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El martes 10 de julio, Arancha y Diana habían quedado en el despacho de la inspectora. Arancha la citó a las ocho de la mañana, no quería perder más tiempo para iniciar la investigación encaminada a atrapar al asesino del abecedario. Para la reunión del martes Diana se vistió más recatada, eligiendo para la ocasión unos pantalones vaqueros anchos y una camisa corta de color fucsia muy claro. También procuró llevar un sujetador entallado de color rosa, pero cuando se vio en el espejo del ascensor se percató de que ese sujetador y la camisa dejaban poco a la imaginación.

—Eres puntual —le dijo Arancha cuando la vio entrar por la puerta.

—No estaría bien que llegara tarde a mi puesto de trabajo los primeros días —sonrió Diana.

La inspectora se puso en pie y le propinó dos besos en la cara, algo que confundió a la joven policía. No se esperaba una reacción así de su jefa. El informático, que estaba en esos momentos instalando una aplicación en el ordenador de la inspectora, sonrió.

—¿Conoces a César?

Diana recordaba haber visto a ese hombre el día que la entrevistó Arancha para el puesto en la Brigada. Entonces estaba igual que ahora: trasteando en el ordenador.

—Sí, aunque no nos han presentado.

—César Ramos es informático de la policía —explicó Arancha—. Trabaja para InforMadrid, la empresa que gestiona los ordenadores de la Dirección General. Prácticamente es como si fuese uno de nosotros —dijo cordialmente.

César sonrió sin dejar de teclear. Se sintió halagado.

—Estos me dan mucho trabajo —dijo jocoso—. Cuando no se estropea uno, lo hace otro. Y, si no, se cuelgan todos a la vez.

—En el fondo César es un modesto. Gracias a él esto luce —siguió alabando la inspectora—. Desde hace cuatro años que estos ordenadores funcionan como la seda. Y es gracias a él —añadió.

Diana se fijó en que su tez se había sonrojado. El tal César le pareció una persona retraída y quizá la inspectora lo estaba poniendo en un aprieto.

—Ya estoy —dijo el informático—. Cuando quieras me llamas para que instale las aplicaciones de rastreo de las redes sociales en los ordenadores —le dijo a Arancha.

—Gracias, César.

El informático recogió su maletín y salió del despacho con un rollo de cables debajo del sobaco. Esta vez tampoco miró a Diana. La joven policía pensó que ese chico era muy tímido y no la miraba por pura vergüenza.

—Siéntate —le ordenó Arancha.

Diana se acomodó en la silla que había delante de la mesa, mientras la inspectora se sentaba en su puesto.

—Solo tenemos hasta el domingo para desenmascarar a ese asesino —comenzó a hablar Arancha—. Vamos a apostar todas las cartas en la próxima jugada y espero que nos salga bien. Tiene que salirnos bien —sentenció.

Diana percibió un aire masculino en los gestos de su jefa. La inspectora se había desabrochado el primer botón de la camisa y se fijó en que en su cuello pendía una gargantilla de oro con un colgante de acero con forma abstracta.

—El informático del grupo, César, nos dejará cuatro ordenadores configurados para crear varios perfiles en tres redes sociales y un foro de lesbianas.

Diana estuvo tentada de preguntarle a qué se debía lo del foro de lesbianas, pero la chica pensó que tenía cierto sentido que un asesino que antes de matar a dos chicas obligaba a que una de ellas le practicara el cunnilingus a la otra buscara a sus víctimas en un foro de tortilleras.

—Los dos últimos asesinatos los ha cometido en domingo —afirmó—. Todo hace pensar que el próximo también será en domingo, es decir —añadió—, el domingo 15 de julio es nuestra fecha.

La inspectora miró un calendario que pendía de la pared de su izquierda, como queriendo estar segura de la fecha. Diana se fijó en tres pendientes de botón que adornaban su lóbulo y pensó que ese ornamento en su oreja indicaba que era una mujer moderna y no una estirada inspectora, como pensó la primera vez que la conoció.

—Es festivo —anotó Diana.

—Sí, ya, el domingo es festivo —dijo imprimiendo un tono de sarcasmo a sus palabras.

—Quiero decir —insistió Diana— que actúa en domingo porque es festivo. Es posible que el asesino lleve una vida normal entre semana y el domingo sea el día que pueda ausentarse de sus quehaceres sin ser detectado.

Arancha no había caído en ese detalle. Pero siguió hablando como si no fuera importante.

—Crearemos las mismas cuentas en todos los perfiles, todas con el nombre de Demetria y Diana.

—¿Demetria y Diana? —preguntó la joven policía.

Para Diana había momentos de lucidez en Arancha, pero también percibía momentos de locura, como si hiciera las cosas por motivos externos, más que por motivaciones estrictamente policiales. Lamentó que el comisario no le parara los pies y le dejara hacer a su antojo; en la última reunión presintió que el jefe no aprobaba sus métodos, pero aun así dejaba que ella hiciera las cosas a su manera. Diana sabía que él nunca desacreditaría a una jefa. Lo de tender un cebo al asesino le parecía una majadería. «Estoy segura de que la Policía Nacional cuenta con los medios necesarios para cazar al criminal sin necesidad de tanta pantomima», pensó.

—Es una correlación lógica —argumentó Arancha—. Las primeras fueron Antonia y Anabel, en Málaga. Catherine y Colette, en Nimes. Eva y Erika, en Barcelona. Fátima y Fedra, en Zaragoza. Y las últimas, Beatriz y Bárbara, en Albarracín.

Diana se sorprendió de que la inspectora no necesitara leer los nombres de esas chicas en ningún papel y fuese capaz de recitarlos de memoria y por orden.

—De lo que no se ha hablado es de los apellidos de esas chicas —dijo Diana.

Arancha se sorprendió por la pregunta de la policía. Pensó que tenía razón. Siempre habían tenido en cuenta los nombres, pero nunca los apellidos.

—Tienes razón —le dijo—. ¿Es importante?

—No sé —negó con la cabeza Diana—, pero sería bueno tener en cuenta los apellidos por si fuera importante para la investigación.

Arancha tecleó en el ordenador y dijo en voz alta:

—Antonia Casado y Anabel Giménez, en Málaga. Catherine Eluchans y Colette Lemoine, en Nimes. Eva Santana y Erika Fraguas en Barcelona. Fátima Bernal y Fedra García, en Zaragoza y Beatriz Doblas y Bárbara Doblas, en Albarracín. Estas dos eran hermanas —especificó.

Diana cogió un folio de la impresora que había sobre la mesa y con un lápiz hizo varias anotaciones. Arancha la miró divertida, sin decir nada.

—¿Sabes los nombres de la que obliga a arrodillarse y comerle el chichi a la otra?

La palabra chichi dicha por Diana provocó una sonrisa en la inspectora.

—Te lo puedo decir —avanzó Arancha mientras seguía tecleando en el ordenador—. Mira, en Málaga fue Antonia.

—¿Antonia Casado? —preguntó Diana.

Arancha asintió con la cabeza.

—¿Y en Nimes?

—En Nimes, Catherine Eluchans.

—¿Y en Barcelona?

—En Barcelona fue Erika Fraguas.

Diana anotó los nombres y apellidos en el folio.

—Sigue —le dijo a la inspectora.

—En Zaragoza, Fátima Bernal.

—Vale, y en Albarracín, las dos hermanas Doblas —dijo finalmente Diana.

—Así es —asintió Arancha—. ¿Has llegado a algún sitio? —preguntó con retintín.

—Creo que sí. Y tienes razón, las próximas en asesinar serán dos chicas y al menos el nombre de una de ellas empezará por la letra «d». De eso puedes estar segura —afirmó Diana.

—¿Y eso?

—El apellido de la chica que obliga a arrodillarse delante de la otra empieza por la letra del nombre de la siguiente chica en ser asesinada.

La inspectora balanceó la cabeza.

—No me he enterado de nada.

—Es muy sencillo, Arancha —dijo Diana repasando sus anotaciones—. Antonia Casado, apellido que empieza por la letra «c», la siguiente Catherine Eluchans, cuyo nombre empieza por la misma letra. De Eluchans nos vamos a Erika, las dos con la letra «e». Erika Fraguas, entonces la siguiente es…

—La efe —interrumpió la inspectora—. El hijo de puta busca el nombre de las siguientes víctimas en el apellido de la que le come el coño a la otra.

—Que le hace un cunnilingus —dijo Diana.

—Sí, sí, comer el coño —volvió a decir la inspectora.

A Diana le pareció que en su nueva jefa afloraba la tosquedad por momentos.

—¿Y quién estaría tan loco como para planificar unos asesinatos con tanta relación entre ellos? —cuestionó Diana.

Arancha se frotó la barbilla y respondió:

—Alguien que está muy loco y que es muy listo. Y no hay nada peor que un loco inteligente.