12
Aún no había pasado una hora desde que Sara había informado a Grissom de los alarmantes descubrimientos en el antiguo apartamento de David Benson, cuando un Tahoe de los CSI y el Taurus del capitán Brass ya estaban delante de su residencia actual, en Roby Grey Way. Aparcaron en la calle, con la parte delantera de los vehículos encarada a la casa, bloqueando el paso.
Warrick Brown salió del coche de un salto y se dirigió al capó. El sol estaba alto en el cielo; el día era caluroso y seco; nada que ver con la primavera. Los vecinos que estaban en casa fisgonearon por las ventanas y algunos salieron a la calle para ver de cerca lo que ocurría.
El descubrimiento de un agujero en la pared del antiguo apartamento de Benson había sido un argumento suficiente para pedir una orden de registro de la casa y del coche. Por lo visto, por ese agujero, Benson, el testigo que había encontrado el cuerpo, habría instalado una cámara para espiar y grabar, clandestinamente, vídeos donde aparecería Candace Lewis, su vecina.
La casa de dos plantas de Benson era la típica de los barrios de clase media-alta de Las Vegas, de estuco, con el tejado de tejas rojas. Se parecía a la de Kyle Hamilton, situada unos tres kilómetros hacia el oeste, excepto en que el césped de Kyle estaba bien cuidado, mientras que el de Benson era una extensión marrón con pequeñas manchas verdes, como si fueran oasis en un desierto.
E igual que la de Hamilton, la casa parecía vacía, aunque, esta vez todos eran muy conscientes de que la última vez se habían equivocado. Warrick, Sara y Grissom se acercaron a la casa, con sus equipos de investigación en mano. Brass iba delante de ellos.
En la escalinata frontal, Brass sacó su nueve milímetros. Nadie se lo discutió: si David Benson era el homicida necrófilo que las pruebas indicaban, toda precaución era poca. Por otro lado, no habían pedido refuerzos: era sólo un sospechoso y los CSI iban armados.
Llamaron al timbre pero nadie contestó, y aquella sensación especial de tensión y aburrimiento, habitual en casos como éste, se respiraba en el ambiente.
Brass dijo:
—Warrick, vayamos a mirar detrás de la casa. Gil, ¿podrías sacar tu pistola?
La expresión de Grissom se volvió agria, pero accedió a ello, sosteniendo su equipo de campo en la mano izquierda.
Warrick y Brass rodearon la casa por ambos lados, Brass por la derecha y Warrick por el garaje, cuya doble puerta no tenía ventanas. En una ventana lateral había una cortina color crema y casi se podía ver el interior, pero sólo casi. El CSI llegó a la parte trasera de la casa, donde encontró a Brass, que había subido unos cuantos escalones de una pequeña plataforma. Después de mirar tan bien como pudo a través de las ventanas encortinadas, el detective movió la cabeza y los dos volvieron a la parte delantera, para reunirse con Sara y Grissom.
—No creo que nuestro hombre esté en casa —dijo Brass.
—Parece que lleve fuera unos cuantos días —añadió Warrick, señalando el buzón lleno de correo junto a la puerta delantera—. Este tipo no está en cama por una gripe.
Sara frunció el ceño.
—Prefiero no pensar con quién o con qué está en la cama.
—Ha llegado el momento —comentó Grissom— de utilizar las órdenes.
Brass no necesitó que nadie le convenciera: él había ido a ver al juez con las pruebas.
—Warrick, ¿te importaría ir a buscar el ariete?... Tronco.
El detective le lanzó las llaves del Taurus.
—Gil —dijo Brass—, cúbrenos.
—¿Que os cubra?
—Cúbrenos.
—Con la pistola.
—Eso mismo.
En unos instantes, Warrick ya estaba de nuevo en la escalinata con el ariete. Era un tubo metálico negro con una gran cabeza plana y unas manetas a ambos lados para sujetarlo. El peso del ariete le pareció bien a Warrick, ¡lógico! Su pequeño nunca le había fallado.
Warrick cogió una maneta y Brass la otra, mientras Grissom y Sara se colocaron al borde del porche. Cuando estuvieron alineados con la cerradura, Warrick miró a Brass y alejaron el ariete de la puerta, recto hacia atrás, y lo lanzaron con fuerza hacia delante...
El cabezal golpeó la puerta produciendo un crujido explosivo, la sacudida lanzó los brazos de Warrick hacia su cuerpo mientras la puerta reventaba hacia dentro, y las jambas saltaban hechas astillas.
Brass dejó que Warrick devolviera el ariete al Taurus mientras esperaba en la entrada, con la nueve milímetros en la mano de nuevo y escudriñando cuidadosamente el interior.
Cuando Warrick volvió, Grissom estaba diciendo:
—Bajaré mi pistola.
—Hazlo —dijo Brass. Entonces se giró hacia los CSI con una diminuta sonrisa en los labios—. Muchachos, la casa está abierta. Los refrescos, luego.
Brass de nuevo reclutó a Warrick, que llevaba su propia arma de cinto, y los dos inspeccionaron cada una de las estancias de la casa, asegurándose de que el sospechoso no estaba.
Después de que el detective confirmara que la casa estaba vacía, los CSI fueron habitación por habitación, revisando cajones, armarios, desagües, alfombras; absolutamente todo. Durante las dos horas siguientes, pusieron la casa patas arriba y del revés, y cuando terminaron se reunieron en el vestíbulo, entre los escombros de la puerta principal destrozada.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Grissom.
Sara dijo, irónicamente:
—¿La única prueba de un delito? Parece como si alguien hubiese forzado la entrada.
Grissom no estaba para bromas.
Warrick dijo:
—Este lugar está más limpio que la plaza mayor o que la casa de Hamilton.
—Ni sangre, ni cabellos, nada —dijo Sara, y se dirigió a Grissom y a Brass—: ¿Qué hay de las cintas de vídeo? ¿Encontrasteis alguna?
Grissom cogió una bolsa de pruebas de su maleta de investigación—. Sólo tres películas caseras. Están etiquetadas como NYPD Blue, Sin dejar rastro y Lexx. Todo lo demás son DVD pregrabados, la mayoría películas de terror.
—¿Pornografía? —preguntó Warrick.
Grissom negó con la cabeza.
—Nada que esté considerado NC-17, y mucho menos XXX... Lo revisaremos cuando volvamos al laboratorio, pero no parece prometedor.
Guardaron sus cosas y las llevaron hasta el Tahoe. En el ambiente había una sensación de abatimiento y confusión, y casi no cruzaron palabra. Sara, Brass y Grissom se reunieron junto a los vehículos, mientras Warrick volvió a la entrada y puso cinta para marcar la escena del crimen en la puerta rota.
Cuando se acercó a sus compañeros, Warrick escuchó a Brass diciendo:
—Intentaré calmar los ánimos por esto; Mobley va estar muy cabreado si nos hemos cargado la puerta equivocada y el departamento es demandado.
—Creo que éste es uno de los casos —dijo Grissom— en los que Brian nos dará una nueva oportunidad.
Warrick notó movimiento a su alrededor y se giró. Una pareja venía paseando tranquilamente desde la casa de al lado.
El hombre, vestido con pantalón corto y una camiseta Miller Beer, era alto, con poco pelo y una barba cuidada. Tenía aspecto de haber sido jugador de fútbol, aunque su barriga delataba que el único ejercicio que hacía actualmente era delante del televisor. Su esposa, que vestía un vestido veraniego amarillo, era una mujer menuda, morena, siempre sonriente y con los ojos marrones. Se acercaron con una confianza que alivió la tensión de los CSI, considerando la cantidad de vecinos y testigos que dudaban de lo que estaba haciendo la policía.
—¿Buscan a nuestro vecino? —preguntó el hombre—. ¿David Benson?
Grissom les fue al encuentro.
—Así es. ¿Saben dónde está?
—Trabaja mucho —dijo la mujer—. Está muy entregado a su trabajo y está fuera muchas horas. Trabaja en el sector de la seguridad.
—Soy Gil Grissom, del laboratorio criminalístico. ¿Quiénes son ustedes?
—Gary y Judy Meyers —respondió la mujer, a quien su marido había rodeado con un brazo—. Llevamos quince años viviendo aquí al lado. Desde luego, David lleva solamente dos años... Prefiere que le llamen «David», no le gusta «Dave».
—¿Y creen que David está trabajando?
Gary negó con la cabeza y dijo:
—No lo creo. Hace un par de días que no le vemos. Puede que haya ido a su cabaña. —Miró a su mujer, diciéndole—: ¿No crees, cariño?
—Él le llama cabaña —dijo Judy, asintiendo—, pero realmente es una segunda residencia. Es preciosa.
Su marido prosiguió:
—Tiene todo tipo de cosas de alta tecnología, allí.
Warrick miró a Gris, pero el supervisor estaba totalmente concentrado en la pareja.
Brass se acercó a Grissom, se presentó a sí mismo y le contó a la pareja que iba a tomar algunas notas; ellos estuvieron conformes.
—Parece que hayan estado allí —dijo Grissom, refiriéndose a la cabaña.
—Sí, una vez —dijo Gary—. Nos invitó porque Jude es fotógrafa y David lo encontró interesante; dijo que él era aficionado a la cámara. Nos contó que había algunos pájaros del desierto y roedores allí, por si Jude estuviera interesada en hacer algunas fotografías.
—Fue poco tiempo después de que se mudara —dijo Judy—. Pero no le debió gustar algo de lo que dijimos.
Grissom frunció el ceño mostrando interés.
—¿Por qué lo dice?
La mujer se encogió de hombros.
—Bueno, no nos ha vuelto a invitar.
—Estuve observando su equipo de vídeo —dijo Gary—. Cuando intenté hablar con él del tema, se quedó con la boca cerrada y dijo que no era gran cosa. Casi toda la gente que tiene una afición, ya sabe, si realmente le gusta, no para de hablar de ello. Yo mismo, ¡intente hacerme dejar de hablar de los Dodgers!
Grissom sonrió.
—He sido fan de los Dodgers toda mi vida... y entiendo lo que intenta decirme.
Warrick y Sara se intercambiaron las miradas; que Grissom conectara con un ser humano era algo que siempre valía la pena presenciar.
Grissom les preguntó:
—¿Podrían decirme dónde está la cabaña de David?
Judy negó con la cabeza.
—Soy fatal para orientarme. ¿Tú te acuerdas, Gary?
—Bueno, sólo estuvimos una vez —dijo su marido—, pero lo intentaré... si promete no arrestarme si me equivoco...
Brass anotó la ruta.
—Espero que David no tenga problemas —dijo Judy—. Es un buen vecino, muy silencioso.
—Sí —pensó Warrick—, el patrón de «bueno y normal» del asesino en serie que vive a tu lado parece que le va como anillo al dedo.
Pero entonces Gary Meyers la contradijo:
—Bueno, querida, ¿puedo serte sincero? Parece un poco ido, algo excéntrico. No de los que van en contra de la ley. ¿Pero ha hecho algo?
Brass dijo:
—Todavía no lo sabemos. Estamos siguiendo una pista.
—Debe ser una buena pista —dijo Gary—. Le han destrozado la puerta.
—Muchas gracias por su ayuda —dijo Grissom y le dedicó una sonrisa a su colega fan de los Dodgers y después les volvió la espalda.
Sintiéndose apartados, la pareja volvió hacia su casa, y los CSI y el detective se agruparon en la calle, entre los coches aparcados. Brass llamó por su móvil y solicitó un coche patrulla para que vigilara la residencia de Benson mientras él y los CSI se fueron de excursión al campo a buscar su cabaña.
Entonces Brass sugirió:
—Cojamos sólo un coche.
Warrick abrió la puerta del lado del conductor y dijo:
—Siempre hay sitio para uno más, capitán.
—¿Por qué no conduzco yo? —dijo Brass, tendiendo la mano esperando las llaves—. Soy el que tiene la ruta.
—Puedes hacerme de guía.
—Warrick, te he visto conducir.
Moviendo la cabeza, Warrick se sentó detrás con Sara.
Estaban en el extremo norte de la ciudad, y la cabaña de Benson estaba hacia el sur, y después hacia el oeste, por la Blue Diamond Road. Había que tomar algunas carreteras secundarias y llegar casi al límite del condado.
Después de detenerse en el juzgado para recoger una orden de registro, emprendieron el camino, que duró casi una hora; pero fue un tiempo bien empleado, haciendo llamadas telefónicas con los móviles.
Grissom habló con los archivos del condado y descubrió que Benson había comprado la casa y la cabaña casi al mismo tiempo. También le facilitaron la dirección exacta, que parecía coincidir con la ruta que le habían indicado los vecinos.
Warrick se inclinó desde atrás y le preguntó a Grissom:
—¿Por qué este tipo, de repente, tiene tanto dinero?
Grissom dijo:
—Mira lo que puedes averiguar, Sara.
Y Sara le pidió a un interno del turno de día que la ayudara a hurgar en los archivos de Benson para ver si habían olvidado algo. El interno le dijo que una tía de Benson había muerto y le había dejado una importante suma de dinero. Esto explicaba como, de repente, había pasado de ser un inquilino de un apartamento anodino a ser propietario de dos fincas.
Después de colgar, Warrick dijo:
—Nuestro hombre tiene vacaciones esta semana, y no tienen ni idea de dónde está.
—¿De vacaciones en su cabaña? —preguntó Sara.
—No lo sabían. Podría estar en las Bahamas o en Cleveland.
Con cara de pocos amigos, Brass dijo:
—O haberse dado a la fuga...
Grissom negó con la cabeza.
—No hay ninguna razón para pensar que él sepa que le vamos detrás, Jim.
Brass dio un volantazo hacia la izquierda y todos se inclinaron hacia un lado, cómicamente, y tomaron un desvío que a Warrick le pareció más un camino de cabras que una carretera. El Tahoe daba saltos y sacudidas y levantaba tal nube de polvo que se podía ver desde Arizona.
—Realmente, nos estamos acercando al sospechoso con gran sigilo, Jim —dijo Warrick, aún dolido por el comentario sobre sus habilidades al volante.
Brass sonrió por el retrovisor y dijo:
—Aún quedan unos tres kilómetros antes de que debamos preocuparnos por eso.
Grissom miró hacia atrás a Warrick:
—Considera esto como una prueba, Warrick, donde debes demostrar cómo te sientes cuando llevas un loco al volante.
Brass se giró hacia Grissom y le frunció el ceño. Obviamente, las palabras de Grissom le habían gustado menos que las de Warrick.
Pero ninguna crítica sobre su conducción evitó que el detective siguiera conduciendo igual, y los CSI siguieron saltando, botando y dándose empujones unas cuantas veces más antes de tomar otra polvorienta carretera, aún más precaria que la anterior. Después de girar, Brass tomó lo que parecía un cortafuego a una velocidad más moderada.
Ahora estaban recorriendo la falda de una montaña y, a pesar de lo que habían dicho los vecinos de Benson acerca de que la cabaña parecía más una segunda residencia, Warrick empezó a pensar que al final del viaje encontrarían una casucha abandonada, destartalada y hecha con remaches, comprada a algún ermitaño.
Cuando, finalmente, llegaron a la colina, pudieron ver en la distancia, por primera vez, la cabaña de Benson. La noción de Warrick sobre la choza se evaporó completamente y tuvo que admitir que la pareja de Roby Grey Way no había exagerado. La casa estaba situada sobre una pequeña colina al oeste y parecía un rancho. Era una gran casa de bajo puntal hecha de estuco, con un tejado de tejas típico de Las Vegas.
Grissom dijo:
—La mayoría de la gente tiene una cabaña para vivir sin comodidades, lejos de la civilización. ¿Por qué David Benson necesita dos casas, prácticamente iguales, separadas sólo por unos kilómetros?
Sara respondió:
—¿Debo contestarte?
Su supervisor prosiguió:
—No está cerca de ningún arroyo para poder pescar. No hay nada que ver en esta zona, solamente hay...
—¿Un aislamiento espléndido? —intervino Warrick.
Grissom asintió.
Sólo había una forma de llegar a la casa: un camino polvoriento. No importaba lo lento que fueras, seguro que Benson les vería venir. Sin embargo, Brass subió la colina lentamente, intentando levantar el mínimo de polvo, aunque si Benson estaba en casa, les descubriría, sin duda.
Aparcaron delante de la casa, en una pequeña zona de gravilla que se extendía desde el garaje. A un lado de la casa había un depósito de propano y, cerca de éste, un gran generador que estaba en marcha y que emitía una columna de gases de combustión que desaparecía en el cielo.
—Ya veo —dijo Grissom, casi a sí mismo—. Es una de esas personas obsesionadas con la supervivencia en caso de una catástrofe, por eso tiene una segunda casa, lejos del mundo...
Bajaron del coche y nadie hizo ni un movimiento para descargar el Tahoe. Brass desenfundó su pistola del cinto y les echó una mirada que todos entendieron, incluso Grissom y, sin dudarlo, los CSI sacaron sus armas.
Incluso, si David Benson no era el necrófilo homicida que buscaban, estaba claro que era un solitario metido en el negocio de la seguridad con todas las características de un obseso. Este tipo de individuos, cuando ven a la policía, a veces... reaccionan sobremanera, por lo que era mejor tomar precauciones.
Se dirigieron a la puerta, subiendo una escalinata de bloques de cemento. El detective iba delante, Warrick justo tras él, sintiendo las gotas de sudor bajando por su frente, y no era porque el coche no tuviera aire acondicionado.
Brass intentó fisgonear por las cortinas de la ventana frontal sin éxito; se giró y miró a Warrick, quien se encogió de hombros, dándole a entender que lo tenía que intentar.
Preparado en la puerta principal, con Grissom y Sara a los lados de la escalinata con las pistolas en mano, Brass hizo señales a Warrick para que rodeara la casa.
Warrick obedeció, la pistola le pesaba entre sus manos, pero le tranquilizaba llevarla mientras rodeaba toda la estructura. Aquí no había césped, y el desierto parecía crujir bajo sus pies como si fuera cristal roto; era una buena alarma de seguridad. Con su mano izquierda se secó el sudor de la cara, especialmente de los ojos, se secó la mano en la camisa y fue moviéndose sigilosamente. A su lado había tres ventanas, todas encortinadas, como la delantera.
En la parte de atrás, un espacio de unos seis metros de ancho se extendía hasta donde la colina, llena de matojos, subía abruptamente. La fachada trasera tenía más ventanas, cuatro para ser exacto, dos a cada lado de una puerta de tela metálica; todas encortinadas como las demás.
Detrás de la tela metálica, la puerta trasera era de acero, con una mirilla, pero sin ventana.
Warrick aporreó muy fuerte el borde de la tela metálica, pero nadie respondió. Parecía que estaba cerrado.
En la parte más alejada de la casa, el CSI vio tres pequeños arbustos con las hojas marrones y marchitas... y Warrick se dio cuenta de que encontradota sabía de dónde habían salido las hojas aplastadas que había en la alfombra en que habían envuelto a Candace Lewis.
No sabía cuánto tiempo estarían Brass y los otros en la parte delantera, pero pensó que si Benson estaba dentro y Brass conseguía ir tras él, éste sería el lugar por el que intentaría salir... por lo que Warrick decidió que debía quedarse allí.
Con los nervios a flor de piel, Warrick imaginó que podía sentir cada molécula de la brisa rozando su piel. La pistola ahora le parecía más pesada que tranquilizadora, y el impulso de bajar los brazos le asedió, pero luchó contra su instinto y mantuvo la pistola en alto, apuntando hacia el cielo.
Si él apuntaba el arma sería con un único propósito.
Warrick tomó una posición en uno de los lados, preparado para lo que fuera que saliera por la puerta. Apoyó su espalda en el estuco; su camisa estaba chorreando y la humedad se le pegó a la espalda. Las irregularidades de la pared se le clavaban y le recordaban que estaba vivo. Una buena posición...
No podía hacer nada más que esperar.
Entonces su teléfono móvil sonó y no pudo evitar un sobresalto; por suerte, no había nadie alrededor que le hubiera visto. Sacó el teléfono de la funda y estuvo a punto de apagarlo cuando vio que la llamada procedía de Brass.
—¿Qué?
—Creemos que no está aquí —dijo Brass sin preámbulos.
—Podría estar escondido en una madriguera —le recordó Warrick, algo histérico, al detective—, esperando para saltar y decir «Uuuh».
—¿Hay algún coche, algún tipo de vehículo, en la parte trasera?
Warrick echó un vistazo y se sintió tonto de no haberlo observado antes: no había ningún coche delante ni detrás, y estaban en medio de la nada, es decir...
Benson no estaba.
—No, no hay ningún vehículo —dijo Warrick.
—Vuelve —comentó Brass, con voz aparentemente tranquila—. Vamos a encargarnos de la puerta, tú y yo, mientras los CSI empiezan a hacer sus maravillas. Llevaré el Tahoe a la parte trasera, suponiendo que haya sitio...
—Todo el que quieras —dijo Warrick, mirando el espacio vacío.
Warrick dio la vuelta al edificio y encontró a Brass en la parte trasera del Tahoe. Cogieron el ariete y lo llevaron hasta la escalinata de entrada, para hacer lo mismo que con la otra casa. Esta puerta parecía más segura, y necesitó un segundo golpe para hacerla saltar por los aires. Sus jambas también quedaron hechas añicos, a pesar de las medidas anticatástrofe.
Después de dejar el ariete apoyado en la pared de la casa, Brass le dijo a Grissom y a Sara que se quedaran allí vigilando, por si Benson volvía.
Brass entró primero en la casa y Warrick tras él, ambos con las pistolas en alto. Warrick sostenía una linterna en la mano izquierda y el arma en la derecha, moviendo ambos brazos como las aspas de un ventilador.
La panorámica ventana encortinada no dejaba entrar demasiada luz en la estancia, pero los rayos del sol penetraban por la puerta rota, auxiliando a la linterna y creando sombras danzantes. Se creó un cierto efecto estroboscópico y a Warrick le costó acostumbrarse; durante unos instantes no fue capaz de reconocer los objetos habituales.
La habitación tenía aire acondicionado y hacía frío. Esto explicaba por que el generador estaba funcionando sin que hubiera nadie, aparentemente, en casa. Warrick recordó que el doctor Robbins le había dicho que el cuerpo de Candace Lewis se había conservado durante un cierto tiempo y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Brass encendió la luz y apareció una sala de estar de dimensiones medias, austera y desordenada. En el centro de la sala se encontraba el único mobiliario: un diván y una pequeña mesa redonda, con un posavasos y un mando a distancia. Enfrente de la mesa había una gran pantalla de televisión apoyada contra la pared más alejada. La sensación de desorden procedía de la pared de la derecha, atiborrada de estanterías. En las superiores había más chismes electrónicos que en un almacén de electrónica, varios VCR, reproductores y grabadores de DVD, reproductores de CD, varias cámaras y algunas cosas más. En los estantes más bajos había alineadas cientos de cintas de vídeo, todas variedades caseras, con etiquetas blancas y el título escrito en negro.
Incluso desde el otro lado de la habitación, Warrick pudo ver una hilera de cintas con el título CARAMELO, volumen uno, dos, tres, y más y más...
Warrick se estremeció y observó las demás paredes vacías, ni cuadros, ni fotos, ni siquiera un póster.
Brass y Warrick se intercambiaron miradas levantando las cejas, y el detective lideró el avance hacia una arcada que daba acceso al comedor. Cada uno pasó por un lado de una mesa de madera rayada que parecía de segunda mano y dos sillas de madera con el respaldo articulado. La silla del lado de Warrick tenía marcas blancas de fricción en el respaldo. ¿Podía esto indicar que Candace estuvo sentada aquí, esposada, mientras su anfitrión le daba de comer durante su cautiverio?
Después del comedor estaba la cocina, pero Warrick no fue más allá sin antes inspeccionar un recibidor situado a su izquierda. Brass le indicó que él se dirigía a la cocina y Warrick asintió, dirigiéndose al recibidor. Brass le confirmó la acción devolviéndole el saludo.
Warrick había dado unos cuantos pasos por el estrecho corredor cuando Brass susurró tras él:
—La cocina también está limpia.
Las dos primeras habitaciones del pasillo estaban una enfrente de la otra.
Como antes, Brass fue hacia la de la derecha y Warrick a la de la izquierda. La habitación de Warrick tenía las paredes en blanco liso y parecía que las habían pintado hacía poco, porque, al entrar, notó un fuerte olor de pintura reciente. Aunque probablemente se había pensado como una habitación, Benson la había convertido en una especie de oficina. Estaba desprovisto de muebles, excepto una silla giratoria delante de una pantalla de televisión colocada sobre un pequeño pupitre. Un cable salía de detrás de la pantalla y subía, hasta que se empotraba en la pared y desaparecía. Lo que parecía un armario tenía las puertas cerradas con un candado.
De nuevo, Warrick sintió a Brass tras él.
—El baño —dijo el detective, en voz baja—, limpio.
—Nosotros deberemos juzgar esto —dijo Warrick.
—Quiero decir vacío —dijo el detective.
Se intercambiaron unas sonrisas, lo que hizo que Warrick, por lo menos, se sintiera menos tenso; se dirigió hacia la puerta con candado.
Pero Brass le tocó la manga.
—Esto lo haremos después. Primero debemos comprobar que la casa está limpia.
—De acuerdo.
Brass se puso en cabeza hacia otra habitación situada a la derecha. En ella no había ninguna cama; de nuevo parecía un despacho: una silla, un monitor con el cable trepando por la pared y un armario con candado. Sin embargo, ésta no olía a pintura fresca.
La tercera habitación, situada al final del pasillo, era la única que lo parecía: había una cama con un cubrecama de color crema, otra estantería con películas caseras y un TV/VCR encima de un tocador. La puerta del armario no estaba cerrada y, cuando Warrick la abrió, sólo encontró ropa, en apariencia de hombre, nada extravagante. La cama era de matrimonio, pero la ordenada habitación tenía menos personalidad que un motel de una estrella; de nuevo las paredes estaban vacías. Las únicas imágenes que se veían en esta casa procedían de las pantallas de televisión.
—Encantadora —dijo Warrick.
—Realmente la casa de mis sueños —dijo Brass desde el recibidor.
—¿Has inspeccionado el garaje?
—Sí, está limpio. Toda la maldita casa está limpia. —Brass enfundó su pistola y Warrick hizo lo mismo—. Vamos a avisar a tu gente para que empiece antes de que vuelva Benson. No quiero que el Príncipe Encantador vea el Tahoe detrás de la casa y se nos escape.
Warrick, Sara y Grissom descargaron sus equipos y se dirigieron al interior de la casa, mientras Brass aparcaba el Tahoe fuera de la vista. El detective descendió del coche y bajó la colina hasta encontrar un sitio donde quedarse, fuera de la vista, entre los matorrales, vigilando por si volvía el sospechoso. Brass y los CSI se comunicarían mediante los móviles, si era necesario.
En el comedor, Sara, llevando todavía en la mano su equipo, se quedó mirando la pared llena de cintas. Señaló con el dedo la hilera marcada con el nombre CARAMELO.
—No me harás ver esto... —dijo Sara.
Grissom levantó las cejas.
—No creo que sean clásicos de Marlon Brandon o Peter Sellers. Voy a la habitación de Benson. Sara, a la cocina.
—¿El lugar de toda mujer? —dijo ella, con ironía.
—No en esta casa —dijo Warrick, algo sombrío—. Empezaré con la habitación-despacho número uno.
La pequeña habitación olía a antiséptico, no era sólo pintura fresca, sino una mezcla olfativa de pintura de látex y desinfectante. Warrick cogió una herramienta vandálica: una barra de cromo con surcos para tener un buen agarre, con un extremo en forma de pico de pato para forzar ventanas, junto con una palanca para romper cerraduras y pestillos, y en el otro extremo tenía una pinza para cerraduras y pasadores. La herramienta pesaba unos seis kilos y era perfecta para destrozar el candado de la puerta de un armario...
Warrick puso la barra de arriba abajo, colocó la pinza detrás del pasador y lo rompió; el candado quedó colgando de la jamba.
Lentamente, la puerta del armario se abrió chirriando, como si le saludara.
Warrick iluminó el interior del armario con su linterna, como si esperara que le saltara encima el Guardián de la Cripta. El armario parecía que se había limpiado y pintado recientemente con el mismo blanco liso de las paredes.
El CSI dejó la herramienta en el suelo y de su maleta sacó uno de sus nuevos juguetes, la lámpara del crimen.
En calidad de préstamo de los fabricantes, Mason Vactron, la lámpara del crimen era una fuente de luz alternativa compacta, sin cables ni enchufes. Tenía la misma medida de una linterna normal, pero llevaba una lámpara con una vida de 50.000 horas.
Avanzó hacia el armario y encendió la lámpara del crimen. Las paredes pintadas de blanco aparecieron llenas de grandes manchas negras, con muchas salpicaduras pequeñas alrededor del pomo...
...Sangre.
Benson había limpiado el armario y lo había pintado, pero no había podido ocultar la sangre de Candace a la luz de la lámpara del crimen. Si a Warrick le quedaba alguna pequeña duda sobre si Benson era su hombre, ésta se había desvanecido bajo la luz de la verdad.
Con su Mag-Lite, Warrick iluminó la esquina superior del armario, y pudo ver una pequeña cámara de cabeza de serpiente, que era el extremo del cable negro que salía del monitor de la habitación. «Macabro hijo de perra...», pensó.
Warrick esperó unos instantes hasta que se serenó y dejó que se calmaran sus instintos poco profesionales sobre lo que le haría a este tipo; entonces volvió al trabajo.
En la habitación-oficina número dos, Warrick de nuevo reventó el candado del armario con su herramienta. En el armario encontró una alfombra enrollada, apoyada en la pared negra. Se llevó un enorme susto, pues pensó que encontraría otro cuerpo, pero cuando estiró la alfombra, vio que no había nada dentro.
Pero esta prueba era importante, ya que Warrick estaba casi seguro de que el roto que tenía la alfombra en uno de sus extremos se correspondería con el trozo de prueba que tenían. Tomó una fotografía de la alfombra e iluminó el armario con la lámpara del crimen; no había signos de sangre. Utilizó el spray luminol, pero también dio negativo.
Echó un vistazo por toda la habitación, con el monitor y su pequeña cámara serpiente enfocada al segundo armario. Warrick no pudo evitar pensar: «¿Había preparado Benson esta estancia para una nueva víctima?».
Pero sus pensamientos se desvanecieron cuando un fuerte estruendo procedente del exterior requirió toda su atención...
...¡Era un disparo!
Warrick ya estaba en la puerta de entrada cuando llegó Grissom tras él, y Sara salió del comedor procedente de la cocina preguntando:
—¿Ha sido un disparo?... Era un disparo.
Entonces oyeron dos disparos más y Warrick se precipitó fuera cuando ya empezaba a atardecer. A la luz del crepúsculo, por el sinuoso camino pudo ver un coche que se aproximaba a la casa, un Corola azul marino,... el de Benson... pero el vehículo había volcado hacia un lado ¡con los neumáticos reventados!
La puerta del conductor se abrió y salió una figura delgada; era Benson, que llevaba una camisa azul, unos vaqueros negros y calzado deportivo. Salió huyendo del coche hacia un ángulo entre el vehículo y la casa. Brass empezó a correr desde los matorrales donde había estado de vigía, gritándole a Benson que se detuviera.
Warrick salió tras el sospechoso fugado. Sabía que podía utilizar su pistola y herirle, pero Benson iba desarmado, además era un blanco en movimiento y no estaba seguro de poder darle.
Brass, mientras tanto, había llegado al coche y se protegió detrás del lado del pasajero, pero Warrick no imaginó que fuera capaz de alcanzar a Benson desde aquella distancia.
Probablemente, Benson conocía muy bien los alrededores como para eludirlos, al menos durante unas horas, ya que era una zona agreste y salvaje. Pero no podían dejar que se les escapara.
Estos pensamientos pasaron por la cabeza de Warrick Brown mientras corría hacia el sospechoso. Durante la carrera se había torcido un tobillo, pero Warrick sólo pensaba en atrapar a ese bastardo. Sus brazos y sus piernas se agitaban, y rápidamente acortó distancias.
Cuando les separaban unos setenta metros, Benson pareció disminuir la marcha, respirando con dificultad y Warrick se le acercó, cincuenta metros, cuarenta, treinta, veinte, y después diez...
... Pudo oír cómo Benson jadeaba mientras corría. Cuando les separaban cinco metros, Benson zigzagueó, pero Warrick ya lo esperaba y atrapó a su presa en tres pasos más.
Warrick se lanzó sobre él, agarró a Benson por su delgada cintura y los dos cayeron al suelo y rodaron, sobre piedras, matorrales y zarzas punzantes. Las gafas del asesino salieron volando y cayeron entre la maleza, dejando al descubierto unos enormes ojos de animal asustado.
Por un momento Warrick le tenía, pero Benson era una criatura retorciéndose, luchando por su libertad y sacudiéndose frenéticamente por su vida. Por pura suerte, propinó a Warrick un fuerte codazo en la sien derecha, y éste cayó redondo.
Estuvo inconsciente unos instantes y después el CSI se giró y, tan pronto como le tuvo enfrente, Benson se puso a horcajadas encima de él y, de repente, como si se hubiese materializado de la nada, en su mano apareció un cuchillo. Benson mantenía el brazo en alto, a punto para clavar el cuchillo en el pecho de Warrick.
El CSI estaba inmovilizado y no podía coger su arma. Cuando el cuchillo inició su movimiento mortal, Warrick Brown se dio cuenta de que no podía hacer nada, que aquello era el fin: acabaría con su cuerpo yaciendo en el desierto a manos de un loco con un cuchillo.
Fueron dos segundos muy largos, en los que esperaba que toda su vida se le apareciera ante los ojos, pero, en vez de eso, le salpicaron unas gotas escarlatas que procedían de una mancha roja que había en medio del corazón de Benson.
La boca del asesino se abrió abierta, sorprendido, y sus ojos miraron hacia Warrick, como pidiendo perdón.
—¡Diablos, no! —gritó Warrick, y pudo empujar con facilidad a la débil figura sentada encima de él. Benson cayó pesadamente sobre la arena, con los ojos desorbitados, pero sin vida.
Warrick se incorporó, respirando con dificultad, apoyándose en sus rodillas, sorprendido de estar vivo. Miró a Benson en el suelo, con el puñal todavía en la mano.
Brass llegó corriendo, apuntando con la pistola al sospechoso; aunque era obvio que Benson estaba muerto, Brass le dio una patada al cuchillo y lo envió lejos de sus dedos sin fuerza. Como Warrick, el detective respiraba con dificultad.
—Le disparaste —dijo Warrick.
—¿Te importa?
Warrick se apoyó en el hombro de Brass.
—Tú... no eres un mal tipo, capitán.
—Tengo mis días. ¿Estás bien?
—Sí, muy bien... ¿Y tú?
Brass se encogió de hombros y miró despectivamente el cuerpo.
—Fantástico. No esperes que su muerte me quite el sueño.
Warrick revisó el cuerpo; sí, era un cuerpo, David Benson estaba muerto.
Se levantó, pasó una mano por su pelo y le preguntó al capitán:
—¿Qué diablos ocurrió?
—El hijo de perra nos vio —dijo Brass—. Iba a dar la vuelta y escapar —hizo un gesto con la nueve milímetros—. Pero, sin neumáticos, no era tan fácil.
—¡Eh! —Grissom estaba junto al coche de Benson y les llamaba—. ¡Venid aquí!
Brass y Warrick se apresuraron a reunirse con Grissom junto al Corolla volcado. Sara se acercó desde la casa.
—¿Te importaría venir a ver lo que hay en el maletero, Jim?
Brass se acercó para acceder a la petición de Grissom.
Los tres CSI miraron dentro del maletero y vieron una joven mujer aterrorizada con los ojos desorbitados. Tenía la boca tapada con cinta americana y las manos y los tobillos atados con bridas negras de nylon. Debía rondar los veinte años, era morena y menuda, con un aspecto semejante al de Candace Lewis.
Ayudaron a la mujer a salir del maletero, cortaron las bridas y le quitaron el trozo de cinta, guardándolo todo como prueba. Sara condujo a la histérica pero agradecida muchacha hacia el Tahoe, para hacerle una revisión física general y después interrogarla.
—La nueva novia —dijo Brass.
—Bonita —dijo Grissom, con los brazos cruzados.
—¿Cómo no?
Se giró hacia el detective con su mirada angelical y algo burlona.
—¿Cuántas veces encontramos un cuerpo en la escena del crimen... que aún respira?
Brass soltó una carcajada de bienestar.
Warrick Brown se quedó mirando a Sara, que estaba junto a la mujer que nunca sufriría el terrible destino de Candace Lewis y, dando sentido a cada una de sus palabras, dijo:
—Es magnífico, Gris. Es magnífico salvar a alguien, para variar.