25
Jason se encontraba de pie frente a Rafael, en la terraza de la oficina del arcángel. Los edificios del Refugio se extendían más abajo.
—¿Qué has descubierto? —le preguntó Rafael al jefe de sus espías.
El tatuaje del rostro de Jason parecía completo, pero Rafael sabía que no lo estaba. Uno de los renacidos de Lijuan le había arrancado un trozo de carne de la cara, y aunque la zona ya había sanado, la tinta del tatuaje que la recorría solo era temporal: algo para evitar cualquier posible muestra de debilidad. Jason había decidido rehacerse el tatuaje permanente paso a paso, con el dolor que eso le conllevaría.
—Ella guarda un secreto.
Rafael permaneció a la espera. Todos los arcángeles tenían secretos, así que el hecho de que Jason hubiera comentado algo así debía de significar algo más.
—Es un secreto que parece no haber compartido con nadie, aunque creo que la Sombra lo sabe. —El espía se refería a Phillip, el vampiro que estaba con Lijuan desde antes de que Rafael naciera—. El tipo es como una mascota para ella, así que no le ha prohibido entrar en la cámara sellada, como a los demás.
—¿Sería posible que tú o alguno de tus hombres echarais un vistazo a esa cámara?
Jason negó con la cabeza.
—Ha situado un ejército de renacidos alrededor que la vigilan día y noche. —Se tocó la cara—. Y me consta que esos renacidos están dispuestos a despedazar a cualquier intruso miembro a miembro.
La desmembración total era una de las pocas cosas que podía matar a un ángel de la edad de Jason. No obstante, si la cabeza permanecía intacta, había una oportunidad de regeneración.
—¿Has podido confirmar cuántos de los renacidos de Lijuan se alimentan de carne?
—Ya no son solo los más antiguos. Vi a un grupo de renacidos jóvenes dándose un festín con los cadáveres de unos cuantos muertos recientes —replicó el ángel—. Y lo hacían a plena vista.
—Así que Lijuan ya ha atravesado otro de los límites. —Era un indicador más de que su mente ya no funcionaba como era debido—. Háblame de esa cámara sellada.
—Se encuentra en la parte central de su fortaleza de la montaña, oculta en el núcleo. Los renacidos recorren los pasillos que la rodean, y esos renacidos son los que tienen los ojos brillantes; los que comen carne.
—¿Tienes alguna idea de qué puede estar ocultando? —No era nada bueno, eso estaba claro.
—Todavía no, pero lo descubriré. —Jason acomodó mejor sus alas—. Hice lo que me pediste y conseguí que Maya se adentrara en los dominios de Dahariel. Está pasando algo, pero resulta imposible saber si está relacionado con los incidentes del Refugio o no. Corren rumores de que Dahariel ha asesinado a varios de sus vampiros últimamente, pero podría haber sido un castigo legítimo.
—Que Maya se quede donde está. Tengo a gente dentro de los hogares de Nazarach y de Anoushka.
—¿Y si descubrimos que Nazarach es el culpable?
—Lo ejecutaré. —Nazarach gobernaba en Atlanta, pero solo por gentileza de Rafael—. Dahariel es el más fuerte de todos ellos. —Y también el más frío e inteligente. Dejar la cabeza decapitada sobre la cama de Anoushka encajaba con las amenazas calculadas típicas de Dahariel.
—Si es él —dijo Jason—, ha empezado a atacar cerca de casa: ayer encontraron a una de las concubinas favoritas de Astaad con las tripas fuera. Fue marcada por dentro. Y todas las evidencias llevan a pensar que la mantuvieron con vida durante el proceso.
—Así que… —Al parecer, nada sino una muerte brutal e implacable podría satisfacer al arcángel en esos momentos— Astaad no ha informado a la Cátedra.
—Orgullo —fue el único comentario de Jason.
—Sí. —El arcángel que gobernaba en las islas del Pacífico debía de haber enfurecido a alguien que había conseguido atravesar los muros de su harén—. Y otro arcángel vencido. —De una manera de lo más cobarde, aunque el ángel responsable del asesinato, embriagado de ese perverso placer, no lo vería de esa forma. Él (o ella) lo consideraría una victoria rotunda, de eso Rafael estaba seguro.
—Sire, hay otra cosa.
—¿Sí?
—Encontraron otra daga del Gremio en su caja torácica.
—Pequeña cazadora, ¿dóndeeee estássss? —Una cancioncilla juguetona y aterradora.
Elena se rodeó las rodillas con los brazos y agachó la cabeza aún más. La alacena olía a sangre. La sangre de Ari y Belle. Estaba bajo sus pies, en su cabello, en su ropa.
Vete, pensó. Vete, por favor. Por favor, por favor, por favor, por favor…
Era como una letanía en su cabeza, pronunciada por una vocecilla débil. ¿Dónde estaba su padre? ¿Por qué no había vuelto a casa? ¿Y por qué su madre no estaba en la cocina como todas las mañanas? ¿Por qué había un monstruo allí?
—¿Dónde te escondes, pequeña cazadora? —Los espeluznantes pasos se detuvieron por un instante. Un segundo después se oyó un ruido aún más horrible: unos labios que lanzaban besos—. Tus hermanas son deliciosas. ¿Me disculpas mientras les doy otro mordisquito?
Elena no creyó ni una palabra de lo que había dicho. El terror, la frustración y una rabia sin mesura la mantenían en la posición en la que se encontraba. Unos momentos después se escuchó una risilla despreciable.
—Una cazadora pequeña, pero muy lista. —Una inhalación fuerte, como si el monstruo estuviera olfateando el aire.
La nariz de Elena se vio inundada por el aroma penetrante de una especia que no supo identificar. Estaba mezclada con jengibre… y con una luz dorada. Le provocó náuseas que esa criatura, ese monstruo, oliera a días de verano y al cálido abrazo de una madre. Debería oler a carne podrida y a pus. Era otro insulto, otra herida que añadir a las que ya había infligido en su corazón.
Ari. Belle. Muertas.
Contuvo los sollozos con el puño, a sabiendas de que sus hermanas nunca volverían a bailar con ella en la cocina. Las piernas de Belle, esas hermosas piernas largas, estaban rotas y retorcidas en un ángulo imposible. Y Ari…, el monstruo había hundido la cabeza en su cuello ensangrentado mientras Elena reunía el coraje suficiente para obedecer la orden de su hermana agonizante y huir. Sin embargo, la sangre la delataría.
Escuchó, a la espera. El tipo se movía. Pensó que tal vez hubiera subido a la planta superior, pero el zumbido del pulso que atronaba sus oídos le impidió saberlo a ciencia cierta. No podía confiar en los sonidos, no podía huir. No cuando él podría estar en el pasillo, esperándola. Y entonces se hizo demasiado tarde. El monstruo regresó a la cocina.
—Tengo una sorrrrpresssaaa para ti. —Un sonido malicioso y ronco. El picaporte de la alacena en la que se había escondido empezó a girar. Elena se apretó contra la madera del fondo, pero no tenía dónde ir, no podía huir.
—¡Bu! —Un ojo castaño perfecto la observó a través del agujero que había quedado al quitar el pomo—. Aquí estás…
Elena metió por el agujero la aguja de tejer que había cogido de la cesta que su madre dejaba en el salón, y se la clavó en el ojo. Un líquido salpicó su mano, pero le dio igual. Fue el grito (un grito intenso, penetrante y agónico) lo que la impresionó. Con una sonrisilla salvaje, empujó la puerta de la alacena mientras aquel ser se tambaleaba hacia atrás, y pasó a toda velocidad junto a él para dirigirse hacia la planta superior.
Debería haber salido de la casa, debería haber buscado ayuda… Pero quería encontrar a su madre, necesitaba confirmar que estaba viva, que respiraba. Entró en tromba en el dormitorio de sus padres y cerró la puerta con fuerza antes de echar la llave.
—¡Mamá!
No hubo respuesta.
Sin embargo, cuando miró a su alrededor, se sintió inundada por el alivio. Su madre estaba durmiendo. Tras acercarse a ella con unos pies que aún dejaban marcas rojas sobre la alfombra, sacudió el hombro de su madre.
Y vio la mordaza que le tapaba la boca, los cuchillos que anclaban sus muñecas y tobillos a las sábanas.
—Mamá… —Le temblaba el labio inferior, pero estiró la mano hacia la mordaza para quitársela—. Te ayudaré. Te ayudaré.
Fue la aterrorizada expresión de alarma que vislumbró en los ojos de su madre lo que la hizo volverse.
—La pequeña cazadora es muy mala… —El monstruo sacudió la llave de la habitación por delante de ella, retiró la aguja y la miró con un solo ojo curioso mientras el otro se deslizaba por su mejilla en forma de pulpa sanguinolenta—. ¿Crees que a tu mami le gustaría recibir un regalito?
—¡Despierta, Elena!
La cazadora se colocó de rodillas con un único movimiento y buscó el cuchillo que había metido bajo la almohada, como siempre. Rafael la observó mientras ella se enfrentaba a él con el cuchillo en alto, preparada para rebanarle la garganta.
Una neblina roja le enturbiaba la vista, y sus tendones temblaban por la necesidad de atacar.
Elena.
La esencia del mar, del viento.
Estás a salvo.
—Nunca estaré a salvo. —Las palabras fueron un grito desgarrado, tan tenso, tan doloroso que apenas pudo oírse—. Me atormenta en sueños.
—¿Quién?
—Ya lo sabes. —Intentó bajar el cuchillo, pero sus músculos se negaron a hacerlo.
—Dilo. Haz que sea real, que deje de ser un fantasma.
El sabor amargo de la ira le llenó la boca.
—Slater Patalis. —El más infame asesino vampírico en serie de la historia reciente—. Nosotras fuimos su último aperitivo.
—Los informes aseguran que los cazadores pudieron atraparlo gracias a que tú conseguiste neutralizarlo.
—Recuerdo haberle clavado una aguja en el ojo, pero no creo que eso fuera suficiente para detenerlo. —Por fin sus dedos se aflojaron y dejaron caer el cuchillo. Le habría cortado el muslo si Rafael no lo hubiera atrapado en el aire.
—¿Tus recuerdos no están completos? —preguntó el arcángel después de dejar el arma sobre la mesilla que había junto a la cama.
—Cada vez recuerdo más cosas. —Fijó la vista en la pared, aunque no veía otra cosa que sangre—. Siempre he visto ciertas partes, pero ahora tengo la impresión de que se trataba de pedazos de un todo. Lo que he visto esta noche… —Le escocían los ojos, y apretó las manos hasta cerrarlas en puños—. El monstruo le rompió las piernas a mi madre, la inmovilizó sobre la cama y la obligó a escuchar mientras mataba a Belle y a Ari.
Rafael separó los brazos.
—Ven aquí, cazadora.
Elena hizo un gesto negativo con la cabeza. No quería rendirse a la debilidad.
—Incluso los inmortales —dijo Rafael con voz calma— tienen pesadillas.
Sabía que no hablaba de ella, y eso, de algún modo, consiguió aplacarla un poco. Se derrumbó entre sus brazos y enterró la cara en la curva cálida de su cuello para dejar que su aroma limpio e intenso le llenara los pulmones.
—Más tarde vi los rastros de sangre en la alfombra y comprendí que mi madre había intentado ayudarnos a pesar de estar tan malherida. Pero él volvió a la planta de arriba y la inmovilizó en la cama de nuevo.
—Tu madre luchó por vosotras.
—Perdió la consciencia poco después de que yo la encontrara. En esos momentos tuve muchísimo miedo, ya que me aterraba estar a solas con él, pero ahora creo que el hecho de que mi madre se desmayara fue lo mejor que podía ocurrir. —Se le encogió el estómago. En los más profundos rincones secretos de su mente, sabía que Slater habría atacado a su madre de otras formas y la habría obligado a mirar—. Yo me mantuve alerta porque sabía que Beth no tardaría mucho en regresar de casa de la amiga con la que se había quedado a dormir. Sabía que no podía dejar que el monstruo la atrapara. Pero él se largó mucho antes de que llegara.
—Así que tu hermana pequeña se salvó del horror.
—No lo sé —dijo Elena, que recordaba la falta de compasión que mostraba el pequeño rostro de Beth durante la ceremonia del funeral de Ari y Belle—. Era la primera vez que se quedaba a dormir en casa de una amiga, y creo que jamás volvió a pasar una noche fuera de casa. De algún modo, temía lo que podría encontrar en casa al volver.
—Tú también escondes un miedo oculto —murmuró Rafael—. ¿Qué es eso de lo que tanto temes hablar?
—Creo… —replicó ella a través de la cortina de lágrimas que se negaba a derramar—… creo que me hizo algo. —Luego permitió que su madre y ella siguieran con vida mientras los cadáveres de Ari y Belle yacían sobre las baldosas de la cocina.
—Cuéntamelo. —La voz de Rafael era una brisa gélida.
Elena recibió con alegría ese frescor, y lo utilizó para envolverse como si fuera una manta de seguridad.
—Todavía no he recordado esa parte del día. —Se le encogió el corazón a causa del pánico, pero se aferró a Rafael. Sentía su cuerpo fuerte junto al de ella, y afrontó la pesadilla con coraje—. Fuera lo que fuera, lo he borrado de mi mente durante todos estos años.
—Tal vez fuera la transición lo que resucitó esos recuerdos. —Los brazos masculinos la rodeaban como si fueran bandas de granito: posesivos, protectores, inamovibles—. Tal vez el coma abriera esa parte de tu mente, del mismo modo que ocurre con la de los inmortales en el anshara. —Él mismo se había sumido en ese sueño profundo y reparador durante la persecución de Uram, y había regresado a su infancia, al momento en el que el hermosísimo rostro de su madre lo observaba mientras él yacía cubierto de sangre sobre el suelo del prado—. Resucita recuerdos que se han desvanecido con el paso del tiempo, los que creemos haber olvidado.
—Nada se olvida jamás. —Elena se acurrucó aún más contra su cuello y apoyó las palmas contra su pecho—. Nos engañamos creyendo que las cosas desaparecen, pero jamás lo hacen.
El arcángel acarició ese cabello brillante casi blanco que se había agitado contra su brazo como un estandarte mientras se precipitaban hacia el suelo de Manhattan. Algunos recuerdos, pensó, estaban grabados en piedra.
—¿Qué se sueña durante el anshara?
—No es algo que se suela contar. Cada ángel experimenta algo diferente.
Elena extendió los dedos sobre su corazón.
—Supongo que cada uno se enfrenta a sus propios demonios.
—Así es. —Y en ese momento, Rafael tomó una decisión que jamás creyó que tomaría; al menos, no desde que Caliane caminó sobre la hierba salpicada de rocío con pasos ligeros y le habló una voz tan clara como si cantara una antigua nana—. Soñé con mi madre.
Elena se quedó petrificada.
—¿No con tu padre?
—Mi padre era el monstruo conocido. —Su madre había sido el horror en las sombras, ignoto e inescrutable—. Caliane se limitó a darme un beso de despedida mientras yo me desangraba después de una pelea que siempre supe que no podía ganar. —Pero se había visto obligado a intentarlo, a tratar de detener esa locura que se había extendido como una mancha oscura en los ojos de su madre—. Fue la última vez que la vi.
—¿Fue asesinada por la Cátedra?
—Nadie sabe qué fue de mi madre. —Era un misterio que lo había atormentado durante cientos de años, y que probablemente lo atormentaría durante miles de años más—. Desapareció sin más. —A él no lo habían encontrado hasta…, bueno, habían tardado muchísimo en encontrarlo. Era tan joven y estaba tan malherido que no había sido capaz de pedir ayuda. Se había quedado tumbado en el suelo, como un pájaro herido con las alas destrozadas.
—¿Crees que ella lo sabía? —preguntó Elena con una voz llena de pesar—. ¿Crees que se quitó la vida para ahorrarte esa tarea?
—Algunos piensan que sí. —Rafael deslizó los dedos por las alas femeninas, fascinado por la mezcla de colores que distinguía a su cazadora como un ser único, incluso entre los ángeles.
—¿Qué piensas tú?
—Cuando los ángeles han vivido durante milenios, a veces deciden dormir hasta el momento en que sientan la necesidad de despertar. —Lugares secretos, lugares ocultos… En dichos lugares era donde los ángeles dormían cuando la eternidad se convertía en una carga.
—¿Crees que Caliane está dormida?
—Hasta que no encuentre el lugar donde está enterrado y vea su cadáver… Sí, hasta entonces creeré que mi madre está dormida.
«Calla, cariño. Chsss.»