Capítulo 33

 

#LaVidaEsUnaLocura

 

Pru estaba sentada en el tejado con Thor, mirando cómo bajaba la niebla, cuando se sintió observada por alguien.

—No voy a saltar, si es eso lo que te preocupa.

—Pues claro que no —Archer se colocó en su campo de visión y se agachó junto a ella—. Eres demasiado fuerte.

—¿Estás seguro? —un amago de sonrisa asomó a los labios de Pru.

—Completamente.

Al mirar a su amigo a los ojos, comprendió que estaba al corriente de todo.

—Para lo que me sirve —ella suspiró—. Debería habérselo contado desde el primer día, pero pensé que si lo sabía no me daría la más mínima oportunidad, y yo quería ayudarle.

—Finn no necesita ayuda.

—No me digas.

—Para Finn el mundo es blanco o negro —Archer sonrió—. Giants o Dodgers. Local o importado. Nosotros o ellos. Para mí, y también para ti, sospecho, no es tan sencillo. Es un tipo muy listo, fuerte, Pru. Se da cuenta de las cosas. Siempre lo hace, a su debido momento.

—Eres muy amable diciéndome esas cosas —Pru sacudió la cabeza, besó la de Thor y se levantó—, pero no lo hará. Y no espero que lo haga. Cometí un error, uno muy grande. Y a veces no se nos concede una segunda oportunidad.

—Pues tú deberías tenerla.

—Tiene razón —las palabras surgieron de la boca de Willa, que asomó la cabeza por la escalera de incendio y se unió a ellos—. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

—¿Dónde está Elle? —preguntó Archer.

—No podía subir por la escalera de incendios con los tacones y se niega a separarse de ellos. Sube por el ascensor.

El siguiente en aparecer fue Spence. Subió por la escalera de incendios, al igual que Willa, y sostuvo la mirada de Pru durante largo rato antes de asentir y colocarse en un rincón para dejar sitio a la persona que subía tras él.

Finn.

Saltó al tejado con facilidad y agilidad, dirigiéndose directamente a Pru sin echar ni una ojeada a sus mejores amigos.

Pru sintió que el corazón se le paraba. Todo se paró, incluyendo su capacidad para pensar. Dio un paso atrás. Necesitaba salir de allí. No estaba preparada para enfrentarse a él y fingir estar bien con el hecho de que ya no fueran pareja.

—Espera —Finn le tomó una mano—. No te vayas.

¡Por Dios, qué voz! Le había echado tanto de menos. Perdida, miró a los demás, que se habían apartado a un lado del tejado para que pudieran disfrutar de algo de intimidad.

—Tengo que irme —susurró ella.

—¿Me dejas decir algo primero? —preguntó Finn con calma—. Por favor…

Cuando ella asintió, Finn le apretó tiernamente la mano.

—Me dijiste que habías cometido un error y que querías explicármelo. Y yo no te dejé. Ese fue mi error, Pru. Me equivoqué. Todos cometemos errores, no solo tú. Y entiendo que no podemos fingir que los errores no sucedieron, pero a lo mejor podemos utilizarlos para compensar los del otro.

El corazón de Pru le golpeaba las costillas con fuerza, demasiado deprisa para que sus venas pudieran soportar el aumento del flujo sanguíneo.

—¿De qué hablas?

—Hablo de que te perdono, Pru. Y de que, en realidad, nunca hubo nada que perdonar. ¿Podrás perdonarme tú a mí?

El martillo pilón de su corazón se había transformado en una piedra que impedía el paso del aire.

—Es… —Pru sacudió la cabeza e intentó desesperadamente evitar que la esperanza se fugara con su sentido común—. No puede ser tan sencillo —susurró.

—¿Por qué no? —él le tomó la otra mano, aprovechándose de la incapacidad de Pru para moverse, la atrajo hacia sí le tomó el rostro entre las manos—. En nuestra última noche juntos dijiste algo mientras yo me estaba quedando dormido —la mirada de Finn se suavizó—. Lo dijiste, pero yo sentí el pánico que emanaba de ti, de modo que hice como si no lo hubiera oído. Al menos eso fue lo que me dije a mí mismo. Pero lo cierto es que me comporté como un cobarde.

Pru tuvo que cerrar los ojos ante las tiernas caricias que recibía con las callosas manos. Tenía ganas de llorar.

—Te amo, Pru —susurró él con firmeza.

Ella abrió los ojos de golpe, y todo el aire abandonó sus pulmones. No se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba oír esas palabras, pero…

—El amor no lo soluciona todo —contestó con voz entrecortada—. En una relación hay normas y expectativas. Y también cosas que no puedes cambiar. Lo que yo hice fue una de esas cosas.

—La vida no se rige por normas o expectativas —Finn sacudió la cabeza—. Es un impredecible lío. Y da la casualidad de que el amor se parece mucho a la vida, no sigue normas ni expectativas.

—Sí, pero…

—¿Lo dijiste en serio? —preguntó él—. ¿Tú me amas, Pru?

Ella lo miró y tragó nerviosamente, pero su corazón siguió en el mismo sitio, atascado en su garganta, con la creciente esperanza de que no hubiera tenido éxito en su intento de echarse atrás.

—Sí —susurró al fin—. Te amo, pero…

—Pero nada —le interrumpió Finn con un destello en la mirada, un destello de alivio, de afecto. De amor—. Nada de eso importa comparado con el hecho de que conseguí que la mujer más increíble que haya conocido jamás se enamorara de mí.

—No estoy segura de que te estés tomando en serio mis preocupaciones —Pru sacudió la cabeza lentamente.

—Al contrario —le explicó él—. Os tomo a ti y a tus preocupaciones muy en serio. Lo que hiciste fue intentar llevar algo bueno a la vida de dos tipos a los que ni siquiera conocías. Aparcaste a un lado tu propia felicidad, por la sensación de culpa que tenías, cuando lo cierto era que no tenías ningún motivo para sentirte culpable. Tú también perdiste aquel día, Pru. Perdiste más que los demás. Y no hubo nadie allí para ayudarte. Nadie para intentar mejorar tu vida.

—No hagas eso —la garganta de Pru se cerró definitivamente. Así, sin más—. No podemos volver.

—Pues entonces no volvamos, sigamos hacia delante —Finn le tomó una mano y la apretó con ternura—. Me equivoqué al marcharme, me equivoqué jodidamente, Pru. Lo que teníamos era estupendo y siento haberte hecho dudar de ello.

Con los ojos aún cerrados, ella sacudió la cabeza, temiendo albergar esperanzas. Temiendo respirar. Finn se llevó las manos entrelazadas de ambos hasta su corazón para que ella pudiera sentir el fuerte y rítmico latido, como si intentara que su confianza se traspasara a ella a través del contacto.

Y ella se lo permitió, y absorbió también su calor, apreciando sus palabras más de lo que era capaz de expresar. No se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba oírle decir que no la culpaba, que no tenía motivos para sentirse culpable… como si hubiera barrido todos los pedazos rotos para luego volverlos a pegar, recomponiéndola de nuevo.

—Finn…

—¿Eres capaz de vivir sin mí? —preguntó él.

—¿Qué? —Pru abrió los ojos de golpe.

—Es una pregunta sencilla —contestó Finn—. ¿Eres capaz de vivir sin mí?

Ella contempló al resto del grupo. Elle ya había llegado y, aunque estuvieran al otro lado del tejado, no hacían ningún intento de disimular el hecho de que estaban pendientes de cada palabra que pronunciaban.

—Pru —la animó él con calma.

Pru lo miró a los ojos de nuevo mientras se mordisqueaba el labio.

—¿No vas a decir nada? —insistió Finn—. Me parece justo. Hablaré yo primero. No me siento capaz de vivir sin ti. Demonios, si ni siquiera soy capaz de respirar cuando pienso que no formes parte de mi vida.

—¿No puedes?

—No —él volvió a apretarle la mano con ternura—. Mi vida es bastante sencilla, siempre ha sido así. Tengo a estos idiotas metomentodos —señaló a sus amigos.

—¡Hola! —saludó Spence.

—Tiene razón —apuntó Willa—. Y ahora, calla, creo que llegamos a la mejor parte.

Finn sacudió la cabeza y devolvió su atención a Pru.

—Pensé que eran todo lo que necesitaba, y me sentía afortunado por tenerlos. Pero entonces llegaste a mi vida y, de repente, tuve algo que no sabía que echaba de menos. ¿Y sabes qué es?

Pru sacudió la cabeza.

—Tú, Pru. Y quiero que vuelvas. Quiero estar contigo. Quiero que seas mía, porque yo soy completamente tuyo. Lo he sido desde el día que llegaste a mi vida y te convertiste en mi hada de la felicidad. Y no puedes decirme que es demasiado pronto para una relación porque la llevamos manteniendo desde el instante en que nos conocimos. Estamos juntos, tenemos que estar juntos. Como la mantequilla de cacahuete y la mermelada. Como las patatas fritas y el kétchup. Como las fresas y la nata.

—Como las tetas y la cerveza —sugirió Spence.

Archer rodeó el cuello de su amigo con un brazo y le tapó la boca con una mano.

—No —sentenció Pru.

—¿Qué? —Finn la miraba fijamente.

—Las tetas y la cerveza no van juntas —le explicó—. Pero también no, yo tampoco puedo vivir sin ti.

Finn seguía mirándola fijamente, los ojos oscuros y serios, y tan cargados de emoción que ella no sabía cómo asimilarlo todo. Y, de repente, le dedicó una de las sonrisas más hermosas que ella hubiera visto jamás. Le tomó una mano, se la llevó a la boca y le besó suavemente los dedos antes de abrazarla con fuerza.

—¿Estás preparada para esto? —la voz ronca le indicaba lo importante que era para él. Lo importante que era ella.

—¿Para ti? —susurró Pru contra su barbilla—. Eso siempre.