Capítulo 11
Si la vivienda de Drake la había impresionado por su lujo, jamás esperó que la casa de Paul aún la dejara más apabullada. Era una mansión enorme anclada en el centro de la ciudad. Los salones, que ahora estaban ocupados por decenas de invitados, eran espectaculares. Las espectaculares lámparas de cristal, cuadros, flores y muebles finamente tallados se encontraban bajo un improvisado jardín.
—Gabrielle siempre decora sus fiestas. Esta vez nos movemos bajo un cielo de flores. Supongo por la cercanía de la primavera —comentó Drake, oteando hacia el fondo del gran salón que pisaban.
Un generoso número de criados ofrecía en bandejas de plata exquisitos bocados y bebidas. Drake tomó dos copas y le ofreció una a Marla.
Paul la vio, y sonrió complacido.
La baronesa Gabrielle Vignerot se acercó a su hijo, que miraba embelesado la compañía femenina de Larkins.
—Una pieza realmente difícil, mon chérie —le dijo ella con suavidad, ofreciéndole una copa.
—¿Por qué pertenece a Drake? Algún día se cansará de ella —susurró él, contrayendo la frente.
—Lo malo es que ella jamás podrá abandonarlo, porque le ama —contestó su madre.
—¿A Larkins? ¡No digas tonterías! Ninguna mujer en sus cabales cometería esa idiotez —rechazó el muchacho.
—Los hombres sois incapaces de mirar con los ojos de una mujer. Drake es un tipo encantador, elegante, atractivo y rico. El espécimen perfecto.
—Pareces conocerlo muy bien, mère —dijo Paul con tono de chanza.
Ella lanzó un suspiro hondo.
—Más de lo que supones… Disculpa, quiero hablar con esa jovencita… —dijo ella, encaminándose hacia la pareja. Cuando estuvo a su lado les sonrió con afecto—. Buenas noches, Drake. Hacía siglos que no te veía… Supongo que los negocios te han mantenido muy ocupado.
—Como siempre —contestó él, besándola cortésmente en la mano extendida.
—Opino que deberías descansar más. La vida es corta, y hay que disfrutar de sus placeres.
—También lo hago, Gabrielle —rió él.
—¿Y quién es esta encantadora joven? —preguntó la noble francesa, estudiando detenidamente a Marla.
—Marla Swyedydd. Una buena amiga.
—Encantada. Yo soy la baronesa Gabrielle Vignerot. Es un placer teneros en nuestra casa.
—Gracias, baronesa —repuso Marla, turbada. No estaba habituada a moverse entre gente tan elegante y temía cometer una imprudencia.
—Por favor, llamadme Gabrielle… ¿Me la prestas unos minutos, Drake? Me gustaría mostrarle el jardín. Es de noche, pero hay una Luna llena espléndida.
—Toda tuya —asintió Drake.
Marla la acompañó, y pasearon por entre los rosales.
—¿No sois inglesa, verdad? —le pregunto la baronesa, fiel a su estilo, sin preámbulos.
—Irlandesa. Las malas cosechas de mi país nos arrastraron hasta Londres… ¿Vivís aquí, o estais pasando una temporada?
El semblante de Gabrielle se oscureció.
—Por desgracia, tengo que estar en este país contra mi voluntad. ¡Oh! No quiero decir con ello que no esté a gusto. Todo lo contrario. La gente es muy amable con nosotros. Sin embargo, uno siempre añora su patria… ¿No es cierto?
Marla asintió con la cabeza, recordando la casa al pie de de las verdes praderas, los bosques sumidos en la bruma, el mar bravo.
—Imagino que tuvo que huir —aventuró.
—Justo a tiempo de que fuéramos apresados por esa bestia de Robespierre. Por suerte, un buen amigo nos ayudó, y así salvamos la cabeza de la guillotina.
—Debe ser terrible estar en Francia ahora con ese régimen de terror —dijo Marla sin poder evitar un estremecimiento.
—Lo es. La locura se ha apoderado de los hombres, y nosotros pagamos las consecuencias. Ya sé que el pueblo tenía hambre, y que se sentían esclavizados por la aristocracia. Aunque, las cosas podrían solucionarse de un modo menos aterrador. Os aseguro que cortando cabezas no arreglarán los problemas… ¿No os parece? Pero, no hablemos de cosas tristes, querida. Decidme… ¿Hace mucho que conocéis a Drake?
—Unas semanas —respondió Marla en apenas un murmullo.
Gabrielle hizo un gesto de asombro.
—¿De veras?
—Por negocios... inmobiliarios —respondió Marla, inquieta, evitando mirar a esa mujer.
La baronesa, por supuesto, sabía que era mentira.
—La especialidad de Drake. Es un lince en estos asuntos. Incluso cuando no era más que un muchacho con grandes de sueños, supe que llegaría muy lejos. Poseía el ímpetu y la obstinación que necesita un joven que desea prosperar.
—¿Era pobre? —inquirió Marla, incrédula.
Gabrielle rió divertida.
—¡Como las ratas!
—No puedo creerlo —musitó Marla, intentando imaginar a Drake viviendo en la miseria.
—De veras, querida. Lo conocí en el casino. Era un simple camarero, pero joven, guapo y ambicioso. Me cayó bien y lo ayudé. No con dinero, por supuesto. Me limité a contarle las inversiones que mi esposo efectuaba, y él empleó parte de lo que ganaba en la Bolsa de Londres. Poco a poco dobló el capital, hasta conseguir una cantidad sustanciosa. A partir de ahí, querida, voló solo… Conociendo como pocos las debilidades humanas, tuvo la sagacidad de prestar a los jugadores empedernidos, pues éstos casi siempre perdían todo lo apostado, quedándose de ese modo con casas, fincas y otras posesiones valiosas al no cancelarle la deuda. Y lo que son las cosas, se convirtió en el prestamista más importante de toda la ciudad.
—Eso sí lo sé —reconoció Marla, arrugando la frente.
—Como también sabreis que es un mujeriego incorregible. Ninguna mujer ha conseguido atraparlo. Sólo le interesan aventuras pasajeras —le previno Gabrielle, mirándola con gesto cómplice.
Marla se tensó como la cuerda de un antiguo longbow a punto de disparar una flecha.
—Lo que insinuais está fuera de lugar. El señor Larkins no me interesa en ese aspecto. Lo único que nos unen son los negocios.
La baronesa la miró con gesto triste.
—¿Nos sentamos? —Señaló un artístico banco de mármol de Carrara—. Mirad, Marla. No os recrimino nada; Dios me libre... Lo que hagan los demás me trae sin cuidado. Soy una mujer liberal. Sin embargo, no soporto ver como alguien, sobre todo, tan joven e inexperta como vos, se está haciendo daño. Drake nunca la amará. Y es más...
—¡Os repito que ese hombre no me importa lo más mínimo! ¡Y lo último que desearía es su amor! —exclamó Marla con el rostro encendido.
—Entonces... ¿por qué consentís que todo el mundo crea que sois amantes? ¿Acaso ignorais que Drake suele exhibir a sus queridas en esos lugares?
—No sé absolutamente nada de él —contestó Marla, respirando con agitación.
Gabrielle inspiró con fuerza.
—Temo que algo sí conocéis, por mucho que se empeñéis en negarlo. He visto cómo os mira él y es evidente que vuestra relación es íntima… Como también he podido apreciar que esa relación no os hace feliz. Marla, si no sois dichosa, podéis dejarlo. Hacedlo antes de que sea demasiado tarde, y acabe enamorándose sin remedio de ese sinvergüenza.
—No hay peligro. Nunca podré amar a ese canalla —masculló Marla con un rictus de odio en su bello rostro.
—Ya que habéis admitido lo evidente… ¿Podríais explicarme, si tanto le despreciais, por qué estais con Drake? —quiso saber Gabrielle, verdaderamente intrigada.
Marla se levantó.
—Lamento dejaros, baronesa. Drake me estará buscando.
—Y por supuesto, puede enojarse. ¿No…?
—Disculpad si soy grosera, pero he de deciros que lo que hagamos Drake y yo no es de vuestra incumbencia —le dijo Marla con tono helado.
—Estais equivocada. Yo creé a ese monstruo sin corazón, y no estoy dispuesta a que vuelva a herir a nadie más. ¿Os está chantajeando? ¿Es eso…? Comprendo… La hipoteca a cambio de sus... digamos, gratos servicios… ¡Señor! Nunca creí capaz a Drake de cometer esta atrocidad. Ese hombre se ha vuelto más despiadado de lo que imaginaba.
Marla se sentó de nuevo, rompiendo a llorar.
—Si no aceptaba, él me dejaba sin el negocio. Y mis cinco hermanos y yo estaríamos en la calle. No tuve otra opción.
Gabrielle la estrechó entre sus brazos mientras efectuaba un gesto de enfado.
—Querida, no os sintais culpable. Yo hubiese hecho lo mismo. Pero ese canalla no puede continuar extorsionándoos.
—No... no tengo dinero… Estoy… en sus manos —balbució Marla.
—¿Y de dónde ha sacado ese collar? Es extraordinario —quiso saber Gabrielle, mirándolo maravillada.
Marla se enjuagó las lágrimas con un pañuelo de encaje.
—Los diseño yo —habló al fin—. Con cristales, por supuesto. Drake lo vio, e hizo que un joyero hiciera una réplica con piedras auténticas.
—¡Caramba! —se asombró la baronesa—. Sois todo un talento… En serio. ¿No habéis intentado que alguien encargue vuestro trabajo?
Marla sonrió con tristeza.
—Ningún joyero los ha admitido. Dicen que no son modernos.
—No estoy de acuerdo. A mí me parece un trabajo espléndido. Una joya única. Es como si te embrujara —argumentó Gabrielle, sin poder apartar los ojos de él.
—Bueno, es lógico. Lo he hechizado. No solo diseño, también provengo de una familia de brujos de los bosques de Irlanda. Esta alhaja está predispuesta para atraer a la suerte —afirmó Marla, volviendo a sonreír débilmente.
—¿Si? Pues yo creo en su poder… Porque querida, esta noche hay aquí un joyero muy prestigioso que no rechazará la oferta que le pienso hacer. Vamos —dijo Gabrielle, levantándose.
—¿Por qué hacéis esto? Vos no me conocéis, y no soy nadie importante por el que debería preocuparse. ¿Es por venganza hacia Drake? —quiso saber Marla.
Gabrielle Vignerot la tomó delicadamente de las manos, y luego la miró con afecto.
—Jamás podría perjudicar a Drake. Me ayudó en un momento muy duro de mi vida. Sin embargo, esto que está haciendo con vos es inadmisible, y me duele... No puedo tolerarlo por mucho que él os desee. Vos no sois como las mujeres que frecuenta. Sois una buena muchacha, y sé que algún día él se hartará de teneros y os hará sufrir. Remediaremos esto antes de que suceda, claro que sí... ¿Cuánto le debéis a ese desalmado?
—Quinientas libras —confesó Marla.
—Os las prestaré —decidió Gabrielle, ceñuda.
—No sé si podré devolvérselas. Mi tienda apenas nos da para subsistir —musitó la joven irlandesa.
—Querida, Zackery os hará ganar mucho dinero. No lo dudéis. Me debe favores. Comprará vuestros diseños. Y yo promocionaré sus alhajas entre todas las grandes damas de esta ciudad. Vamos, sonreír… Vuestras penalidades han terminado.
Marla la miró con ojos húmedos.
—Sois muy buena, baronesa.
—Sólo hago lo correcto, querida. Acompañadme. Os daré el dinero que necesitais ahora mismo.
Subieron a los aposentos privados de Gabrielle Vignerot, y cuando Marla guardó el dinero en el bolsito, una inenarrable sensación de libertad la embargó. Drake ya no tendría ningún poder sobre ella. Nunca más volvería a tratarla como a una vulgar mujerzuela. Y ella podría vivir en paz, sin ese sentimiento de culpa que él le provocaba cada vez que cedía a sus instintos más bajos con la mayor de las complacencias.
Cuando regresaron al salón, Gabrielle le presentó a Zackery Newel. Al joyero judío no le hizo ninguna falta que su amiga le explicara las excelencias de la joya. Era evidente que se trataba de un collar espléndido. Así que, ante el regocijo de Marla, Newel la citó para la mañana siguiente en su prestigiosa joyería.
Drake los miraba con ojos hoscos. Desde que habían llegado a la fiesta, Marla apenas estuvo unos minutos con él y eso le enfurecía.
—¿Se puede saber por qué me tienes tan abandonado? —le preguntó con rudeza.
Marla sonrió enigmáticamente.
—La baronesa es una conversadora fascinante. Estuvimos hablando de muchas cosas interesantes. Después me presento a ese señor tan amable y simpático… —Suspiró dichosa—. Drake, no te enojes. ¿Acaso no querías que estuviese distendida? Estoy haciendo lo que me pediste. Como ves, soy obediente. ¿O prefieres que todos vean lo furiosa que estoy contigo?
—No me provoques, muchacha —gruñó él.
—¿O me quitarás la tienda? —replicó ella con marcado cinismo.
Paul se acercó a ellos.
—Pensé que no podías venir. Me alegro que al fin decidierais acercaros a mi casa. Señorita Marla, estais usted preciosa esta noche. En realidad, vos siempre estais hermosa —le dijo, halagador, besándole ceremoniosamente la mano.
—Vos siempre tan galante —rió ella.
Drake apretó los dientes, y miró al muchacho con ojos encendidos.
—Tenemos que irnos —avisó con brusquedad, asiendo del brazo a Marla como si fuera de su propiedad.
—¿Tan pronto? Ahora comenzará el baile. Y tenía esperanzas de bailar con vos, Marla —dijo Paul, decepcionado.
—Marla y yo tenemos cosas más interesantes que hacer que dar vueltas estúpidamente. ¿No es cierto, preciosa…? —formuló Drake con perversidad. Las mejillas de ella se encendieron de vergüenza e indignación—. Buenas noches, Paul. Despídenos de tu madre. Una fiesta deliciosa. Nos veremos otro día —añadió el prestamista, llevándose a Marla.
Cuando subieron al carruaje, ella, furibunda, se enfrentó a Larkins.
—¡Cómo te has atrevido a humillarme de ese modo! ¡Eres repugnante! —le espetó.
—Simplemente he dicho la verdad. Dudo que prefirieras bailar a gozar en la cama conmigo —contestó él con insensibilidad.
—Sabes que esta noche no...
—Lo sé. De todos modos, debía dejar sentado ante Paul que me perteneces.
—Algún día me liberaré de ti.
—No, querida. Serás libre cuando yo lo decida. Y por el momento, aún me apetece tenerte junto a mí.
Marla ladeó el rostro, y dejó perder la mirada en la ventanilla mientras pensaba que ese canalla desconocía que al día siguiente rompería las cadenas que la mantenían prisionera.
—Hemos llegado —anunció Drake con voz grave.
Marla extendió la mano para abrir la puerta.
—¿No me darás un beso de despedida? —le pidió él, asiéndola de la cintura.
Ella se dejó arrastrar, y aceptó su beso con desidia.
—¿Qué ocurre? ¿Ya no te emocionan mis besos? —inquirió él, molesto.
—Estoy cansada. Te dije que no me encontraba bien. ¿Puedo ir a casa?
Drake lanzó un suspiro.
—Nos veremos mañana.
Marla bajó del coche, y entró en la tienda con una expresión de dicha en el rostro.
Fearn estaba en el «cuarto mágico», ultimando un hechizo. Miró con atención los objetos que había sobre la mesa. Una vela rosa, un trozo de jaspe rojo, cúrcuma y unas violetas. Era evidente que algún cliente le había encargado un conjuro para atraer el amor.
Silenciosamente, se alejó y entró en la cocina. Calentó un poco de leche y se sentó, meditando en el futuro que les aguardaba. Si todo salía como esperaba, pronto podrían vivir tranquilos, sin ninguna amenaza.
Fearn entró en la cocina, y miró angustiado a Marla.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó, inquieto, cerrando la puerta.
—¡Un milagro, hermanito! —exclamó ella, sacando las quinientas libras del bolso.
Fearn miró el dinero incrédulo.
—Pero... ¿de dónde lo has sacado?
—La baronesa Gabrielle Vignerot me las prestó. Y eso no es todo. Me presentó a un gran joyero judío, y mañana tengo una entrevista con él. ¡Quiere que le haga diseños! —anunció Marla, entusiasmada.
El muchacho estalló en carcajadas.
—¡Somos libres! ¡Y no perderemos nada! Hermana, sabía que saldríamos del atolladero. Te lo dije.
—Sí, Fearn. Eres un gran vidente —admitió ella.
—¿Drake sabe algo? —quiso saber él, llenándose un tazón de leche con mucha nata.
—Absolutamente nada. Mañana se llevará la mayor sorpresa de su vida cuando cancele la hipoteca.
—Se pondrá furibundo. Por lo que pude apreciar, ese tipo es orgulloso y no aceptará tan fácilmente que escapes de sus garras —opinó Fearn con preocupación.
Marla alzó los hombros con indiferencia.
—Ya no tendrá ningún poder sobre mí.
—¿Estás segura? —inquirió su hermano, mirándola fijamente.
—Te dije que no amaba a ese hombre.
—No estoy nada convencido —musitó él.
Ella lo miró con disgusto.
—¿Acaso piensas que soy tan estúpida que puedo querer a una bestia como ésa? Drake no merece el aprecio de nadie. Y juro que jamás tendrá el mío.
—¿Has olvidado la emoción que sentías cuando tenías que reunirte con él? Y no me digas que era por sus oropeles. No lo creeré. Marla, tal vez tú no te des cuenta, pero le amas a pesar de todo.
—¡Le aborrezco! ¡Me ha tratado como a una... mujerzuela y jamás se lo perdonaré! ¡Jamás! —exclamó ella.
Dio la espalda a Fearn y entró en su habitación, dejándose caer sobre la cama, rompiendo a llorar con desgarro; diciéndose una y otra vez que no lo amaba. Sin embargo, su corazón protestaba en cada negativa. Hasta que al final tuvo que admitir que quería a ese canalla con toda su alma. Pero no volvería con él. Pagaría la deuda, y luego desaparecería de su vida para siempre.