14

Había caído antes. Pero entonces se encontraba en brazos de un arcángel. En esa ocasión no había nada entre ella y el abrazo implacable de las rocas de abajo. El pánico amenazó con consumirla, pero fue vencido por su voluntad de sobrevivir. Elena P. Deveraux nunca se rendía.

Apretó los dientes y extendió las alas. Flaquearon, ya que aún estaban demasiado débiles para el vuelo, pero consiguieron aminorar la velocidad del descenso. Aunque no lo suficiente, pensó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas debido a la fuerza del viento. Empezó a sentir espasmos en la espalda. Ni siquiera un inmortal (y mucho menos un inmortal joven) podría sobrevivir a semejante caída.

Su cuerpo quedaría destrozado por la velocidad del impacto, y su cabeza se separaría del tronco. Eso mataba a los vampiros. Y Rafael había dicho que…

—¡Ay!

Un poderosa ráfaga de viento le hizo dar vueltas en espiral. Una descarga de terror en su torrente sanguíneo.

En ese momento, unos brazos la sujetaron con muchísima fuerza. Unos brazos que jamás habría confundido con los de ningún otro. Los brazos de Rafael.

Descendieron varios metros más gracias al aumento de velocidad ocasionado por el impacto de la recogida, antes de que Rafael recuperara el equilibrio y se elevara a toda velocidad. Elena le rodeó el cuello con los brazos, temblando por el alivio.

—Parece que siempre me recoges cuando me caigo.

Su respuesta fue un fuerte apretón.

Aterrizaron en una de las zonas despejadas del precipicio, la más próxima al hogar angelical oculto por los largos dientes de la pared escarpada de roca.

—Vale, lección número uno —dijo Elena, que intentaba volver a aprender a respirar mientras Rafael la dejaba en el suelo—: nunca asumas que habrá tierra bajo tus pies.

—Debes dejar de pensar como una humana. —La voz de Rafael era un látigo—. Hoy, eso podría haberte matado.

Elena levantó la cabeza de golpe.

—No puedo dejar de hacerlo sin más. No he conocido otra cosa.

—Pues aprende. —Le cogió la barbilla entre los dedos—. O morirás.

Su primer impulso fue contraatacar, pero algo la detuvo. Quizá fuera la vida que había en juego, o quizá fue el modo en que sus alas se cerraron en torno a ella para protegerla del viento helado a pesar de sus palabras furiosas.

—Tengo que volver dentro —le dijo—, para ver si he cometido algún error al seguir el rastro.

Rafael sujetó su barbilla unos instantes más, y luego apresó sus labios con la boca. Todavía estaban inmersos en el furioso alivio del beso cuando remontó el vuelo y la llevó hasta la entrada de la casa de Sam. Aunque temblorosa, Elena entró con decisión en la casa, puso todos sus sentidos en alerta… y llegó a la misma conclusión.

—Salió por ahí —dijo, aliviada al ver que la madre de Sam ya no se encontraba en la habitación. Le habría resultado imposible mirarla sin recordar la angustia de otra madre en una pequeña casita residencial, casi dos décadas atrás.

—Eso significa que tenía un cómplice ángel. —La voz de Rafael carecía de tono… y resultaba mucho más aterradora por eso mismo. En ese estado de ánimo, el arcángel de Nueva York mataría sin remordimientos, torturaría sin compasión—. Percibiste a los miembros de la familia de Sameon… ¿Puedes distinguir la esencia del ángel?

—Rafael… —Tenía que preguntarlo—. ¿Vas a entrar en uno de esos períodos Silentes? —Se había convertido en alguien desconocido durante aquellas terribles horas antes de que le disparara, en un arcángel que la había acechado por Nueva York de manera implacable.

No.

Aunque Elena sentía aún los latidos erráticos de su corazón (temía por él, por lo que le arrebataría el estado Silente si se sumía en él de nuevo), regresó a la puerta que daba al vacío e intentó desencadenar de manera voluntaria lo que parecía una extensión de sus poderes.

Primavera y pieles.

Manzanas salpicadas de niev…

Un chasquido de interferencias.

La decepción fue como una puñalada, dura y letal.

—Si la Conversión ha alterado mis sentidos de cazadora, el cambio no ha sido completo. Al parecer, viene y va. —Se pasó una mano por el pelo antes de volver a confiar en su entrenamiento y su experiencia—. En cualquier caso, es probable que no llegara a tocar la puerta: la esencia de vampiro era demasiado intensa, demasiado fuerte como para haberse diluido. —Bajó la vista hacia las negras profundidades del barranco y notó que sus mejillas se congelaban—. ¿Cuánta fuerza debería tener un ángel para recoger a alguien que está a punto de saltar?

—Debe tener más de trescientos años. —Las alas masculinas rozaron las suyas mientras contemplaban juntos la densa negrura del abismo—. Empezaré a peinar la zona. —Y luego añadió lo que ella no había sido capaz de articular—: Existe la posibilidad de que el descenso no se ejecutara con éxito.

Elena se rebeló con todo su ser contra la posibilidad de que el pequeño cuerpo de Sam yaciera destrozado en la gélida oscuridad.

—Si esos cabrones le han hecho daño, los destriparé con mis propias manos.

Por esa razón eres mía, Elena.

Tras observar cómo saltaba a la noche, Elena cerró la puerta y regresó a la parte delantera. Todos los ángeles se habían marchado, pero un vampiro salió de las sombras cuando ella abandonó la casa. Su piel tenía un color que atraía la mirada, que invitaba al contacto físico: un tono marrón muy oscuro con un matiz de oro puro. El color era tan rico, tan cálido, que emitía un brillo tenue aun cuando la luna se escondía tras una nube y dejaba el Refugio envuelto en la oscuridad de la noche. Sin embargo, sus ojos, de un tono plateado imposible, atravesaban la oscuridad como si no existiera. Su cabello tenía el mismo color que los ojos, y caía sobre su rostro en un corte elegante y escalado que acentuaba el ángulo de su mandíbula.

—Un tigre —susurró Elena mientras observaba cómo caminaba hacia ella, aunque, a decir verdad, llamar «caminar» a eso era hacerle un flaco favor. Sus pasos eran fluidos, unas zancadas silenciosas típicas del animal al que Elena percibía en él—. Posees la esencia de un tigre a la caza. —Rica, vibrante, mortífera.

—Soy Naasir. —Su voz era refinada; sus palabras, distinguidas. Sin embargo, sus ojos metálicos la observaban sin parpadear—. Dmitri me pidió que te ayudara.

—Eres uno de los Siete. —El poder de Naasir (a diferencia del de Dmitri, que era sensual y letal) era extremadamente feroz, como si esa piel adorable y exquisita no fuera más que una máscara para el depredador que moraba en su interior.

—Así es.

Las nubes se separaron, dejando que un rayo de luna iluminara su rostro. Y Elena descubrió que los ojos del vampiro reflejaban la luz como los de los gatos. Imposible. No obstante, Naasir no era el misterio que debía resolver esa noche.

—Voy a empezar inspeccionando la zona —le dijo— para ver si logro encontrar algún punto de aterrizaje. —Sería muy difícil, ya que los ángeles podían volar muy lejos, pero necesitaba hacer algo.

—Dmitri está organizando a los vampiros y a los ángeles jóvenes para que realicen una búsqueda similar.

Y ellos cubrirían el terreno mucho más rápido que ella, pensó Elena; sobre todo porque ella no tenía un punto de partida para iniciar el rastreo. Aun así, necesitaba hacer algo. Tras apartar la vista de los ojos hechizantes de Naasir, clavó la mirada en una formación puntiaguda que había a lo lejos. El corazón estuvo a punto de salirse de su pecho.

—¿Conoces bien el Refugio?

—Sí, muy bien.

—Muéstrame el territorio de Michaela. —Rafael había sido implacable con la humillación de la arcángel. Tal vez el ángel que había atacado a Noel hubiera salido de su agujero… o tal vez Michaela hubiera decidido vengarse, atacar el corazón de aquellos que contaban con la protección de Rafael.

—Por aquí. —Naasir empezó a moverse con la elegancia preternatural de un ser que se sentía a sus anchas durante la noche.

Elena apenas podía mantener el paso que para él era algo así como un paseo.

Cuando llegaron a una zona despejada, pocos minutos después, el vampiro alzó el brazo en una especie de señal antes de volverse hacia ella.

—El hogar de Michaela está lejos a pie.

Elena sintió que su espalda se ponía rígida cuando Illium aterrizó a menos de un metro de distancia. Solo confiaba en los brazos de Rafael para ir volando. Y no porque tuviera problemas de confianza, sino porque el acto le parecía demasiado íntimo, demasiado próximo. Sobre todo por la extrema sensibilidad de sus alas. No obstante, esa noche había una razón más práctica para su renuencia.

—Si asciendo —dijo—, podría pasar por alto la esencia del vampiro en caso de que este no fuera volando hasta la casa de Michaela.

Illium le ofreció una mano.

—Será mucho más rápido si vuelas hasta el territorio de Michaela, inspeccionas el terreno y luego regresas.

Consciente de que tenía razón, Elena desechó su reticencia y se acercó a él mientras Naasir desaparecía en la oscuridad.

—¿Me lo parece a mí o Naasir está tan domesticado como un puma?

—En comparación con él, los leones son simples gatitos. —Illium le rodeó la cintura con los brazos mientras ella se aferraba a su cuello y plegaba las alas con firmeza sobre la espalda. Así sería más fácil acarrearla… y protegería la increíble sensibilidad de la curva interior de esa parte en que sus alas se unían a la espalda.

—Tienes muchos cardenales.

—A ver si me vas a dejar caer porque te da miedo sujetarme demasiado fuerte…

—No dejaré que caigas. —Fue un susurro íntimo pronunciado junto a su oreja mientras remontaban el vuelo.

—Las célebres últimas palabras… —murmuró Elena. El viento alejaba el cabello de su cara y amenazaba con robarle el aliento, las palabras.

—Estás muy mimada, Ellie. Estás acostumbrada a que te lleve un arcángel. —Voló por debajo de otros muchos ángeles en dirección al elegante grupo de edificios situado sobre una zona relativamente llana. El terreno que rodeaba los edificios estaba iluminado por faroles de metal con un delicado diseño, y los senderos formaban una armoniosa melodía de forma y función.

—¿Hay jardines ahí abajo? —inquirió, y notó la calidez del aliento de Illium sobre la mejilla cuando él agachó la cabeza para oír mejor la pregunta.

—Michaela no viene casi nunca, pero sus jardines son famosos en el Refugio. Ella encuentra cosas que crecen hasta en las épocas más frías, incluso flores.

Flores.

La mente de Elena se llenó de imágenes del jardín con flores silvestres, pétalos cubiertos de sangre esparcidos por el suelo, cuerpos mutilados que aplastaban las flores, y la imagen más poderosa de todas: el sol del atardecer reflejado en la espada de Illium mientras el ángel amputaba las alas de sus enemigos con despiadada eficiencia. Se preguntó si esos ángeles aún seguían allí, olvidados en la oscuridad.

—Michaela puede ser muchas cosas: cruel, maliciosa, egoísta… —murmuró Illium mientras aterrizaban con suavidad en la terraza exterior del hogar de la arcángel—, pero no creo que la Reina de Constantinopla hiciera daño a un niño.

—Tú no viste sus ojos en el cenador. —Elena se alejó de los brazos de Illium y no se sorprendió al ver a Riker frente a la puerta cerrada. Había percibido su esencia (cedro cubierto de hielo, evocador e inesperado) en el instante en que aterrizaron. Le costó un verdadero esfuerzo mantener un tono de voz civilizado, ya que la última vez que vio al guardia favorito de Michaela, el tipo estaba clavado a una pared, con el corazón atravesado por la pata de una mesa. Y poco antes de eso, el vampiro había intentado jugar a un jueguecito muy sucio con ella.

Riker la miró como siempre: con la frialdad propia de un reptil.

—Estáis en el territorio de mi ama. Aquí no gozáis de protección.

—Estoy buscando a Sam —dijo Elena—. Illium me ha dicho que Michaela no le haría daño a ningún niño, así que espero que ella nos dé permiso para inspeccionar el terreno… por si algún vampiro ha pasado por aquí.

—Mi ama no necesita vuestra aprobación.

Elena se pasó la mano por el cabello en un intento por mantener la voz serena, a pesar del apremio que latía en sus venas.

—Mira —dijo—, no he venido a buscar pelea. Y si a tu ama le importan de verdad los niños, no le hará gracia descubrir que nos has impedido el paso.

Riker no se movió, y sus ojos reptilianos no se apartaron de ella.

Elena tenía la sensación de que el tiempo se escurría entre sus dedos, así que estaba a punto de decirle a Illium que la llevara volando sobre los terrenos para ver si podía percibir el vestigio de alguna esencia en el aire, cuando Riker acercó la mano al picaporte.

—El ama permitirá que entréis en su casa.

Atónita, Elena siguió a Riker sin la más mínima vacilación, e Illium fue tras ella. El hogar de Michaela la dejó sin aliento: el vestíbulo en sí era ya merecedor del calificativo de «obra de arte». Las baldosas que pisaba eran del color del ébano, y estaban veteadas de cuarzo; las paredes estaban decoradas con escenas asombrosas. Elena no era muy sofisticada, pero incluso ella reconocía al artista.

—¿Miguel Ángel?

—Si fue obra suya —murmuró Illium—, la olvidó en el momento en que salió de aquí. Ningún mortal conoce el Refugio.

Pues Sara sí, pensó Elena. Se le encogió el corazón. Sabía que Rafael lo había permitido por ella, y eso había sido un paso mucho más grande del que creía posible para el arcángel al que había conocido en una azotea de Nueva York.

—Lo recordaría en algún profundo rincón de su alma —replicó ella, que inspeccionó una de las estancias que daban al vestíbulo.

Estaba limpia. Percibió las esencias de muchos otros vampiros mientras caminaban, pero ni el más mínimo rastro del que había olfateado en esa pequeña cocina inundada por el aroma salado de las lágrimas de una madre. Sin embargo, apenas habían arañado la superficie. Tras levantar la vista hacia el deslumbrante núcleo central de la casa, colocó la mano en el pasamanos.

—Tengo que subir a la planta superior.

—Os mantendréis alejados de los aposentos de mi ama.

—Está bien. —Si Michaela estaba protegiendo al vampiro, a Elena no le serviría de nada molestarla. No quería que Illium y ella acabaran muertos antes de haber puesto a Sam fuera de peligro. Lo único que debía hacer era encontrar algún rastro de la esencia.

No obstante, la elegante planta superior estaba tan limpia como la de abajo. Cada escultura estaba situada en el lugar preciso para realzar el encanto general de la casa, y las alfombras que había bajo sus pies tenían colores vivos. Fue mientras pasaba sobre una de color rubí hacia otra de un tono crema que había cerca de un segundo tramo de escaleras cuando la percibió.

La esencia de las naranjas cubiertas de chocolate.

Todo su cuerpo se puso rígido. Se dio la vuelta y corrió hacia el pasillo al que Riker les había prohibido el paso. El instinto superaba el sentido común. Había nacido para aquello, sus sentidos estaban destinados a…

Un brazo alrededor de su cintura. Un brazo que la sujetó con fuerza contra un pecho musculoso y firme. Sus alas protestaron por la sobrecarga de sensaciones.

—Nada le gustaría más a Riker que tener una excusa legítima para matarte. —Era la voz de Illium, que entretejía el levísimo acento británico con una acerada advertencia.

—Es cierto. —Elena sacudió la cabeza para aclararse las ideas, y descubrió al instante que el vampiro favorito de Michaela se encontraba a escasos centímetros de ella. Y le había permitido que se situara tan cerca… La había cegado el instinto de seguir la esencia, de salvar al niño—. Vale.

Illium la sujetó hasta que ella le apartó las manos y dio un paso a la izquierda para aumentar la distancia que la separaba de Riker.

—¿Rafael?

—Está hecho. —Unos ojos del color intenso y único del oro veneciano se clavaron en los suyos—. No tardará mucho.

Elena apretó los puños y los dientes en un intento por sofocar la abrumadora necesidad de seguir el rastro tenue de esa esencia que se desvanecía segundo a segundo. Riker se encontraba al otro lado de Illium, pero sus ojos no se apartaban de ella. A Elena se le erizó el vello de la nuca. Era evidente que Michaela no había revocado la orden que le había dado a su lacayo tiempo atrás: la de matarla.

—Corres en busca de tu amo como una niñita —dijo el vampiro sin previo aviso.

—Rafael es mi amante, no mi amo. —Se maldijo a sí misma por responder a la provocación en el mismo instante en que las palabras abandonaron sus labios.

—¿Eso es lo que crees? —inquirió él con un ronroneo burlón—. Ellos te consideran su mascota.

Elena se tensó ante esas palabras tan parecidas a las que le había dicho Rafael cuando despertó del coma.

—¿Qué tal ese bolsito que se hizo tu ama? —preguntó al recordar que Michaela le había arrancado en cierta ocasión la piel de la espalda y la había curtido—. ¿Sigue cuidando bien de él?

—De la mejor forma posible. —Su tono no cambió, y eso fue lo más espeluznante de todo. Riker se había adentrado mucho más en el abismo de lo que le convenía—. Viene vuestro amo.

Elena se negó a responder a esa nueva provocación y esperó a que Rafael se situara a su lado.

—Michaela no está complacida —fueron sus primeras palabras.

—¿Y te importa?

Estamos en su casa, Elena. Aquí se aplican las normas de cortesía.

Elena intentó calmar un poco su tono, pero resultaba difícil, ya que los sentidos de cazadora la atenazaban cada vez con más fuerza.

—Puedo oler al vampiro que se llevó a Sam. La esencia conduce hacia allí.

—Síguela.

Michaela está furiosa, pero lo que más desea es humillarte.

En ese caso, se llevará una decepción.

Con todo, a Elena la escamaba un poco que la arcángel estuviese tan segura de su fracaso, ya que el vampiro que había secuestrado a Sam había estado allí, de eso no cabía la menor duda. El sabor de las naranjas, la dulzura del chocolate… casi podía paladearlos.

Era una esencia tan rica e intensa que estuvo a punto de pasar por alto el aroma subyacente.

El de las manzanas cubiertas de nieve.