Capítulo 18
#TranspórtameScotty
Finn observó a Pru abrirse paso, cargando con la caja hacia el ascensor. A continuación se volvió hacia Jake.
Que, al igual que Thor, lo estaban mirando mirar a Pru.
—¿Qué está pasando aquí? —Jake enarcó las cejas, la viva imagen de la indiferencia.
—Poca cosa —contestó Finn.
—Tienes un brazo prodigioso —después de unos segundos, el otro hombre asintió—. La otra noche, en el partido, casi nos salvas el culo, y eso que hubiera sido imposible salvarnos.
—Jugué al béisbol en la universidad —él se encogió de hombros.
—¿Vas a seguir jugando con nosotros?
—Eso depende.
—¿De qué?
—De si este repentino interés en mi juego tiene algo que ver con la mujer que acaba de marcharse —contestó Finn.
—Más o menos en un noventa y nueve por ciento —Jake asintió.
Ese tipo, desde luego, era sincero.
—¿Por qué no me preguntas lo que quieres saber realmente? —sugirió Finn.
—No hay nada que quiera saber —contestó el otro hombre—. Lo que quiero es que sepas que, si le haces verter siquiera una sola lágrima, romperé cada hueso de tu cuerpo y luego le daré tus órganos a comer a las palomas. Es evidente que voy a tener que contratar a alguien para que lo haga, pero tengo buenos contactos, de modo que no creas que no lo haré.
—¿Te has olvidado de tomarte la medicación o algo así? —Finn lo miró perplejo.
—No.
—De acuerdo, entonces gracias por avisarme —Finn se volvió, dispuesto a marcharse.
—No pretendo joderte —Jake acompasó la silla a su paso.
—Eso también me alegra saberlo —Finn ladeó la cabeza—. Voy a jugármela y a adivinar que tú ya tuviste tu oportunidad con ella y la cagaste.
—¿Y por qué piensas eso?
—Porque acabas de amenazarme con la muerte y el descuartizamiento. Y la única razón para hacer algo así es que la hayas cagado de alguna manera.
Jake lo contempló detenidamente. Quizás estuviera confinado a una silla de ruedas, pero Finn tenía la sensación de que era muy capaz de defenderse.
—Puede que tengas algo de razón —reconoció el otro hombre a regañadientes.
—Podría decir algo ocurrente, como «nunca es tarde», o «todo tiene solución», porque lo cierto es que me gustas. Pero…
—Pero también te gusta ella —puntualizó Jake.
—Pero también me gusta ella —Finn asintió, no dispuesto a echarse atrás, sintiéndose un poco como Thor frente a sus galletas para perros—. Mucho más de lo que me gustas tú.
—No es buena idea —opinó Jake—. Tú y ella.
—Eso es algo que debemos decidir Pru y yo.
Thor saltó al suelo, se dirigió hacia Finn y levantó las patitas para que lo tomara en brazos, lo cual consiguió de inmediato.
—¡Qué demonios! —exclamó Jake—. ¿Le gustas a ese maldito perro?
Finn se limitó a encogerse de hombros y abrazó a Thor antes de depositarlo de nuevo en su regazo.
Jake murmuró algo que sonó a «se ha metido en más de lo que puede controlar», antes de girar la silla y marcharse.
—Sí —contestó Finn a sus espaldas.
—¿Sí qué?
—Sí, voy a seguir jugando en vuestro equipo. Pero quiero comprar jerséis nuevos.
—¿Por qué? —la silla de ruedas regresó.
«Porque haría feliz a Pru».
—¿Algún problema con ver SF TOURS escrito con grandes letras en las espaldas de los jugadores?
—En absoluto —Jake hizo una pausa—. Y supongo que también querrás ver O'RILEY'S, escrito en alguna parte.
—No estaría mal.
—El siguiente partido es mañana por la tarde —Jake asintió tras contemplar a Finn detenidamente una vez más. Parecía tener intención de marcharse, pero no lo hizo—. En cuanto a Pru y yo. Lo nuestro no funcionó por una razón muy sencilla.
—¿Cuál?
Jake miró hacia atrás para asegurarse de que Pru no estuviera cerca, lo cual, normalmente, habría hecho sonreír a Finn. Pero tenía demasiadas ganas de oír la respuesta a su pregunta.
—Cometí un error —el hombre hizo una mueca—. De acuerdo, más de un error, pero el único que necesitas conocer es que Pru es muy fuerte, resistente y lista, tanto que pensé que no necesitaba a nadie, y desde luego no a mí. Debió ser bastante evidente, porque me lo echó en cara. Dijo que ya no podíamos ser íntimos porque yo no estaba enamorado de ella y que ella tampoco de mí. Para mayor vergüenza mía, no me di cuenta del daño que le hice al mostrarme de acuerdo de inmediato, sin siquiera pararme a pensar en cómo le afectaba nuestra ruptura —hizo una pausa—. Pru no es capaz de mantener una relación casual. No puede. Su corazón es demasiado grande.
—¿Estás intentando espantarme?
—Sí —contestó Jake con franqueza—. Le hice daño —repitió de nuevo—. No hagas lo mismo, ni se te ocurra siquiera.
—¿O volvemos al asunto del descuartizamiento y muerte? —preguntó Finn, bromeando solo a medias.
Jake ni siquiera sonrió.
El lunes por la mañana, Pru aguardaba fuera del edificio de los juzgados, esperando encontrarse en el lugar y el momento adecuado. Al ver a Sean dirigirse a las escaleras, se apartó aliviada de la pared.
—Hola, Problemas —él se detuvo sorprendido al verla—. ¿Qué haces aquí?
—Ayudarte a solucionar este lío —ella sonrió ante la confusión del joven—. Has venido para arreglar lo de la licencia para la venta de alcohol, ¿verdad?
—Finn te ha contado que la cagué —él suspiró con aire de fastidio.
—No —contestó Pru con calma—. Él no haría algo así. Yo… oí vuestra discusión.
—Ya —Sean se frotó el rostro con una mano—. Lo siento. No soporto defraudarle.
—Si es así, ¿por qué se lo pones tan difícil?
—Es nuestra manera de mostrar afecto —él se encogió de hombros.
—Qué raros sois los chicos —Pru sacudió la cabeza y rio.
—Por lo menos no damos patadas, ni nos arañamos o nos arrancamos el pelo cuando nos peleamos.
—Si así crees que pelean las chicas, creo que conoces a las chicas equivocadas.
—¿Sabes qué? —Sean sonrió—. Me gustas, Pru. Y me gustas para Finn. Lo cuidas bien. Él te dirá que no necesita a nadie, pero se equivoca. Todos necesitamos a alguien. ¿Sabe que estás aquí?
—No, y no hace falta que lo sepa —contestó ella—. Sobre todo porque te voy a salvar el culo.
—¿A qué te refieres?
—Sígueme —Pru lo guio al interior del edificio, pasó frente a la zona de registro y saludó agitando una mano en el aire al tipo que estaba sentado detrás de la ventanilla de cristal.
Ese tipo era Kyle, el hermano de Jake.
Kyle asintió a modo de saludo y pulsó un botón que les abrió la puerta.
—Hola, guapa —saludó mientras contemplaba a Sean—. ¿Qué sucede?
—Mi amigo no abonó a tiempo la licencia para vender alcohol —le explicó ella—. ¿Podrías solucionarlo por mí?
—Primero, dile a tu amigo que es un idiota.
—Creo que es consciente de ello —Pru contempló el rostro tenso de Sean y sonrió.
—Y en segundo lugar, sentaos. Me debes una… chocolatinas de caramelo de Ghirardelli. Ya sabes cuáles.
—Hecho —Pru asintió.
Y diez minutos más tarde se encontraban de nuevo frente a la puerta del edificio.
—Eres una salvavidas —observó Sean maravillado—. Y toda una heroína.
—Añadiré ambas habilidades a mi currículo. Quizás consiga un aumento.
—Abandona a mi hermano y cásate conmigo —Sean rio y la abrazó.
Pru también rio. Ambos sabían que Sean no era de los que se casaba, al menos aún no.
Tiempo atrás hubiera dicho otro tanto sobre sí misma, pero era muy consciente de estar cambiando. Una parte de ella deseaba que el amor volviera a formar parte de su vida. Quizás incluso le gustaría formar una familia algún día.
Aterrador.
Finn llegó al partido de softball con mucho tiempo de antelación.
No sabía por qué tenía tantas ganas, tenía un millón de cosas que hacer. Pero ahí estaba. Se quitó las gafas de sol e inspeccionó el campo en busca de Pru.
—Aún no ha llegado —anunció Jake, situando la silla a su lado.
—¿Quién? —preguntó Finn, fingiendo indiferencia.
Aunque al parecer no lo suficiente, porque Jake soltó un bufido.
—¿Va a venir? —al fin se rindió y preguntó.
—No estoy al tanto de su agenda.
—Y una mierda.
—¿Celoso, O’Riley? —Jake sonrió.
—¿Debería estarlo?
La sonrisa de Jake se hizo más amplia.
«Mierda».
—Recibí los jerséis nuevos —anunció el otro hombre—. Eres rápido.
Finn se encogió de hombros como si no fuera para tanto. Solo le había costado un brazo, una pierna, y un enorme favor para que estuvieran hechos en un día.
—Me gusta lo de SF TOURS, en la espalda —continuó Jake.
—Me alegro.
—Aunque podríamos habérnoslas apañado sin el O'RILEY'S, en el pecho.
Finn sonrió. Se moría de ganas de leerlo sobre el pecho de Pru.
—¿Qué hay entre vosotros dos? —quiso saber Jake.
—¿Le has preguntado a ella?
—Pues claro que no. Me gustaría seguir vivo.
Finn sintió cierta satisfacción al comprobar que Pru se lo había guardado para sí misma. Pero también podría deberse a que ella consideraba que no había nada entre ellos.
—Lo que dije ayer iba en serio —insistió el otro hombre.
—¿Sobre lo de la muerte y el descuartizamiento?
—Sobre que no creo que lo vuestro sea buena idea.
De repente Finn lo sintió. Una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo. Volviéndose, sus ojos se encontraron con los de Pru que, al verlo desde el otro extremo del campo, trastabilló.
Finn sonrió al leerle los labios. Pru estaba soltando juramentos mientras aceleraba para reunirse con ellos.
—¡Lo siento, llego tarde! —exclamó casi sin aliento.
En cuanto los había visto había echado a correr todo lo deprisa que había podido. Con una mano en el pecho y la otra sujetando la correa de Thor, miró a uno y a otro.
—¿Y bien… qué hay de nuevo?
Finn abrió la boca para contestar, pero Jake le ganó por la mano.
—El partido está a punto de empezar. Cara o cruz para elegir.
Pru lo miró fijamente y repitió el mismo gesto con Finn, que hizo todo lo que pudo para fingir inocencia. Además, estaba bastante seguro de ser inocente, ya que no tenía ni idea de lo que estaba pasando, al menos no más que Pru.
—Cruz —anunció ella al fin—. Siempre cruz.
Salió cara.
Y les dieron una paliza como la vez anterior. No obstante, Kasey consiguió un doble, y Abby atrapó una pelota en el aire. Y Pru lanzamientos a la segunda base.
Y, al igual que la vez anterior, Finn se lo pasó en grande.
Finalizado el encuentro, se dirigieron todos a O’Riley’s. Sean se llevó a su hermano a un lado de inmediato.
—Tu chica lleva tu apellido en el pecho. Bien hecho. Eres más rápido de lo que pensaba, abuelo.
—Todo el equipo lleva nuestro logo, no solo Pru.
—Interesante.
—¿El qué?
—No has dicho nada sobre lo de «tu chica» —observó Sean.
Finn no mordió el anzuelo y Sean suspiró.
—Lo sé, lo sé, sigues enfadado conmigo. Pues te diré una cosa, yo también estoy cabreado.
—Yo no te he fastidiado.
—Ya lo sé —contestó Sean—. Me refería a que estoy cabreado conmigo mismo. Por defraudarte.
—Sé que tu intención no era defraudarme —Finn sacudió la cabeza.
—Pero lo hice. Y no solo eso. Nos defraudé a ambos —Sean hizo una pausa—. Esta mañana, he solucionado el asunto de la licencia de alcohol con la ayuda de Pru.
Sean le relató la historia completa sobre cómo había encontrado a Pru esperándolo y había solucionado el tema.
Mientras Finn lo asimilaba todo, maravillándose por los esfuerzos que había realizado Pru para ayudar, sin decir nada ni esperar ningún reconocimiento, su hermano continuó.
—Después fui a pagar el impuesto de propiedades. Estaba en las oficinas a las diez, la hora de apertura.
—¡Vaya! —exclamó Finn—. Ni siquiera sabía que pudieras estar despierto a esas horas.
Su hermano hundió las manos en los bolsillos y lo miró con aire avergonzado.
—Sí, lo sé. Créeme, no fue divertido. Fue peor que tener que ir a la maldita oficina del departamento de tráfico. Llegué justo a tiempo y conseguí un número, el sesenta y nueve —Sean sonrió—. Sostuve el número en alto, pero a nadie más le pareció divertido. La vieja con el número setenta me hizo una peineta. Era una de esas ancianitas de aspecto dulce, y poco menos que me llama imbécil, ¿te lo puedes creer?
Finn no pudo evitar soltar una carcajada.
—Hombre, un poco imbécil sí eres.
—Lo sé. Soy un fracasado, ¿recuerdas?
—De acuerdo, te pido disculpas por eso y lo retiro.
Durante un instante, la expresión de Sean fue el puro reflejo del alivio, lo cual hizo que Finn se sintiera aún peor. Había momentos, muchos, en los que nada le gustaría más que rodear el cuello de Sean con sus manos y apretar bien fuerte.
Pero, sobre todo, lo que quería era no ser nunca como su padre. Nunca.
—¿Y bien…? ¿A cuánto asciende la multa y la penalización por retrasarnos en los impuestos?
—¿Te acuerdas de Jacklyn? —Sean hizo una mueca.
—¿La stripper con la que saliste todo un fin de semana el año pasado?
—Era una bailarina exótica. Y ya no se dedica a eso.
«Mierda».
—Sean, dime que ahora no se dedica a trabajar en la oficina de impuestos.
—Podría, pero sería mentira —otra mueca.
Sean había desplegado sus encantos frente a esa chica y luego le había hecho el numerito de «me voy a vivir a Islandia», aunque quizás había sido el de «no eres tú, soy yo». En cualquier caso, la había dejado tirada. El único motivo por el que Finn se acordaba de ella era porque Jacklyn se había vuelto loca.
Había acosado a Sean. Tampoco le había costado mucho, pues su hermano no tenía ningún sentido de la discreción y vivía su vida como un libro abierto. A la chica no le había costado ningún esfuerzo encontrarlo en el pub.
Había entrado en el local, subiéndose a una de las mesas, desnudándose y llorando al mismo tiempo, explicando a todo el mundo lo cabrón que era Sean.
El espectáculo había sido de una magnitud colosal.
—¿Qué pasó? —preguntó Finn—. ¿Se negó a permitirte ponerte al día?
—No exactamente.
—Entonces, ¿exactamente, qué?
Sean parecía… ¿avergonzado? Imposible. Él nunca se avergonzaba.
—Dijo que podía renovar el permiso con una condición. Que me subiera al mostrador y me desnudara, como había hecho ella en mi lugar de trabajo.
—Bueno, debes admitirlo —observó Finn—. Fue ingenioso.
—Diabólico, querrás decir.
—Como quieras, pero espero que tu siguiente frase sea «de modo que me subí a ese mostrador y le hice un numerito de striptease».
—¿He mencionado ya que el lugar estaba abarrotado? —preguntó Sean—. ¿Y que había ancianas? ¡Ancianas, Finn! Les eché un vistazo y… me encogí.
—¿Y?
—Y… ¡no quería quitarme la ropa teniéndolo todo encogido!
Finn presionó los ojos con las manos, pero no funcionó. El cerebro seguía perdiendo líquido, lenta y dolorosamente.
—De acuerdo, iré yo y hablaré con ella. Lo solucionaré.
—Porque eso es lo que tú haces —observó Sean—. Tú solucionas las cosas. Yo las jodo y tú llegas y lo limpias todo, ¿verdad?
—Sean…
—No. Ya estoy harto de esa mierda, Finn —lo interrumpió su hermano—. Estoy harto de ser el hermanito pequeño idiota que necesita que lo salven. Por una vez, por una jodida vez, quiero hacer lo correcto. Quiero salvarte yo a ti —sacudió la cabeza—. No, no me subí al mostrador. Pero me disculpé por haber sido un gilipollas. Y luego pagué la multa y el recargo, todo con el dinero de mi cuenta. El pago de nuestros impuestos está al día, y así será siempre. Esto no volverá a suceder.
—¡Vaya! —exclamó Finn—. Eso es estupendo. Y gracias —hizo una pausa—. ¿De tu cuenta privada?
—Sí, y no veas cómo ha dolido, tío —Sean se frotó el pecho, como si el dolor fuera físico—. Ha dolido mucho.
—Eso también es estupendo —Finn sonrió.
—Y ahora, a propósito de tu chica —Sean cambió de tercio.
Finn enarcó una ceja. Sabía que Sean estaba de pesca. Había lanzado el anzuelo y no iba a parar de referirse a ella como «tu chica», hasta que consiguiera hacerle saltar.
Pero eso no iba a suceder.
—Me gusta —añadió Sean con calma.
Una vez más, no era lo que había esperado oír Finn de su hermano pequeño. Haría cualquier cosa por él, ya lo había hecho. Pero no se creía capaz de renunciar a Pru.
Ni siquiera por su hermano.
—No es eso, tío —su hermano sacudió la cabeza—. Me refiero a que me gusta… para ti.
Lo que más le asustó fue que al fin se habían puesto de acuerdo en algo, pues a Finn también le gustaba Pru… para él. Tanto que al concluir la noche, hacia las tres de la madrugada, se encontró frente a su puerta. No queriendo asustarla llamando a esas horas, le envió un mensaje al móvil.
¿Estás despierta?
La respuesta llegó en menos de un minuto.
¿Buscas sexo?
Finn contempló la pantalla, sintiéndose como el mayor imbécil del planeta, y se dispuso a enviar una disculpa. Aún no había terminado de escribir el mensaje cuando recibió otro de ella.
Porque me gustaría que fuera así…
Aún sonreía cuando llegó el siguiente mensaje.
Hay una llave sobre el marco de la puerta.
Finn entró, se metió en la cama y la abrazó con fuerza.
—¿Finn? —murmuró ella, medio dormida y sin abrir los ojos.
¿Y quién si no?
—Calla —susurró él, deslizando la boca sobre su sien—. Duérmete otra vez.
—Pero es que hay un hombre en mi cama —Pru aún no había abierto los ojos, pero sí lo abrazó, apretándose contra él y deslizando una pierna entre las suyas—. Mmm… un hombre muy duro.
Y que endurecía más por momentos.
—No pretendía que pareciera que busco…
—¿Finn?
—¿Sí?
—Cierra el pico —Pru se movió contra él, de manera que su cálida humedad le frotara el muslo, tomando lo que deseaba de él.
A Finn le encantó sentir que la confianza y fe que tenía Pru en sí misma fuera tan sexy para él como el delicioso cuerpo.
—Mmm… —murmuró ella, moviéndose contra él con más fuerza—. No sé qué hacer con esto…
—Déjame sugerirte algo —Finn se colocó sobre ella y se hundió en su interior.