Capítulo 15
Marla estaba recostada en una esquina de la celda con el rostro pálido, pensando en la situación que se encontraba por culpa de ese desalmado. Si no aceptaba las exigencias de Drake, perdería todo lo que había conseguido hasta ahora. El señor Newel le rescindiría el contrato por ladrona, y ya absolutamente nadie confiaría en ella. Deberían volver a Cowstreet, y los niños tendrían una gran decepción. Y ella no quería eso, pero tampoco ceder de nuevo a los requerimientos de ese canalla. Aunque lo peor no era eso. Si la culpaban, pasaría años en la cárcel, entre ladrones, asesinos, ratas y pulgas, sus hermanos acabarían en un hospicio y no volvería a saber más de ellos. La familia que con tanto esfuerzo logró mantener, se rompería.
—¡Oh, Señor! ¿Por qué me haces esto? —musitó desolada, rompiendo a llorar.
Se sobresaltó cuando la puerta chirrió tétrica al abrirse. Alzó los ojos y miró a la figura alta y esbelta, reconociendo enseguida a Drake. Con brusquedad se secó las lágrimas.
—¡Eres un hijo de perra! —escupió furiosa, mirándolo con profundo odio.
Drake se acercó a ella. Sus ojos azules la escrutaron, estremeciéndose al tenerla de nuevo ante él, provocándole un sentimiento de angustia, de alegría, de temor. Marla conseguía perturbarlo de un modo que no quería, y estaba dispuesto a no caer a esa dulce y terrible tentación. Tenía que apartarla de su vida cuanto antes, o jamás volvería a tener autonomía, ni libertad de acción.
—Lo admito. Aunque, en esta ocasión te has precipitado en insultarme —repuso, intentando mostrar frialdad.
—¿De veras? ¿Qué calificativo crees que sería el justo después de la canallada que acabas de cometer? Me has acusado de ladrona para conseguir que vuelva a someterme a ti, y si no lo hago, dejarás que me pudra en esta insalubre celda… ¿No es así? —le echó en cara.
—Aún no he tomado una decisión, Marla.
Ella soltó una risa crispada.
—No me harás creer eso, Drake. Te conozco demasiado bien.
—¿Tú crees? —inquirió él sin poder apartar sus ojos de ella, sintiendo que su corazón latía con inusitada fuerza.
—Jamás permites una derrota.
Él apretó los puños en un gesto de rabia ante su maldita estupidez, y apartó de sus ojos el halo de embeleso para lanzarle un brillo de ferocidad.
—Cierto. Por eso te dejo libre, porque querida, has perdido. Tu hechizo no ha surtido el efecto que esperabas. Si he hecho esto, es tan solo para demostrarlo.
Marla parpadeó desconcertada.
—No intentes disimular, preciosa. Sé que has intentado retenerme con tus artes maléficas. Y la verdad, no lo entiendo… ¿Acaso no me despreciabas?
La boca de Marla se curvó en una sonrisa burlona.
—¿En serio piensas que he hecho un conjuro para enamorarte? ¡No seas iluso, Drake! Serías el último hombre que querría seducir. Lo único que deseo es perderte de vista, y olvidar que un día te conocí.
El aludido asintió levemente con la cabeza.
—Los dos queremos lo mismo. Así que, puedes irte. He retirado la denuncia.
Marla abrió la boca pasmada, incrédula de sus palabras.
—¿Sí…?
—No miento. Eres libre.
Ella abandonó el harapiento catre, y se encaminó hacia la puerta con celeridad. No quería que esa bestia se arrepintiese. Pero Drake la detuvo a tiempo.
—Aunque antes, quiero que te despidas de mí —dijo glacial, asiéndola de la cintura.
Quiso liberarse, pero él la mantuvo entre sus brazos y buscó su boca besándola con hambruna de noches en vela.
Marla intentó no responder a su ansia. No pudo. Sus labios cedieron a un ataque sensual y despiadado.
—¿Lo ves, pequeña? Me desprecias. Y no obstante, tu cuerpo no puede evitar desearme. A pesar de ello, no me tendrás, hechicera. Ninguna de tus artes mágicas podrán retenerme —jadeó él, soltándola.
Ella, con el rostro arrebatado, le miró con un brillo de odio en sus ojos dorados.
—Dices que no te intereso y en cambio, continúas excitándote cuanto estoy en tus brazos.
Drake apretó los dientes con gesto rabioso.
—Porque eres una bruja que consigue embotarme los sentidos. Pero no permitiré que vuelvas a encantarme —siseó.
—Te repito que no hay sortilegios en esto. No he perdido ni un minuto de mi vida para hechizarte. Si me deseas, será mejor que te preguntes el motivo… Adiós Drake. Espero no verte nunca más —afirmó decidida, cruzando la puerta. Abandonó la prisión a toda prisa y regresó a casa tras alquilar un carruaje.
—¡Marla! —exclamó su hermano, incrédulo al verla. Había esperado que Larkins la mantuviese retenida hasta conseguir sus propósitos.
Ella cerró la puerta y se encaminó hasta el salón, dejándose caer en el diván con gesto cansado.
—¿Qué ha ocurrido? —quiso saber Fearn.
—No lo sé. Por lo visto Drake se ha arrepentido. Y con franqueza, no lo comprendo.
—Tal vez lo convenció esa baronesa a la que me enviaste con tu mensaje.
—Es posible. Aunque, sigo desconfiando. No es lógico que Drake se rinda con tanta facilidad después de las molestias que se ha tomado para volver a chantajearme. ¿Sabes qué me ha dicho? Que me acusó para dejarme libre después, para demostrar que no estaba sometido a mis artes mágicas. Por lo visto, cree que lo he hechizado para seducirlo. Podría creerlo si no le conociera tan bien, pero sé que ese hombre es incapaz de amar… —Fearn, nervioso, carraspeó—. ¿Qué ocurre? —quiso saber.
—Verás. Temo que la culpa sea mía —contestó él con las mejillas encendidas.
Marla lo miró con incomprensión.
—Cuando estabas con él, pensé, tal como te dije, que sentías amor por Larkins. Lo único que se me ocurrió para que no sufrieras fue hacer un hechizo. Utilicé los poderes para que él cayese enamorado de ti —le explicó él con un gesto de culpabilidad.
—¿Qué hiciste qué? ¡Por el amor de Dios, Fearn! ¿Acaso estabas loco? —exclamó ella, levantándose airada.
—Quería ayudarte —se disculpó el muchacho.
—¡Y bien que lo has hecho! ¡Me has complicado la vida! ¡Oh, Señor! ¿Qué haré ahora? Drake no dejará de acosarme —se angustió.
—Lo dudo. Larkins te ha dejado ir. Eso significa que el conjuro no surtió el efecto esperado —calculó Fearn, intentando apaciguarla.
—Espero que sea cierto, o te juro que te mataré —susurró su hermana mayor.
—Intentaré neutralizar el hechizo —decidió él.
—¡Ni se te ocurra! No quiero que vuelvas a hacer nada con este asunto. ¿Entendido? ¡Te lo prohíbo! —se negó.
—Como digas —murmuró él verdaderamente avergonzado, intentando no echarse a llorar.
Marla inspiró con fuerza y se acercó a su hermano.
—Cariño, sé que lo hiciste con la mejor intención. Anda, no te preocupes. Por suerte, estoy de nuevo en casa… Piensa que a partir de ahora todo nos irá bien. Hemos vencido al temible dragón. ¿Han cenado los niños?
—Sí. Y ya duermen. ¿Quieres comer algo?
—No. Estoy cansada, y mañana tengo que ir a la joyería del señor Newel para entregar los nuevos diseños.
Subieron las escaleras y Fearn la besó en la mejilla antes de entrar en sus respectivas habitaciones.
—Que descanses.
—Cielo, deja de sentirte culpable. ¿De acuerdo? Ha pasado el peligro. Buenas noches —le dijo ella, sonriéndole con ternura.
Fearn deseó que así fuese. Sin embargo, no estaba convencido. Larkins creía que había sido hechizado, y eso significaba que no había fracasado. Ese canalla estaba enamorado de Marla, y aunque ella le había prohibido hacer nada, no la obedecería. Debía anular el conjuro, o su hermana continuaría siendo acosada por ese hombre.