Capítulo 27
Marla y Maximiliénne llegaron a Londres la noche siguiente de su partida de Francia. El coche que las transportaba se detuvo ante la mansión de Drake.
—No quiero quedarme sola aquí. ¿Te importaría acogerme en tu casa? —le pidió la noble francesa a Marla.
—Por supuesto que no. Aunque, te advierto que no es un palacio. Está en un barrio normal.
—No importa. Estaré bien.
Marla ordenó al cochero que la llevaran a su casa.
Fearn la abrazó conmocionado al verla, haciéndole muchas de preguntas.
—¿Dónde has estado? —inquirió preocupado—. ¡He pasado un infierno! Exijo una explicación. —Respiró agitado.
—Antes deberías ser educado, y saludar a nuestra invitada… ¿No crees? Fearn, te presento a Maximiliénne Henriette Agustine de Béthune, marquesa de Chârost-Guinot.
Su hermano, perplejo, la miró parpadeando. Si la hermana de Paul le había parecido hermosa, esa marquesa la superaba con creces.
—Es un placer conoceros, señor —dijo ella, sonriéndole.
—Sí... Lo mismo digo, marquesa —farfulló él, sin poder dejar de mirarla embobado.
—Maximiliénne se quedará unos días con nosotros. Ha tenido que huir precipitadamente de París. La Comuna la acusó de traición junto a su marido, y no tiene donde ir —le explicó Marla.
—¿Estais casada? —preguntó, él decepcionado.
—Por el momento… Mi esposo no pudo escapar —contestó ella con semblante serio.
—Lo lamento, marquesa.
—Por favor, llamadme Maximiliénne o mejor Maxi, como hacen mis amigos —le pidió ella, dedicándole otra encantadora sonrisa.
Fearn asintió sin poder decir nada. Acaba de descubrir que se había enamorado como un tonto.
—¿Te enseño la habitación? Supongo que no será de tu agrado. Es pequeña, aunque acogedora, pero es todo lo que puedo ofrecerte —le indicó la anfitriona.
—Para mí será un palacio. Sois muy amables acogiéndome —agradeció Maxi.
—Es lo mínimo que podemos hacer. No consentiría que quedarais desprotegida —le dijo Fearn.
—Sois todo un caballero, señor —contestó ella.
—Fearn, prepara un poco de té. Tengo que hablar contigo —le dijo Marla, subiendo las escaleras.
Cuando Marla entró en la salita, su hermano ya la aguardaba con una taza humeante de té.
—¿Y bien? ¿Qué me cuentas? —le dijo él con gesto hosco.
Le relató lo acontecido. Fearn la escuchó sin mostrar el menor síntoma de alteración; a pesar que la furia rugía en sus entrañas.
—Tenemos que hacer algo —concluyó ella, angustiada.
—Sí, por supuesto. ¡Dejar que ese hijo de perra pierda la cabeza! —explotó sin poder soportar que su hermana continuase defendiendo a Drake.
—¿Cómo puedes desear algo así? Ese hombre ha expuesto la vida por los demás —le defendió ella.
—Y la tuya, no lo olvides. Jamás debió llevarte con él. ¿Sabes que he tenido que decir a todo el mundo que estabas enferma? ¿Que yo mismo por poco enfermo ante tu repentina desaparición? Los niños no dejaban de decir que los habías dejado para ir al cielo con nuestros padres. Si muere Drake, será un alivio. Nuestros problemas habrán terminado para siempre.
Marla lo miró con gesto incrédulo.
—Nunca pensé que fueses tan cruel.
—Ni tú tan estúpida. Continúas enamorada de ese bastardo.
—Sí, lo amo. Y haré lo que sea para salvarlo —contestó con vehemencia.
Fearn se removió inquieto.
—¿Pero no comprendes que él jamás te amará? Si alguna vez sintió algo por ti, fue por el hechizo. Y no sabes cuánto lo lamenté. Por eso realicé otro que anulara el efecto. Drake ya no está interesado. Admítelo de una vez, hermana.
—Temo que tus poderes han fallado.
Fearn la miró con ojos iracundos.
—¿Has vuelto a acostarte con él? ¡Por el amor de Dios! ¡Estás loca!
—¿Nunca has amado, verdad? —dijo ella con un halo de tristeza en sus ojos dorados.
—Por supuesto que sí. Pero en la vida cometería la insensatez de entregarme a alguien que me ha humillado y vejado, tal como Drake ha hecho contigo. Has actuado con una inmoralidad que me avergüenza… ¿Qué ocurrirá si todos se enteran? Lo que hemos conseguido se irá a la mierda —le recriminó tremendamente enojado.
Marla comenzó a llorar con nerviosismo.
—Lo siento. ¡Oh, Fearn! Sé que he actuado mal, pero no pude evitarlo. Drake consigue perturbarme hasta hacerme perder la razón. Y aún sabiendo que es un desalmado, no quiero que muera, o no podré continuar viviendo.
Fearn la arropó en sus brazos.
—Cálmate, cariño. Dentro de poco olvidarás a ese hombre y encontrarás la paz.
Ella alzó el rostro.
—No, Fearn. Sólo lo haré si él no muere. Drake puede ser un canalla, pero los Vignerot y otros muchos salvaron la vida gracias a él. Un hombre que actúa con ese altruismo no puede ser tan malvado. No es justo que ahora ellos le abandonen. Y no permaneceré quieta. Hablaré con la baronesa. Le exigiré que lo ayude.
Fearn se apartó con gesto hosco.
—¡Ni hablar! Ya te has comprometido bastante. No consentiré que el rumor se extienda.
—¿Qué te ocurre? ¿A qué viene ese repentino ataque de moralidad? ¿Acaso la prosperidad te ha vuelto insensible? Soy tu hermana, tu familia, y pensé que me querías, que siempre me apoyarías —le reprochó ella.
—Desgraciadamente lo hice cuando ese desalmado te chantajeó. No volveré a cometer el mismo error. Drake está bien donde está.
Marla sonrió con tristeza.
—Por supuesto que lo hiciste. No por amor hacia mí, sino por el miedo a verte en la calle, en la miseria. Y ahora que temes perder esta casa y el trabajo, vuelves a fallarme.
Él se revolvió los cabellos con gesto alterado.
—Lo único que intento hacer es protegerte. No quiero que sufras otra vez. Te juro que si Drake se arrodillará a tus pies confesándote que te ama con locura, a pesar del odio que hacia él siento, no me opondría a vuestro amor. Pero sabes que es un imposible… ¿No lo comprendes? Ese hombre no tiene sentimientos.
—Está prisionero por compadecerse de los inocentes que la Comuna sentenció. La mujer que está descansando arriba vive gracias a él —le recordó ella.
—¡Está bien, lo admito! Ha actuado con valentía y justamente. Aunque, de ningún modo me convencerás de que lo perdone por lo que te hizo.
—No olvides que tú también actuaste con perversidad hechizándolo. Ya sé… No protestes. Lo hiciste después de su canallada. Aún así, no estuvo bien. Olvidaste que la magia no puede utilizarse para beneficio propio.
—Fue por ti —puntualizó él.
—Fearn, reconozcamos que todos cometimos errores. Le hice una promesa a Drake, e intentamos eludirla con la pócima. ¿Y sabes? Te haré una confesión. Estás culpando a Drake de mi deshonor cuando no es cierto. Hubiese podido evitar que me tomara, pero deseaba que lo hiciese porque sin saberlo, me había enamorado de él. La única verdad es que jugamos con fuego, y luego la magia se volvió contra nosotros.
Fearn suspiró consternado.
—¿Qué podemos hacer ahora?
—Enmendar las equivocaciones. Iremos a ver a la baronesa y ella nos auxiliará, como siempre ha hecho.
La campanilla de la puerta resonó con impaciencia. Fearn se levantó y abrió.
—¿Cómo está Marla? ¿Ha mejorado? —preguntó la baronesa Vignerot, entrando con gesto preocupado en compañía de su hijo.
—Está aún cansada. Pasad al salón, por favor.
Marla se levantó. Un gesto de temor se aposentó en su bello rostro al ver a Paul. Aún podía recordar su crueldad, su increíble desfachatez cuando le propuso ser su amante. No obstante, sonrió forzadamente, y besó a la baronesa.
—Querida, me alegro de verte.
—¿Cómo os encontrais, señorita Marla? Mamá dijo que estabais enferma. Pensé en visitaros, pero me lo prohibió rotundamente. Aunque hoy no le he consentido que me dejara en casa —afirmó Paul, besándole la mano. Ella la retiró al instante, mirándolo con hosquedad.
—¿Queréis tomar un té? Acabo de prepararlo —dijo sin apenas voz.
—Sí, gracias —aceptó Gabrielle.
Marla les llenó las tazas con manos temblorosas.
—¿Sentís frío? —le preguntó Paul.
—Un poco. Puede que aún tenga fiebre.
—No deberíais estar levantada.
—Estoy mucho mejor. No os preocupéis.
Marla bajó el rostro y removió la cucharilla, intentando que no notaran su perturbación.
—Me gusta tu casa Marla. ¿La has decorado tu misma? Tienes muy buen gusto, querida —opinó Gabrielle.
—Agradecemos vuestro cumplido, baronesa. Aunque supongo que en el fondo pensará que es casi una pocilga —intervino Fearn.
Ella lo miró ofendida.
—Nada de eso, muchacho. Este salón es elegante y discreto. ¿Te importaría enseñarme el resto? —dijo ella, mirándolo con intención.
—¡Oh, por supuesto! Venid conmigo —aceptó Fearn.
Marla lo miró consternada. No quería quedarse a solas con Paul. Pero su hermano pareció no entenderla, y se fueron.
—Creo que... voy a acostarme. No me siento bien… Si me disculpais —dijo con voz queda.
—Marla, comprendo que estés violenta ante mi presencia. Aquella noche me comporté de un modo inaceptable. No sé si servirá de disculpa, pero he de decir que había bebido demasiado. El alcohol me hizo enloquecer de celos. Sabes que siempre me has gustado, y no pude soportar verte en casa de Drake… ¿Me perdonarás si te pido mis más sinceras disculpas?
Ella dudó unos instantes.
—Admito vuestras disculpas, Paul.
—Gracias. No sabes el alivio que siento… ¿Así que has estado enferma? ¿De veras? —insistió Paul.
—Gripe… El... el frío —balbució ella, incómoda.
—Comprendo. Aunque, no es esa mi información. He oído decir que has estado en París… ¿Te gustó? ¿Es una ciudad tan romántica como dicen? Yo creo que sí. Viví en ella durante toda mi vida. Es el lugar ideal para los amantes —dijo él con voz terriblemente suave.
—¿París? No, claro que no he estado —negó ella.
El rostro de Paul se tornó severo.
—No mientas. Alguien te vio subir al barco de Drake. No olvides que, aunque esté exiliado, no me desentiendo de lo que allí ocurre. Unos informadores me han comunicado que Drake ha sido acusado por la Comuna de traición… ¿Es cierto?
Marla asintió con el rostro pálido, intentando contener las ganas de llorar.
—Yo…
—Mon Dieu! —suspiró Paul.
—¿Creéis que podemos ayudarlo? —le preguntó ansiosa.
Él la miró fijamente. Deseaba abofetearla por desear a ese bastardo, pero se contuvo. Marla, sin saberlo, se le había puesto en bandeja. Si le daba esperanzas, a cambio de un buen trato, sería suya.
—Deberíamos hacerlo. Él nos salvó. Aunque, sería muy peligroso. No sé si los demás tendrán el valor suficiente para ir a París. Pero yo, si tú me lo pides, estoy dispuesto a arriesgar la vida. Sabes que haría cualquier cosa por ti —aseguró, mirándola con pasión.
—Paul, por favor —musitó ella, azorada.
—¿Quieres que mienta? Marla, estoy enamorado de ti. No puedo evitarlo —le confesó.
—Lo lamento —repuso ella sin apenas voz.
Él montó súbitamente en cólera.
—¿Que lo lamentas? ¡Maldita sea! Te estoy ofreciendo ayuda para rescatar a tu amante, y tú lo único que haces es despreciarme. Pues te diré que, si no obtengo nada, el cuello de Drake caerá bajo la guillotina —siseó con ojos encendidos de rabia.
—Sois despreciable. Él os salvó, y ahora pretendéis aprovecharos del modo más vil —respondió ella, respirando agitada.
—Así es la vida, preciosa. Un favor a cambio de otro. ¿Qué me dices? —contestó él con indiferencia.
—¡Jamás! —exclamó ella con el rostro arrebatado.
—Pensé que amabas a Drake. Estaba equivocado.
Marla se enfrentó a él, mirándolo con desprecio.
—Os rechazo precisamente por ello. Sé que él preferiría la muerte a ver cómo le traiciono.
—¿Traicionarlo? ¡Ese bastardo jamás ha sentido ningún aprecio por nadie! Si piensas que él te ama, te equivocas. Sólo siente lujuria. En cuanto se canse de ti, buscará a otra. Claro puede hacerlo, y lo hará... Porque yo no pienso mover un dedo para ir a rescatarlo. A no ser que cambies de opinión.
—No lo haré —aseguró ella.
—Te daré tiempo para pensarlo. Si decides...
Paul calló cuando Fearn y la baronesa entraron de nuevo en el salón.
—Querida, tienes una casa exquisita. Y tus hermanos son deliciosos… ¿Qué ocurre? Estás muy pálida —dijo Gabrielle.
—No... Me encuentro bien. Si me disculpais, iré a acostarme —repuso Marla.
—Por supuesto. Vamos, Paul… Que te mejores, querida —se despidió Gabrielle, besándola en la mejilla.
En cuanto Fearn cerró la puerta, Marla rompió a llorar.
—Cariño… ¿qué pasa?
—Es Paul... Ha descubierto que estuve con Drake.
—Siempre supe que acabaría por saberse —masculló él, enojado.
—Eso no es lo peor. La noche que estuvimos en casa de Drake, Paul me trató como a una mujerzuela. Me propuso ser su amante y, por supuesto, lo rechacé. Ahora me ha dicho que si quiero salvar a Drake, lo único que tengo que hacer es aceptar su proposición.
—¡Hijo de perra! —bramó Fearn con las mejillas rojas por la indignación.
—Tranquilízate. No pienso acceder.
—Por supuesto que no. Hablaré con la baronesa de este asunto. Paul no te pondrá un dedo encima. Su madre se encargará de ello… —Marla se dejó caer con gesto derrotado en el sillón—. Cariño, juro que no volverá a molestarte. Le daré un buen escarmiento a ese estirado barón —siseó Fearn.
—¿Un duelo? ¡No digas sandeces! Jamás han utilizado un sable o una pistola —argumentó Marla.
—Hablo de magia, hermanita... Y no temas, cederé el honor a Brighid —contestó él con una sonrisa malintencionada.
—Fearn, por favor…
—¿Qué quieres, que ese cerdo salga invicto? Además, esto no pasaría si tu actitud hubiese sido honorable. Te advertí que tu reputación quedaría mancillada para siempre, que los hombres te podrían considerar una mujer fácil.
—¿Siempre me echarás en cara que me entregara al hombre que amo? —musitó ella con tristeza.
Fearn le acarició la mejilla con ternura.
—Estoy furioso, y me gustaría poder despreciarte. Pero no puedo. Supongo que el amor que siento por ti lo perdona todo.
Marla se acurrucó en sus brazos, y lloró desconsolada. Nadie iría a buscar a Drake. El hombre que amaba iba a morir, y ella no podía ayudarlo. No si rechazaba a Paul.