Capítulo 5

 

#¿HeSidoYo?

 

Unas horas después, Finn seguía sentado al escritorio cuando Sean regresó acalorado, sudoroso y sonriente. Se sirvió una soda helada y vacío el vaso de tres tragos.

—Hemos pateado unos cuantos culos —anunció.

—No me creo que hayas batido a Archer —observó Finn. Nadie batía a Archer en algo físico. Ese hombre era una máquina.

—No, pero fui segundo.

Annie, una de las tres camareras asomó la cabeza, a punto de iniciar su turno de noche.

—En mi puesto —saludó a ambos.

—Te sigo de cerca, cariño —contestó Sean mientras dejaba el vaso vacío sobre la mesa de Finn—. Como siempre.

Annie sonrió soñadora. Sean le guiñó un ojo y salió del despacho antes de que su hermano pudiera recordarle la política de no acostarse con los empleados. Jurando para sus adentros, tomó el iPad y los siguió. Tenía intención de hacer inventario, pero de inmediato fue requerido en un extremo de la barra.

Allí estaban algunos de sus mejores amigos, la mayoría conocidos desde hacía años.

Archer alzó la jarra de cerveza en un silencioso brindis. El expolicía trabajaba en la segunda planta del edificio donde dirigía una empresa de seguridad e investigación privada. Finn y él se conocían desde secundaria y habían ido juntos a la universidad. Archer estaba con él en el diminuto apartamento del colegio mayor la noche en que los policías llamaron a su puerta, no porque Finn hubiera cometido ninguna estupidez, sino porque su padre acababa de morir.

Junto a Archer se sentaba Willa. Endemoniadamente mandona, endemoniadamente entrometida y endemoniadamente leal, Willa le regalaría la camisa que llevaba puesta al primer extraño si Finn y Archer no la vigilaran como halcones.

Spencer también estaba allí. El ingeniero mecánico no era muy hablador, pero, cuando abría la boca, a menudo lo que salía de ella era tan profundo que el resto solo podía quedárselo mirando sorprendidos. Callado, aunque no especialmente tímido o introvertido, acababa de vender su negocio por una cantidad que no había revelado, y aún no había decidido su siguiente paso. Lo único que sabía Finn era que su amigo era claramente infeliz.

Dado que empujar a Spence era como intentar empujar un muro de hormigón de seis metros de ancho, todos habían decidido por unanimidad dejarlo estar de momento. Finn sabía que su amigo hablaría de ello cuando estuviera preparado, y no se le podía meter prisa. Parecía, si no miserable, al menos un poco mejor y en ese momento se dedicaba a robar a escondidas unas patatas fritas del cestito de Elle.

Elle era la nueva del grupo, pero había encajado muy bien, salvo con Archer. Finn no entendía qué pasaba, pero esos dos se evitaban deliberadamente siempre que podían. Todos, salvo Elle, vestían pantalones cortos y camiseta, y su aspecto era descuidado, sudoroso y muy sucio. Todos, salvo Elle que, evidentemente, no había participado en la excursión. A la joven no le gustaba ensuciarse, ni ir de excursión. Siempre vestida de forma seductora, llevaba un vestido tubo de color azul marino. Con total frialdad, le sacudió un manotazo a Spence.

Él sonrió a modo de disculpa, pero en cuanto Elle le volvió la espalda, le robó otra patata frita. Solo Spence podía hacer algo así sin morir en el intento.

También estaba Haley, facultativo en prácticas en la tienda de optometría de la planta baja del edificio. Sin embargo, la mirada de Finn se fue directamente a la última persona del grupo, tan polvorienta como los demás, salvo Elle.

Pru.

—¿Te han liado para subir a Twin Peaks? —preguntó.

La sonrisa que ella le devolvió era la de alguien muy orgulloso de sí mismo.

—¿Cuarta? —Finn le devolvió la sonrisa.

—Tercera —la sonrisa de Pru se hizo más amplia.

¡Vaya! Él se volvió hacia Spence, que se encogió de hombros.

—Mientras subíamos, calculé quién y qué iban a elegir todos —se excusó su amigo—. Solo necesitaba llegar cuarto por lo que no vi ningún motivo para matarme.

—Y todo eso lo calculaste mientras subíais —repitió Finn aún perplejo.

—En realidad ya le había dado vueltas en la cabeza antes de empezar.

—¿Recuerdas que me dijiste que te avisara cuando te comportaras como ese niñato al que nadie quiere como amigo? —Elle se volvió hacia Spence.

Spence sonrió y le robó otra patata.

—Tiene un aspecto de lo más delicado —intervino Willa mientras señalaba a Pru con el pulgar—. Estaba convencida de poder con ella —sacudió la cabeza—. Pero me dio una paliza.

—¿Haces mucho senderismo? —preguntó Finn a Pru.

—Últimamente no —ella se encogió de hombros y sorbió con una pajita lo que parecía un vaso de soda—. No he tenido tiempo —añadió casi con timidez—. Estoy baja de forma.

—No te creas ni una palabra —Archer soltó una carcajada—. Cuando está inspirada, esta chica sabe moverse, y, al parecer, se toma el Fantasy-fútbol muy en serio. Deberías haber visto esas largas piernas en acción.

Lo que Archer no sabía era que Finn ya había visto esas piernas en acción. En sus fantasías sexuales.

—¿Por qué no viniste? —preguntó Pru—. ¿No querías presumir de largas piernas?

—Esta chica me gusta —Archer casi se atragantó con la cerveza.

Finn no apartaba la mirada de Pru. Sus ojos brillaban divertidos. Tenía una mancha de polvo que le cruzaba la cara. Y otra más en el torso, concretamente sobre el pecho izquierdo.

—Tengo unas piernas estupendas —se defendió.

—Sí, claro.

—En serio. Decídselo —Finn se dirigió a todo el grupo.

—Las de Archer son mejores —Spence se encogió de hombros.

—Y que lo digas —Archer sonrió.

—A mí también me gusta esta chica —extrañamente, Elle le dedicó una sonrisa a Archer.

—Aquí no se trata de mis piernas —¡mierda!, estaba sonando a la defensiva.

—Quizás deberías demostrarlo —insistió Pru en tono inocente, provocando que Archer casi se ahogara de nuevo.

—¡Esto es como Navidad! —Willa saltó en el asiento dando palmaditas.

—Nos la quedamos, ¿verdad? —intervino Spence.

—Si una dama quisiera ver mis piernas —Sean les acercó otra jarra de cerveza—, yo se las enseñaría. Pero es solo una opinión.

«Gilipollas», pensó Finn.

La mirada expectante de Pru le arrancó una carcajada.

—¿Qué dices? ¿Aquí? —preguntó incrédulo.

—¿Por qué no? —asintió ella.

—Porque… —por Dios, ¿cómo había perdido el control de la conversación?—. No voy a bajarme los pantalones aquí —contestó con rigidez. Genial, acababa de quedar como un envarado.

—A lo mejor es que no se ha depilado —observó Willa—. Eso, desde luego, evitaría que yo me bajara los pantalones. Solo voy depilada de rodilla para abajo. Tengo los muslos tan peludos como el pecho de un leñador. Por eso llevo pantalones piratas y no cortos. Podéis darme las gracias por ello.

Elle asintió como si todo lo anterior tuviera un perfecto sentido.

—Vas a tener que demostrárselo a la dama —Archer añadió un poco más de leña al fuego—. Déjalos caer.

Otro gilipollas.

Willa sonrió y empezó a golpear rítmicamente la barra del bar con las manos mientras cantaba.

—Que se los baje, que se los baje…

Los demás se unieron al cántico. Todos sus amigos se habían vuelto gilipollas.

Pru se inclinó sobre la barra del bar y le hizo un gesto para que se acercara. Finn lo hizo, quedándose inmóvil cuando ella pegó la boca a su oreja.

—Soy la única que alcanza a ver lo que hay detrás de la barra —susurró.

A Finn le llevó unos segundos asimilar las palabras, pues lo único en lo que podía concentrarse era en la sensación de sus labios sobre la oreja. Cuando respiraba, el cálido aliento le acariciaba la piel y tuvo que recordarse que se encontraba en un bar abarrotado, rodeado por los idiotas de sus amigos.

Ella sonrió seductora.

—Eso no va a suceder —él soltó una carcajada.

Al menos allí, con público, no. Finn se preguntó si Pru seguiría jugando con él si estuvieran solos en su cama o, por si la cama estuviera demasiado lejos, en su despacho…

Los cabellos de Pru cayeron sobre el rostro de Finn, quedándose enganchado un mechón en la incipiente barba, pero no le importó. Aunque estuviera cubierta de polvo, esa mujer olía maravillosamente.

—Soy el hada de la felicidad, ¿recuerdas? —susurró ella de nuevo.

—Y podría ser que yo no llevara ropa interior —contestó él, también en un susurro, siendo gratificado por un respingo. La mirada de Pru se oscureció—. En cualquier caso —añadió—. No dejo caer los pantalones en la primera cita.

Ella se mordió el labio y deslizó la mirada por el cuerpo del barman, seguramente intentando imaginarse si había dicho en serio lo de la ropa interior.

De repente su móvil sonó y Pru sonrió mientras se apartaba para contestar.

—Esa es la mujer que tú necesitas —Sean se acercó a su hermano y le dio un codazo mientras ambos permanecían pendientes de ella.

—No —Finn sacudió la cabeza—. No lo es. Ya sabes que no salgo con mujeres de este edificio.

—Lo cual sería una norma estupenda si abandonaras el edificio alguna vez.

—Sí que lo abandono —para ir de su casa al trabajo y viceversa, pero daba igual. No le gustó la insinuación implícita de que su vida no era lo bastante buena.

—Gánate el sueldo —Elle puso su vaso bajo la nariz de Sean—, mozo.

—¿Qué desea tomar Su Alteza? —Sean puso los ojos en blanco, pero tomó el vaso—. Algo rosa y con una sombrillita, supongo.

—¿Tengo pinta de estudiante? —preguntó ella—. Tomaré un Martini.

Sean sonrió y se dispuso a complacerla.

Willa se acercó a Finn. Era una mujer pequeña, que apenas le llegaba a los hombros, pero cuando se irritaba era peor que una gata en celo. Y Finn sabía que no debía enfrentarse a ella, sobre todo cuando le dedicaba La Mirada. Sin embargo, en ese momento no estaba de humor.

—No —insistió, tajante.

—Ni siquiera sabes lo que voy a decirte.

—Vas a decirme que me comporto como un imbécil —contestó Finn—. Pero tengo una noticia para ti: soy un tío, y a veces los tíos nos comportamos como imbéciles. Tendrás que acostumbrarte a eso.

—No iba a decirte eso —la mujer hizo una pausa ante la mirada que recibió y suspiró—. De acuerdo, tienes razón. Pero es que te estás comportando como un imbécil.

—Qué sorpresa.

Willa apoyó una mano en el brazo de su amigo hasta que él suspiró y la miró de nuevo.

—Me preocupas —insistió con dulzura—. Te has encerrado en ti mismo. Ya sé que este negocio ha despegado y que estás muy ocupado, pero da la sensación de que Sean se divierte mientras tú… te limitas a permitírselo. ¿Y tú qué, Finn? ¿Cuándo será tu turno?

Él se volvió y miró a Sean ejerciendo su mágico carisma con un grupo de veinteañeras al otro extremo de la barra. Su hermano nunca había podido ser niño sin más. Lo menos que podía hacer era permitirle ser un chico de veintidós.

—Se lo merece.

—¿Y tú no? Trabajas como un loco y te limitas a cumplir con tus obligaciones.

—¿Te apetece comer algo? —cierto o no, a Finn no le apetecía oírlo.

—No, gracias —Willa suspiró. Había captado la indirecta, por eso Finn la adoraba—. Tengo que irme. Mañana tengo que madrugar para asistir a una boda. Tengo que preparar la tarta y arreglar las flores.

—¿Otra boda de perros? —él sonrió.

—Periquitos —la mujer soltó una carcajada. Todos sabían que ganaba más dinero organizando elaboradas bodas entre mascotas que con el servicio de peluquería y venta de artículos para animales.

Finn también soltó una carcajada y abrazó a su amiga. En cuanto se alejó, la mirada se dirigió automáticamente hacia Pru. La pandilla se había trasladado al fondo del local y ella los acompañaba. O bien jugarían al billar o a los dardos. Era noche de torneo. Anotó unos cuantos pedidos y se los pasó a Sean.

—Esto para Adicto al trabajo, Playboy y Forajido, a las cuatro, cinco y seis desde donde estás —al volverse se encontró con Pru mirándolo fijamente. Había regresado a la barra en busca de la bolsa de alitas de pollo sobrantes que había olvidado.

—¿Adicto al trabajo, Playboy y Forajido? —preguntó.

—Clientes —le explicó Sean.

—¿Todos tenemos motes?

—No —respondió Finn.

—Sí —le corrigió su hermano. El servicial bastardo señaló a unos cuantos—. Patoso, Felpudo, Manguera.

—¿Felpudo?

—Es un viejo amigo —Sean sonrió—, y acaba de casarse. ¿Ves por dónde voy?

—Me temo que sí —ella rio—. ¿Y Manguera?

—¿De verdad quieres que te lo explique?

Finn cubrió el rostro de su hermano con la mano y le propinó un empujón.

—¡Oye! Ha preguntado ella —protestó Sean.

—¿Y cuál es mi mote? —preguntó Pru.

Mierda. Aquello no presagiaba nada bueno.

—No todo el mundo tiene un mote aquí.

—Suéltalo, Abuelo —ella entornó los ojos.

Sean soltó un bufido.

—Bueno, debería ser Entrometida —hasta Finn rio.

—Sí, claro. Dime algo que no sepa. Vamos, ¿cómo me llamáis vosotros dos?

—Tu primer día en el edificio fuiste Margarita —le explicó Sean—. Porque llevabas un ramo de flores.

—Un regalo de mi jefe para la casa nueva —les aclaró Pru—. ¿Y qué pasó?

—Te vimos dar de comer a nuestro sintecho, y te lo cambiamos por Pringada.

—¡Eh! —protestó ella con los brazos en jarra—. Es un tipo agradable y tenía hambre.

—Tiene hambre porque fuma hierba —le explicó Finn—, y le provoca antojos. Y solo para que lo sepas, todos le damos comida. Tiene comida, Pru. Lo que pasa es que le gustan las chicas bonitas y que, además, sean unas pringadas.

Pru se sonrojó y soltó una carcajada.

—De modo que yo soy Pringada. ¿En serio?

—No —Sean sacudió la cabeza—. Ahora eres Problemas.

—¿No tienes clientes a los que atender? —Finn le dirigió una mirada asesina.

Su hermano soltó una carcajada y lo dejó con Pru.

—Tampoco causo tantos problemas —protestó ella.

—¿Estás segura? —la mirada de Finn se detuvo en los carnosos labios.

—Absolutamente —sin embargo, la sonrisa que le dedicó presagiaba todo lo contrario.

Y entonces Finn lo supo. Era él el que tenía problemas. Muchos problemas.

—¿Qué necesitas? —preguntó con voz ronca.

—Me enviaron a buscar un juego de dardos.

—¿Sabes jugar? —le preguntó mientras sacaba algo de un cajón.

—No, pero aprendo deprisa. Podré hacerlo.

—Esa es la actitud —Finn sintió formarse otra carcajada—. Dile a Spence que se lo tome con calma, lo suyo son los dardos. Y no apuestes contra Archer. Se crio en un bar, no podrás vencerle.

—Me dijo que nunca había jugado a los dardos —ella se mordió el labio.

—Mierda —exclamó él—. Ya te ha estafado, ¿a que sí?

—No hay problema —contestó ella—. Lo tengo.

Finn la vio marcharse, sacudió la cabeza y se puso a preparar bebidas. Sean estaba demasiado ocupado flirteando con Devorahombres en una de las mesas, aunque el mes pasado ya lo hubiera devorado y escupido.

Cuando por fin levantó la vista había pasado media hora y del fondo del local llegaba el sonido de cánticos.

—Blanco, blanco, blanco…

—Necesito dos mojitos —Finn silbó a Sean y se secó las manos antes de salir de detrás de la barra.

—Estoy ocupado —se quejó su hermano—. Estoy consiguiendo bastantes puntos aquí. ¿Adónde vas? ¡Eh!, no puedes abandonar tu puesto, tú… ¡maldita sea! —murmuró cuando vio que Finn no aflojaba el paso.

Se dirigía al fondo del local. Esperaba en serio que Archer no se estuviera aprovechando de Pru. Tenía una sonrisa tan dulce… y aunque había un toque travieso en ella, y poseía una innegable habilidad para mejorar la energía de una habitación, no tenía nada que hacer frente a sus amigos.

El grupo había aumentado, incluyendo a algunos colegas de Archer, todos antiguos militares o policías. Vio a Will y a Max, ambos unos virtuosos de los dardos, y de las mujeres.

«Mierda».

Pru estaba en la parte delantera, frente al primero de los tres tableros de dardos. Tenía los ojos vendados, un dardo en la mano y la lengua entre los dientes en un gesto de suprema concentración. Will la estaba haciendo girar.

¿Haciendo girar?

Finn no tuvo tiempo más que para pensar «¿qué demonios…?», antes de que Will la soltara y Pru lanzara el dardo.

Clavándolo en el pecho de Finn.