Capítulo 26
Drake entró en el siempre concurrido lupanar parisino. Ignorando el terrible dolor que le traspasaba el pecho, se encaminó derecho hasta el despacho de Marguerite.
—¡Drake! Sabía que Marat te soltaría, mon ami —dijo ella, alegrándose ante su llegada.
—Lo ha hecho, sí... De todos modos, tengo que largarme cuanto antes. No confío que quedase convencido del todo... ¿Las muchachas están a salvo?
—Pierre las dejó en el barco rumbo a Inglaterra. Ninguna complicación. Todo salió como esperábamos.
—Bien… ¿Puedes traerme ropa y un sombrero? Es posible que me estén vigilando.
Marguerite lo miró con desaprobación.
—Estás malherido, y no soportarás el viaje.
—No tengo otra opción si quiero salvar el pellejo.
—Como quieras… Por cierto… ¿quién te denunció?
—Paul Vignerot.
—¿Qué…? Pero... ¡si lo ayudaste a salir de Francia! ¿Por qué habrá hecho esa canallada?
—Marla. La respuesta es Marla.
—¿Por una mujer? Merde! —escupió Marguerite con desprecio.
—Y me pregunto el motivo —musitó Drake, frunciendo la frente.
—¿Piensas que son amantes? ¡Oh non, chérie! Esa muchacha no es de esa clase de mujeres a quien no le importe con quién se mete en la cama. Lo supe en cuanto cruzó la puerta.
—Las apariencias engañan. No es tan inocente como supones —aseguró él, alzando las cejas con gesto significativo.
—¿De veras? ¡Vaya! Sería un reclamo interesante para mis clientes. Inocente, pero perversa. Una mezcla explosiva, y que me reportaría mucho dinero —rió ella.
—Marla no se comporta como una puta. Y sugiero que abandones inmediatamente ese tono hacia ella —replicó él con gesto hosco.
—Mon Dieu! No te enojes… Era una broma. Además, suponía que te interesaba esa muchacha, pero no hasta el punto de defender su honor con tanta efusividad —dijo ella, abandonando el tono jocoso.
Él rió con tristeza.
—¿Es extraño, verdad? Ahora me enfurezco porque alguien la considere una mujerzuela cuando yo la traté como si lo fuese… Pero ya es tarde. El daño está hecho, y ella jamás me perdonará. Me odia, y lo único que desea es escapar de mis garras.
—Por supuesto, por eso te salvó la vida, como gratitud… Vamos, Drake. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta que está loca por ti. En realidad, todos hemos visto que os amáis —concluyó Marguerite.
Drake lanzó un perspicaz gruñido.
—¿Cuántas veces tendré que decir que sólo siento deseo carnal hacia ella?
—A mí no intentes convencerme. Sé lo que he visto. Y si no quieres perderla, te aconsejo que tomes medidas con Vignerot. Ya has comprobado de lo que ha sido capaz de hacer para arrebatártela. Ese muchacho parece un ángel, pero es perverso, y carece de moralidad. Marla está en peligro si lo rechaza. Es ese tipo de hombres que no dudaría en matarla si no es para él.
—Nada podrá hacer. En cuanto llegue a Londres, lo mataré —siseó Drake.
—¿En este estado? ¡No seas insensato, mon ami! Sin duda no podrías hacerlo. Además, la venganza es un plato que debe servirse frío. No lo olvides. Y hay otro problema, no puedes deshacerte de un noble como si nada. La justicia caería sobre ti. Y supongo que, por mucho que desees su muerte, no querrás que por ello tu cuello penda de la horca.
—Por supuesto que no —murmuró el prestamista.
—Debes pensar en algo sutil. Un crimen con el que nadie te relacione —le sugirió ella.
—¿Y qué satisfacción obtendría? No, Marguerite… Tengo que acabar con su vida con mis propias manos —dijo Drake con ojos iracundos.
—La ira no es buena consejera. Medita, y alguna solución satisfactoria se te ocurrirá. Pero no actúes con precipitación. No me gustaría recibir una carta comunicando tu muerte… ¿De acuerdo?
—Lo intentaré —prometió él, lanzando un suspiro.
—¿Qué te parece la compañía de Marlene para relajarte mientras aguardas a los muchachos? Regalo de la casa —sugirió Marguerite, guiñándole un ojo.
Drake sacudió la cabeza, rechazando la oferta.
—Gracias, pero…
—¡No puedo creerlo! ¿Drake despreciando a una de mis mejores hembras? ¿Qué ha pasado? —se burló ella, interrumpiéndolo.
—Como puedes ver, no estoy en condiciones —rió él.
—Un alivio rápido no requiere muchos esfuerzos, como bien sabes —comentó ella, sonriendo con malicia.
—Eres muy generosa, pero no.
—El poder de Marla es superior al que creía —dijo ella, mirándolo con seriedad.
—¿Me crees ahora? En otro tiempo no habría dudado en aceptar tu oferta. Marla me embrujó, y por eso soy incapaz de desear a otra —admitió él con gesto abatido.
—Si quieres llamarlo brujería... ¡En fin! Iré a por la ropa… ¡Ah! Y no se te ocurra afeitarte. La barba ocultará mejor tu rostro —le aconsejó Marguerite, saliendo del despacho.
El inglés se sentó en la butaca, mordiéndose el labio ante el inmenso dolor que le provocaba la herida. Miró el espejo. El rostro que le mostró le parecía ahora el de un extraño. Un rostro dolido y sumido en la tristeza. Ya no se asemejaba en nada al Larkins triunfador, insensible y dispuesto a disfrutar de cada momento. Ahora lo único que le importaba era recuperar a Marla. A una mujer que, probablemente, lo rechazaría como a un perro. Y asombrado, sintió como las lágrimas ardían en sus ojos de hielo, mientras su corazón se rompía en mil pedazos, aceptando de una maldita vez que amaba a Marla más allá de la razón.