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La inspectora y Diana accedieron a un despacho contiguo en la segunda planta, donde el informático del Grupo de Delitos Tecnológicos les había configurado cuatro ordenadores para que pusieran en marcha su plan.

—Lo hemos hecho otras veces —le dijo sonriendo Arancha.

Los cuatro ordenadores estaban uno al lado de otro en una mesa lo suficientemente larga como para que cupiesen de forma holgada. César, que vestía una bata blanca, les dio las explicaciones necesarias.

—Los cuatro utilizan Linux —dijo—. Es el sistema operativo más seguro que hay. No tenéis que preocuparos por la configuración, los navegadores ya están preparados para comenzar a trabajar de inmediato.

—Gracias, César —dijo Arancha—. No sé qué haríamos sin ti.

César sonrió.

—Solo cumplo con mi deber —dijo.

—César Ramos es un policía más —dijo Arancha mirando a Diana—. Desde que pusimos en marcha el Grupo de Delitos Tecnológicos él ha sido un pilar imprescindible para el funcionamiento del sistema informático.

—Algo de policía tengo —sonrió el informático—. Tan solo tenéis que pronunciar mi nombre y apellido juntos.

Diana frunció los labios.

—Sí, mujer —insistió César—. Cesáramos —dijo—. ¿Entiendes? César y Ramos es Cesáramos…

—Uf, qué malo —dijo Arancha alargando la letra «a».

—No creas, inspectora —argumentó César—, la expresión «cesáramos» es muy policial.

—Bueno, bueno, César, tampoco creas que somos tan rígidos. Cesar a alguien es una expresión más política que policial; aunque también nos vale.

—Y no has pensado nunca en entrar en la policía —dijo Diana queriendo participar en la conversación—. Creo que un informático es alguien muy importante para la policía de ahora.

—No me aprobaron —respondió el informático con cierta tristeza—. Ahora ya he pasado la edad, estoy cerca de los cuarenta y la edad tope para entrar es a los treinta.

—Hace unos años la aumentaron hasta los treinta y cinco —rectificó Arancha.

—Aun así. A mí se me pasó el arroz —se rio de forma estruendosa—. De pequeño devoré los tebeos de Mortadelo y Filemón y siempre quise ser un agente de la T.I.A. Me fascinaba sobre todo el personaje de Mortadelo y su capacidad de disfrazarse en lo que quisiera. Así, en un abrir y cerrar de ojos.

El comentario de César le pareció infantil a la joven policía. La chica no había leído los tebeos de Mortadelo y Filemón ya que le parecían simples e ingenuos y no comprendía qué podía encontrar de emocionante un hombre hecho y derecho en esas historietas para niños.

—Bueno —interrumpió Arancha—. Vamos a ponernos manos a la obra. ¿Preparada, Diana?

—A tus órdenes.

El informático salió del despacho y la inspectora se sentó en el primer ordenador de la izquierda.

—Mira —le dijo a Diana mientras movía el ratón—. Empezaremos por crear la cuenta de correo electrónico.

La inspectora accedió a la página de Google y pulsó sobre Gmail. En un minuto había creado una cuenta de correo con la dirección demetria​ydiana​tortilleras​@gmail.com. Su teléfono móvil emitió un pitido cuando recibió un mensaje de texto con el código de verificación de la recién creada cuenta.

—No pasó la prueba del psicólogo —dijo Arancha refiriéndose al informático—. Y no me extraña, ¿cómo puede aprobar alguien que le gustaría disfrazarse como Mortadelo?

Las dos sabían que la prueba del psicólogo es la última que se pasa cuando se accede a la policía y es la única contra la que no cabe recurso. Si el psicólogo dice que no eres apto, es que no eres apto.

—¿Qué te parece nuestra dirección de correo? —preguntó Arancha señalando con la barbilla a la recién creada cuenta :demetria​ydiana​tortilleras​@gmail.com.

—Bastante explícito —dijo Diana.

—Ven, siéntate a mi lado.

Diana se sentó en el ordenador de al lado de la inspectora y movió el ratón. El protector de pantalla se desactivó.

—Al hijo de puta le van las lesbianas, y Demetria y Diana tienen que ser dos lesbianas de lo más sugerente.

A Diana no le hacía gracia que la inspectora utilizara su nombre real. Pero la siguiente letra que creían iba a utilizar el asesino era la «d» y el nombre de Diana coincidía precisamente con esa letra. Arancha accedió a la página principal de Facebook y creó un perfil con la cuenta de correo de Gmail. Los datos se los fue inventando conforme el formulario los pedía. En intereses puso: «Nos gustan las mujeres y cuanto más guarras mejor».

—Ese se va a relamer cuando lea esto —dijo Arancha.

Diana pensó que si ella viera un perfil de Facebook donde una mujer dijese que es lesbiana y que le gustan las mujeres y cuanto más guarras mejor, lo primero que pensaría es que quien había creado esa cuenta era un hombre; ninguna lesbiana hablaría de esa forma. Pero la joven policía ya sabía que en Internet casi todo era mentira.

—Lo que no sabemos es si el asesino lo verá —objetó Diana.

—Si no lo probamos tampoco lo sabremos nosotras —dijo Arancha mientras seguía tecleando en el ordenador.

Una vez creado el perfil, la aplicación le sugirió que incluyera una fotografía. Arancha se levantó y abrió un armario que tenían detrás. De su interior extrajo una cámara de fotografiar digital. Era un modelo que utilizaba el Gabinete de Policía Científica. Montó la cámara sobre un trípode y lo puso al lado de uno de los ventanales del despacho. Bajó la persiana hasta la mitad. La penumbra asoló la sala.

—¿Enciendo la luz? —preguntó Diana, incómoda.

—No, espera. Es mejor que haya poca luz —replicó Arancha.

La joven policía intuía lo que la inspectora quería hacer.

—Nos tenemos que tomar alguna foto sugerente para el perfil de Facebook —dijo. Era lo que Diana se temía—. No te importa, ¿verdad?

—¿Se nos verá la cara? —preguntó.

—La mía es mejor que no —dijo la inspectora—. Yo no soy guapa. Pero la tuya es mejor que sí. Nadie se resiste a un rostro angelical y vicioso al mismo tiempo como el tuyo.

Diana se sintió violenta, pero trató de que no se le notara. Por primera vez comenzaba a arrepentirse de haber entrado en la Brigada de Delitos Tecnológicos.

—Ven aquí —le dijo Arancha—. Y siéntate en esta silla.

La inspectora colocó una silla cerca de la ventana. Un haz de claridad entraba desde la calle.

—Quiero hacerte unas fotos de frente. No hace falta que se te vea toda la cara, puedes taparte la mitad con el pelo, así si alguien conocido te ve no sabrá que eres tú. No te preocupes por eso. Yo me pondré delante y simularé besarte. Lo importante —añadió— es que pongas cara de estar disfrutando.

Diana pensó que la inspectora podía haber cogido cualquier fotografía de Internet donde salieran dos lesbianas. Incluso podía buscar imágenes donde estuvieran haciendo cualquier postura más sexual que la que proponía.

—Es mejor utilizar fotografías originales —dijo Arancha, como si le hubiera leído el pensamiento—. Si cogiera una imagen de Internet y el asesino la cotejara con el programa de imágenes de Google, sabría que es un perfil falso y no picaría.

La inspectora accionó el disparador automático de la cámara.

—Tirará diez fotografías en lapsos de tres segundos —le dijo Arancha mientras se sentaba en sus rodillas.

A Diana le subió un sofocón que le mojó la camisa por la espalda. La joven policía pensó que la inspectora se estaba extralimitando en la preparación del cebo.

—Pon cara de guarra —le dijo Arancha.

Mientras oían el disparador de la cámara de fotos, Diana procuraba poner cara de vicio. La inspectora hizo resbalar sus labios por el cuello en una de las fotografías. Mientras la cámara seguía disparando fue subiendo su boca muy despacio y se detuvo en la oreja derecha de Diana.

—Recuerda que tienes que poner cara de vicio —insistió.

La incomodidad inicial de la joven policía iba desapareciendo. Pensó que la inspectora tenía razón. Desde luego, el asesino se excitaría al ver el perfil de Facebook. Pero para Diana quien se estaba excitando era su jefa.

La cámara terminó la tanda de fotografías.

—A ver —dijo Arancha.

Sacó la cámara del trípode y se acercó hasta donde estaba Diana. Una a una fue pasando las diez fotografías. Las dos primeras no salieron bien, ya que la inspectora no se había colocado en su sitio. De las siguientes solo se podía aprovechar una en donde Arancha rozaba la oreja de Diana y la joven policía se mordía el labio inferior simulando que estaba disfrutando con ello.

—Bueno, bueno —dijo Arancha—. No están mal, pero no son lo suficientemente sugerentes para que un hombre pique, ¿no?

—No han quedado muy bien —confirmó Diana.

—Vamos a probar de nuevo.

La inspectora se levantó y cerró la puerta del despacho. Diana supo que la sesión fotográfica iba a subir varios grados más.

—¿Tienes algún problema moral en quitarte la camisa? —preguntó la inspectora.

Arancha forzó una sonrisa.

—Bueno…

—Sí, está bien. No se te verá nada porque yo te taparé con mi cuerpo.

Y mientras Diana se quitaba la camisa, Arancha hizo lo mismo. Las dos mujeres se quedaron en sujetador, una frente a otra.

—Repetiremos las fotos, pero es importante que pongas cara de estar disfrutando —insistió Arancha para incomodidad de Diana—. Esto tampoco es fácil para mí —se excusó—. Pero si queremos coger a ese hijo de puta tenemos que darle la mejor carnaza posible.

Diana sonrió más relajada. En el fondo pensó que la inspectora tenía razón. Arancha montó de nuevo la cámara sobre el trípode y accionó el mecanismo de disparo automático. Justo antes de sentarse en las rodillas de Diana se quitó el sujetador.

La joven policía abrió los ojos.

—A ti no se te verán los pechos —dijo—. Pero mi espalda es mejor que salga sin el sujetador —argumentó.

Mientras la cámara disparaba, Diana pudo sentir el calor de los pechos de la inspectora sobre su pecho. Una a una se fueron tomando las fotografías mientras Arancha hacía resbalar sus labios por el cuello de Diana y con la mano izquierda le iba acariciando el pelo. En la última fotografía Arancha besó levemente los labios de Diana. Alargó el beso incluso cuando la cámara indicó que ya no iba a tirar más fotos.

—Si con esto no se pone cachondo ese hijo de puta —dijo la inspectora— es que no le pone cachondo nada.

La puerta del despacho se abrió y las dos mujeres torcieron su cabeza hacia la silueta que había apostada en el marco de la puerta.

—¡César! —gritó Arancha.

El informático trató de bajar los ojos, pero por más que lo intentaba le era imposible.

—Perdón —dijo sin saber qué hacer—. Me he dejado un disco duro —comentó mientras señalaba una caja de cartón cuadrada que había sobre la mesa, al lado del ordenador. En ese momento no sabía si salir huyendo o si entrar y coger la caja como si tal cosa. Optó por lo segundo.

—No es lo que parece —dijo Arancha.

César agarró la caja con las dos manos, como si temiera que se le fuera a caer al suelo, y salió del despacho a toda velocidad.

Diana no dijo nada. Se puso en pie y cogió la camisa que había colgado en el respaldo de una silla.

—Uf —resopló la inspectora—. Ese va a pensar que somos lo que no somos.

—¿No habías cerrado la puerta con llave? —preguntó Diana.

—Yo creía que sí.

Las dos se miraron y no pudieron evitar explotar en una risa contagiosa e imparable. La situación producida con la llegada del informático las había sobrepasado.

—Los chicos de la Judicial nos mirarán de otra forma —dijo Diana sin parar de reír.

—¿Por qué?

—Supongo que cuando César les cuente lo que ha visto seremos la comidilla de la Brigada.

—No creas, por lo que sé de César es muy reservado. Creo que no contará nada por temor a que no le crean. ¿Quién iba a creer eso? —volvió a reír la inspectora.

Las dos se sentaron frente al ordenador y miraron las fotos que se habían tomado en la cámara.

—Estas han quedado perfectas —dijo Arancha.

Durante toda la mañana siguieron creando perfiles con la misma cuenta de correo de Gmail en Twitter, Tuenti y en un foro de lesbianas. No habían terminado de crear las cuentas de cada una de las redes sociales que ya les llegaban infinidad de peticiones de amistad. Arancha miró el correo electrónico y al menos había doce mensajes de usuarios que querían conocerlas.

—Cuánto salido —exclamó Diana.

—La mayoría de los que escriben son hombres —dijo la inspectora—. Y seguramente son mayores de lo que pensamos.

Diana frunció el entrecejo.

—Son unos puercos añosos.

—Es la segunda vez que te oigo esa palabra —dijo Arancha—. ¿Qué significa añoso?

—Es la palabra que utilizo para referirme a los hombres maduros que creen que aún pueden ligar con una chica joven.

Por la expresión de desprecio de Diana, Arancha pensó que la chica había tenido algún percance con un hombre maduro, pero no se lo quiso preguntar.

—Entiendo —dijo—. A todos los maduros les gustaría estar con unas chicas como nosotras.

Diana se acordó de que Arancha y Vázquez habían tenido una relación. Pensó que quizá la inspectora también estaba resentida con los hombres maduros.

—¿Un café? —preguntó Arancha—. Llevamos toda la mañana trabajando y creo que nos merecemos un café, ¿no?

—Sí, por supuesto.

—Pues espera aquí —dijo Arancha—. Que este lo pago yo.

La inspectora salió del despacho y Diana aprovechó para encender un cigarrillo. Abrió una de las ventanas.

En apenas dos minutos regresó de la máquina de café.

—He traído dos cortados —dijo—. Por suerte no me he cruzado con el informático, no hubiera podido mirarle a la cara —se rio de forma estruendosa.

—Creo que nunca más podré hablar con ese hombre —confirmó Diana.

—Tienes toda la razón del mundo. ¿Qué tal estás en Madrid?

Diana apagó el cigarro en la repisa de la ventana y dejó la colilla al lado del vaso de café en la mesa de uno de los ordenadores.

—Bien. Estoy bien, pero echo de menos Huesca.

—Es verdad —dijo la inspectora—. Estuviste allí de prácticas. Hoy llegaba Vázquez para entrevistarse con ese policía.

—Andrés —dijo Diana melancólicamente.

—¿Estás de alquiler?

—Sí. En la calle Sagasta.

—Muy ruidosa —dijo Arancha—. Aunque en Madrid todas las calles son ruidosas.

Las dos sonrieron.

—¿Está amueblado el piso? —se interesó la inspectora.

—Sí, por supuesto.

—Bueno, no creas. Todavía hay gente que alquila los pisos sin muebles.

—Pues este tiene de todo. Lo único que echo de menos es un televisor.

—¿No tienes televisión?

—No. Un ordenador portátil donde veo alguna película de vez en cuando.

—Yo tengo un pequeño televisor de veinte pulgadas de plasma que no utilizo. Si quieres te lo puedo dejar. Al menos mientras estés en Madrid tendrás entretenimiento.

—Estaría bien —aceptó Diana.

—Pasa esta tarde por mi casa y te lo llevas.

—No quiero molestar —dijo Diana.

—No es molestia, mujer. Así verás mi piso.