Capítulo 7
Fearn bramó enfurecido cuando Marla le contó lo que había pasado. Una y otra vez, sin dejar de gritar, aseguró que mataría a ese hijo de perra. Pero ella lo calmó, asegurándole que no había peligro. El éxito del brebaje la mantenía confiada. Larkins jamás la tendría y algún día, muy pronto suponía, acabaría cansándose de ella para buscar a otra mujer.
Durante las tres noches siguientes, Marla acudió a la cita, y las tres Larkins, cayó en la trampa que ella le tendía con la droga. Sin embargo, se sentía inquieta. Él, al ser complacido, se mostraba atento e incluso se permitía la libertad de abandonar el gesto hosco para mostrarse como un hombre divertido; hasta tal punto, que olvidaba que se encontraba en los brazos de un ser sin entrañas, recibiendo sus caricias y besos que la hacían experimentar sensaciones tan agradables que lograban asustarla; preguntándose hasta dónde sería capaz de llegar si él no fuese el ser que más despreciaba.
—Deberemos solucionar lo de la ropa. Mañana visitaremos a una costurera —dijo Larkins con un gesto de desagrado ante el vestido viejo y de burda tela que ella llevaba esa noche.
—No hace falta, Drake. En la calle Cowstreet no son necesarios los lujos —rechazó ella, levantándose de la mesa.
—Es posible. Sin embargo, no estoy dispuesto a que me acusen de no atender como es debido a mi querida. Vestirás como corresponde —decidió él.
—Como quieras —musitó Marla, bajando el rostro avergonzada por sus palabras hirientes.
Cuando la ventana se abrió con violencia, Drake empujó la silla y se levantó. Marla, aliviada, pues hasta el momento no había podido emponzoñar su copa, rebuscó en el bolsito y sacó la botellita. La destapó y vertió la mitad del contenido.
—¿Qué es esto? ¿Veneno? ¿Acaso pretendes matarme? —siseó Drake, asiéndole con fuerza la muñeca.
Ella lo miró lívida.
—¡Maldita bruja! ¡Juro que haré que cuelgues de la horca! —bramó él, lanzándole una mirada encolerizada.
Marla comenzó a sollozar.
—No... No es veneno. Juro por Dios que...
—¿Te atreves a nombrar a Dios? ¡Una hija de perra como tú no tiene ningún derecho a profanar su sagrado nombre! —continuó gritando él, apretándole la mano con más fuerza. Ella gimió dolorida—. No te quejes. Debería estrangularte por tu fechoría.
—Drake, te prometo que no es veneno. Es una pócima para... para...
Él la miró detenidamente.
—No mientas, pues sabes que lo descubriré. Dime la verdad —le exigió, disminuyendo algo la presión de su mano.
Marla respiró agitada.
—Yo no quería acostarme contigo, e hice este brebaje para evitarlo.
Drake la fulminó con sus ojos azules.
—He dicho que quiero la verdad, Marla.
—¡Y la estoy diciendo! La pócima es alucinógena. Quien la toma cree sentir y ver lo que en realidad no está sucediendo. Estas noches lo único que has hecho es soñar.
Drake parpadeó, incrédulo.
—¿Estás diciendo que nunca me he acostado contigo?
Ella asintió levemente, temerosa ante su estallido. Y no se equivocó. Él la soltó y comenzó a caminar por la habitación mostrando un semblante iracundo.
—¡Mientes! Sólo intentas confundirme porque piensas que soy tan estúpido que creeré que eres una hechicera de verdad. Pero la magia no existe. Lo único cierto es que deseabas deshacerte de mí —dijo al fin, deteniéndose frente a ella respirando con agitación.
—Te aseguro que es la verdad —insistió ella.
—Y suponiendo que me tragara ese cuento… —Arrugó la frente peligrosamente—. ¿Por qué razón lo has hecho? ¿Tanto asco te doy? ¡Te juro jovencita que esta noche sí serás mía! ¡Lo quieras o no! —tronó, tirando de ella con rudeza.
—Por favor, no —le suplicó Marla, sollozando.
—Vamos, no te hagas la remilgada. Estoy seguro que te habrás acostado con tipos más repugnantes que yo —siseó él, arrastrándola sin contemplación.
Marla decidió jugárselo todo a una sola carta. Tal vez si le decía que era virgen él se apiadaría y comprendiera por qué lo había hecho.
—Drake, nunca he estado con un hombre —confesó en un murmullo.
Él se detuvo en seco, y luego ladeó el rostro, atónito, escrutándola.
—¿Me tomas por imbécil? No he percibido esa virginidad en la cama.
—Porque eran solo sueños. Créeme —dijo ella con tono desesperado.
—Sí, por supuesto. Ahora, desnúdate.
Marla permaneció petrificada.
—¿No me has oído? ¡Quítate la ropa! —chilló él, iracundo, mientras apartaba la colcha.
Ella, lloriqueando, al comprender que lo que más temía iba a consumarse, comenzó a quitarse la ropa hasta quedar desnuda, mientras él, tras desprenderse de la bata se tumbaba en la cama, mirándola con descaro.
—¡Oh, maldita sea, muchacha! ¡Deja de comportarte como si fueses llevada al sacrificio! —se exasperó él, obligándola a caer en el lecho. La apretujó contra su cuerpo y asaltó su boca con rabia, besándola profundamente, al tiempo que sus manos le exploraban la espalda, la curva de su cadera.
Marla se transformó en una estatua fría. Jamás complacería la lujuria de ese maldito bastardo.
Él dejó de besarla.
—Cuando beso a una mujer, quiero ser correspondido. Bésame. No me obligues a echar a tus hermanos de su casa —le ordenó entre dientes.
Ella, con el rostro empapado de lágrimas, abrió la boca y lo obedeció dócilmente, permitiendo que ese hombre despiadado gozara con ella.
—Mentías, hechicera. Este sabor no pude imaginarlo, ni tu aroma —jadeó él, enardecido de nuevo.
Marla notó su inflamación varonil y, asustada, intentó apartarse.
—No, querida. Aún no he terminado contigo —afirmó él, tumbándola de espaldas.
Con ojos brillantes, Drake bajó el rostro y lamió uno de sus pezones, mientras buscaba excitado la sedosidad que ocultaban sus prietos muslos.
Ella no pudo evitar saltar ante la caricia osada de sus dedos inquietos. Protestó débilmente, pero él continuó hostigándola sin piedad; recreando su boca en los senos turgentes, excitándose de un modo brutal. Henchido de pasión, se apartó, colocándose entre sus piernas.
—Lo siento, cariño. No puedo esperar más —jadeó, penetrándola con urgencia.
Marla gritó, clavándole las uñas en la espalda, contrayendo el rostro presa de un espantoso dolor.
Él, aturdido, la miró durante unos segundos. Pero era tanto el deseo que lo consumía, que comenzó a moverse contra ella, en busca de la liberación a la opresión que rugía en sus entrañas. Acelerando sus embestidas, profundizó en su calidez y dejando escapar un gemido ronco, se convulsionó, buscando el dulce néctar de la boca de su amante.
Aún jadeante, dejó caer la cabeza en el hombro de Marla. No había mentido. Era indudable que ella lo había drogado. Alzó el rostro y la miró. Ella mostraba una infinita tristeza. Un sentimiento de culpa lo embargó. No por haberle arrebatado la virginidad; sino porque ella había descubierto el sexo de una manera brutal y desconsiderada. No obstante, a los pocos segundos, lo apartó de su mente. Marla era la única culpable por haberlo engañado con esa maldita pócima.
—Decías la verdad —dijo entre dientes, lanzando después un leve suspiro.
Marla abandonó el gesto apesadumbrado. Sus ojos dorados lo miraron con profundo odio.
—Supongo que ya estarás satisfecho.
Él se apartó y se tumbo, apoyándose en el codo.
—No, querida. No lo estoy. Si hubiese creído que eras virgen, todo habría sido distinto. Mucho más agradable. Pero no me harás sentir consternado. Fuiste tú la que llenó mi cabeza de imágenes eróticas para hacerme creer que sucedían de verdad. Y lo conseguiste. Fueron tan reales que ni el mismísimo rey de Inglaterra me hubiese convencido que jamás te habías acostado con un hombre. Te felicito. He de reconocer que conoces a la perfección las propiedades de las plantas —puntualizó sin mostrar la menor piedad.
Marla se incorporó, y él la detuvo.
—¿Adónde piensas que vas?
—Ya has obtenido lo que más deseabas —contestó ella con voz cansina.
Drake sacudió la cabeza en señal de desacuerdo.
—Te equivocas, jovencita. Cuando estoy en la cama con una mujer quiero que ella también disfrute. Y tú no lo has hecho. No te preocupes. Enmendaremos el error.
—¡No permitiré que vuelvas a tocarme! —jadeó ella, horripilada.
Drake sonrió dulcemente.
—Te prometo que no volveré a lastimarte. Todo será perfecto y, además, muy placentero.
—¡Me das asco! —exclamó, apartándose.
Él la asió con fuerza, y la mantuvo cautiva entre sus brazos.
—Marla, deja que te muestre como es el sexo compartido —le dijo con voz seductora.
—¿Estás diciendo que tengo derecho a rechazar tu oferta? —le preguntó, encarándose a él.
—En absoluto. Quieras o no, te lo enseñaré. Y no harán falta pócimas para que goces intensamente —contestó él, posando las manos en sus nalgas para pegarla a su entrepierna.
—No cederé. Tendrás que forzarme de nuevo.
Drake lanzó una risa profunda. Asió las manos de ella, y las llevó hasta su cabeza, manteniéndola sujeta, mientras su boca remolona se hundía en el pulso latente de su cuello, besándolo, lamiéndolo con la punta de la lengua.
Marla intentó liberarse, pero era un esfuerzo inútil. Aunque, se juró que ninguna de sus caricias lograría perturbarla, y cerró los ojos.
Él volvió a reír cuando la muchacha se convulsionó al sentir como su boca succionaba su seno al tiempo que su mano libre se introducía entre sus muslos, rozando el botón de su placer.
Indefensa ante su ataque sensual, abrió los ojos en un último intento por no percibir con tanta intensidad lo que le estaba haciendo. No lo consiguió. Avergonzada, dejó escapar un suspiro, sin notar como su cuerpo comenzaba a relajarse.
Drake siguió palpándola, incitado al sentir como el placer comenzaba a apoderarse de esa piel de seda.
—Eso es, preciosa. Deja que los sentidos vuelen libres —le dijo con voz pastosa, hurgándola tiernamente.
La respiración de Marla se tornó agitada cuando una ráfaga de delicia la invadió. Instintivamente, cerró las piernas dispuesta a no claudicar ante esa bestia desalmada.
—No me hagas esto —le suplicó, contrayendo el rostro.
—Deseo hacerlo y tú, a pesar de odiarme, anhelas que no me detenga. Y no lo haré. Quiero darte placer. Hacerte olvidar el dolor que has sentido y que descubras que el amor carnal es fantástico —afirmó él, ronco de agitación, besándola con ardor, obligándola suavemente a abrirse de nuevo para él.
Marla, muy a su pesar, lo estaba descubriendo. Ni la razón, ni el ultraje a la que estaba siendo sometida, conseguían enfriarla. Toda su piel ardía en el fuego devastador que él provocaba. Su caricia erótica la incitaba a moverse hacia esa mano insidiosa y despiadada, perdiendo la batalla contra la dignidad. Sus labios se tornaron dóciles, dejando que él la explorara profundamente y entonces, poseída por una fuerza ajena a la razón, alzó los brazos y rodeó su nuca, devolviendo cada uno de sus besos con la misma furia insaciable.
—Me deseas… ¿No es cierto? Dime que me deseas, cariño —gimió Drake al sentir su humedad.
—Te desprecio —musitó ella, retorciéndose de gozo.
—Por supuesto —rió él, acelerando el ritmo de sus caricias, inflamándola cuando sus dedos penetraron en su calidez.
La respiración de Marla se tornó entrecortada. Sus entrañas rugían con la fuerza de un volcán a punto de estallar.
Drake dejó de hurgarla. No quería que Marla alcanzase tan pronto el éxtasis. Antes tenía que experimentar el dulce placer del erotismo. Deliberadamente, sus dedos recorrieron su vientre, al tiempo que su boca descendió por su pecho y los dientes mordisquearon unos pezones endurecidos por la excitación.
Marla se revolvió, lanzando un gemido suplicante. Necesitaba que él se detuviese para que su cuerpo traidor recobrara la cordura. Drake no lo hizo. Continuó tentándola con su boca hambrienta, alimentándose de la calidez de sus senos, palpando cada parte de la piel que su mano libre podía abarcar.
—Te lo suplico —sollozó ella, retorciéndose crispada.
Drake dejó de sujetarla. La pasión había derretido el hielo que solía cubrir sus ojos azules, y ahora éstos chispeaban salvajes.
—Sí, cielo. Sé lo que quieres —musitó, tomándola de las nalgas.
Sumamente excitado, sus labios se deslizaron a través de su cuerpo y ella suspiró conmovida de placer. Drake continuó el sendero ardiente hasta encontrar la carne delicada entre sus muslos.
Marla saltó conmocionada al percibir su aliento abrasador, su lengua pérfida, que jugueteó incansable, reportándole el goce más exquisito que jamás hubiese soñado. Asustada, intentó echarse hacia atrás, pero él no la dejó. La asió de las nalgas elevándola hacia su boca, profundizando, bebiendo sediento de su esencia. Marla, encendida por esa caricia lujuriosa, se dejó arrastrar por la voluptuosidad del momento. Sus caderas se alzaron inquietas, mientras sus manos intentaban acariciar los cabellos dorados de Drake, emitiendo gemidos de inmenso placer, que encendieron aún más el deseo de él.
Drake, al borde del delirio, cubrió su cuerpo. Tomó su mano, y la llevó hasta su masculinidad encendida.
Ella lo miró con un brillo de miedo en sus ojos dorados.
—Estoy preparado para ti. Deja que te llene. No te dañaré. Lo prometo, cariño —dijo con voz sedosa. Y dulcemente la preparó para recibirlo.
Marla esperó un desgarro tan doloroso como la primera vez que la tomó. Pero cuando su dureza ardiente y pulsante la invadió, no fue así.
—Siempre cumplo mi palabra, Marla —le dijo, sin apartar los ojos de los suyos, empujando contra ella con cadencia, intentando controlar la exacerbación que lo consumía.
El placer volvió a apoderarse de las entrañas de Marla al sentir su miembro palpitante meciéndose contra ella. El rugido ensordecedor de las sensaciones que él le prodigaba la obligó a cerrar los ojos y gemir entrecortadamente, mientras se abrazaba a Drake. Sumida en una vorágine enloquecedora, alzó las caderas para ir a su encuentro, empujando contra él, recibiendo cada una de sus embestidas con un sollozo atormentado. Drake la estaba torturando de un modo brutal. Quería que ese goce no terminara nunca, pero al mismo tiempo, necesitaba que él hiciese detonar la tempestad que rugía en sus profundidades.
—Mírame, cariño —le pidió él, acelerando el ritmo de sus empujes asiéndola de las nalgas para profundizar en su calidez.
Marla abrió los ojos. El brillo del placer que la embargaba se reflejó en la inmensidad azul de los ojos de Drake, mientras el orgasmo la sorprendía proporcionándole un éxtasis demoledor, y convulsionándose, emitió un gemido de puro placer.
Él, inflamado como nunca, se dejó arrastrar por el éxtasis, exhalando un gemido hondo, cuando su cuerpo se sacudió contra ella en un último espasmo agónico.
Drake permaneció sobre ella durante unos minutos, respirando agitado, aturdido por lo que acababa de suceder. La realidad había superado con creces las alucinaciones que Marla le había provocado las otras noches. Nunca había experimentado un placer tan exquisito y demoledor. Jamás había quedado tan saciado. Lanzando un largo suspiro, se separó de ella y la miró embelesado. Marla era preciosa.
Ella, avergonzada por su reacción traidora y obscena, ladeó la cabeza rompiendo a llorar.
—¿Qué te ocurre? —inquirió Drake, extrañado, tomándola del mentón. Le había parecido que ella había disfrutado tanto como él.
—Esto no tenía que haber ocurrido —musitó Marla, bajando los ojos.
Él le acarició la frente con el dedo.
—He de reconocer que la magia fue efectiva conmigo, pero contigo falló. Todos tus poderes no han podido vencer el deseo que sientes hacia mí.
Marla lo miró fijamente.
—Nunca te he deseado.
—¿Estás segura? —inquirió él. La arrastró consigo, manteniéndola abrazada.
—Desde el primer día que te vi, te odie. Y ahora más que nunca. Me has arrebatado el único valor que poseía. Lo guardaba para el hombre qué algún día amaré.
—¿Para un desgraciado sin porvenir, y que te hará pasar penurias? Olvida el amor. Es un espejismo. Esto es real. Yo te ofrezco una vida llena de lujos y comodidades. Una existencia sin problemas ni dolor. Sólo placer y diversión.
—Hasta que te hartes —dijo ella con sarcasmo.
—Por supuesto, querida. No soy hombre que se encapriche por mucho tiempo de una mujer. De todos modos, no debes preocuparte. Como dije, en cuanto te deje, obtendrás tu preciada tienda y puede que algo más, si sigues como hasta ahora claro, dándome el placer que he sentido.
—¿Tanto como en tu delirio? —inquirió ella sin abandonar el tono mordaz.
Él, por supuesto, no se molestó en sacarla de su error.
—Para llegar a eso, deberás aprender mucho, jovencita. Y temo que necesitaré más tiempo del que había pensado —avisó, buscando luego el dulzor de sus labios.
—¿No has tenido suficiente? —gimió ella, horrorizada.
—Soy un hombre que disfruta con los placeres de la vida, pero sobre todo de los que me reporta una mujer. Y de ti pienso obtener mucho, mi bella hechicera —gruñó complacido, atrayéndola bajo su cuerpo, sorprendido al sentir como de nuevo volvía a desearla como un loco.