Capítulo 32

 

#LlevadmeAnteVuestroLíder

 

Cuando Finn al fin consiguió acercarse al pub aquella noche, se quedó en medio del local, bañado por la música. Sus amigos y clientes estaban todos allí, divirtiéndose, riendo, bailando, bebiendo…

El negocio era todo un éxito, mucho mayor del que podría haber soñado jamás. Nunca se había parado a considerarlo realmente, pero en esos momentos sí se daba cuenta de que el corazón le había sido arrancado del pecho por una hermosa y dinámica mujer con unos ojos que lo succionaban y lo mantenían paralizado, una dulce y traviesa sonrisa que lo había transportado a lugares en los que nunca había estado. Y sin mencionar cómo se había sentido en sus brazos.

Como Superman.

Y la había abandonado. Bruscamente. Cruelmente. ¿Su crimen? Intentar asegurarse de que estuviera bien tras sufrir una tragedia de la que ella no era culpable en absoluto.

Odiándose a sí mismo, se quedó parado en medio del bar. No estaba de humor. Necesitaba pensar, decidir qué hacer para aliviar el dolor en el pecho y la certeza de que había abandonado lo mejor que le hubiera sucedido jamás.

Pero todo el grupo estaba allí, agitando las manos hacia él. Preparándose para la inquisición, se dirigió hacia ellos.

—Hay rumores de que has sido un imbécil —lo saludó Archer.

—¿Cómo demonios has sabido…? —Finn lo fulminó con la mirada.

—Las chicas y yo estuvimos en casa de Pru —le explicó Willa.

—¿Está bien?

—Parece que acabaran de arrancarle el corazón —su amiga lo miró a los ojos—. Es evidente que ha estado llorando.

Mierda.

—Pasara lo que pasara —Elle le apretó la mano—, no fue solo culpa tuya. A fin de cuentas eres un ser humano portador de un pene. Estáis programados para ser gilipollas.

—Siéntate —Spence le acercó una banqueta y le sirvió una cerveza de la jarra.

—Llevas gafas —Finn lo miró detenidamente.

—¿Te gustan? —Haley sonrió orgullosa—. Se las elegí yo.

—No es verdad —intervino Spence—. Lo hice yo.

—Estuviste tan impaciente como siempre —Haley le dio una palmadita como si se tratara de un cachorro—, y elegiste el primer modelo del expositor. Te llevó menos de dos segundos. Esperé hasta que te hubieras marchado y las dejé en su sitio antes de elegirte unas mejores y que te favorecían más.

—A mí me gustaban más las otras —Spence se quitó las gafas y las contempló.

—¿De verdad? —preguntó Haley—. ¿Y de qué color eran?

—Color de gafas —contestó Spence.

—¡Hombres! —su amiga se volvió hacia Willa y Elle que asintieron al unísono.

—Por eso sigues soltero —observó Archer.

—Tú también lo estás —protestó el otro hombre.

—Pero porque quiero.

—Habíamos venido para meternos con Finn no conmigo. Ciñámonos a ese plan.

—Eso es —Archer se volvió hacia Finn—. Cuéntanos cómo la cagaste para que podamos sacarle punta y reírnos.

—Y después solucionarlo —añadió Willa mirando con severidad a los otros mientras daba una palmadita en la banqueta vacía—. Vamos, no seas tímido. Cuéntanoslo todo.

—Sí —Elle asintió—. Quiero saberlo todo, porque esa chica ¿sabes qué, Finn?, no es solo tuya, ya es nuestra también.

—No es mía —puntualizó Finn.

Todos lo miraron boquiabiertos.

—¿Tiene esto algo que ver con el deseo que pidió para ti a esa maldita fuente? —Elle entornó los ojos—. Lo sabías, ¿verdad?

—¿Pidió un deseo para mí? —Finn parpadeó perplejo.

—¿Alguna vez has oído hablar de la discreción? —preguntó Archer a Elle—. ¿Siquiera una vez?

—De acuerdo, él no lo sabía —la aludida se encogió de hombros—. Denúnciame —le dedicó una mirada asesina a Archer—. Lo dices como si tú fueras un experto en discreciones.

—¿Exactamente qué es lo que no sabía? —Finn se negaba a permitirles que se fueran por la tangente—. O alguien empieza a hablar claro, o juro por Dios…

—Le pidió a la fuente un amor verdadero para ti —le interrumpió Willa—. Nunca entendí por qué lo pedía para ti y no para ella. Seguramente porque ella es así, hasta la médula.

—He estado un millón de veces cerca de esa fuente —Spence contuvo la respiración—. Y jamás se me ocurrió pedir un deseo para otra persona. Eso es…

—Generosidad —interrumpió de nuevo Willa—. Pura generosidad. Y, por cierto, a ninguno de nosotros se nos habría ocurrido tampoco. Spence no es el único cerdo insensible.

—Gracias, Willa —contestó Spence secamente.

—¿Y bien? —ella contempló expectante a Finn—. ¿Qué pasó?

Un tremendo nudo se apretó en su pecho. Finn agarró el vaso de cerveza de Spence y lo apuró de un trago, aunque no sirvió de nada.

—Sírvete tú mismo —murmuró su amigo.

Todos aguardaban expectantes.

—No puedo —él sacudió la cabeza—. Es… privado. Lo que pasó entre nosotros quedará entre nosotros.

—Oye, esto no es Las Vegas —protestó Spence, ganándose una palmada de Elle en la espalda.

—¿La quieres? —preguntó Willa.

La pregunta hizo que el nudo se apretara dolorosamente un poco más.

—Ese no es el problema. Ella… me ocultó algo.

—Eso huele mal —opinó Archer que, como bien sabía Finn, conocía el poder de los secretos y la capacidad que tenían para destrozar vidas.

—No —Elle miró furiosa a Archer—. No te pongas tan ciegamente en contra de ella. Puede que tenga sus motivos. Y que sean buenos —añadió con severidad.

Y eso era algo que Elle sabía de sobra. Ella también tenía secretos. Secretos que se guardaba para ella misma.

Archer miró a la joven a los ojos y algo se transmitió entre ambos. La discusión había subido un poco de tono, pero Willa, siempre pacificadora, intervino.

—¿La amas? —repitió con firmeza.

En la mente de Finn se agolparon las imágenes de Pru entrando empapada en el pub, pero sin perder la sonrisa. Pru arrastrándolo a un partido de softball. Pru consolándolo tras la pelea con Sean. Pru abrazada a una foto de sus padres fallecidos y sonriendo ante su recuerdo. Ella había llevado una especie de equilibrio a su vida, un equilibrio que necesitaba desesperadamente. Daba igual que estuviera a los mandos de un enorme barco, a cargo de la seguridad de cientos de personas, o sumergiéndose en una ola para salvar a su perro. Nunca dejaba de hacerle sentirse… vivo.

Bastaba con una de sus sonrisas para alegrarle el día. Y el sonido de su risa le producía el mismo efecto. Por no hablar de la sensación de tenerla bajo su cuerpo, abrazada a él cuando se hundía tan profundamente dentro de ella que no se imaginaba poder disfrutar de semejante intimidad con cualquier otra mujer…

—Sí —contestó casi en un susurro. No le hizo falta alzar la voz porque sus amigos esperaban su respuesta en un tenso silencio—. La amo.

—¿Se lo has dicho? —preguntó Willa.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque… —«eso es, genio, ¿por qué no?—. ¿Y a cuántas personas se lo has dicho tú?

—Muy buen intento poniéndote a la defensiva —intervino Elle sin demasiado entusiasmo.

—Lo entiendo cuando juegas un partido o presumes ante los chicos y necesitas una polla kilométrica —continuó Willa—. Pero se trata de Pru.

—¿Una polla kilométrica? —Spence sonrió.

Willa agitó una mano hacia él y se dirigió de nuevo a Finn.

—Sea lo que sea que te haya ocultado, tú has hecho lo mismo, Finn. Siempre lo haces, incluso con nosotros. Siempre te contienes. ¿Crees que ella no se habrá dado cuenta? Pru es sincera, y dura como una roca, pero perdió a su familia —añadió, sin saber que acababa de tocar el tema que había provocado su ruptura—. Los perdió cuando solo contaba dieciocho años, y se quedó sola en el mundo. Y tú, mejor que nadie, Finn, sabes cómo puede cambiar eso a una persona. Hace que resulte muy difícil salir ahí fuera. Y sin embargo eso es precisamente lo que hace cada día y sin una queja.

«Te amo». Ella le había susurrado las palabras mientras él se adormilaba aquella última noche, y él se había convencido de que había sido un sueño. Pero sabía la verdad. Siempre lo había sabido.

Esa mujer tenía más valor del que él había tenido jamás.

—Supongo que discutisteis —supuso Elle—. ¿Y luego qué? ¿Se marchó?

—¿Y la dejaste irse? —preguntó Willa incrédula—. ¡Oh, Finn!

—Aún puedes arreglarlo —lo animó Haley—. Dile que estabas equivocado.

Archer, los ojos clavados en Finn, cubrió la mano de Haley con la suya para que se callara.

—Tengo la sensación de que lo hemos entendido al revés.

—¡Oh! —exclamó Willa, taladrando a Finn con la mirada—. Fuiste tú el que se marchó.

Finn asintió. Se había marchado él. Y Pru se lo había permitido sin discutir.

Tampoco le había dado muchas oportunidades con su «no quiero volver a verte». Willa tenía razón. Había estado blandiendo su polla kilométrica, que le convertía en el gilipollas kilométrico.

—No lo entiendo —Willa parecía sinceramente defraudada.

—Lo sé —Finn sacudió la cabeza—, pero no os voy a contar nada más —quizás hubiera abandonado a Pru, pero no iba a permitir que sus amigos hicieran lo mismo. Ella se merecía su amistad. Se merecía mucho más que eso, pero seguía muy enfadado y… mierda. Seguía herido. Se apartó de la mesa—. Tengo que irme.

Le hubiera gustado estar solo, pero Sean lo siguió hasta el despacho.

—¿Qué es lo que no me estás contando? —preguntó—. ¿Qué hay que pueda ser tan malo?

Finn sacudió la cabeza.

—Cuéntamelo —insistió su hermano—. Para que pueda decirte que eres un idiota y así puedas ir a hacer lo correcto.

—¿Y qué te hace pensar que esto se pueda arreglar? —Finn lo miró fijamente.

—Tú me enseñaste que el amor y la familia se encuentran donde y con quien tú quieras —Sean se encogió de hombros—. Y, a pesar del poco tiempo transcurrido, Pru se ha convertido en tu familia y en tu amor.

La certeza de que era así se clavó en Finn como un cuchillo.

—Sean, sus padres iban en el coche que mató a papá. Su padre era el conductor borracho.

—¿Estás de coña? —Sean lo miró perplejo.

—No podría haberme inventado algo así aunque lo hubiese intentado.

—¡Qué mierda! —su hermano se dejó caer en el sofá.

—Sí. Pero escucha una cosa. Esto permanecerá entre estas cuatro paredes. ¿De acuerdo?

—La estás protegiendo —Sean levantó la cabeza y taladró a Finn con la mirada.

—Es que no quiero hacerle daño —contestó él. Al menos no más del que ya le había hecho…

—No, la estás protegiendo —insistió su hermano—. Del mismo modo en que, apuesto, ella intentaba protegerte cuando no te dijo quién era.

—¿De qué hablas? —Finn sacudió la cabeza.

—De que tú eres el imbécil, no ella —Sean también sacudió la cabeza—. Escucha, tengo que volver ahí fuera. Uno de los dos tiene que mantener la cabeza sobre los hombros y, créeme, soy el más sorprendido de que ese alguien sea yo —se detuvo ante la puerta y se volvió—. Escucha, entiendo que estés demasiado implicado para verlo con claridad, pero te lo dice alguien que perdió tanto como tú en ese accidente… no perdimos una mierda comparado con lo que perdió ella. Pru no se merece esto, de ti no. Ni de nadie.

Sean salió del despacho, dejando a Finn solo. Se sentó tras el escritorio y revolvió unos cuantos papeles durante media hora, pero no sirvió de nada. Él no servía de nada. Acababa de decidir que lo dejaba cuando Archer entró como una exhalación.

—¿Alguna vez has oído hablar de llamar a la puerta?

Su amigo se acercó al escritorio con las manos apoyadas en las caderas.

—¿Qué pasa? —preguntó Finn.

—Voy a decirte una cosa —le explicó Archer—. Y no quiero que me sacudas un puñetazo. Estoy cabreado y no me importaría pelear, pero no quiero hacerlo contigo.

—¿Qué has hecho? —preguntó él con expresión de agotamiento. «¡Mierda!».

—Algo que en una ocasión te prometí que nunca haría —Archer hizo una mueca.

Finn contempló fijamente a su mejor y más viejo amigo antes de volverse hacia el escritorio y servir un par de tragos de whisky.

Archer alzó su vaso, brindó con Finn y ambos apuraron sus bebidas de un trago.

—La investigué.

Archer manejaba programas que rivalizaban con los sistemas informáticos del gobierno. Cuando él decía que había investigado a alguien significaba que se había metido dentro de ese alguien. Dentro y fuera. Boca arriba y boca abajo. Cuando Archer investigaba a alguien, acababa sabiendo a qué edad tuvieron su primera caries, qué opinaba de ellos la profesora de gimnasia del instituto, cuánto habían ganado sus padres bajo cuerda cuatro décadas antes.

Archer no se tomaba su poder a la ligera. Poseía un elevado código moral que no siempre coincidía con el del resto del mundo, pero nunca, al menos no que Finn supiera, había husmeado en el pasado de sus amigos, ni irrumpido en su intimidad.

Sí había investigado, no obstante, al último novio de Willa, pero por un buen motivo.

—¿Cuándo? —preguntó Finn.

—¿No deberías preguntar «qué»? —Archer lo miró sorprendido—. Por ejemplo, ¿qué descubrí?

—Sabes quién es.

—Sí —su amigo asintió—. ¿Y tú?

—¿Por qué demonios crees que me encuentro aquí, solo?

—Puede que haya algunas cosas que no sepas.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo que, desde el accidente, ha dedicado su vida a intentar arreglar la vida de todos los afectados. Que, anónimamente y a través de un abogado, entregó hasta el último centavo del seguro a las víctimas de ese accidente, incluyéndoos a Sean y a ti. No solo no se quedó nada, vendió la casa en la que creció y también usó ese dinero para ayudar. No se guardó nada, al contrario, dedicó los años que siguieron a asegurarse de que todos salieran adelante, al precio que fuera. Les ayudó a encontrar empleos, a seguir estudiando, a encontrar una casa, todo lo que pudieran necesitar.

Finn asintió.

—¿Lo sabías? —preguntó Archer incrédulo—. Entonces, ¿qué pasó? Ella se sinceró y…

—Y yo me enfadé porque me había mentido.

—Querrás decir que había omitido cosas. Porque no decirte algo no es mentir.

Finn soltó un juramento, aunque no tenía muy claro si era porque estaba enfadado, o porque Archer tenía razón.

—Fue más que eso. Tuvo muchas oportunidades para contármelo. Si no cuando nos conocimos, desde luego sí después de haber…

—Se me ocurre que tendría sus motivos —sugirió su amigo—. Además, no ha pasado tanto tiempo. ¿Cuánto? ¿Tres semanas? A lo mejor estaba buscando la mejor manera de decirlo.

Finn sacudió la cabeza.

—Escucha, no la estoy disculpando —continuó Archer—. Debería habértelo dicho. Ambos lo sabemos. Pero también sabemos que nunca resulta fácil hacerlo. Pru tenía muchas cosas en contra, Finn. Para empezar está sola. Y es la persona con mayor complejo de culpabilidad que he conocido jamás.

—Pues no debería sentirse culpable —tras soltar otro juramento, Finn se mesó los cabellos—. El accidente no fue culpa suya.

—No —el otro hombre asintió—. No lo fue. De modo que espero sinceramente que no le hicieras pensar que sí lo fue, por mucho que te pisoteara el ego.

—Eso es una estupidez. Esto no tiene nada que ver con mi ego.

—Pues entonces tu estúpido orgullo —insistió Archer—. No olvides que yo estaba contigo el día que tu padre murió. Sé cómo te cambió la vida. Y soy consciente de que estamos hablando de un alma, y no me gusta hablar mal de los muertos, pero tú y yo sabemos la verdad. Tu vida, y la de Sean, cambiaron para mejor en cuanto tu padre estuvo muerto y enterrado.

Finn echó la cabeza hacia atrás y contempló el techo.

—¿Sabes qué creo yo que sucedió?

—No —contestó Finn con evidente agotamiento—, pero apuesto a que me lo vas a explicar.

Archer sonrió y, fiel a su carácter, se sinceró por completo.

—Creo que te enamoraste perdidamente, y después te asustaste. Necesitabas una vía de escape y ella te la proporcionó. En realidad te la entregó en bandeja de plata. Bueno, pues felicidades, amigo, has conseguido lo que buscabas.

Ante el silencio de Finn, Archer sacudió la cabeza y se dirigió hacia la puerta.

—Espero que lo disfrutes.

Finn permaneció inmóvil, consumiéndose en su propio jugo, frustrado, ahogado por el mal humor y los remordimientos. ¿Disfrutarlo? No se imaginaba capaz de disfrutar de nada el resto de su vida. Miró a su alrededor. En el pasado, ese lugar había sido su hogar fuera del hogar.

Pero esa sensación se había trasladado al apartamento de Pru, dos plantas más arriba.

Y sus emociones también se habían trasladado al mismo lugar. Emociones sobre el softball, los dardos, el senderismo y largas conversaciones sobre lo que esperaban y soñaban, a menudo seguidas por el mejor sexo del que hubiera disfrutado jamás.

No se había dado cuenta de lo lejos que había ido su relación. Ni hasta qué punto se había permitido perderse en Pru.

Pero lo estaba. Completamente perdido en ella, y perdido sin ella.

No lo había visto llegar. Había supuesto que seguirían con esa vida. Juntos. Le había resultado tan sencillo que se le había colado a hurtadillas.

Y se había enamorado. Perdidamente.

Esa parte no le sorprendía. La sorpresa le correspondía al hecho de que, a pesar de lo que Pru le hubiera hecho, seguía enamorado de ella.

Y, sospechaba, siempre lo estaría.