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MOISÉS LLEGÓ a la habitación de la pensión Tordera siendo ya de noche. Cuando entró por la puerta vio en recepción al hombre mayor que ni siquiera levantó la vista para saludar. Era un maleducado. Subió las escaleras y esperó cruzarse en el pasillo con Vanesa. Pero no fue así. De haberlo hecho se la hubiera metido en la cama sin pensárselo dos veces. Los acontecimientos de ese lunes lo habían puesto eufórico y un polvo con la sudamericana lo tranquilizaría. Estuvo tentado de llamar a la puerta de al lado, pero antes de golpear con los nudillos se guardó la mano en el bolsillo y se metió en su habitación. Dejó el ordenador y el libro de Edelmiro Fraguas sobre la mesa de madera y anotó los móviles de los Mossos d›Esquadra Juan García y José Gimeno en la agenda de su teléfono; intuía que más adelante los iba a necesitar.

Se desvistió y se metió en la ducha. Había estado todo el día danzando de un lado para otro y el calor de agosto le hizo sudar tanto que hasta le dolían las ingles del roce con el pantalón. Mientras se refrescaba bajo el grifo pensó en lo útil que podía ser trabajar codo con codo con los dos agentes de la policía autonómica. Entre todos podían avanzar mucho en la investigación. Además supuso que era necesario llevarse bien con ellos ya que eso le facilitaría mucho las cosas. Le ilusionó saber que después de todo había alguien más, interesado en resolver el crimen.

Mientras estaba en la ducha escuchó la melodía de su teléfono móvil y pensó que fuese quien fuese volvería a llamar después. No pudo evitar acordarse de la película el cartero siempre llama dos veces.

Al salir, y una vez seco, se puso un pijama consistente en un pantalón de tela y una camiseta medio rota con la que se sentía cómodo. Cogió el móvil y vio una llamada pérdida de Yonatan. Ya tendría los datos que le pidió. Le dio al botón de rellamada.

—¿Qué pasa señor? —le dijo Yonatan nada más descolgar.

—Me has pillado en la ducha.

—¿En la ducha? Seguro que estarías tirándote alguna catalana.

Pensó Moisés que Yonatan no se podía imaginar a quién se había estado tirando, pero no iba a ahondar en esos detalles.

—¿Sabes algo?

—¿Algo? Sé todo.

Moisés se ilusionó.

—Dispara —le dijo usando una frase típica de Yonatan.

—De Ricard Bonamusa sé que ya no vive en Barcelona. Reside desde hace diez años en Ávila donde tiene una empresa de suministros eléctricos. Nada de antecedentes policiales, ni siquiera multas de tráfico. He conseguido su teléfono móvil por si te interesa.

—Dámelo.

Moisés lo anotó en un folio.

—De niñas que se llamen Alexia y tengan dieciséis años hay setenta y seis mil cuatrocientas veinte.

—Uf, muchas.

—Para entrevistarlas a todas sí —se rió Yonatan.

—De Sonsoles Gayán Mulero he sabido que está viva ya que hace tres años se renovó el carné de identidad en la comisaría de Girona.

—¿Viva?

—Al menos eso dicen los archivos del DNI.

Moisés cuadró los datos en su cabeza. ¿De dónde había sacado él que estaba muerta? Lo intuyó cuando habló con su marido Pere Artigas, pero él no le dijo nada, ¿o sí? No lo recordaba exactamente. Igual se habían separado y por eso no vivía en el piso de la calle Verdi. Intentó recordar si había leído algo en algún informe, pero lo que hasta la fecha era una obviedad se transformó en una duda.

—¿Dónde vive?

—El domicilio que dio cuando se renovó el DNI fue en de la calle Verdi 45, segundo piso, de Barcelona.

—Allí no vive —dijo Moisés.

—Pues ese es el que le consta.

—¿Mas cosas?

—Sí, que Pere Artigas y Sonsoles Gayán tienen un hijo nacido en 1970.

—¿Un hijo? ¿Cómo es?

—Moisés estás gilipollas… ¿cómo quieres que lo sepa?

—¿Puedes hacerte con una foto del DNI?

—Está bien. Al final conseguirás que me echen de la policía. Mañana la saco y te la mando por correo electrónico.

—¿Tienes más datos de él?

—Se llama Ramón Artigas Gayán, tiene treinta y nueve años y estuvo en la legión extranjera entre los años 1990 y 1994.

—¿Legión extranjera?

—Sí, la legión francesa. Lo curioso es que en España no fue al servicio militar por excedente de cupo y se alistó en la legión.

—¿Dónde vive?

—En el DNI le sale el mismo domicilio de sus padres, calle Verdi 45 segundo piso.

Moisés se encendió un cigarrillo. Necesitaba atar cabos. Cuando murieron los Bonamusa, el hijo de los Artigas tenía veintiséis años y ya había regresado de Francia, sin embargo no consta en ningún sitio; aunque tampoco lo había buscado. Un legionario es alguien muy fuerte y entrenado para matar, la descripción del hombre de oscuro que había visto salir del piso de Pere Artigas coincidía con esa posible descripción.

—¿Estás ahí? —le requirió Yonatan—. O estoy hablando solo.

—Estaba pensando.

—Pues piensa luego. De lo otro nada.

—¿De qué otro?

—De tronchar al doctor Mezquita nada de nada. Imposible.

(Tronchar en el argot policial es hacer una vigilancia a alguien)

—¿Por?

—Los muchachos están la mayoría de vacaciones y al comisario nuevo no le gustan estas cosas. Si los pescaran o si el doctor Mezquita denunciara que lo están siguiendo, rodarían cabezas.

—Entiendo —asintió Moisés.

—¿Va todo bien por ahí? —le preguntó preocupado.

—Voy avanzando poco a poco. Y solamente tengo hasta el veintinueve de septiembre para terminar la investigación.

—¿El 29 terminas?

Moisés le iba a explicar lo de la muerte a los cincuenta días, pero evitó hacerlo. Yonatan no lo entendería.

—Agur —le dijo.

Los dos interrumpieron la comunicación al mismo tiempo.