Capítulo 25

 

#UnMalDíaEnLaOficina

 

Pru sintió cómo una de las manos de Finn le sujetaba los cabellos hacia atrás, mientras la otra le agarraba el estómago. Estaba arrodillado detrás de ella, su atlético cuerpo sujetándola.

—Te tengo —le aseguró.

Nadie le había dicho algo así en su vida y a Pru le habría gustado deleitarse en esas palabras, quizás incluso obsesionarse un poco con ellas, pero su estómago tenía otra idea. De modo que cerró los ojos y fingió que estaba sola en una isla desierta con el Kindle completamente cargado. Quizás también con Netflix. Cada vez que disponía de unos segundos para respirar, se llevaba una temblorosa mano a la cabeza, que le latía endemoniadamente, como si tuviera un martillo hidráulico encendido en su interior, taladrando el poco cerebro que le quedaba.

Finn la rodeó con ambos brazos para impedir que se deslizara al suelo y la apoyó contra su cuerpo con suavidad.

—Lo siento —consiguió disculparse ella, horrorizada por haber vomitado delante del hombre más sexy con el que hubiera tenido el privilegio de acostarse, aunque fuera por accidente.

—Respira, Pru. Te pondrás bien.

—Por favor, déjame aquí para que me muera —gimió Pru con voz ronca en cuanto tuvo ocasión y mientras se soltaba—. Sal de aquí y finge que nunca sucedió. Jamás volveremos a hablar de ello.

Al fin renunció a aparentar una fortaleza que no tenía y se dejó caer como una muñeca de trapo al suelo del cuarto de baño. Le ardía el cuerpo y estaba cubierta de sudor. Incapaz de reunir la energía suficiente para tenerse erguida, apoyó la ardiente mejilla contra el frío azulejo y cerró los ojos.

Oyó el grifo del agua y apretó los ojos con más fuerza, pero solo consiguió sentirse más mareada. Un paño, deliciosamente fresco, le cubrió la frente. Pru abrió un ojo y vio a Finn.

—Maldita sea, nunca escuchas lo que te dicen.

—Siempre escucho, pero no siempre estoy de acuerdo.

Finn le frotó la espalda con movimientos circulares y a ella se le ocurrió que, si no dejaba de hacerlo, jamás volvería a moverse de allí.

—¿Por qué no te marchas?

Ante la falta de respuesta, Pru volvió a abrir un ojo. La seguía mirando con gesto de preocupación, pero no como si la viera a las puertas de la muerte. Pero, si no se estaba muriendo, eso significaba que iba a tener que vivir con ello, recordando que la había visto tirada en el suelo, con pinta de animal atropellado.

—¿Crees que podrías moverte? —preguntó él

—Negativo —no pensaba moverse. Jamás. Lo oyó hablar por teléfono, diciéndole a alguien que necesitaba algún líquido con electrolitos.

—Tampoco soy capaz de beber nada —le advirtió ella. El estómago se le revolvió solo de pensarlo.

Finn se levantó y, por fin, la dejó sola. Cuando regresó unos segundos después, Pru había vuelto a adorar al dios de la porcelana mientras se esforzaba por respirar.

—¿Mejor? —preguntó él cuando hubo terminado.

Pru no podía hablar. No podía hacer nada.

Él la apartó del retrete y la acomodó en su regazo, apoyando su cabeza contra el hombro y rodeándola con sus brazos.

—Intenta respirar hondo. Despacito.

Ella lo intentó, pero temblaba tan violentamente que temió romperse los dientes. Finn le retiró los sudados cabellos del rostro y le aplicó el paño frío a la nuca.

Era como estar en el paraíso.

A continuación abrió una botella de agua con electrolitos. Sabor a lima.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó ella.

—Willa. Las vende en la tienda. Se lo da a los perros cuando vomitan por los nervios.

—¿Le contaste a Willa que estaba devolviendo?

—Está en la cocina preparándote una sopa para que te tomes mañana, cuando te encuentres mejor. Elle le va a traer algunos ingredientes que le faltaban.

—No quiero que nadie me vea así —Pru gimoteó.

—¿Eres consciente de que a tus amigos les da exactamente igual el aspecto que tengas? —preguntó Finn—. Toma un sorbito, Pru.

Ella sacudió la cabeza. Se sentía incapaz de tragar nada.

—Solo un traguito. Confía en mí, te ayudará.

Confiaba en él. Pero sabía que, si bebía algo, el desastre iba a ser de enormes proporciones.

Finn la recolocó, utilizando el hombro para sujetarle la cabeza hacia delante. O tomaba un trago o se ahogaba.

Y tomó un trago.

—Buena chica —susurró él, permitiéndole apoyarse de nuevo contra su cuerpo.

Permanecieron sentados en silencio durante lo que le parecieron varios días. Lentamente, su estómago dejó de practicar saltos mortales hacia atrás.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Finn después de un rato.

Pru no tenía ni idea.

Al ver que no le respondía, él le retiró el paño de la nuca, lo dobló de nuevo y se lo apoyó contra la frente.

—¡Eddie! —exclamó ella con voz ronca—. Puede que también esté enfermo…

—Ya lo tengo controlado. Spence está con él, pero ese viejo tiene un estómago de hierro y no parece estar afectado.

Pru asintió con dificultad, los ojos aún cerrados. Debió quedarse dormida porque al abrirlos de nuevo la luz del baño había cambiado, como si hubiese pasado bastante tiempo.

Finn seguía sentado en el suelo con ella, pero se había quitado la camisa. Solo llevaba los vaqueros.

Claro. Ya se acordaba. Había vomitado un montón de veces más. Tenía las manos enroscadas alrededor del cuello de Finn, como si fuera un salvavidas.

Y lo era. Sin poder evitarlo, contempló el fuerte torso. Por muchas veces que viera esa tableta, siempre le despertaba deseos de darle un lametón.

Y la cosa no se quedaba ahí.

No. Quería lamerlo hasta el cuello y luego deslizar la lengua hacia abajo. Quería ponerse de rodillas, lentamente bajarle los pantalones y…

—¿Estás bien? —preguntó él—. Acabas de gemir.

Eh… sí. A lo mejor al final iba a sobrevivir. Apoyó la espalda contra la de él. Finn tenía los cabellos revueltos, una barba incipiente le cubría la mandíbula, pero seguía siendo muy sexy.

Y lo odiaba.

—Deberías marcharte —insistió, consciente de que tendría que trabajar, o dormir.

—Hace un par de horas que no vomitas —él sacudió la cabeza y le besó tiernamente la frente—. Toma un poco más de agua.

El estómago estaba mucho más tranquilo, pero la cabeza martilleaba como un tambor. Sentía claramente los latidos.

—Estás deshidratada —insistió Finn—. Necesitas beber para que se te quite la fiebre y el dolor de cabeza.

Demasiado dolorida para discutir, Pru asintió. Consiguió tomar unos pocos sorbos. De repente, su cuerpo se hizo con el mando y exigió más.

—Con cuidado —le advirtió él, apartándole la botella a medida que ella intentaba beber con más ansia—. Veamos primero qué tal te sienta.

—¿Thor?

—Está aquí, durmiendo sobre mi pie. ¿Lo quieres?

Sí. Pero se encontraba tan mal que sin duda no controlaría la fuerza con la que lo abrazaría. La última vez que había hecho algo así, el animalito se había asustado y la había mordido. De momento se conformaría solo con Finn. Estaba bastante segura de que él solo mordía cuando estaba desnudo. O en ocasiones muy especiales.

Pru se quedó dormida de nuevo apoyada sobre él y despertó mucho más tarde. En su cama. Willa la estaba ayudando a cambiarse.

—Ese hombre se ha desvivido por ti —murmuró mientras arropaba a Pru.

—Es la maldita fuente —Pru mantuvo los ojos cerrados, incluso cuando Willa se detuvo.

—¿Fuente? —preguntó.

De no estar a punto de fallecer, a lo mejor no le habría contestado.

—Pedí un deseo —le explicó—. Pedí un amor para Finn, pero la fuente lo entendió mal y me trajo el amor a mí en su lugar. Estúpida fuente. Él es el que se merece encontrar el amor.

—Cielo —susurró Willa—. Todos merecemos amor.

A Pru le hubiera gustado que fuera cierto. Por Dios, cómo le habría gustado…

—¿Y cómo sabes que la fuente no acertó? —insistió su amiga—. A lo mejor eres tú su amor verdadero.

Pru se quedó dormida con esa terrorífica idea en la cabeza.

 

 

—Tómate un poco de esto.

Era Elle, sentada al costado de Pru en la cama, ofreciéndole una taza.

—¿Qué es eso? —preguntó Pru.

—Solo un poco del mejor té del planeta. Pruébalo.

—No tengo sed…

—Pruébalo —insistió la otra mujer—. Estás casi translúcida. Necesitas líquido.

De modo que Pru tomó un sorbo.

—Y ahora —continuó Elle con calma—, ¿qué es eso que he oído sobre una fuente y un deseo mal entendido?

Pru se atragantó con el sorbo de té.

Elle puso los ojos en blanco, se inclinó hacia delante y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Willa te lo ha contado —ella suspiró.

—Sí. Es un encanto, pero incapaz de mantener un secreto. No pretende hacer ningún daño, te lo aseguro. No tiene un átomo de maldad en todo el cuerpo. Básicamente está preocupada por ti y pensó que yo podría meterte algo de sentido común, aunque fuera a golpes.

Pru parpadeó perpleja.

—Metafóricamente —continuó la otra mujer—. Además, quería pedirme prestadas unas monedas para formular un deseo, viendo lo bien que te había ido a ti.

—¡El deseo era para Finn!

—Sí, claro.

—¡Lo era!

—Bueno, pues entonces yo diría que has conseguido un dos por uno.