Capítulo 24
#Póntelo
Pru no tenía ni idea de cómo lo hacía Elle, pero, para cuando salieron a la calle, había un coche esperándolas.
—A la pizzería Lefty’s —le indicó al conductor.
—Creía que estabas a dieta —observó Haley, subiéndose al coche.
—Hay días en que comes ensaladas y acudes al gimnasio —puntualizó Elle—, y otros en que comes pizza y te vistes con pantalones de yoga. A eso se le llama «equilibrio».
—Yo siempre como pizza y llevo pantalones de yoga —anunció Willa antes de dar un respingo—. ¿Me convierte eso en una desequilibrada?
—No, en realidad te convierte en una chica más lista que yo —Elle sonrió tímidamente.
—O puede que simplemente haya abandonado la esperanza de encontrar a un hombre —Willa suspiró.
—Es que hasta ahora solo has salido con ranas —insistió su amiga.
—Una manera muy amable de decir que tengo un imán para los perdedores. Y tampoco fui capaz de deshacerme de la última rana. Aún le debo una a Archer por intervenir y fingir ser mi novio para que se marchara.
—No se marchó por eso —le explicó Elle—. Se marchó porque Archer amenazó con castrarlo si volvía a ponerse en contacto contigo.
—¿Eso hizo? —Willa se quedó boquiabierta—. Me preguntaba cómo había podido resultarle tan fácil.
—Tú también puedes hacer que parezca fácil —añadió Elle—. La próxima vez que quieras deshacerte de un tipo, dile «te quiero, quiero casarme contigo, y tener hijos enseguida». Corren tan rápido que dejan huellas de derrapes en el asfalto.
—Lo tendré en cuenta —la otra mujer bufó.
Treinta minutos después estaban sentadas en un reservado, habían vaciado una botella de vino y la siguiente estaba ya a punto de caer. La enorme pizza casi había desaparecido. A Pru le dolía el estómago, pero eso no le había impedido comer como la que más.
—¿Alguna ha estado en esa tienda de libros usados que ha abierto calle abajo? —Willa sacó un libro del bolso.
—Yo me descargo los libros directamente al móvil —les explicó Elle—. Así puedo leer mientras finjo estar atendiendo en alguna reunión.
—¿A tu jefe no le importa? —preguntó Pru.
—Mi jefe lo sabe todo —contestó ella—. Y una de las cosas que sabe es que, si yo hago lo mío, él puede hacer lo suyo.
Seguramente tenía sentido.
—Además, yo sé dónde oculta los cadáveres —añadió.
Seguramente bromeaba.
—Pues a mí me gusta la sensación de tener un libro en las manos —insistió Willa mientras miraba a Pru.
—A mí me van las dos cosas —contestó Pru, sonrojándose cuando todas se echaron a reír—. Ya sabéis a lo que me refiero.
—Lo sé —Willa le pasó el libro—. Por eso te he comprado este.
Al leer el título, Pru casi se atragantó con un pedazo de pizza. Willa tuvo que darle varias palmadas en la espalda mientras ella se tomaba una copa de vino para intentar calmar su ardiente garganta. Pero no funcionó.
—¿Orgasmos en solitario? —consiguió leer en voz alta.
Willa asintió.
—Eh… ¿Gracias?
—Te lo compré después de que nos dijeras que hacía tiempo que no habías salido con nadie, pero antes de saber lo del montacargas, por lo que…
—O sea que todo el mundo sabe lo del montacargas —Pru suspiró.
—Un poco —contestó Haley—. Lo que no conocemos son los detalles.
Elle señaló a Pru con un dedo.
—Tú. Finn. Adelante.
—Es… una larga historia.
—Me encantan las historias largas —contestó Willa.
Elle se limitó a enarcar una ceja. No le gustaba tener que esperar.
—Más vale que empieces a hablar —la animó Haley—. Al final siempre se sale con la suya. Lo mejor es ceder enseguida. Además, estoy cansada —la afirmación fue acompañada de un enorme bostezo.
—Quizás deberíamos aplazarlo para otro día —Pru se frotó el estómago. Empezaba a encontrarse realmente mal—. Cuando no me haya comido mi peso en pizza.
Elle no interrumpió el contacto visual. No movió un músculo, ni siquiera para pestañear.
—Muy bien —Pru suspiró—. Puede que haya sucedido algo entre Finn y yo, pero no volverá a pasar.
—Entonces sí te acostaste con él —Willa sonrió.
—Eso es, en pasado —contestó ella, cautiva aún de la mirada de Elle—. Aunque ojalá no lo hubiera hecho. ¿De dónde has sacado ese superpoder? —exigió saber—. Lo necesito.
—Te lo contaría, pero… —Elle sonrió.
—Pero entonces tendría que matarte —concluyó Willa la frase con una carcajada—. Me encanta cuando dices eso.
—Salvo que nunca me dejas terminar la frase —señaló Elle.
—De verdad que no me encuentro bien —el estómago de Pru dio un salto mortal.
—Porque te estás guardando la información sobre tu nuevo mejor amigo —insistió Willa.
—Me gustas para Finn —opinó Elle—. Hace mucho que no elige a nadie. Me alegra que seas tú.
—¡No, no! Esa es la cuestión —protestó Pru—. No soy yo. Quiero decir que fue estupendo. Él es estupendo. Y cuando estuve con él, me sentí… —cerró los ojos, la mente inundada de recuerdos—. Realmente estupendo.
Todavía oía la voz gutural, sexy, susurrándole al oído lo que le iba a hacer, y el cuerpo aún más sexy haciéndolo, llevándola a lugares a los que hacía tanto que no iba que casi había olvidado cómo era estar en brazos de un hombre y perderse.
—Entonces, ¿por qué ha terminado? —preguntó Haley—. ¿Te das cuenta de lo difícil que es encontrar a alguien «realmente estupendo»? Hace tanto que no estoy con nadie «realmente estupendo», que no sé si sería capaz de reconocerlo.
—Lo reconocerás —le aseguró Elle mientras miraba a Pru, esperando una respuesta.
Pero Pru no respondió. No podía. Porque odiaba la respuesta.
—Es… complicado.
—Cielo —continuó Elle con sorprendente dulzura y nostalgia—. Las mejores cosas siempre lo son —hizo una pausa—. Serías estupenda para él.
Ella no solía decir cosas como esa si no hablaba en serio, de modo que Pru se sintió de inmediato invadida por una gran calidez. Aunque no fuera cierto. Pero ella no era buena para Finn. Y, cuando averiguara la verdad sobre ella y quién era, se convertiría en muy mala para él.
—No ha salido con nadie desde Mellie —recordó Willa con gesto pensativo—. Y resultó ser…
—Willa… —le advirtió Elle.
—Lo siento —se disculpó ella, aunque no parecía que lo sintiera en absoluto—. Pero la odio por lo que le hizo. A él y a Sean.
—Eso fue hace mucho tiempo —sentenció Elle.
—Un año. A Finn le gustaba esa chica, mucho. Y le hizo daño —continuó Willa—. Y tú también la odiaste por ello, admítelo.
—Me hubiera gustado matarla —Elle asintió y habló en un tono totalmente impersonal, como si estuviera hablando del tiempo.
—Y eso lo cambió —insistió la otra mujer mientras se volvía hacia Pru—. Mellie tuvo esa elegante tienda de ropa aquí, en el edificio, antes de venderla. Era salvaje, divertida y sociable, y era buena para Finn. Al principio. Hasta…
—Willa —Elle la miró con severidad—. Estás cotilleando. Te va a matar.
—Solo si tú te chivas —contestó Willa—. Pru necesita saber a qué se enfrenta.
—¿A qué me enfrento? —susurró ella sin poder evitarlo. Necesitaba saberlo.
—Una noche, Mellie y Sean bebieron. Y… —la mujer hizo una mueca de desagrado.
—¡No! —Pru contuvo el aliento—. ¿Se acostó con su hermano?
—Bueno, al parecer, cuando Finn los descubrió aún no habían llegado a la meta, pero sí lo bastante cerca.
—¿Finn los descubrió? —preguntó ella, horrorizada, intentando imaginárselo. No tenía hermanos, pero, en sus fantasías, de haber tenido una hermana, o hermano, siempre estarían de su parte. Siempre—. Qué horrible.
—Tuvieron una enorme bronca —Willa asintió—, pero eso es normal entre ellos. Sean había bebido muchísimo aquella noche, estaba realmente borracho. Y después, insistía una y otra vez que, de haber estado en sus cabales, nunca se le habría insinuado. Pero Mellie no estaba borracha. Sabía muy bien lo que hacía.
—Pero ¿por qué iba a hacerle algo así a Finn? —preguntó Pru.
—Porque ella buscaba un compromiso. Por aquel entonces, él aún estaba terminando la carrera de empresariales. Ella no soportaba que fuera a clase a primera hora de la mañana, luego estudiara y por último se encargara de la parte empresarial de O’Riley’s. Además, a menudo tenía que trabajar toda la noche en el pub. Cuando no se mataba a trabajar, estaba profundamente dormido. Se entregaba al cien por cien a todo lo que hacía, incluso a ella, pero no bastaba. Ella se sentía sola y aburrida, dos cosas que no soportaba.
—¿Crees que te dará las gracias por airear sus trapos sucios? —Elle taladró a Willa con una severa mirada.
—No, creo que me daría una paliza —contestó la aludida—, pero no lo va a saber. Estoy ayudando a nuestra amiga, explicándole algunas cosas sobre su hombre que él mismo, sin duda, no le va a contar.
—No es mi hombre —protestó Pru.
—No se lo va a contar —le insistió Willa a Elle, como si Pru no hubiese hablado—, porque cree que el pasado debe permanecer en el pasado.
—No es mi hombre —repitió Pru, sujetándose la tripa, que la estaba matando.
—Es que el pasado debería permanecer en el pasado —sentenció Elle. Su tono de voz indicaba que para ella era casi un mantra.
Willa cerró los ojos un instante y tomó la mano de Elle, compartiendo con ella un momento que Pru no entendió. Se conocían desde hacía tiempo, eso sí lo comprendía. Eran amigas íntimas, y era evidente que aún desconocía muchas cosas sobre ellas. Por ejemplo, qué había pasado en la vida de Elle para que pusiera tanto empeño en que el pasado permaneciera enterrado.
Pru no contaba con muchas personas en su vida. Y todo por culpa suya, pues no permitía la entrada a casi nadie. No hacía falta ser psiquiatra para imaginarse el motivo. Había perdido a sus padres siendo muy joven. Su único pariente vivo a menudo la confundía con un engendro diabólico. Mantenía contacto ocasional con algunas amistades del colegio, y tenía a sus compañeros de trabajo. Y a Jake.
Pero sería estupendo incorporar a Willa y a Elle.
Sintió un nuevo y doloroso calambre en el estómago, que ignoró cuando Willa le tomó una mano.
—¿Sabes por qué te estoy confiando esta información, Pru?
Incapaz de imaginarse el motivo, ella sacudió la cabeza.
—Porque ahora eres una de nosotros —contestó antes de mirar a Elle—. ¿Verdad?
Elle miró a Pru a los ojos, analizándola detenidamente durante largo rato antes de asentir despacio.
—¡No te lo pierdas! —Willa sonrió—. Puede que no lo sepas, pero no hay mucha gente que le guste a Elle.
La aludida soltó un bufido.
—Es que da miedo —intervino Haley antes de apurar lo que quedaba de vino.
—Pero si estoy aquí tan quietecita —protestó Elle mientras se contemplaba las uñas.
Que, por supuesto, eran perfectas.
Willa no parecía en absoluto asustada, y se limitó a sonreír.
—Pero hay una cosa de ella: nunca dice nada que no sienta de verdad. Y en cuanto te conviertes en su amiga, lo eres para siempre —hizo una pausa y miró a Elle.
Que se encogió de hombros.
Willa la taladró con la mirada.
—Amigas para siempre —Elle puso los ojos en blanco, aunque sonrió—. O hasta que me fastidies. Así que no me fastidies.
Pru se sintió invadida de una gran calidez y en su garganta se formó un nudo.
—Gracias —susurró.
—No te echarás a llorar, ¿verdad? —Elle entornó los ojos—. Durante las veladas de pizza no se llora.
—Es que se me ha metido algo en los ojos —Pru moqueó y se pasó una mano bajo los ojos.
—Escucha —la otra mujer suspiró y le ofreció un pañuelo—, sé que soy una hija de perra, pero Willa tiene razón, ahora eres una de nosotros. Y nosotros somos tuyos. Por eso te hemos confiado lo de Finn. Porque él también es uno de nosotros, y significa mucho para todos.
—No podéis confiarme lo de Finn —exclamó Pru—. Quiero decir que… —sacudió la cabeza—. Es que yo no soy… nosotros no somos pareja realmente.
—Qué graciosa —Willa le dio una palmadita en la mano—. Pero os he visto juntos.
Pru abrió la boca para quejarse, pero en ese momento llegó el postre que habían pedido, una galleta gigante cubierta de helado. Toda conversación cesó mientras se llenaban la boca.
Cuando Pru ya no pudo más, de repente lo sintió de nuevo. El estómago le dio otro vuelco, pero en esa ocasión una náusea ascendió por su garganta.
Oh, oh.
La buena noticia era que ya sabía cuál era el problema. La mala que estaba a punto de vomitar. Rebuscó en su mente qué había comido que le hubiera podido sentar mal y dio un respingo.
Sushi.
Lo cual significaba que Eddie seguramente también estaba malo.
—Tengo que irme —anunció bruscamente.
La última vez que se había intoxicado con pescado, había permanecido sentada en el cuarto de baño durante dos días enteros.
Y para esa clase de cosas hacía falta intimidad, mucha intimidad. Poniéndose de pie sobre unas piernas algo flojas, sacó dinero del bolso y lo dejó sobre la mesa.
—Lo siento… —llevándose una mano al estómago, sacudió la cabeza—. Después.
Optó por tomar un taxi, pero el atasco y las continuas frenadas y arrancadas casi la mataron. Se bajó una manzana antes y corrió todo lo deprisa que pudo. Al atravesar el patio de su edificio, miró de soslayo hacia el pub. «Por favor que no esté, por favor que no esté…».
Pero la suerte, el destino o el karma, quienquiera que estuviera a cargo de cosas como la humillación, debía haberse tomado un descanso porque las puertas del pub seguían abiertas. Finn estaba cerca de la entrada que daba al patio, charlando con algunos clientes. Y como un faro en la noche, se volvió hacia ella.
Pru no se paró, una mano sobre la boca, como si eso pudiera evitarle vomitar en público. De haber podido vender su alma al diablo para lograrlo, lo habría hecho.
Pero al parecer ni el mismísimo diablo tenía el poder suficiente para alterar su curso en la historia. Llegados a ese punto se estaba muriendo, atravesada por terribles punzadas de dolor que la hacían gemir a cada paso que daba. Intentar contener la cena le hacía sudar a chorros.
—Pru —llamó la insoportablemente familiar voz de Finn.
—Lo siento —consiguió contestar ella, sin detener el paso—. No puedo…
—Tenemos que hablar.
Esas eran, probablemente, las únicas tres palabras capaces de provocarle un ataque de pánico. ¿Hablar? ¿Quería hablar? Quizás cuando estuviera muerta. Y, a juzgar por las punzadas de dolor, no tardaría mucho. Aun así, y solo por si acaso, aceleró el paso.
—Pru.
A Pru le apetecía decir algo así como, «Escucha, estoy a punto de vomitar media pizza gigante, seguramente junto con los intestinos, y me gustas, me gustas tanto que si me ves vomitar media pizza gigante voy a tener que suicidarme».
Lo cual, seguramente, no sería necesario dado que estaba a punto de morir.
—Pru, párate —él le agarró una mano.
—No me encuentro bien —lo cierto era que cuanto más demorara lo inevitable, peor sería—. Tengo que irme.
—¿Qué te pasa? —la voz de Finn se volvió inmediatamente seria—. ¿Qué necesitas?
Lo que necesitaba era la intimidad de su cuarto de baño. Abrió la boca para decirlo, pero lo único que surgió de ella fue un miserable gemido.
—¿Necesitas un médico? —preguntó él.
Sí. Necesitaba un médico para que le practicara una lobotomía.
Con el cuerpo cubierto de sudor, corrió hacia el ascensor, rezando para que estuviera parado en la planta baja y que nadie más quisiera montar con ella.
Por supuesto, el ascensor no se encontraba en la planta baja.
Con otro miserable gemido, se dirigió a las escaleras, subiendo lo más deprisa que pudo con el estómago lanzándole bolas de fuego al cerebro y las piernas debilitadas por la necesidad de devolver.
Y, qué suerte tenía, Finn la seguía de cerca, justo a su lado.
Lo cual no hizo más que aumentar su sensación de pánico porque, sinceramente, estaba en plena cuenta atrás. Faltaban sesenta segundos y no habría nada capaz de contenerla.
—¡Estoy bien! —exclamó con voz débil—. Por favor, déjame sola.
Alargó una mano para empujarlo y disponer de un poco más de espacio en caso de no poder aguantar más.
Una posibilidad muy real.
Pero ese hombre, que tan en sintonía estaba con su cuerpo, al parecer aún no dominaba el arte de leerle la mente.
—No voy a dejarte sola estando así —insistió.
Ella volvió a empujarlo, sacando las fuerzas del puro pánico, porque estaba a punto de protagonizar su propio espectáculo de terror y no quería testigos.
—¡Tienes que irte! —puede que gritara mientras, por fin, llegaban a la tercera planta.
La señora Winslow asomó la cabeza por la puerta y miró a Pru con gesto de desaprobación.
—Puede que se vuelva a acostar contigo, pero dejará de hacerlo si sigues hablando así a tu hombre. Sobre todo después de empujarlo al interior del montacargas la otra noche.
¡Por el amor de Dios!
¿Cómo podían estar todos enterados?
Desde luego no sería ella quien lo preguntara.
No podía.
Deteniéndose ante su puerta, hundió la mano en el bolso en busca de las llaves, antes de dejarlo caer al suelo para arañar la puerta como si la estuvieran secuestrando y torturando.
Finn se agachó a sus pies para recoger el bolso y volver a meter todo lo que se había salido. En una mano tenía un tampón y en la otra el libro que le había regalado Willa, Orgasmos en solitario. Debería haber tenido un aspecto absolutamente ridículo. Pero el aspecto de Finn era absolutamente perfecto.
—Pru, ¿podrías explicarme qué te sucede?
—Creo que está sufriendo un ataque —sugirió la señora Winslow en un intento de ayudar—. Cielo, tienes aspecto de estar un poco estreñida. Te recomiendo echarte un buen pedo. A mí siempre me funciona.
Pru no sabía cómo explicarle que estaba a punto de soltar algo, pero que no sería tan limpio como un pedo. Por obra de algún milagro consiguió entrar en su casa. Para cuando se tambaleó hacia el baño, sin siquiera quitar la llave de la cerradura, y cerrando la puerta de golpe, sudaba copiosamente.
Apenas habían aterrizado las rodillas en el suelo cuando empezó a vomitar.
Desde lo que le pareció el otro extremo de un largo y estrecho túnel, a través de la espesa niebla de su cerebro y su propia desgracia, lo oyó.
—Pru —volvió a llamar él, la voz grave, cargada de preocupación.
Justo.
Al otro lado.
De la puerta.
Del cuarto de baño.
—Voy a entrar —le anunció.
Y ella no podía dejar de vomitar para gritarle que se largara. Que se salvara.