

Maxine levantó el secador de la cabeza de su clienta.

—Eh, Daphne —Daisy se sorprendió al reconocer a la recepcionista del despacho de abogados de su madre—. Me alegro de verte. Te presento a mi prima Olivia.

Maxine le hizo pasar a Daphne a otra butaca y comenzó a quitarle metódicamente el papel de plata del pelo. El color de tinte que había elegido aquella vez parecía un magenta eléctrico, que hacía un marcado contraste con el pelo negro de Daphne. Ésta también llevaba una interesante serie de tatuajes, todos referentes a dibujos animados japoneses.

—¿Qué tal estás? —preguntó Daphne.

Su tono era educado, más que amistoso. En realidad, nunca parecía haber simpatizado mucho con ella y Daisy no tenía la menor idea de por qué.

—Mejor, gracias. Olivia y yo hemos salido de compras y ahora he venido a cambiar de imagen. Estoy preparada para comenzar una nueva vida.

—¿Es que le pasaba algo malo a tu antigua vida? —preguntó Tina mientras colocaba el taburete frente a la mesita de la manicura para atender a Daisy.

Daisy asintió y tomó aire. A esas alturas, ya estaba acostumbrada a contar un su historia. En el grupo de duelo al que asistía le habían aconsejado que ensayara.

Era un proceso un tanto peculiar, pues se trataba de explicar el incidente más devastador de la vida de uno de manera que la otra persona no se sintiera incómoda.

—Mi prometido murió el septiembre pasado —le contó—. Servía en las Fuerzas Aéreas y le mataron cuando estaba en una misión.

—Oh, no —exclamó Tina. Tomó la mano de Daisy y la cubrió con una loción cálida—. Dios mío, es terrible. ¿Habéis oído eso, chicas? —preguntó—. Mataron al prometido de esta pobre chica. Cariño, lo siento muchísimo.

—Gracias —contestó Daisy, alegrándose de haber sido capaz de explicarlo—. Ha habido días en los que pensaba que mi vida también había terminado. Pero sé que no es cierto. Tengo un hijo precioso, amigos estupendos y una gran familia.

—Oh, Dios mío, ¿teníais un hijo?

—Eh, bueno, la cuestión es un poco complicada. El niño no es hijo de mi prometido —podía sentir la atención de Daphne desde el otro extremo del salón—. Dios mío, mi vida parece una telenovela.

—Pero en inglés —añadió Olivia.

—Entonces, ¿quién es el padre del niño? —quiso saber Leah.

—Un chico al que conocía de toda la vida. Pasamos un fin de semana muy loco cuando estábamos en el instituto y la consecuencia fue Charlie.

Estaba sorprendida de la facilidad con la que estaba compartiendo detalles de su vida personal con unas mujeres a las que apenas conocía. Suponía que aquello formaba parte de la naturaleza de un salón de belleza.

Era un lugar en el que las mujeres se sentían a salvo para compartir sus secretos.

—El muy canalla. Dejarte embarazada y...

—Logan es estupendo —se precipitó a aclarar Daisy—. Es un hombre magnífico, de verdad. Hoy mismo se ha quedado todo el día con Charlie para que yo pudiera hacer esto.

—Bueno, en ese caso, al final todo tuvo un final feliz —se consoló Tina.

—Eh, Maxine. Tengo marcharme. He quedado con alguien para ir al cine a la primera sesión —la interrumpió Daphne—. Me temo que tendré que saltarme el peinado.

—¿Estás segura?

—Sí, claro que estoy segura —se levantó de un salto y se quitó la bata. Una vez en el mostrador, firmó rápidamente un cheque y se dirigió hacia la puerta—. Hasta otro día Daisy. Y mucha suerte con todo. Me alegro de conocerte, Olivia.

—¿He dicho algo malo? —preguntó Daisy cuando Daphne salió.

—Tiene tatuajes de Sailor Moor por todas partes —contestó Maxine—. Ya sabes, ese personaje de los dibujos animados. Daphne es un poco estrafalaria pero es una chica magnífica.

Con el esmalte de uñas de color coral todavía secándose, Daisy dejó que se ocuparan de su pelo. Le hicieron de todo: lavar, acondicionar, cortar, secar y peinar.

No había vuelto a la peluquería desde que había ido a probarse el peinado para la boda. Su prima Dare, que era la que se había encargado de organizarle todo, la había llevado a un salón de belleza de Albany. Habían disfrutado de un día locamente divertido. Había reído y había soñado e imaginado cómo sería su boda y cómo quería que Julian la viera. La peluquera le había hecho un recogido salpicado de flores frescas y coronado por un broche de plata y perlas de su abuela. Daisy había podido contemplar en el espejo a la novia que, entonces pensaba, pronto sería.

En aquel momento, con la cabeza inclinada en el lava cabezas, cerró los ojos e imaginó que aquellos recuerdos agónicos se disolvían en el agua con la que le estaban aclarando la cabeza y huían para siempre por el desagüe. Ya era suficiente, pensó. Ya había sufrido bastante.

—Córtamelo —le pidió a Maxine cuando terminó de lavárselo.

—¿Cómo lo quieres?

—Una media melena, quizá.

Maxine comenzó a desenredar la melena.

—¿Estás segura?

—Ahora mismo sí, así que ponte a cortar antes de que cambie de opinión.

—No te arrepentirás —le aseguró Olivia—. Siempre he pensado que estarías magnífica con el pelo corto.

La tijera comenzó a cortar con fría precisión, rozándole las orejas. Daisy observó caer los largos rizos de su melena sobre la alfombra que había bajo la silla con un sonido apenas audible.

—Es como un ritual de cambio —comentó, intentando disimular su nerviosismo.

—Es que lo es —insistió Olivia—. Y gracias a él, vas a salir de esta peluquería convertida en una mujer nueva, querida prima.

—Y yo estoy encantada, pero hay un pequeño problema.

—¿Qué problema?

—Pues que esta mujer nueva va a tener que regresar a su antigua vida: al mismo trabajo, la misma rutina...

—Quizá, pero lo harás con una nueva actitud. Los hombres se fijan en ese tipo de cosas y seguro que no tardarás en volver a tener citas.

—En realidad, nunca he tenido citas. Salí del instituto y me convertí en madre, así que no tengo mucha idea de lo que tengo que hacer.

—Cariño, cuando hayamos terminado aquí, no vas a necesitar saber nada, salvo cómo mantener a los hombres a raya —le aseguró Maxine.

Daisy tragó saliva, asimilando de pronto su nueva realidad. Así que en eso consistía seguir adelante con su vida.

—¿Y cómo se las arregla la gente para conocer hombres últimamente? ¿Buscan citas por Internet?

—Es una posibilidad.

—Creo que no estoy preparada para eso.

—De acuerdo. En ese caso, hazlo a la vieja usanza. Diles a tus amigos que te presenten gente.

—Estupendo, ¿y tú a quién me vas a presentar?

Olivia vaciló durante un largo segundo.

—¿Lo ves? No conoces a nadie que...

—¡Ned Darkis! —exclamó Olivia con una sonrisa de alivio—. Es mi contable y sé que está soltero porque...

—¿Ned Darkis? ¿Pero qué clase de nombre es ése?

—Por el amor de Dios, Daisy, no se puede juzgar a la gente por su nombre.

—No sé nada más sobre él.

—Bueno, parece un hombre bueno e inteligente.

—¿Y qué aspecto tiene?

—Parece muy buena persona —insistió Olivia, evitando responder.

—¿E inteligente? —bromeó Daisy—. ¿Parece inteligente también?

—De acuerdo, digamos que tiene cierto encanto. Y, bueno, le sobra algo de grasa.

—Cada vez me lo pones mejor.

—Tienes razón, será mejor que prescindamos de él.

—¿Conoces a Alvin, el del videoclub? —preguntó Leah—. Es un encanto. Pelo largo, una sonrisa tímida...

—¿Alvin Gourd? —repitió Daisy—. A mí no me gusta.

Aunque reconocía que era atractivo, al modo de John Cusack en Alta fidelidad, definitivamente, no era su tipo: pálido, retraído, y una enciclopedia andante de cine.

—A lo mejor estamos abordando esto de forma equivocada —planteó Olivia—. Eres una mujer inteligente y divertida que, además, está cada vez más atractiva. No necesitas preocuparte de que te presenten a nadie. Confía en mí, vas a tener que quitarte a los hombres de encima.

El corte resultó tan sorprendente como Maxine había prometido. Era una media melena que rozaba apenas sus hombros. Daisy inclinó la cabeza hacia delante y hacia atrás. Se le hacía extraño su nuevo peinado, que le resultaba además mucho más ligero.

Leah la maquilló maravillosamente y Olivia insistió en que se pusiera alguna de las prendas que se había comprado aquel día.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Daisy—. Porque el plan que tengo para el resto del día es ir a buscar a Charlie y pasar la noche en casa.

—Oh, vamos, sígueme la corriente...

Daisy cedió. En la trastienda de la peluquería se puso unos vaqueros negros, unas sandalias para mostrar su pedicura perfecta y un top en tonos azules con escote redondo. Se colocó después delante de un espejo de la peluquería y se miró con atención.

—Vaya.

—Así que te gusta.

—La verdad es que estoy muy bien. No era consciente de que antes estuviera tan mal, pero estoy muy bien.

—A todo el mundo le viene bien algún cambio de vez en cuando.

Charlie miró a su madre y se estrechó horrorizado contra Logan.

—¡Mamá! —gritó—. ¿Qué has hecho?

—Me he cortado el pelo, ¿te gusta?

—No. Póntelo otra vez.

—Eh, Charlie —intervino Logan—, nada de eso.

Miró a Daisy, y volvió a mirarla otra vez, con la mirada visiblemente más cálida.

—Es increíble.

—Sí, eso es exactamente lo que le he dicho —intervino Olivia mientras entraba en la casa.

Connor y ella habían proyectado juntos aquel lugar que a Daisy siempre le había parecido una casa de ensueño. Tenía de todo, desde una chimenea de piedra hasta un jardín que parecía salido de un cuento, y estaba situado en un lugar perfecto, en una pendiente sobre el río Schuyler con unas magníficas vistas del lago en la distancia.

—¿Cómo ha ido todo? —preguntó Daisy.

—Genial —contestó Logan—. Los niños se han llevado muy bien. Y los perros también, o al menos eso creo. En realidad no sé si a Barkis le gusta mucho Blake.

—Tonterías. A todo el mundo le gusta Blake —replicó Daisy.

—Tú pregúntaselo a Blake —respondió Logan, fulminando al terrier con la mirada—. ¿Lista para volver a casa?

—Claro.

Daisy observó a Logan mientras éste recorría la habitación reuniendo todas las pertenencias de Charlie.

La mirada que le había dirigido al verla había sido gratificante. Sonrió, sintiendo por fin alguna esperanza en el futuro.

—Gracias por todo —le agradeció a Olivia—. Ha sido un gran día.

—Y a partir de ahora, también vas a tener una gran vida.

—Eso espero.

Una vez en la puerta, Olivia la agarró por la muñeca y le susurró al oído.

—Y cuando empieces a buscar material para tus citas, es posible que te interese echarle un vistazo a lo que tienes más cerca.

—¿A qué te refieres?

—He visto cómo ha reaccionado Logan —le aclaró Olivia—. Y no sólo ha sido su forma de mirarte. También me he fijado en cómo le miras tú.

Daisy abrió la boca para protestar, pero Olivia la interrumpió alzando la mano.

—Sólo era un comentario.

«¿De verdad?», pensaba Daisy durante el trayecto a casa. Pero tener una relación con Logan le parecía algo excesivamente obvio. Y algo que jamás podría funcionar.

Mientras Logan los llevaba a Charlie y a ella a casa, permaneció en silencio. Ninguno de los dos pareció fijarse en que iba tan callada. Iban cantando una versión infernal de We Are the Champions acompañando a la radio y estaban pasándolo en grande. Siempre habían disfrutado mucho juntos.

—¿Qué tal si paramos a comprar una pizza para cenar? Me siento demasiado glamurosa como para ponerme a cocinar esta noche.

—¡Viva! —gritó Charlie desde el asiento de atrás—. ¿Y papá también?

—Por supuesto, papá también. Sería de muy mala educación comprar una pizza y no invitarle —vaciló un instante—. Por supuesto, si no tienes otros planes.

—Claro que no —respondió Logan—. ¿Carminucci o sir Lancelot’s?

—Carminucci, por supuesto —respondió Daisy—, y con doble corteza.

Una vez en el mostrador, Logan pidió una pizza grande de champiñones y queso.

Daisy le miró encantada.

—¿Cómo sabías que me gustaba?

—Yo siempre sé lo que te gusta.

—Mmm.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Sólo estaba intentado decidir si es algo considerado por tu parte o debería asustarme.

—Es algo muy considerado, confía en mí.

Mientras esperaban la pizza, llevaron a Charlie a ver una enorme pecera que ocupaba una de las paredes de la pizzería. Al pequeño le encantaron los peces de colores y se esforzó en imitar los ojos saltones y las bocas de los peces. A Daisy le gustaba ver el mundo con los ojos de su hijo. Siempre la animaba a mirar las cosas con admirado asombro y a percibir la magia de las cosas. De todas las cámaras a través de las que había contemplado el mundo, aquélla era la más refrescante. A veces, cuando estaba componiendo una fotografía, utilizaba el que ella denominaba «filtro de Charlie». ¿Cómo vería su hijo aquella escena? Y solía conseguir interesantes resultados.

—¡Mirad, papamá! —dijo Charlie, con su costumbre de unir ambos nombres—. Hay un hombrecito en la pecera.

Era un buceador de cerámica semioculto entre los corales, con un arpón en una mano y una bombona de oxígeno a la espalda.

—Está buscando un tesoro —le explicó Logan, señalando un cofre diminuto.

—¡Es genial! —dijo Charlie—. Pero... mira...

El niño señaló un pez tropical que flotaba de lado cerca de la superficie. Era azul y negro, pero los colores habían palidecido de forma notable y sólo se movía cuando lo empujaba la corriente. Charlie posó el dedo contra el cristal.

—Creo que ese pez esta muerto —anunció.

—Y yo creo que tienes razón —se mostró de acuerdo Daisy.

—¿Entonces está muerto? ¿Muerto de verdad? ¿No volverá a nadar?

—No, no creo.

—¿Y alguien lo sacará? —quiso saber el niño.

—Supongo que alguien lo sacará la próxima vez que limpien la pecera —respondió Logan.

—¿Y si no lo hacen?

—Entonces se irá disolviendo en trocitos cada vez más pequeños hasta que ya no podamos verle nunca más.

A Daisy no le estaba gustando aquella conversación.

Se parecía excesivamente a la realidad a la que había tenido que enfrentarse el año anterior. Cuando le habían contado por primera vez cómo había sido la muerte de Julian, habían surgido miles de preguntas que jamás podrían ser contestadas y sus sueños se habían poblado de imágenes lúgubres. ¿Habría pasado miedo? ¿Habría sido una muerte dolorosa? ¿Habría luchado para sobrevivir o habría sido una muerte instantánea?

—La pizza ya está lista —anunció Logan. Sacó la cartera—. Estoy muerto de hambre, ¿y vosotros?

—Yo también estoy muerto de hambre —respondió Charlie.

Logan pagó la pizza y seis cervezas sin alcohol.

Daisy suspiró e inhaló el aroma de la pizza recién hecha mientras se metían en el coche.

—¿Te ocurre algo? —preguntó Logan.

—En absoluto. Sólo me estaba preguntando por qué la gente se molesta en comer otras cosas cuando existe la pizza.

—Gracias por quedarte todo el día con Charlie —decía Daisy horas después.

Logan acababa de salir del dormitorio de Charlie, donde había pasado la última media hora intentado dormirle. Charlie había abandonado ya la cama con forma de dinosaurio y dormía en una cama normal, siempre con sábanas de diseños divertidos.

—Para mí no es ninguna molestia —respondió Logan mientras cerraba la puerta con cuidado—. Sabes que nunca lo es.

—¿Te apetece otra cerveza? —le ofreció Daisy.

—Sí, claro —tomó la cerveza que le ofrecía—. Pero tendré que irme pronto.

—Oh, no pretendo retrasarte, si tienes otros planes...

Se había sentido un tanto violenta durante toda la noche y sabía exactamente por qué. La insinuación de Olivia sobre Logan había sembrado la semilla y aunque, superficialmente nada había cambiado, de pronto todo le parecía distinto.

—Pues sí, tengo planes.

A Daisy le habría encantado saber cuáles, pero no preguntó. Su relación siempre había consistido en una extraña mezcla de intimidad y distancia. La existencia de Charlie hacía que sus vidas estuvieran unidas de forma inextricable, aunque fueran vidas separadas.

Daisy sabía que probablemente, con el tiempo, Logan llegaría a conocer a alguien especial. Era un hombre joven, con éxito profesional e innegablemente atractivo, con aquel pelo castaño rojizo, los ojos verdes, su complexión atlética y su sonrisa contagiosa.

Eran muchas las probabilidades de que Charlie tuviera algún día una madre adoptiva. Y hermanastros.

Se le hacía difícil imaginarlo, pero últimamente, Daisy estaba decidida a enfrentarse a la realidad y a mirar hacia el futuro.

Se moría por saber los planes que tenía Logan para aquella noche, pero la horrorizaba parecer una entrometida.

—Estoy segura de que te mueres de ganas de saber qué planes tengo —le picó Logan.

—Jamás me inmiscuiría en tu vida —sabía que Logan era plenamente consciente de lo que estaba pensando—. Muy bien, no me muero por saberlo, pero tengo mucha curiosidad.

—Tengo una cita.

A Daisy se le cayó el corazón a los pies.

—Oh.

—En el sótano de una iglesia repleto de adictos que están siguiendo un programa para rehabilitarse.

Daisy se sintió ridícula al haber permitido que sus pensamientos hubieran corrido a tal velocidad que había terminado imaginando un mundo poblado de madrastras y hermanastros.

—Ya veo. Siento haber parecido una entrometida.

—En absoluto. Espero que esto de las reuniones no suponga ningún problema para ti.

—¿Un problema? ¿Estás de broma? Logan, creo que tu compromiso con el programa es asombroso.

Logan vació la cerveza y emitió un largo y satisfecho eructo.

—Encantador —se burló Daisy.

—Eh, a un hombre le gusta soltarse de vez en cuando.

Daisy se echó a reír.

—Muy bien —le estudió en silencio durante largo rato—. ¿Te resulta incómodo estar rodeado de personas que beben o están de fiesta?

—Sí y no. Supongo que tanto como le debe molestar a un diabético entrar en la panadería Sky River cuando están sacando las barritas de jarabe de arce.

—Es duro.

—No te preocupes. Estoy perfectamente.

—¿Y será algo definitivo?

Tenía curiosidad por aquel programa que había dado un giro tan radical a su vida años atrás.

—Las cosas van de día en día. Es así como funciona. Nunca tienes plenas garantías.

—Nada las tiene —respondió Daisy.

Dejó la botella de cerveza vacía en el cubo del cristal.

—¿Y tú? —preguntó Logan—. ¿Qué planes tienes para esta noche?

—Ninguno —como, por otra parte, ocurría todas las noches.

—Entonces, ¿a qué se deben el corte de pelo y la ropa nueva?

—¡Ah, lo dices por eso! He decidido que había llegado el momento de cambiar. De cambiar muchas cosas en mi vida, de hecho. Nadie debería pasarse la vida viviendo continuamente triste y estresado.

—Tienes razón. En eso estoy completamente de acuerdo contigo.

—Así que quiero retomar las riendas de mi vida. Y todo esto —señaló la ropa y el peinado—, es una especie de símbolo.

—Me parece genial.

Daisy vaciló un instante. ¿Debería contarle la decisión que había tomado? Probablemente, sí. Si él estuviera pensando en salir con alguien, probablemente a ella le gustaría saberlo.

—Voy a empezar a salir con alguien —anunció precipitadamente.

—¿Con quién? —preguntó Logan a la misma velocidad.

Daisy rió.

—Todavía no he llegado a tanto, pero tengo perspectivas —le aseguró.

—No lo dudo.

—Y puedes estar seguro de que las necesidades de Charlie seguirán siendo lo primero para mí.

—Estoy convencido —la miró en silencio. Daisy pensó que iba a decir algo más, pero no fue así—. Será mejor que me vaya —fue lo único que añadió.

Daisy le acompañó a la puerta.

—Gracias otra vez, Logan. Por quedarte hoy con él, por la cena y... por todo.

—No me ha costado nada —se detuvo en el marco de la puerta.

Continuaba mirándola de manera muy extraña.

Deslizó la mirada desde sus ojos hasta su boca y la mantuvo allí durante unos segundos. Por un loco instante, Daisy creyó que iba a acariciarla.

Y por un instante más loco todavía, deseó que lo hiciera.

La tensión desapareció de pronto. Logan salió y se adentró en la noche, dejándola sola con su nueva imagen.