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EL MARTES día 25 de agosto y siendo las nueve de la mañana, el teléfono móvil de Moisés Guzmán vibró sobre la mesa de madera de la habitación donde dormía en la pensión Tordera. Era un número oculto y estuvo tentado a no responder, sabía que desde las comisarías siempre entraba la llamada sin identificar. Pero aún así respondió, igual era Yonatan con más noticias del caso.

—Sí —dijo Moisés aclarándose la garganta, la noche anterior se había fumado casi medio paquete de tabaco.

—Hola Moisés —dijo una voz familiar—, soy José Gimeno, el expolicía local reconvertido en Mosso de Escuadra.

—Ah, hola José, ¿qué tal va todo?

—¿Te he despertado?

—No, hace rato que danzo.

—Osea sí.

—De policía a policía no te puedo engañar, ¿verdad?

Los dos rieron amigablemente.

—Verás —se calló unos instantes— ¿dónde nos podemos ver? Hay cosas que es mejor no comentarlas por teléfono. Los de asuntos internos nuestros andan muy liados con lavados de imagen.

—¿Y eso? —se interesó Moisés.

Algúnpolisauriole ha pegado una paliza a una detenida en los calabozos de Ciutat Vella y están empezando a rodar cabezas.

A Moisés le hizo gracia la expresiónpolisaurioy supo se refería a policías a la vieja usanza.

—Pero…, si los Mossos sois una policía moderna —sonrió Moisés.

—Shhh, por el teléfono de la comisaría no —insistió José Gimeno—. Estos tarugos lo deben tener pinchado.

—Pues si quedamos, también oirán dónde lo hacemos —dijo Moisés.

Touché. Entonces quedamos en un sitio, y allí, sin que nadie nos escuche quedamos en otro.

—Al estilo novela de Frederick Forsyth.

—¿Eh?

Moisés supo que no sabía a qué se refería.

—Nada, que es muy de agente secreto lo que propones.

—Bueno —omitió comentar la última frase—. Quedamos dentro de una hora en el Paseo de Gracia, frente a la casa Gaudí.

—OK. Allí estaré.

Los dos colgaron al mismo tiempo.

Moisés se lavó la cara deprisa y se vistió con la misma ropa que había llevado el día anterior. Cruzó el pasillo de la pensión Tordera y salió a la calle a tal velocidad que ni siquiera lo vio el recepcionista que estaba hojeando una revista donde había una mujer desnuda en la portada.

Caminó hacia la avenida Diagonal, ya que utilizaba esa vía como punto de referencia y desde allí fue hasta el Paseo de Gracia. Al llegar ya estaba en la puerta José Gimeno y Juan García. Los tres se estrecharon las manos y Juan le dijo:

—En una hora en la estatua de Colón.

—¿Dónde está? —preguntó Moisés.

—Sigue recto para abajo. Procura callejear un poco para estar seguro de que no te sigan, y cuando puedas cambia a la Rambla de Cataluña, al llegar al mar verás la estatua. No tiene pérdida.

Antes de despedirse José le preguntó:

—¿Ese de las gafas oscuras va contigo?

Moisés se giró de inmediato para ver quien era, pero no había nadie. Sólo dos chicas extranjeras muy ligeras de ropa.

Los dos Mossos se rieron.

—Es una broma hombre.

Moisés asintió. Le había servido para relajarse.

Cuando llegó a la estatua de Colón Juan García, el más veterano, ya estaba allí.

—¿Y José? —le preguntó Moisés.

—Hemos quedado en otro sitio. Ven sígueme. Ya casi estamos.

Los dos se adentraron en el puerto. Callejearon un rato y llegaron hasta un bar vacío de clientes. Ya eran las doce y media del martes veinticinco. El camarero era un hombre ajado y muy mayor que vestía como un auténtico marinero, incluida la gorra.

—Un tallat —pidió Juan.

—Que siguin dos —dijo José.

Moisés se encogió de hombros.

—Hemos pedido café cortado —le dijo Juan.

—Pues entonces otro —le dijo al camarero.

—Tenemos una noticia buena y otra mala —empezó a hablar Juan García.

—Pues primero la buena, ¿no? —dijo Moisés.

—Sabemos donde está la señora Sonsoles Gayán Mulero. La mujer de Pere Artigas.

—¿Entonces no está muerta?

—No. No murió nunca —sonrió Juan—. A la semana siguiente del asesinato de los Bonamusa se fue a vivir a la provincia de Girona, lugar donde reside desde hace trece años.

—¿Cómo sabéis eso?

—Tenemos varios compañeros Mossos destinados allí, es la primera provincia donde empezó el despliegue de la policía autonómica.

—Vaya, se impresionó Moisés. En trece años nadie ha sido capaz de encontrarla y vosotros lo habéis hecho en una tarde.

—Nadie la ha buscado —dijo.

—También es verdad —afirmó Moisés.

—Ayer llamé a un compañero de la comandancia de la Guardia Civil de Girona —dijo Juan Sánchez. Moisés recordó que antes de ser Mosso había sido guardia civil—. La Brigada de Información exterior estuvo investigando hace diez años a un exsoldado de la legión francesa. Sospecharon que podría ser un agente y lo siguieron durante un tiempo. No demasiado.

—¿Y eso? —cuestionó Moisés.

—Me ha dicho mi contacto que es normal. Girona esta muy cerca de la frontera francesa y se suele investigar mucho el tema del independentismo vasco por el asunto del paso fronterizo. Además allí están los de Terra Lliure.

—Se extinguieron.

—No creas, en Banyoles hay mucho chalado todavía. El caso —siguió hablando Juan—, es que investigaron a ese exlegionario por si pudiese ser un agente doble.

—Lo que dije esta mañana —añadió Moisés—, a lo Frederick Forsyth.

Juan García sí que entendió la comparativa.

—Lo siguieron durante unos días y vieron que visitaba a una mujer mayor y a una niña en un pueblo de Girona llamado Bescanó.

—¿Una niña? —saltó Moisés, que no pudo contener una exclamación que hizo que el camarero vestido de marinero se girase.

—Shhh, tranquilo campeón —lo calmó José Gimeno.

—Me dijo que cuando lo siguieron allá por el 1999, la niña debía tener seis o siete años.

—Es ella —gritó de nuevo Moisés.

—Tranquilo coño —insistió Juan García—. Finalmente dejaron de seguir al legionario porque vieron que no tenía nada que ver con espías y otras mandangas, pero mi amigo estuvo en esa investigación y se acuerda de que averiguaron la identidad de esa mujer. Al pedírselo ha repasado los informes y su nombre coincide con la mujer de Pere Artigas, la señora Sonsoles Gayán.

—¿Y el legionario?

—El hijo de ambos.

—¿Y la niña?

—No lo sabemos. Al ser menor no se investigó, pero hoy día rondará los dieciséis años.

—¿Y cuál era la mala noticia? —preguntó Moisés.

—Que de eso hace diez años y la señora Sonsoles y la niña ya no están en Bescanó.

—¿Pero siguen en Girona?

—No lo sabemos —dijo Juan García—, tenemos a varios compañeros de confianza de la guardia civil y de los Mossos d›Esquadra buscándola. Piensa que la provincia de Girona está llena de pueblos pequeños y en alguno solamente hay cinco habitantes.

—O menos —sonrió José Gimeno.

—Allí hay una comisaría de la policía nacional —dijo Moisés.

—Mejor no implicarlos. Ya no tienen competencias en materia de seguridad ciudadana y Girona fue la primera provincia donde se hizo efectivo el despliegue de los Mossos.

—¿Y eso qué significa?

—Que la desidia y antipatía de los policías nacionales de allí, hacia los Mossos, es más alta que en otros lugares.

—Está bien —asintió Moisés—. No diré nada a la policía nacional de Girona.