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A las 13 horas de ese caluroso domingo de julio, Arancha y Diana accedieron al vestíbulo principal del Hotel Marola. Las dos vestían unos shorts de color azul claro y una fina blusa fucsia. Iban conjuntadas de tal forma que parecían hermanas. Antes de entrar en el hotel se dieron un corto beso en la boca que atizó una punzada de lujuria a todos los policías que vigilaban la zona. Las dos quisieron avivar más la lascivia del asesino, el cual sospechaban las estaría observando desde algún lugar seguro y próximo.

—¿Nadie sigue al policía? —preguntó Vázquez.

El comisario observaba con unos prismáticos desde la ventana del piso franco. Volvió la cabeza y miró al inspector jefe de reojo.

—No es necesario —replicó con desdén—. Él viene hacia aquí.

Vázquez sabía que en una operación normal de ese estilo, la Brigada de Información, expertos en seguimientos, vigilarían al asesino de cerca. Pero ya sabía también el veterano inspector que esa no era una operación normal.

Los cebos cruzaron el vestíbulo del hotel ante la mirada del recepcionista, un policía del Grupo de Judicial de Barcelona. Subieron por el ascensor hasta la tercera planta, habitación 315, donde les acompañó un botones, también policía, de paisano. El chico las miró con ironía y les dijo:

—Disfrutad.

—Imbécil —replicó la inspectora.

Las dos se metieron dentro de la habitación. El policía que hacía de botones oyó que cerraban la puerta por dentro.

A las 13 horas y 20 minutos aparcó un taxi delante de la puerta del hotel. Del asiento trasero se bajó el policía de Huesca, Andrés Hernández. En su mano portaba una pequeña maleta de viaje. Pagó la carrera al taxista y se adentró en el vestíbulo del hotel.

—Vamos —ordenó el comisario a los agentes que había en la habitación.

De todos los rincones de la calle se fueron acercando los policías de paisano. Los pinganillos en sus oídos se mantenían en silencio a la espera de la orden del comisario, pero esa orden no llegaba.

—Jefe —le dijo un policía de Información—, ¿lo detenemos?

El comisario estaba llegando a la calle desde el piso franco, seguido por el inspector jefe Vázquez. Al lado circulaban en fila india los cinco agentes del GEO. El comisario frunció la boca, como si no estuviera seguro de dar esa orden.

—¿Comisario, la orden? —insistió el policía de la Brigada de Información.

El policía de Huesca había accedido al vestíbulo del hotel. El recepcionista y una pareja que estaban leyendo una revista en la sala de espera lo siguieron con la mirada. Por sus pinganillos oyeron la orden del comisario.

—Deténganlo —ordenó finalmente.

Todos los agentes saltaron sobre Andrés Hernández. Le quitaron la maleta de viaje y le cachearon. El policía de Huesca iba desarmado. El Grupo de Judicial puso su maleta sobre la mesa de recepción y la abrió con descuido. Tan solo llevaba ropa interior y una muda de pantalón y suéter. Un agente de la Brigada de Información le incautó el teléfono móvil.

—Desbloquéalo —le ordenó.

Andrés estaba confuso, esperaba que alguien le explicara qué estaba ocurriendo. Desbloqueó el móvil con su número PIN. El policía de Información accedió a su cuenta de Twitter. Lo primero que hizo fue buscar los seguidores de Andrés Hernández. La última cuenta que seguía era la de Demetria y Diana, lesbianas.

—¡Bingo! —exclamó pletórico.

—¿Qué tenemos? —preguntó el comisario, que en ese momento accedía al vestíbulo del hotel, franqueado por varios policías del Grupo de Operaciones y por Vázquez.

—Es él —dijo el policía de la Brigada de Información.

El comisario miró el teléfono móvil, tuvo que entornar los ojos y alejarse un poco para verlo bien.

—¿Lleva algo más encima? —preguntó.

Los policías negaron con la cabeza.

—Bueno. —Chasqueó la lengua—. Llévenlo a Jefatura —ordenó.

—¿Qué ocurre? —preguntó Andrés Hernández al ver a Vázquez.

Vázquez lo miró con pena.

—Allí te lo explicarán —le dijo.

El teléfono del comisario sonó varias veces. Descolgó.

—Sí. Ya está. No. De momento solo el perfil de Twitter de su teléfono móvil. Es el del cebo.

—¿El director operativo adjunto? —preguntó Vázquez.

Celestino asintió con la cabeza.

—Vamos a Jefatura de Via Laietana. Allí lo aclararemos todo, el director está allí —dijo quedamente el comisario.