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El martes 10 de julio, el inspector jefe Vázquez se subió al primer tren AVE que salía de la estación de Atocha con destino a Huesca. Era el único tren que llegaba directamente hasta la ciudad aragonesa. En su mano portaba una pequeña maleta de viaje donde incluyó un neceser de baño, dos camisas, un pantalón y varias mudas de ropa interior. Pegada a su cintura, y por debajo de la camisa, llevaba un 9 corto de la marca Astra. Era una pistola muy antigua, pero eficaz. Su cargador de ocho balas nunca le había fallado al veterano inspector jefe en todas las ocasiones en que practicó en la galería de tiro.

Durante las dos horas y media de viaje, Vázquez se entretuvo en organizar las notas que tenía dispersas en su carpeta. Había anotado los nombres de las chicas asesinadas, las fechas de los crímenes, la relación entre las chicas, los nombres, los apellidos. El comisario había dado órdenes a la inspectora Arancha para que los miembros de su Brigada indagaran en las reuniones del Club Bilderberg y la relación entre las reuniones y los asesinatos, pero Vázquez, que fue el primero que relacionó al club con los crímenes, no podía esperar a que la Brigada de Arancha lo sacara. Sobre la mesa de su asiento en el AVE puso la tableta de diez pulgadas y activó el router de su teléfono móvil para conectarse a Internet mediante red wifi.

—Veamos —murmuró en voz baja.

El navegador estaba preparado para recibir su primera búsqueda. Vázquez tecleó: «Reuniones del Club Bilderberg». El navegador pensó unos segundos y desplegó 78.000 resultados. El inspector jefe se centró solo en las noticias. Ahí los resultados eran más escuetos, tan solo 152. Tecleó «Reuniones del Club Bilderberg en Málaga». La respuesta ya se la temía Vázquez, fueron solo dos. En la primera que consultó leyó la fecha de una reunión que tuvo el club de poderosos en Málaga, la fecha fue el 13 de marzo de 2007. No necesitó mirar sus notas para comprobar que una semana después eran asesinadas Antonia y Anabel en Málaga.

«¿Una coincidencia?», pensó.

Para Vázquez, al contrario de lo que opinaba el comisario Celestino, las coincidencias eran posibles. Pero siguió con sus pesquisas. El navegador de su tableta estaba preparado para otra búsqueda. Tecleó: «Reuniones del Club Bilderberg en Nimes». Su corazón se aceleró. El veterano inspector jefe sabía la respuesta que le iba a devolver el buscador. El 7 de septiembre del año 2009 el club se reunió en Avignon, a tan solo cuarenta kilómetros de Nimes. El inspector jefe comprobó en sus notas que una semana después mataron a Catherine y Colette. A pesar del aire acondicionado del vagón, el calor le empapó la camisa.

«Una vez es coincidencia, dos, casualidad, pero tres…», pensó.

No era una casualidad que los crímenes coincidieran con las reuniones del club. Pero no tenía ningún sentido que un club tan poderoso estuviera detrás de los crímenes. En la mente analítica de Vázquez se fraguó la respuesta. El club lo integraban muchos miembros. Eran los amos del mundo. Empresarios, banqueros, políticos, militares, príncipes, reyes… Pero él sabía que no todos podían ser asesinos, solo hacían falta uno o dos… o varios. En la tableta tecleó: «Lista de miembros del Club Bilderberg». El buscador mostró varias páginas donde se listaban los participantes en las reuniones del Club. Pero en esas listas no estaban todos; solo los más importantes. El asesino podía ser cualquiera: un empresario, un banquero, un político… Vázquez pensó que era alguien despiadado y que sabía matar degollando a sus víctimas.

—¡Claro! —dijo en voz alta.

Una señora que había en el asiento contiguo se giró levemente. Vázquez se puso el teléfono en la oreja y simuló hablar con alguien.

Para el inspector jefe el enigma comenzaba a tener sentido. El asesino era un escolta, un guardaespaldas de alguno de los potentados que acudían a las citas. Por eso manejaba información confidencial y podía indagar sobre las víctimas antes de asesinarlas. Seguramente trabajaba para alguien muy poderoso al que deleitaba con las imágenes de las chicas teniendo su última sesión de sexo lésbico antes de morir. Era una idea terrible, pero el inspector jefe pensó que basándose en esa idea todo comenzaba a tener sentido.

«¿Y por qué los últimos crímenes han sido tan seguidos?», se preguntó.

Los asesinatos de Barcelona, Zaragoza y Albarracín se habían cometido en muy poco espacio de tiempo y Vázquez sabía que el club no se reunía tan a menudo. Buscando en Internet no halló ninguna reunión en todo el año 2012. Pero pensó que quizás el asesino o los asesinos estaban trabajando por su cuenta. Podía ser algún escolta o un policía que hiciese de escolta, que cogiera las vacaciones por quincenas, entre el 15 de junio y el 15 de julio, pensó Vázquez. El primer crimen de los tres de este año había sido el 16 de junio. Su tesis, aunque descabellada, encajaba.

La megafonía del tren avisó de que estaba llegando a Huesca. Vázquez recogió la tableta y desconectó el teléfono móvil de Internet. El viaje se le había pasado muy rápido, pero estaba desconcertado. Se disgustó consigo mismo por no haber sido más hábil antes y buscar la relación entre el club de poderosos y los asesinatos. Tenía que llamar a Arancha y contarle sus últimos avances para que ella estuviera preparada. La inspectora y su alumna iban a tender una trampa a un policía o alguien muy bien relacionado.

—Pero qué coño —murmuró en voz baja mientras metía la tableta en su maleta de viaje—. Lo mejor es que ella siga con su investigación y yo con la mía. Así avanzaremos más.

La mujer lo volvió a mirar y él simuló hablar con el móvil de nuevo.

Desde la relación que mantuvo con Arancha que se había vuelto muy proteccionista con ella; aunque la inspectora no lo sabía.

En la estación se subió a un taxi.

—A la comisaría de Huesca —le dijo al conductor.