5
—La marca de la quemadura se curará. —Rafael miró al vampiro a los ojos—. Desaparecerá.
Dmitri no dijo nada durante unos momentos. Luego tomó una honda bocanada de aire.
—Los sanadores encontraron algo dentro de la caja torácica de Noel. Los que lo atacaron lo abrieron en canal y luego le permitieron sanar lo suficiente como para ocultar el objeto.
Un nuevo ejemplo de la naturaleza metódica de la paliza.
—¿Qué era?
Dmitri sacó una daga de uno de sus bolsillos. Tenía una pequeña aunque inconfundible «G» en la empuñadura, el símbolo del Gremio de Cazadores. Una ira gélida y afilada empezó a recorrer las venas de Rafael.
—Su plan es acceder a la Cátedra destruyendo lo que otro arcángel ha creado.
Los antiguos veían a Elena exactamente como lo que era: la creación de Rafael, su posesión. No entendían que ella era dueña de su corazón, que lo aferraba con tanta fuerza que no había nada que él no estuviera dispuesto a hacer, ningún límite que no estuviera dispuesto a atravesar para mantenerla a salvo.
—¿Encontraste algo en la escena del crimen que te sirviera para identificar al que está detrás de esto?
—No, pero no hay muchos que se atrevan a desafiarte —replicó Dmitri antes de volver a guardarse la daga en el bolsillo—. Y hay menos aún que crean que pueden salir indemnes después de algo así.
—Nazarach está en el Refugio —señaló, consciente de que ese ángel era lo bastante antiguo como para resultar peligroso—. Averigua quién más se considera un aspirante al puesto.
—Solo hay uno con posibilidades de Convertirse en arcángel.
Se suponía que los miembros de la Cátedra eran los únicos que conocían ese hecho, pero Rafael confiaba mucho más en Dmitri que en sus compañeros arcángeles.
—Él no tiene ninguna necesidad de molestarse con este tipo de jueguecitos. —Ser un arcángel equivalía a ser miembro de la Cátedra. Así de simple… y de inevitable—. Tiene que ser uno de los antiguos. —La historia angelical hablaba de unas cuantas raras ocasiones en las que la Cátedra habían incluido miembros que no eran arcángeles. Nunca habían durado mucho. Sin embargo, el hecho de que existieran podía dar una siniestra esperanza a aquellos que ansiaban ese tipo de poder y que no entendían el precio inevitable que exigía—. Alguien lo bastante fuerte como para convencer a otros.
—Hay algo más —dijo Dmitri cuando Rafael estaba a punto de regresar junto a Elena—. Michaela… —Otro de los miembros de la Cátedra de Diez—… ha enviado un mensaje para decir que está a punto de llegar al Refugio.
—Ha tardado más de lo que esperaba. —Michaela y Elena eran como el fuego y el aceite. La arcángel no podía soportar no ser el centro de atención. Y cuando Elena entraba en una estancia con su sobrio atuendo de cazadora y su pálido cabello, el equilibrio de poderes se alteraba de una manera muy sutil. Rafael tenía la impresión de que Elena ni siquiera era consciente de ello…, y esa era la razón por la que Michaela la odiaba desde la primera vez que se vieron.
—Tanto si se trata de Michaela como de este nuevo aspirante, ella —Dmitri contempló la puerta cerrada que había tras la espalda de Rafael— no es lo bastante fuerte como para defenderse sola. Sería muy fácil acabar con su vida.
—Illium y Jason están aquí. ¿Y Naasir? —Solo confiaba en sus Siete para vigilarla.
—Viene de camino. —Dmitri, como líder del equipo de seguridad, sabía en todo momento dónde se encontraban todos y cada uno de los hombres—. Me aseguraré de que nunca esté sola.
Rafael escuchó las palabras que no había pronunciado.
—¿Y estará a salvo contigo?
La expresión del vampiro se alteró de repente.
—Ella te debilita.
—Ella es mi corazón. Protégela como lo hiciste una vez.
—Si hubiera conocido las consecuencias de esa decisión… Pero ya está hecho. —Cuando Dmitri hizo un breve gesto de asentimiento, Rafael supo que sus Siete no irían contra Elena. Algunos arcángeles habrían matado a Dmitri por atreverse a cuestionar las órdenes de esa forma, pero el vampiro se había ganado ese derecho.
Más aún, Rafael conocía el valor de lo que Dmitri y el resto de su equipo le habían otorgado. Sin ellos podría haberse convertido en otro Uram, en otra Lijuan, mucho antes de que Elena hubiera nacido siquiera.
—Concédele a Illium la mayoría de los turnos. Es menos probable que Elena se oponga a su presencia.
Dmitri soltó un resoplido.
—Su precioso Campanilla acabará por enamorarse de ella, y entonces tendrás que matarlo.
—¿Quién protegería mejor a Elena que una criatura que la ama? —Siempre y cuando ese guardia no olvidara que la mujer a la que vigilaba era la compañera de un arcángel… La traición no sería tolerada—. ¿Cuándo llegará Michaela?
—En menos de una hora. Nos ha enviado una invitación para cenar.
—Acéptala. —Siempre era mejor conocer al enemigo.
Elena se despertó de un misericordioso sueño sin pesadillas y descubrió que no estaba sola. Y no fueron las esencias frescas de la lluvia y del viento lo que llenó sus sentidos. Sus defensas, sin embargo, permanecían bajas. Cambió de posición en la cama, echó un vistazo a través de las puertas del balcón y vio a Illium. El ángel, que tenía sus inconfundibles alas azules extendidas, estaba sentado sobre la barandilla, con las piernas colgando hacia fuera.
Con la silueta recortada contra el cielo cuajado de estrellas, parecía un ser salido de los mitos y las leyendas. Sin embargo, como ella misma había podido comprobar esa tarde, si ese lugar era un cuento de hadas, se trataba de un cuento sangriento y siniestro.
—Te caerás si no tienes cuidado.
Él se dio la vuelta para mirarla.
—Ven, siéntate conmigo.
—No, gracias. Mis huesos rotos aún no se han curado del todo.
Se había fracturado muchísimos cuando cayó en Nueva York. Sin embargo, por extraño que resultara, no había sentido ningún dolor en los momentos finales. Lo único que recordaba era una sensación de paz.
Y que Rafael la había besado.
Dorado y exquisito, erótico más allá de cualquier posible comparación, el sabor de la ambrosía había llenado su boca mientras los brazos de Rafael la mantenían a salvo, mientras su arcángel la alejaba de la misma muerte.
—Menuda expresión… —murmuró Illium—. Hubo una vez en la que una mujer me miró a mí de la misma forma.
Elena sabía que Illium había perdido sus plumas, su capacidad de volar, por revelarle los secretos de los ángeles a una mortal… a una mortal a la que amaba.
—¿Y tú también la mirabas así?
Sus ojos, del color del oro fundido, resultaban cautivadores incluso a pesar de la distancia que los separaba.
—Solo ella lo sabía. Y acabó enterrada mucho antes de que el mundo se llenara de ciudades de acero y cristal. —Volvió a concentrarse en el paisaje que tenía ante sí.
Tras sentarse en la cama, Elena contempló la hermosa curva de sus alas, que emitían un resplandor azul en la oscuridad, y se preguntó si Illium aún añoraba a su amante humana. Sin embargo, esa era una pregunta que no tenía derecho a formular.
—¿El vampiro?
—Se llama Noel. Aún no ha recuperado la consciencia. —Su voz tenía un matiz cortante—. Es uno de los nuestros.
Y Elena supo que ellos no se detendrían hasta atrapar al atacante. La cazadora que había en ella aprobó esa decisión.
—¿Qué pasa con el intento de ese ángel de convertirse en un miembro de la Cátedra? —El mundo no necesitaba otro arcángel aficionado a los más perversos placeres.
—Es un tema secundario. —Un comentario sin inflexiones—. Dejaremos eso zanjado cuando lo ejecutemos por el insulto a Noel, a Rafael.
Elena entendía la necesidad de arrancar el mal de raíz, pero no estaba acostumbrada a la justicia rápida de los inmortales.
—Supongo que los ángeles no tienen un sistema de juicios y jurados.
Un resoplido.
—Conociste a Uram… ¿Te habría gustado tenerlo un día en los juzgados?
No. Los recuerdos de las atrocidades de Uram llenaron su mente.
—Háblame de Erotique.
Illium enarcó una ceja al oír el nombre de ese club exclusivo de Manhattan frecuentado por vampiros.
—¿Estás pensando en cambiar de trabajo?
—Geraldine trabajaba como bailarina allí. —Elena no había olvidado la súplica que brillaba en los ojos de esa mujer cuando yacía moribunda después de que Uram le hubiera rebanado la garganta—. Ella deseaba Convertirse en vampiro.
—No sabía que Geraldine deseara la inmortalidad. —Illium pasó las piernas por encima de la barandilla antes de saltar al balcón, y luego apoyó el hombro contra el marco de la puerta—. Me parecía una víctima natural.
Elena recordó su piel pálida impregnada con la esencia de los vampiros. La gente la consideraba una zorra de vampiros, y en su día, Elena habría estado de acuerdo… pero eso fue antes de entrar en una sala llena de vampiros y de sus amantes, antes de comprender que si bien la seducción podía ser una droga, también era un intercambio entre adultos, un juego en el que el vencedor podía pasarse la noche proporcionándole placer al vencido.
Sin embargo, Geraldine no era como los hombres y las mujeres a los que había visto aquella noche en la Torre, llenos de sensualidad y aplomo. Illium tenía razón. Ella había sido una víctima.
—Y lo habría sido durante toda la eternidad.
—Así es. —Illium enfrentó su mirada mientras sus alas formaban un arco delicado sobre su espalda—. Y, créeme, Ellie: no resulta muy agradable serlo.
—¿Por qué me da la sensación de que lo sabes por experiencia propia? —preguntó, consciente de que nunca olvidaría la muda desesperación presente en el ruego moribundo de Geraldine—. Tú no eres una víctima.
—Convertí a un humano una vez —murmuró. Las pestañas ocultaban la expresión de sus ojos—. Era biológicamente compatible y superó todas las pruebas de personalidad. Sin embargo, no tenía… «núcleo», carecía de personalidad propia. Solo lo descubrí mucho después, cuando ya era demasiado tarde. Para entonces ya se había vinculado a otro ángel, a uno que disfrutaba con las víctimas.
—¿Está muerto?
—Por supuesto. Las víctimas nunca duran demasiado.
Un sombrío atisbo de uno de los lados más siniestros de la inmortalidad.
—Cuanto más vives, más errores cometes.
—Y más pesares cargas a tus espaldas.
Quizá debería haberse sorprendido ante ese solemne comentario, pero empezaba a pensar que Illium era un ángel que mostraba su verdadera naturaleza en muy raras ocasiones. Igual que el ser a quien llamaba «sire».
—¿Siempre lo recuerdas todo?
—Sí.
Un don. Una maldición.
A sabiendas de que los recuerdos eran capaces de herir como la más afilada de las espadas, Elena se alejó a toda prisa del pasado. Un pasado que pronto regresaría para acosarlos a ambos.
—¿Tus pestañas son como tu cabello?
Illium aceptó el cambio de tema de inmediato.
—Sí. Son muy bonitas… ¿Quieres verlas?
Elena frunció los labios.
—La vanidad es un pecado, Campanilla.
—Mi lema es: «si lo tienes, presume de ello». —Se acercó a la cama y se sentó en el borde con una sonrisa—. Mira.
Puesto que sentía curiosidad, Elena las examinó. Le había dicho la pura verdad: sus pestañas eran negras como el carbón, y tenían el mismo brillo azul que su cabello, lo que suponía un marcado contraste con el tono dorado de sus ojos.
—No están mal —comentó con tono indiferente.
Él frunció el ceño.
—Y yo que estaba a punto de ofrecerme a cepillarte el pelo…
—Yo misma me encargaré de eso, gracias. —Le dio un empujón en el hombro para alejarlo de la cama—. Tráeme el cepillo.
Illium se lo arrojó antes de regresar a la terraza.
—¿Por qué no has preguntado por qué estoy aquí?
—No estoy en plena forma, Rafael es sobreprotector… No resulta difícil sumar dos y dos. —La frustración que le provocaba su estado físico no sirvió para ocultar la fría y dura verdad: su cabeza sería un magnífico trofeo para más de un inmortal. En especial para la más hermosa y perversa de ellos.
—Según parece —dijo Illium por encima del hombro—, este aspirante planea dejar su marca atravesándote el corazón con una daga del Gremio. O quizá la utilice para cortarte la cabeza pedazo a pedazo.
Oír en boca de otro lo que ella misma pensaba le resultó de lo más desconcertante… aunque no habría debido ser así. Porque, le gustara o no, era el tema candente en el mundo angelical, el primer ángel creado en muchísimo, muchísimo tiempo.
—Creo que necesito comer algo antes de ponerme a pensar en todas las horribles y dolorosas muertes posibles.
—Hay algo de comida en la sala de estar.
—¿Dónde está Rafael?
—En una reunión.
A Elena la habían salvado sus instintos en más de una ocasión. Esa vez, sin embargo, su mano aferró con fuerza la empuñadura de madera del cepillo.
—¿Con quién?
—Te enfadarías si lo supieras.
—Creí que eras mi amigo.
—Un amigo que intenta evitarte preocupaciones innecesarias.
¿Preocupaciones?
—Deja de andarte por las ramas y dímelo de una vez.
Illium se volvió y soltó un enorme suspiro.
—Con Michaela.
De pronto se le vino a la mente una imagen en la que las alas de Rafael tenían machas de polvo de ángel de color bronce. Elena apretó los dientes.
—Creí que el Refugio era un lugar demasiado tranquilo para Su Alteza la Zorra Real. —Nueva York, Milán, París…, esas ciudades encajaban mucho mejor con los gustos sociales de Michaela.
—Y no te equivocabas. —Los ojos de Illium resplandecían—. Pero parece que ahora está muy interesada en este lugar.
Tras pasarse el cepillo por el pelo sin mucho cuidado, Elena cogió el prendedor que había dejado en la mesilla y recogió su indómito cabello en una coleta. Cuando sacó las piernas por uno de los lados de la cama, Illium soltó una tosecilla muy elocuente.
—Te sugeriría que no te presentaras ante ellos en este estado.
—No soy idiota —murmuró Elena—. Solo quiero hacer un poco de ejercicio.
—Se supone que debes descansar hasta mañana.
—Conozco muy bien mi cuerpo, créeme. —Se puso en pie con un gemido—. Si no estiro los músculos un poco, mañana estaré peor.
Illium no dijo nada, se limitó a observarla mientras caminaba hasta el cuarto de baño. Después de cerrar la puerta, Elena se lavó la cara y deseó poder dejar de pensar en lo que estaría ocurriendo entre Rafael y Michaela. No le preocupaba que Rafael se acostara con la arcángel…, estaba claro que Rafael no era de los que engañaban. Si se cansaba de ella (y sí, la mera idea de pensarlo le hacía daño), se lo diría a la cara. Además, tenía la sensación de que él veía más allá de la hermosura de Michaela, que era consciente del veneno que encerraba en su interior.
No obstante, era imposible olvidar el rostro deslumbrante de la arcángel, ese cuerpo que había logrado seducir a reyes y destruir imperios. La cara que veía reflejada en el espejo en esos momentos, por el contrario, era demasiado delgada, con una piel pálida que mostraba a las claras el año que había pasado en coma. Mantener la confianza en sí misma no resultaba nada fácil.
—Ya basta. —Soltó la toalla y salió del baño.
El dormitorio estaba vacío, pero tenía la certeza de que Illium se encontraba cerca. Se encaminó hacia el balcón y empezó a realizar la serie de estiramientos que le habían enseñado en la Academia del Gremio. La mayoría de los movimientos aún eran de utilidad, aunque tuvo que ser un poco creativa con algunos de ellos, ya que ahora debía tener en cuenta sus alas. Trastabilló un par de veces… hasta que se obligó a recordar que debía mantener las puntas alzadas. Era algo así como intentar mantener los brazos rectos mientras se escribe a máquina: el dolor era como un escozor cada vez más penoso.
Lo soportó gracias a una testaruda obstinación, pero se tomó un respiro al recordar el estado en el que se encontraba esa misma tarde. Se arrastró hasta el dormitorio y luego hasta la sala de estar, donde tomó un poco de zumo. Sintió el sabor ácido y fresco en la lengua, una prueba de que esa ciudad de montañas y rocas con aspecto medieval poseía un huerto de naranjos oculto en algún lugar.
—Te llaman por teléfono.
Elena se dio la vuelta y descubrió que Illium sujetaba un elegante teléfono portátil plateado. Eso acabó de inmediato con el escenario medieval.
—No lo he oído sonar.
—Apagué el timbre cuando dormías. —Le pasó el teléfono antes de coger una manzana del frutero—. Es Ransom.
Desconcertada ante el tono familiar de Illium, Elena se colocó el teléfono junto a la oreja.
—¿Qué pasa, guapo?
Casi pudo oír la sonrisa en la voz del otro cazador cuando respondió.
—¿Ya sabes volar?
—Pronto.
—Parece que últimamente frecuentas compañías de lo más interesantes.
Elena observó a Illium mientras el ángel de alas azules salía a la terraza de esa sala, y luego preguntó:
—¿De qué conoces a Illium?
—Lo conocí en Erotique.
—¿Conoces también a los bailarines? —Ransom se había criado en las calles y mantenía sus contactos.
—A un par de ellos. Consigo mucha información allí… Incluso los vampiros más poderosos se ponen parlanchines cuando una mujer acerca la boca a su polla.
Eso no la sorprendió. Después de todo, los vampiros habían sido humanos una vez. Solo perdían todo rastro de humanidad después de mucho, muchísimo tiempo.
—Bueno, ¿y qué te cuentan?
Un chasquido en la línea.
—… debes saber.
—¿Qué? —Elena se apretó el teléfono contra la oreja con más fuerza.
—Se ha corrido la voz de que estás viva. Todo el mundo cree que eres una chupasangre… y hasta donde yo sé, ninguno de los que conocen la verdad ha contado nada.
—Bien. —Necesitaba tiempo para adaptarse a su nueva realidad antes de explicársela a los demás—. ¿Era eso lo que querías decirme?
—No. Uno de los bailarines se enteró de que los vampiros están haciendo apuestas sobre si sobrevivirás más de un año.
—¿Y cómo van esas apuestas?
—Noventa y nueve a uno.
A Elena no le hizo falta preguntar quién perdía en esas apuestas.
—¿Qué saben que yo no sepa?
—Según los rumores, Lijuan tiene por costumbre alimentar a sus mascotas con los invitados.