Capítulo 18
El barco arribó a Calais.
Marla, aún mareada, abandonó la cama, e intentó colocarse los botines.
—Deja —dijo Drake, arrodillándose.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó ella.
—¿Raptarte, o jugarme la vida? —inquirió él con sarcasmo.
—No entiendo cómo un hombre como tú, egoísta, cruel y arrogante, decide de repente salvar la vida de otros —respondió perpleja, observando que su secuestrador había cambiado sus ropas elegantes por raído un traje de campesino.
Él se levantó, mirándola luego con fijeza.
—Ya oíste la conversación que mantuve en el despacho. La revolución no me importa. Como bien has dicho, soy demasiado egoísta para creer en idealismos.
—Lo que me cuesta creer es que tengas amigos —replicó ella con acidez.
—Me encanta tu candidez. ¿Acaso aún no has aprendido que la mistad no existe? Me limito a devolver favores. Nada más. Y basta de charla insulsa. Tenemos que bajar. Ponte esto. No puedes ir por ahí ataviada de gala —le dijo con aspereza, tirándole una falda y camisa de lana burda.
—Lamento no ir adecuada, pero alguien me impidió prepararme —replicó ella, lanzándole una mirada encendida.
Tras cambiarse, desembarcaron. Nadie debía imaginar el motivo de su viaje, por eso Larkins desistió de tomar un carruaje y alquiló un carro de labradores que olía a estiércol.
—Recuerda, si alguien te pregunta, eres mi esposa, y que hemos dejado la granja en Calais para ir a París a ver a tu hermana que está enferma —le previno Drake, azuzando a la mula con los arreos, sin dejar de vigilar los movimientos de los sansculottes.*
*Término despectivo para denominar a los «sin pantalones» y «sin camisas», revolucionarios procedentes de loe estratos más bajos de la sociedad francesa.
—Para tu seguridad, considero que deberías de haberme dejado en el barco —repuso ella con aspereza.
—¿Para que pudieras escapar o traicionarme? Querida, a nadie le extrañará que tenga una esposa irlandesa. En París viven muchos extranjeros —masculló él, ajustándose el abrigo de lana.
Hacía mucho frió, y aquel carro descubierto no propiciaba la comodidad. Larkins miró hacia el encapotado y gris cielo, y efectuó una mueca de desagrado. Lo más probable era que nevase, y eso les dificultaría el viaje.
—No soy tan insensata. Sé que no lograría ir muy lejos —replicó ella con el mismo tono de enojo.
—Permite que dude. La desesperación hace cometer actos irracionales.
—¿Es tu caso? —inquirió ella con sarcasmo, colocándose la capucha ante la brisa gélida marina que los envolvió.
Él la miró, y sonrió con arrogancia.
—Jamás hago nada sin meditar. Los impulsos son demasiado perjudiciales. Tú los cometiste, y ahora lo estás lamentando.
—Si piensas que fui a la fiesta porque sabía que eras el anfitrión, estás equivocado. En cuanto lo supe, intenté salir de la casa. Pero me vi obligada a esconderme en esa habitación para que no me vieses —le aclaró ella con ceño.
—No estoy hablando de eso, pequeña hechicera. Hablo de tu conjuro para seducirme. Y para que veas que sé reconocer cuando alguien ha ganado, te doy mis más sinceras felicitaciones. Has conseguido que no pueda dejar de pensar en ti; que incluso crea en esas supercherías.
Marla lo miró pasmada.
—¿Qué…? ¡Te repito una vez más que nunca utilicé mis conocimientos para ese fin!
—¿Por qué insistes? Ya he admitido que has vencido. Te deseo ferozmente, Marla. De un modo ilógico —reconoció Drake, mirándola con extraordinaria intensidad.
—Acabas de decir que siempre actúas de un modo racional. Piensa un poco, Drake. Pagué la deuda para perderte de vista. ¿Por qué razón continuaría embrujándote?
—Porque te sentías humillada. Pero en el fondo sé que sigues deseándome.
—Y en el supuesto de que quisiera enamorarte… ¿Habría estado apartada de ti durante nueve meses? ¡Eso es absurdo, Drake!
Él alzó los hombros con indolencia.
—Supongo que el deseo se incrementa ante la indiferencia aparente. Y ése era tu gran plan; enloquecerme hasta el punto de conseguirte como fuera. Soy consciente de que he caído en la trampa. Y a pesar de saber los peligros que entrañaba traerte conmigo, no he podido evitar la tentación.
Marla le lanzó una mirada furibunda.
—¿Estás diciendo que no era necesario este secuestro?
Él se echó a reír.
—¡Por supuesto que no! Si hubieses contado algo de lo que oíste, nadie te habría creído. ¿El disoluto Larkins arriesgando el pellejo para salvar a los demás? ¡Por Cristo, Marla! Pensarían que te habías vuelto loca, o que actuabas por venganza al haberte abandonado.
—¡Eres... un miserable! —exclamó ella a punto de echarse a llorar.
—Lo admito. Pero tú no eres mucho mejor. No olvides lo que hiciste esas noches. Traicionaste la palabra dada.
Ella volvió el rostro y no replicó. No caería en la trampa de iniciar una pelea, ni que la alterase hasta el punto de confesarle que había sido Fearn el que lo embrujó.
Al recordarlo, una mueca de tristeza cubrió su hermoso rostro. Su hermano estaría desesperado ante su desaparición. Y no se equivocaba…
Fearn salía de la nueva casa familiar con evidente zozobra por la desaparición de su hermana.
Intuyendo que ella no había regresado a causa de Larkins, se encaminó hacia la residencia del odiado prestamista dispuesto a enfrentarse a él cara a cara.
Ruth abrió la puerta, y observó al muchacho de cabellos rojos y rostro pecoso.
—¿Si…?
—Quiero ver al señor Larkins —dijo Fearn, intentando dar a su voz un tono de autoridad que no admitía negativa alguna.
—El señor ha salido de viaje —repuso ella, mirándolo de arriba hacia abajo con ese gesto despreciativo que formaba parte de su agrio carácter.
Fearn parpadeó perplejo.
—¿De viaje? ¿Adónde?
—Lo desconozco. No suelo inmiscuirme en sus asuntos, como debe ser en una buena doncella. Volved otro día —replicó ella en tono áspero, cerrándole la puerta en las narices.
Desconcertado, el muchacho se quedó parado ante la casa sin saber qué hacer; hasta que recordó a la baronesa Gabrielle. Ella lo orientaría.
El recibimiento en casa de la baronesa Gabrielle fue muy distinto al que le ofreció aquella horrible criada. Lo hicieron pasar con gran amabilidad hasta el saloncito, y allí le ofrecieron una taza de té caliente.
—¿A qué debo esta temprana visita, Fearn? ¿Ha ocurrido algo? —le preguntó Gabrielle con rostro preocupado.
Él inclinó levemente la cabeza mientras asentía.
—Marla no ha regresado a casa. Sé que algo le ha ocurrido, y que tiene que ver con Larkins.
Ella lo miró con gesto de desacuerdo mientras se sentaba.
—Muchacho, puede que Drake sea un poco expeditivo en resolver sus asuntos, pero dudo que retuviera a Marla contra su voluntad. Tiene que haber alguna que otra explicación lógica.
—No conocéis a ese tipo. Es un miserable. Además, el último sitio donde vieron a mi hermana fue en la fiesta. Y acabo de enterarme que Larkins se ha ido de viaje.
—¿Y pensais que se la ha llevado? ¡Eso es absurdo, jovencito! —exclamó ella en total desacuerdo.
—Entonces… ¿podríais decirme dónde está Marla? ¿Acaso habéis olvidado la vileza que hizo para que regresara junto a él? Ese tipo nos invitó con un plan premeditado: recuperarla, sin importarle el modo.
Gabrielle suspiró.
—Con franqueza, no sé qué decir.
—Pues, yo lo tengo muy claro, madame. La ha secuestrado. Ésa es la única verdad. Y os juro que en cuanto caiga en mis manos, lo mataré —afirmó Fearn con un brillo feroz en sus ojos verdes.
—No os aconsejo que destrocéis vuestra vida cometiendo esa insensatez. Además, estais especulando. No hay pruebas. Puede que Marla se fuese de la fiesta, y que enfermara, o que tuviese un accidente.
El rostro de Fearn se tornó pálido.
—No sé qué deciros…
—Bueno. Es una posibilidad, que espero no sea cierta —dijo ella con voz queda, intentando tranquilizarlo mientras se servía una taza de té.
—Ni yo, por supuesto. Antes preferiría que mi presentimiento fuese el acertado. Larkins es un canalla, pero dudo que dañara a Marla —musitó Fearn.
—¡Por supuesto que jamás atentaría contra su vida! —le defendió la baronesa.
—Pero ha echado a perder su reputación. Todo Londres sabe que fueron amantes —precisó él con acritud.
Ella lanzó un suspiro consternado.
—En eso debo darte la razón. Y Drake no es hombre que restituya el honor de ninguna mujer.
Los ojos de Fearn chispearon iracundos.
—Lo obligaré. Os lo juro.
Gabrielle esbozó una sonrisa triste.
—¿Y cómo, muchacho? Os aseguro que jamás ha perdido un duelo. Drake es invencible. Sería una locura.
Fearn sonrió enigmáticamente.
—Hay algo a lo que no es inmune. A la magia. Y podéis estar segura que está ante uno de los brujos más capacitados.
—¡Oh, Señor! Últimamente todo el mundo habla de magia. Hasta ese descreído de Drake ha acabado creyendo que está bajo el influjo de un hechizo —se quejó ella.
—No os equivocais. Le hice un conjuro para que se enamorara de Marla. Cuando comprendí la locura que había hecho, intenté contrarrestarlo. Pero ante la situación en la que nos encontramos, he de aceptar que no surtió efecto. Larkins sigue obsesionado con ella —le confesó Fearn.
Gabrielle se impacientó.
—¡No digais tonterías, muchacho! Ese hombre es incapaz de amar a ninguna mujer. Al único ser que aprecia es a sí mismo.
—Estoy de acuerdo con vos, baronesa. Sin embargo, ahora está bajo el influjo de un encantamiento. Y temo que no podré liberarlo. Ya no sé que otro sortilegio puedo hacer. Los he probado todos —admitió el hermano de la desaparecida con gesto de derrota.
—¿Por qué no olvidais por el momento la magia, y os ponéis en acción con algo práctico y tangible? Lo primero que debéis hacer es buscar en hospitales. Si no hay rastro de ella, admitiré la posibilidad de que Drake se la llevara con él.
—Si lo ha hecho, iré a denunciarlo ante los alguaciles —aseguró vehemente.
Ella alzó la mano en señal de negativa.
—No te lo admitirán sin pruebas. No creerán a un muchacho sin importancia que acusa a uno de los hombres más influyentes de la ciudad.
—¿Y qué debo hacer? ¿Cruzarme de brazos ante tamaña infamia? ¡Jamás! —exclamó Fearn con el rostro encendido.
—Os aconsejo que mantengais la calma. Drake no suele ausentarse de Londres durante mucho tiempo. Esperaremos a su regreso, e internaremos solucionar el problema como personas civilizadas... ¿De acuerdo? —le pidió ella, levantándose.
—No. No lo estoy. Aunque, no tengo otra alternativa. ¿Verdad? —musitó él, abatido.
—No os preocupéis. Marla estará bien. —Gabrielle Vignerot sonrió.
—Os lo diré en cuanto inicie las visitas a los hospitales. Perdonad que os haya molestado, baronesa —dijo él, alzándose.
—Siempre estaré dispuesta a ayudaros. Tenedme al tanto de vuestras pesquisas, por favor.
—Lo haré si así lo deseáis. Buenos días, baronesa.