Capítulo 31

 

 

Maximiliénne fue a casa de Drake, pero no pudo hablar con él. Había salido de Londres. Supuso que en pocos días podría hacerlo, pero tres meses después, el prestamista continuaba sin aparecer, y ella, a pesar de poder buscar una vivienda para vivir, seguía con los Swyedydd. Ponía como excusa que Marla no estaba bien. Pero no era cierto. Lo que no deseaba era alejarse de Fearn. Aquel muchacho había conseguido enamorarla casi de un modo enfermizo. Y se sentía incapaz de reanudar su vida sin su presencia.

—Marla, por favor. Tienes que venir —pidió Maximiliénne, poniéndose los guantes.

—No me apetece —rechazó ella por quinta vez.

—En ese caso, nos quedaremos todos en casa —decidió Fearn.

—¡Oh, no! —se quejó Maximiliénne.

—¿Lo ves? Estás disgustando a Maxi —le reprendió su hermano.

—¿Yo? Eres tú el que quiere quedarse.

—O vamos todos, o ninguno —insistió Fearn, sentándose sobre la cama de su hermana.

—¿Por qué ese empeño? No estoy de humor para fiestas. Sería un estorbo.

—Últimamente siempre estás malhumorada. Odio a Drake por...

—¡Os prohibí hablar de él! —exclamó Marla con el rostro encendido.

—En cambio, tú no dejas de recordarlo. ¡Por el amor de Dios, Marla! ¿No ves que está ganando la batalla? Lo que deberías hacer es vestirte, arreglarte como nunca, y demostrar a todos que puedes vivir sin él; sobre todo a ese bastardo.

Marla abandonó el lecho con gesto decidido.

—Tienes razón. Tardaré sólo unos minutos —decidió, abriendo el armario.

Cuando bajó las escaleras, Maximiliénne aplaudió gozosa.

—¡Estás radiante!

—Sin duda. La muchacha más bonita del mundo. Después de Maxi, por supuesto —dijo Fearn.

—¿Nos vamos? —sugirió la marquesa.

 

 

Marla intentó mostrarse en la fiesta distendida y feliz, pero lo cierto era que le costaba un enorme esfuerzo. Todos los desprecios de Larkins no habían conseguido matar el amor que por él sentía.

—Estais preciosa. Es un gran reclamo para vuestros diseños. ¿Lo habéis hechizado para atraer a un enamorado? —le dijo el joyero Newel, admirando el collar de rubíes.

—Nunca utilizo esas artes para mi persona, señor. No sería prudente. Pero no os preocupéis, en cuanto os lo devuelva, estará envuelto por la magia —contestó ella.

—A vos no le hacen falta, señorita. Seguro que siempre estais rodeada de admiradores. Id con los jóvenes —le dijo el señor Newel.

Marla se unió a su hermano y a Maximiliénne.

—¿Mejor? —le preguntó ésta.

—Sí.

—Mira discretamente a tu derecha. Hay un muchacho que no ha dejado de mirarte desde que has llegado. Parece que le gustas… ¿Por qué no intentas entablar conversación con él? —le sugirió su amiga.

—Maxi, he aceptado venir a la fiesta, pero no me pidas que coquetee. No estoy preparada aún... ¿De acuerdo?

—Como quieras.

—¿No es muy tarde ya? Mañana tenemos que trabajar duro, Fearn. El señor Newel está esperando los diseños de la nueva temporada.

—¿Te importa, Maxi? —preguntó Fearn.

—En absoluto. Yo también estoy cansada. ¿Nos traes los abrigos? Mon Dieu!

—¿Qué ocurre? —le preguntó Fearn al ver su repentina lividez.

—Es... Paul —musitó.

Marla volvió el rostro, y comenzó a respirar con agitación.

—Tranquila, hermana. Ese tipo no te molestará. Me encargaré de ello —le prometió Fearn.

—Por favor... déjalo, y marchémonos — le suplicó ella.

—No estoy de acuerdo. Ese miserable merece ver que no nos altera lo más mínimo. Lo que deberías hacer es aceptar bailar con él si te lo pide —sugirió la marquesa.

—¿Te has vuelto loca? —jadeó Marla.

—Sensata más bien... Tienes que demostrar que no te influye para nada. Incluso mostrarte despreciativa.

—No estoy de acuerdo —protestó Fearn.

—¿Queréis que ese miserable se enorgullezca de tenernos sometidos? ¡Yo no pienso consentirlo! —aseguró Maxi, encaminándose con paso firme hacia el hijo de la baronesa—. ¡Querido Paul! Me alegro de verte. Ven… Quiero presentarte a unos amigos. Marla, Fearn, os presento a Paul Vignerot.

—Nos conocemos —dijo él noble, mirando a Marla con ese mismo brillo de lujuria que tanto la atemorizaba.

—¿De veras? Nunca me han hablado de ti. ¡En fin! No habrá salido en la conversación… Ola la la! Esta melodía es mi favorita… ¿Te importa bailar conmigo, Fearn? Paul, se amable, y baila con Marla.

—Yo... Estoy cansada y...

—Recuerdo que aún me debéis un baile. ¿Me lo negareis otra vez? —propuso Paul, mirándola con frialdad.

—Por supuesto que no lo hará. ¡Vamos! —afirmó Maximiliénne.

Paul tomó a Marla de la cintura y la acercó a él, comenzando a seguir el ritmo de la música.

—La última conversación que tuvimos no fue nada agradable. Me dijiste que te parecía repugnante, y un indeseable.

—¿Y no es cierto? Os negasteis a ayudar al hombre que os salvó la vida —replicó ella con frialdad.

—Con tu negativa también, y ahora su cabeza debe de estar separada de su cuerpo. ¿No sientes remordimientos?

—Ninguno… Además, Drake vive. Estuvo en Londres hace unas semanas: por lo que hice lo correcto al no sacrificarme —contestó ella, sonriendo triunfal.

El rostro de Paul se contrajo en un rictus de irritación.

—¿De veras? ¿Así que tu amante ha vuelto al redil? —musitó, volviendo a sonreír.

—Os equivocais. No somos amantes.

—¿Así que por fin te ha dejado definitivamente? Muy interesante.

—Olvidadlo. Jamás me tendréis —aseguró ella intentando separarse.

—¿No querrás dar un espectáculo, querida? Continúa bailando… Y sonríe, que esto es una fiesta —le exigió él, atrayéndola con más fuerza.

Marla deseaba escapar de sus garras, pero debía guardar las apariencias hasta que la pieza terminase, y curvó la boca en una sonrisa desganada.

—Temo que estais bailando con mi amante. Y eso no está nada bien, no señor.

Paul miró al hombre recién llegado.

—Drake… —susurró, empalideciendo mientras soltaba a Marla.

—¿Sorprendido?

—¿Por qué debería estarlo?

—Bueno, he estado varias semanas fuera de la ciudad… ¿Qué tal, Marla? Aprovechando mi ausencia, por lo que veo —dijo mordaz, mirándola con ojos encendidos, y ocultando la conmoción que le embargó el pecho al verla de nuevo.

—Soy libre de hacer lo que se me antoje —contestó ella con el corazón latiéndole desbocado por la emoción y el miedo.

—Yo no lo creo. Me perteneces, y vos, barón, os estais comportando como un canalla —afirmó agriamente el prestamista.

—¡No consiento que me insultéis! —exclamó Paul, mostrando un gesto de gran ofensa.

—Pues, lo repetiré una vez más… Sois un miserable —dijo Drake en voz alta, lanzándole un guante al rostro.

Los asistentes a la fiesta exclamaron un gemido de horror.

Paul tragó saliva, y miró atemorizado a su alrededor. No quería batirse con Drake. No obstante, el honor lo obligaba.

—Mañana vendrán los padrinos para decidir la hora y el momento para recomponer el honor que me ha mancillado. Buenas noches, señor —afirmó el retador, alejándose con gesto altivo.

—¿No lo harás, verdad? —gimió Marla.

Drake sonrió con crueldad.

—Lamento darte este disgusto, pero no me queda más remedio que matar a tu amante. Buenas noches, señorita Swyedydd.

—Drake, yo no soy...

No pudo continuar; él abandonó el salón sin mirarla. Fearn y Maximiliénne corrieron junto a ella.

—¡Oh, Señor! ¿Pero que ha pasado? —le preguntó su hermano visiblemente afectado.

—Van a batirse —musitó Marla con la mirada perdida en la puerta que Larkins acababa de cruzar.

—¿Por qué? —inquirió Maximiliénne sin comprender la razón.

—Drake piensa que soy amante de Paul.

—¡Está loco! —protestó Fearn.

—No. No lo está. Es muy probable que descubriese la proposición que el barón te hizo —comentó la noble francesa.

—¿Y cómo? Dudo que ese bastardo fuese comentando esa bajeza por toda la ciudad. No. Es imposible —negó Fearn.

—Pues, sabiéndolo o no, era una posibilidad que hubiese podido ser cierta. Y Drake la cree firmemente. Ahora comprendo su actitud… No os preocupéis. Lo sacaré del error. Ahora será mejor que nos marchemos. Estamos siendo el centro de atención —aconsejó Maximiliénne.

El señor Newel se acercó a ellos.

—¿Estais bien, señorita Marla?

—Sí. No os preocupéis.

—Pero… ¿qué ha pasado?

—Ellos... Bueno, creo que... por lo que pude deducir, tenían rencillas en el pasado, y esta noche han estallado de la peor manera posible. Siento verme comprometida en este asunto, señor —contestó Marla.

—No tenéis por qué. Habéis sido una víctima de las circunstancias. Ahora, marchaos y descansar… ¿De acuerdo?

—Lo haré. Gracias, señor.

 

 

En cuanto llegaron a casa acostaron a Marla, dejándola sollozando con desconsuelo.

—¿Por qué continúa sufriendo por ese hombre? —se quejó Fearn.

Maximiliénne lo miró con dulzura.

—Le ama, Fearn. Y ocurra lo que ocurra, siempre lo hará. ¿Acaso no puedes comprenderlo?

Él la miró a los ojos con infinita devoción.

—Sí, Maxi… Ahora sí lo entiendo. Yo también estoy herido por su mismo pesar. Sé lo doloroso que es el desprecio del ser que más quieres.

—No te desprecio, Fearn. Lo que hago es alejarme de ti, porque si aceptara tu amor, estaría perdida —dijo ella sin apenas voz, mirándolo con la misma devoción.

Fearn le acarició la mejilla con ternura.

—Esto es injusto, Maxi. Muy injusto… ¿Por qué debemos renunciar a nuestro amor? ¿Por qué pertenecemos a clases distintas? ¿O es por qué estás casada? Él nunca te amó… En cambio yo, te quiero tanto que ya me es imposible concebir la vida sin ti.

Ella tomó su mano, y besó sus dedos.

—Fearn… —suspiró

—Maxi, no me tortures —musitó él.

Maximiliénne tiró suavemente de él, entrando en su habitación.

—No lo haré más, mi amor. Es inútil resistirnos a lo que sentimos.

—¿Estás segura? —murmuró el joven pelirrojo.

—Nunca en mi vida lo he estado como ahora. Quiero que me ames, Fearn. Descubrir cómo es sentirse amada —le dijo seductora, buscando con ansia su boca.

Fearn gimió gozoso, tomando a la mujer que tanto amaba entre sus brazos.

—Cariño, puedo decepcionarte. Apenas he...

Ella selló sus labios con los dedos.

—No importa. Lo que más anhelo es que me demuestres lo mucho que me quieres.

—Lo que me pides es fácil. Nadie… Nadie te amará con toda el alma como yo —jadeó, buscando su boca, mientras alzaba el pie y cerraba la puerta.