27

—¡Joder! —Illium esquivó un cuchillo, pero al volverse descubrió que el extremo del ala contraria estaba clavado a la pared—. ¡Lanzar dos cuchillos es hacer trampas!

Había algo feroz en la sonrisa de satisfacción de Elena: el pobre Illium estaba pagando la ira que había despertado la llamada de su padre un día antes.

—Primer tanto para la cazadora.

El ángel de alas azules estiró el brazo y sacó la daga. Tras descender a tierra, se la entregó a Elena por la empuñadura.

—Un lanzamiento afortunado.

—No sabes perder.

—Me daba lástima verte fallar tanto.

—Pues… —replicó ella con una mueca burlona—, creo que al final te he arrancado unas cuantas plumas. Pobre Campanilla…

El ángel sonrió, y sus ojos dorados estaban llenos de malicia. Poseía una habilidad para las bromas de la que los demás inmortales parecían carecer.

—La próxima vez —dijo—, te dejaré tan maltrecha que tendrán que sacar tu cuerpo sollozante de aquí.

Elena limpió el cuchillo y volvió a guardarlo en la vaina del brazo antes de llevarse la mano a la boca para ocultar un exagerado bostezo.

—Si habéis acabado ya —dijo Galen con ese tono tan falto de humor típico en él—, todavía tenemos una hora de entrenamiento por delante.

Elena echó un vistazo al ala de Illium y descubrió que ya estaba curada casi por completo.

—Supongo que ha llegado el momento de hacerte otros cuantos agujeros.

—Voy a decirte una cosa —añadió Illium—: si consigues darme tres veces seguidas, te regalaré un collar de diamantes.

—Si cambias el collar por una vaina ornamental cuajada de diamantes, trato hecho.

Illium enarcó una ceja.

—Eso no es muy práctico.

—Lo es si planeas llevarla con un vestido de baile.

—Ah… —Un destello de interés—. Bien. Y si no me das tres veces seguidas, tendrás que llevarme contigo en una salida de caza.

—¿Por qué? —inquirió ella, perpleja—. Hace calor, sudas y casi siempre te agotas.

—Quiero ver cómo cazas.

El centelleo de un recuerdo: a Illium le fascinan los mortales.

Quizá esa fuera la razón por la que ese ángel le caía tan bien. Illium veía su trabajo anterior como un don, no como una debilidad.

—De acuerdo.

Él extendió una mano.

—Trato hecho.

Elena se la estrechó.

—Ahora, haz tu trabajo, mariposa.

El ángel se alejó del suelo con una ráfaga de viento, y una pluma azul flotó hasta la palma de Elena, que se la guardó en el bolsillo con la intención de regalársela a Zoe. Hasta el momento, ya había conseguido varias de las plumas blancas de puntas doradas de Rafael, dos de Illium y unas cuantas de las suyas propias.

—¡Adelante!

Con los ojos puestos en su objetivo, Elena balanceó las dagas arrojadizas en la mano y asentó los pies. Su vista era más aguda que cuando era humana, pero no mucho… todavía.

Al final, le dio a Illium dos veces más y falló la tercera por el pelo de un calvo. El ángel descendió haciendo espirales.

—He ganado una caza.

—Ya veremos si todavía sonríes cuando acabemos en un pantano infestado de mosquitos.

—No me asustan los mosquit…

Elena se dio la vuelta antes de que Illium terminara de hablar, ya que había detectado la esencia de tres vampiros desconocidos. Sin embargo, fue un ángel a quien descubrió en la entrada: un ángel con pómulos exóticos y unos ojos negros tan extraños como esas alas que consiguió atisbar antes de que él las replegara.

Alas de color gris oscuro con franjas de un rojo vivo.

Unas alas asombrosas.

Sin embargo, no sintió admiración, sino un miedo primario y profundo que agitó sus entrañas y despertó sus sentidos, sus instintos.

—¿Quién es? —Podía sentir su poder sobre ella como una losa.

Oyó el ruido metálico de una espada que salía de su funda.

—Xi le pertenece a Lijuan. —Illium se mantuvo a su lado mientras Galen avanzaba para saludar al otro ángel—. Tiene novecientos años.

—¿Por qué no se ha Convertido en arcángel? —Con ese poder podría asolar ciudades, eliminar a miles de personas.

—Mientras Lijuan siga con vida, Xi seguirá adquiriendo poderes. Sin ella, su cuerpo no sería capaz de contener los que ya tiene.

—¿Todos los arcángeles pueden hacer eso? —preguntó Elena, que notó que se le erizaba la piel cuando Xi examinó la porción visible de sus alas—. ¿Compartir el poder?

—Solo Lijuan.

Parecía que Galen estaba discutiendo con Xi y, al final, unos minutos después, el ángel chino hizo chocar sus talones en un saludo casi militar y le entregó una caja de madera resplandeciente. Sin embargo, antes de irse clavó la mirada en Elena durante un escalofriante y eterno segundo.

La cazadora empezó a caminar hacia Galen en el mismo instante en que Xi desapareció. El ángel pelirrojo permaneció de espaldas a ella, con la mirada puesta en la puerta.

—Sería mejor —dijo con palabras de lo más precisas— que esperaras a que regresara Rafael para abrir esto.

—Rafael se ha reunido con Michaela y Elijah. Podría tardar horas.

—Yo informaré al sire…

—No. —Elena colocó la mano sobre la caja, y estuvo a punto de dar un respingo al sentir su frialdad sobrenatural—. La reunión es importante, tiene algo que ver con Titus y Charisemnon.

Illium le tocó el hombro con una expresión seria.

—Lijuan sigue con sus jueguecitos, Elena. No abras la caja sin Rafael.

Elena admitía, aunque no le hacía ninguna gracia, que era físicamente más débil, pero solo había una cosa que un cazador podía aceptar.

—Dame una buena razón.

—No sé qué hay ahí dentro —dijo Illium, cuyos ojos se habían ensombrecido de tal forma que el color oro se había convertido en un tono afilado, un recordatorio de que, a pesar de sus bromas, el ángel poseía un corazón tan despiadado como la criatura a la que llamaba «sire»—, pero sí sé que su objetivo es debilitar a Rafael.

—¿Crees que ella sería capaz de hacerme daño? —Elena observó la madera labrada de la caja, la estudió hasta que los complicados dibujos tomaron la forma del horror que eran en realidad—. Cadáveres. Son cadáveres.

—Lo que creo —dijo Illium, que apoyó ambas manos sobre sus hombros antes de acariciarle la nuca con los pulgares— es que hay muchas formas de hacer daño, y no todas son físicas.

Elena jugueteó con el cierre y respiró hondo para llenar sus pulmones.

—Puedo olerlos. Hierba fresca agostada por el hielo; una manta cálida de lana salpicada de pétalos rosas; sangre filtrada a través de un tejido de seda. —El corazón martilleaba en su pecho, listo para la caza, para iniciar una persecución. Bajo las yemas de sus dedos, la caja empezó a ponerse caliente, como si succionara su energía vital.

Tras descartar esa desagradable idea, Elena tragó saliva.

—Aquí dentro hay pedazos de un vampiro. Órganos. Son los que tienen más olor.

«Es hora de que hagamos nuestro propio movimiento.»

Apartó la mano del cierre.

—No me hace falta abrirla. Sé lo que hay dentro. —Lijuan se había limitado a devolver lo que Rafael le había enviado. Y, aunque una parte de Elena se sentía horrorizada al descubrir cuál había sido la amenaza de su arcángel, otra parte (una parte primaria y brutal nacida en una habitación llena de sangre casi veinte años atrás) se sentía casi eufórica—. Haced lo que queráis con esto. —Tras darse la vuelta, apartó las manos de Illium y caminó hacia el frío de la tarde en la montaña.

Veneno la estaba esperando junto a un risco que parecía no haber sido tocado por las manos angelicales. Resultaba un telón de fondo incongruente para un vampiro que parecía salido de las páginas de una revista masculina de artículos de lujo. El rostro tenso y sudoroso de Elena se reflejó en los cristales negros de sus gafas de sol, pero la cara del vampiro tenía una expresión tan serena como de costumbre.

—¿Cuánta gomina hace falta para conseguir que tu peinado siga perfecto? —murmuró mientras intentaba dejarlo atrás.

El vampiro bloqueó su camino con un único movimiento.

—Es un don natural.

—Hoy no estoy de humor para gilipolleces. —No pensaba caer en la trampa de Lijuan, no quería ver a Rafael como un monstruo, pero… cada vez que él hacía algo que traspasaba los límites, era como una bofetada de realidad. Una realidad en la que los arcángeles jugaban con las vidas mortales e inmortales como si no fueran más que piezas de ajedrez desechables.

Veneno sonrió, y la suya fue una sonrisa que había postrado de rodillas a muchas mujeres, llena de promesas eróticas que harían que incluso la muerte pareciera algo bueno.

—He intentado averiguar qué es lo que él ve en ti.

Elena lanzó un cuchillo con la mano derecha y no le dio en el brazo de milagro. Sus movimientos eran increíblemente rápidos. Cuando Veneno se movía, recordaba a la criatura que Neha había elegido como avatar… Daba la impresión de que nunca había sido humano. Sin embargo, ni siquiera eso fue suficiente para despertar su curiosidad, así que Elena siguió caminando.

El vampiro apareció a su lado un instante más tarde.

—Ahora entiendo lo de Dmitri —murmuró Veneno—. Ahora entiendo por qué quiere jugar contigo. Le van los cuchillos y el dolor.

—¿Y a ti no? —Recordaba muy bien la escenita del garaje: recordaba a Veneno acercándose a una mujer que se había quedado muda al percibir las oleadas de sexo y peligro que emanaban de su cuerpo, a pesar de que el vampiro también mostraba el hambre insaciable de la criatura de sangre fría que revelaban sus ojos—. Tú eres el único que segrega veneno.

—No. Tú también.

Elena se detuvo, parpadeó con rapidez y apoyó las manos sobre las rodillas.

—Mierda. —¿Cómo podía haber pasado eso por alto? ¿Cómo era posible que no le hubiera preguntado a Rafael por las consecuencias que tenía Convertirse en un ángel?

Una parte honesta y fría de sí misma respondió con una única palabra.

Miedo.

Tenía miedo. La asustaba aceptar la irreversible realidad de su nueva vida. La asustaba saber que tal vez un día contemplara unos ojos suplicantes como los de Geraldine y comprendiera demasiado tarde que había creado una víctima. Una presa para los inmortales que acechaban como tiburones.

Sintió que se le sonrojaban las mejillas.

—¿Cuándo?

Veneno la miró con una sonrisa lánguida.

—Cuando llegue el momento apropiado.

—¿Sabes una cosa? —dijo ella, que volvió a erguirse a pesar de los retortijones que atenazaban sus entrañas—. Lo de parecer inescrutable no funciona si uno sonríe con desdén.

La respuesta de Veneno se vio interrumpida por un pequeño pitido. Tras levantar un dedo, el vampiro cogió un delgadísimo teléfono móvil y leyó lo que aparecía en la pantalla.

—Es una lástima, pero nos hemos quedado sin tiempo para charlar. Tienes que prepararte para una reunión.

Elena no se molestó en preguntar con quién debía reunirse: el vampiro solo aprovecharía esa oportunidad para fastidiarla más. En lugar de eso, recorrió con rapidez la distancia que la separaba de la fortaleza, cerró con fuerza la puerta del ala privada en las narices de Veneno y empezó a desnudarse intentando no pensar en la caja que había tocado ni en sus macabros grabados.

Al parecer, iban a tomarle medidas para confeccionar ropas apropiadas para el baile de Lijuan.

Y todas en diferentes tonos de azul.

Rafael regresó de su reunión con Elijah y Michaela y descubrió que Jason lo esperaba. El ángel de alas negras guardó silencio hasta que ambos llegaron al despacho.

—Maya ha descubierto algo alarmante sobre Dahariel. —Le entregó un archivo.

Al abrirlo, Rafael se encontró cara a cara con la imagen fotográfica de un joven que acababa de atravesar el umbral entre la adolescencia y la edad adulta.

—¿Un mortal?

—No. —Jason cerró los dedos sobre sus muñecas con tanta fuerza que interrumpió el flujo de sangre hasta los dedos—. Fue Convertido hace unos quinientos años.

Antes de que la Cátedra decretara que ningún mortal con menos de veinticinco años podía ser Convertido sin consecuencias letales para el Conversor. Los mortales actuales considerarían un crimen Convertir a ese muchacho en vampiro, pero quinientos años atrás, las vidas de los humanos eran mucho más cortas. En aquella época, ese chico podría haber sido padre. En aquella época, alguien de su edad se ganaba la vida desde hacía tiempo.

—Firmó un contrato de cinco décadas con Dahariel hace tres años —dijo Jason, que se apretó las muñecas con más fuerza aún.

Rafael cerró la carpeta.

—¿Qué es lo que no me estás contando, Jason?

—Nadie ha visto al muchacho en los últimos seis meses.

Rafael sintió una siniestra oleada de furia. Los Convertidos estaban a merced de sus creadores, y una vez que expiraba el contrato original, si no podían cuidar de sí mismos, también estaban a merced de aquellos a quienes entregaban su lealtad. Muchos elegían mal.

—El asesinato no es un crimen si el vampiro está atado a un contrato. —Una ley inhumana… pero los vampiros no eran humanos. En muchos casos, eran depredadores que apenas lograban contenerse. Sin embargo, los ángeles también eran depredadores. Y ese chico se había entregado a uno de ellos.

—El muchacho no está muerto —dijo Jason, para su sorpresa—. Parece que Dahariel lo mantiene en una jaula privada para… entretenerse. —La falta de entonación de esa última palabra le dijo a Rafael mucho más sobre los entretenimientos que prefería Dahariel que sobre ninguna otra cosa—. Y puesto que ha jurado servir a Dahariel por voluntad propia, nadie puede hacer nada para ayudarlo.

—¿Qué prometió Dahariel a cambio de la lealtad de este vampiro? —El asesinato no era un crimen, pero existían ciertas leyes tácitas, unas leyes que mantenían la estructura del mundo para evitar que se destruyera a sí mismo. Una de esas leyes requería que ambas partes cumplieran los contratos.

—Protección frente a otros ángeles. —La risotada de Jason carecía por completo de humor—. Parece que el muchacho aún es débil después de tantos años de existencia. Ha sobrevivido durante tanto tiempo solo gracias a que se vinculó a seres mucho más fuertes que él.

—Fue él quien eligió la eternidad, Jason. —Cruel, pero cierto. Nadie que hubiera vivido quinientos años pasaría por alto la crueldad que engendra la edad, la oscuridad que moraba en el corazón de tantos inmortales. Si ese chico había firmado un contrato con Dahariel sin informarse acerca de las inclinaciones del ángel, había cometido un error que tendría que sufrir… si seguía con vida—. No podemos hacer nada por él. —Porque Dahariel solo le había prometido protección frente a otros ángeles.

Los ojos de Jason se clavaron en los suyos, y el iris era casi del mismo color que las pupilas.

—Según la gente que trabaja en su casa, Dahariel obtiene placer torturando al chico lentamente, para asegurarse de que siempre haya una parte sana capaz de soportar más. Aseguran que el muchacho ya se ha vuelto loco. —Era evidente que Jason intentaba controlar su furia, pero sus siguientes palabras fueron de lo más racionales—. La paliza que le dieron a Noel… encaja a la perfección con los métodos de Dahariel.

—Astaad no hará nada contra él solo por eso. —En especial cuando eso significaría admitir que había dado cobijo a una víbora entre los suyos.

—Maya seguirá vigilando. También tengo información procedente de la corte de Anoushka.

—¿Algo de relevancia?

—Imita a su madre, pero ha dejado de ganar poder.

—Así que ya sabe que jamás se Convertirá en arcángel. —Eso podría bastar para empujar a una persona desequilibrada hacia el abismo—. ¿Lo ha descubierto hace poco?

—No. Hace unos diez años. Y no muestra señales de desintegración.

O bien lo había aceptado, o bien fingía. No había forma de saberlo con seguridad.

—La directora del Gremio ha conseguido rastrear el robo de un cargamento de dagas ocurrido dos días después de que despertara Elena hasta un almacén europeo. —Lo enfurecía saber que alguien acechaba a Elena, pero su cazadora sabía cuidar de sí misma. Y Noel también se curaría. Eran los abusos que había sufrido Sam lo que los enfurecía a todos—. Nazarach estaba enfrascado en la caza de uno de sus vampiros en aquel momento: un ser femenino que consiguió adentrarse en el territorio de Elijah.

Jason asintió con la cabeza.

—Estaba concentrado en otros asuntos, así que es poco probable que eligiera ese momento para orquestar un robo.

Esa era la misma conclusión a la que había llegado Rafael.

—Intenta descubrir qué hacían entonces Anoushka y Dahariel.

—Sire.

—Jason… —añadió Rafael cuando el ángel se volvió para marcharse—, tú no puedes rescatar al chico, pero yo puedo comprar lo que queda de su contrato. —Dahariel no le diría que no a un arcángel, sobre todo si era el ángel responsable de los incidentes violentos relacionados con los sekhem.

—Dahariel se limitará a buscar otra víctima. —Los ojos de Jason estaban vacíos.

—Pero no será este muchacho.

Cuando Jason se marchó con una leve inclinación de cabeza, Rafael se preguntó si las cicatrices del alma del ángel se curarían algún día. Cualquier persona se habría vuelto loca tras unos cuantos años viviendo la «infancia» de Jason. Sin embargo, el ángel de alas negras lo había soportado. Y cuando llegó el momento, había entregado su lealtad a Rafael y había puesto su inteligencia al servicio de un arcángel.

Si salvar a ese chico le proporcionaba algo de paz, Rafael haría un trato con Dahariel. Y si el ángel resultaba ser quien había herido a Sam, para él sería un placer descuartizarlo trocito a trocito y mantenerlo con vida para que pudiera sentir cada quemadura, cada fractura, cada estocada brutal.

Porque aunque los ángeles eran depredadores, eran los arcángeles quienes se encontraban en lo alto de la pirámide alimentaria.