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EL lunes siguiente, siendo el mediodía, y antes de salir de la Comisaría de Huesca, Moisés Guzmán solicitó el mes de vacaciones y rellenó los papeles para la excedencia temporal de cincuenta días. El secretario de la comisaría no le hizo preguntas, pero le extrañó el aspecto del policía, lo vio como confundido. Moisés, por su parte, aún tenía pendiente comprobar que el señor Mezquita le había transferido los cien mil euros pactados a su cuenta; aunque la experiencia en conocer a la gente le dijo que la persona que lo había contratado era de fiar.

Tras aceptar el trabajo, y pendiente como estaba de comprobar la transferencia, Google fue el primer lugar donde Moisés Guzmán buscó información para documentarse sobre la extraña muerte del matrimonio Bonamusa y la desaparición de su hija Alexia. Quería saber todo lo referente al encargo que le hizo el doctor Eusebio Mezquita. Los hechos acontecidos se remontaban al mes de agosto de 1996. El día dieciséis de ese año saltó la noticia en todos los periódicos. Era viernes y el matrimonio fue asesinado en su piso de la calle Verdi número cuarenta y cinco, la noche del jueves. Los últimos en verlos con vida fueron unos vecinos del inmueble inmediatamente inferior, con los que el matrimonio charló antes de entrar en casa. Los Bonamusa vivían en un tercer piso y nunca cogían el ascensor, ya que Albert tenía fobia a los espacios cerrados. Felisa, por su parte, era una mujer muy deportista, y le gustaba subir por las escaleras cargada con el carro de la niña y la compra. La noche del jueves regresaban a casa de cenar con unos amigos, nunca se supo quienes fueron, pero ese comentario se lo hizo Felisa Paricio a los vecinos del segundo cuando se entretuvo hablando con ellos. La niña estaba muy recuperada de su enfermedad y los vecinos alabaron el buen estado en que se encontraban ambas, ya que la madre había recuperado también la sonrisa.

El piso del número cuarenta y cinco de la calle Verdi era un auténtico palacete. Tenía casi doscientos metros cuadrados y estaba distribuido en cinco habitaciones, tres cuartos de baño completos, dos terrazas, una cocina, un salón de lectura y una habitación que hacía las veces de cuarto de planchar, o así lo llamaban en el extenso artículo del diarioLa Vanguardiade ese fatídico día. El matrimonio que vivía en el piso de abajo: dos sesentones solitarios, dijeron a la policía que no oyeron ningún ruido la noche que mataron a los vecinos de arriba. Los investigadores sacaron una copia del parte de servicio de la Guardia Urbana, fechado tres meses más atrás, donde se registraba una llamada a la policía municipal informando de un jaleo en el tercer piso de la calle Verdi número cuarenta y cinco. Ese día, el once de mayo de 1996, Pere Artigas y Sonsoles Gayán, llamaron a la policía local por los continuos follones del piso superior. La Guardia Urbana levantó un acta por el ruido y sancionó a los Bonamusa, que estaban celebrando una fiesta. En la vivienda hallaron, junto al matrimonio, dos parejas más, uno de ellos con un niño de siete años, el cual aporreaba un piano que los Bonamusa tenían en el comedor. Ese ruido molestó a los vecinos de abajo, los Artigas, y en vez de subir a decírselo a sus vecinos, optaron por llamar a la policía. El caso es que el servicio quedó registrado y sorprendió a los investigadores que los vecinos de abajo, tres meses atrás, oyeran el ruido de un piano, y la noche del asesinato no oyesen el escándalo que se tuvo que montar después de ver como había quedado el piso. Moisés Guzmán se rascó la barbilla cuando lo leyó.

Los agentes que llegaron al lugar del crimen la madrugada del viernes 16 de agosto de 1996, se encontraron con un espectáculo dantesco. El piso estaba completamente revuelto. Los armarios de las habitaciones tumbados sobre el suelo. Los cajones de los muebles sacados y vueltos hacia abajo. Las bombillas de las lámparas rotas. Albert Bonamusa yacía en el suelo de la habitación en posición decúbito supino, sosteniendo entre su mano derecha, con la palma abierta, una figura de bronce, que seguramente quiso utilizar como arma para defenderse de su agresor. La figura era un caballo montado por un jinete con cabeza de hiena. Muy curiosa. A Felisa Paricio la encontraron encerrada en la habitación de planchar. Encerrada con llave, destacaba el informe. Y hallaron manchas de sangre en el teléfono de la pared de la habitación, por lo que se supo estuvo a punto de hacer una llamada de emergencia. Tanto el señor Bonamusa, como su mujer, murieron por fractura craneal de un objeto contundente. Pero los dos presentaban otras lesiones previas. Felisa Paricio tenía la cabeza completamente repleta de sangre, ya seca, y la figura de bronce que sostenía Albert en sus manos pudo ser el objeto que mató a su mujer. El investigador encargado del caso, el inspector Pedro Salgado, dijo que alguien se la puso en la mano para simular que fue él quien la mató. Pero, además, ella tenía unas pronunciadas marcas en el cuello, muy finas. Diríase que fueron hechas con un alambre o una cuerda. Él, a su vez, presentaba una profunda herida de arma blanca en el costado, justo a la altura del pulmón izquierdo. El informe constataba que se la pudo hacer su mujer, ya que era zurda. A todas luces parecía que se habían matado entre los dos, pero era tan evidente que los investigadores lo descartaron por absurdo. El caso es que el informe final concluyó que alguien entró en el piso con intención de robar o de secuestrar a la niña. Que los asaltantes se enfrascaron en una violenta pelea con el matrimonio Bonamusa y que tras darle muerte a los dos se marcharon llevándose a la hija de ambos.

El inspector de la Policía Nacional, nombrado para investigar el caso, hizo especial hincapié en su informe en el hecho de que los Artigas, el matrimonio que vivía en el piso inmediatamente inferior, no hubiesen oído nada la noche del crimen, cuando tres meses antes emitieron una queja por el aporreamiento de un piano de los Bonamusa, por parte de un niño. En el diario deLa Vanguardiano decía el nombre, pero en el diarioEl Paíssí que lo nombraron: inspector Pedro Salgado. Seguramente ya estaría jubilado, pensó Moisés, ya que en una de las fotografías donde se le veía dando una rueda de prensa, aparentaba más de cincuenta años; ahora tendría casi setenta. Respecto a los vecinos hacía mención en elPeriódico de Cataluñaque eran sesentones, por lo que supuso Moisés que de seguir vivos tendrían setenta y pocos años.

Se entretuvo Moisés buscando recortes de prensa en Google Noticias acerca de la hija del matrimonio Bonamusa. El matrimonio del piso de abajo no dijo que recordara ver a la niña cuando los vieron por última vez, por lo que cabía la posibilidad de que esa noche no estuviese ella en el piso. «¿Dónde está la niña?», rezaba en letras grandes un titular de La Vanguardia. El mismo inspector nombrado para investigar la muerte del matrimonio, fue el encargado de seguir el rastro de la pequeña Alexia. El problema es que no había ninguna pista, parecía como si la niña no hubiese existido nunca. En un programa de televisión, al año siguiente del asesinato, el inspector fue invitado. Era un espacio de tertulia dedicado a investigaciones sin resolver. El inspector Pedro Salgado fue por unas doscientas mil pesetas, de las de entonces, casi el doble de una mensualidad de la época, y le preguntaron sobre la extraña desaparición de la niña. Moisés Guzmán encontró constancia de ello en dos vídeos de youtube, los cuales llegó a visionar una decena de veces en una calidad de imagen pésima. Le sorprendió que cuando el entrevistador le preguntó por la niña, hiciese mención a que quizás esa niña no hubiese existido nunca. Entonces el contertulio extrajo los papeles de la partida de nacimiento y fotografías de los Bonamusa, a los dos días de salir de la clínica, donde Felisa dio a luz. Pedro Salgado se defendió con una pregunta: «¿Y si la niña existe, dónde está?». Ese es su trabajo inspector, replicó el entrevistador. Durante el año siguiente la noticia fue perdiendo fuelle, y a nadie más le interesó quien mató a los Bonamusa y por qué. La desaparición de Alexia pasó al olvido y quedó como parte importante del asesinato, llegando incluso a especular que al matrimonio lo mataron por el secuestro de la niña. De cualquier forma fue un caso sin resolver.

En los distintos recortes de prensa que leyó, se dio cuenta Moisés que ese año fue cuando comenzó el despliegue en Cataluña de la policía autonómica. Los Mossos d›Esquadra sustituirían a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, con el apoyo de las policías locales. Por lo tanto, era posible que el crimen de los Bonamusa se hubiera producido en tierra de nadie y que a raíz del cruce de competencias no se hubiese investigado convenientemente.

En enero de 1997, un periodista con ganas de hacerse famoso, volvió a destapar el caso. La noticia saltó a la palestra de nuevo, cuando ese periodista-investigador: Luis Ribera, publicó un artículo donde decía que la hija de los Bonamusa estaba enferma y que seguramente la mataron sus padres para no verla sufrir, deshaciéndose de ella de alguna forma, que en el propio artículo no especificaba. El asesinato del matrimonio era fruto de una venganza por parte de alguien que estaba al tanto del infanticidio cometido por los Bonamusa. Luis Ribera se encontró con una querella en los juzgados de Barcelona, presentada por el hasta entonces desconocido hermano de Albert Bonamusa: Ricard Bonamusa. El hermano más pequeño de Albert, anónimo hasta entonces, salió en defensa de su familia, y dijo que lo que tenía que hacer la policía era averiguar quien mató a su hermano y a su cuñada, y donde estaba su sobrina. Tras él fueron varios programas de la televisión, pero prefirió seguir anónimo y no dar más coba a un tema que bastante daño había producido a su familia.

Poco se sabía de los Bonamusa; aunque el doctor Albert era muy conocido en los círculos universitarios y médicos de la ciudad Condal, sobre todo por sus estudios sobre el cáncer y otro tipo de enfermedades incurables. Pero tras su muerte se destaparon trapos sucios por aquello de hacer leña del árbol caído, y se supo que las deudas consumían al matrimonio, que la niña estaba enferma y que seguramente ya había muerto cuando asesinaron a sus padres. También se dijo que la pareja pasaba por horas bajas y que hacía tiempo que no se entendían entre ellos. La versión oficial de la policía fue que unos asaltantes, seguramente de países del este de Europa, entraron en el piso con intención de robar, y al no encontrar dinero, se enfadaron tanto que asesinaron cruelmente al matrimonio. Nunca se encontró el cuerpo de la niña, lo que arrojó innumerables hipótesis sobre su suerte. Luego estaba la versión del hermano de Albert, Ricard Bonamusa, que sostenía que su sobrina había sido raptada y que aún estaba viva. En cualquier caso todo eran suposiciones y después de trece años era harto difícil aclarar algo.

Moisés Guzmán terminó de leer todos los artículos, algunos los imprimió, y abrió una carpeta de cartón sin rotular que dejó en la mesa de su despacho. Un compañero de la comisaría lo llamó por teléfono. Era Yonatan, el policía que estaba en seguridad en el mismo turno que él.

—¡Moisés! Me acabo de enterar —le dijo—. ¿Qué es eso de que has cogido una excedencia?

—Ha sido tan rápido que no he tenido tiempo de decir nada a nadie —se justificó el policía.

—Se comenta que te vas a establecer por tu cuenta, algo así como un detective privado.

—¡Vaya! La rumorología es más rápida de lo que había pensado. En principio he cogido el mes de vacaciones. Luego ya se verá…

—Así que nos dejas.

—Sólo durante un par de meses, hasta final del verano. Me ha surgido un asunto y necesito tiempo.

—¿Te marchas de Huesca?

—No, en principio. Estaré aquí la mayoría del tiempo, pero algunos días tendré que salir fuera, seguramente iré a Barcelona. ¿Por qué?

—Pues hombre, para quedar a almorzar algún día. Ya verás como se van a poner los muchachos cuando se enteren.

Yonatan era un policía que utilizaba un lenguaje trasnochado a la hora de definir las cosas, como la expresión «muchachos» para referirse al resto de compañeros del turno.

—¿Qué te ha dicho el jefe?

—Aún no he hablado con él.

—¿Y el Secretario de la comisaría?

—Me ha deseado suerte.

—Lo mismo que yo compañero. Que tengas mucha suerte y ya sabes donde estamos para cualquier cosa.

Después de colgar el teléfono, Moisés se quedó sentado un rato en la cama repasando los papeles que había impreso y haciendo un mapa mental de lo que ocurrió, o pudo haber ocurrido, las semanas antes del crimen de la calle Verdi de Barcelona y las inmediatamente posteriores.

De momento, había conseguido información a través de la prensa y las noticias de la época. Pero para que la búsqueda funcionara tenía que nutrirse de tres fuentes diferentes: la prensa, la policía de Barcelona y la que pudiera aportar el doctor Eusebio Mezquita. Se encendió un cigarro mientras meditaba sobre eso.