Capítulo 5

 

 

Miró al harapiento que con saña violaba la bolsa de la basura en busca de algo que llevarse a la boca, mientras contraía la nariz ante el aroma salobre de la pescadería de la esquina. La calle Cowstreet era así. Sucia, decrépita y oscura, con incontables roedores campando a sus anchas. Pero ahora, tras descubrir la sordidez que se ocultaba en las entrañas de las casas elegantes, su barrio le pareció un refugio acogedor.

Fearn, ansioso, abrió la puerta al verla llegar.

—¿Cómo ha ido?

—Bien… —murmuró ella, pero sin poder esconder la angustia que la embargaba.

Su hermano la escrutó.

—Pues, no pareces satisfecha.

—Estoy cansada. Eso es todo. Iré a refrescarme.

Fearn la detuvo.

—¿Sin explicar qué ha pasado? ¡Ah, no! Quiero todos los detalles. ¿Cómo le has convencido?

Marla se quitó los guantes lentamente, sin mirarlo a la cara.

—Le conté que si no nos prorrogaba la hipoteca, cinco niños quedarían en la calle… Y se apiadó. Eso es todo.

Fearn sonrió complacido.

—¿Lo ves? No estábamos tan desesperados como parecía. Por el momento hemos aplacado al dragón. Y gracias a que puse un trozo de cuarzo en tu bolsito. Te ha protegido.

—Sí —repuso ella sucintamente, intentando sonreír.

—Ha venido la señora Collins, y me ha dado esto. ¿Le hago el hechizo o prefieres hacerlo tu misma? —Le mostró un mechón de cabello, y también un pañuelo arrugado.

—Mejor tú… Voy a refrescarme en la palangana—respondió ella, entrando en la vivienda.

Fearn la miró con el ceño fruncido. No comprendía por qué Marla se encontraba tan abatida si Larkins había cedido. Estaba convencido que le ocultaba algo, o que había mentido para no alarmarlo.

Con gesto preocupado entró en el «cuartito mágico», como él mismo lo llamaba, y comenzó a efectuar el encantamiento. Con suma seriedad, encendió una vela roja y ató a su alrededor el mechón y el pañuelo, musitando las palabras mágicas que conseguirían que el díscolo señor Collins regresase al redil, mientras encendía mirra y dejaba esparcir el humo sobre el encantamiento.

 

 

Media hora después fue en busca de su hermana. Ésta estaba en la cocina, preparando la cena.

—¿No es pronto para cocinar?

—Tengo que salir esta noche —respondió ella, removiendo el cocido.

—¿Adónde? —inquirió Fearn, extrañado.

—A cenar.

—¿Con quién?

Ella, incómoda, soltó un resoplido.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? Creo que soy lo suficientemente mayorcita para no tener que dar explicaciones de lo que hago.

Su hermano la obligó a mirarlo.

—Me estás ocultando algo, Marla.

—¡No digas estupideces! Simplemente me han invitado, y he aceptado gustosa. Fearn, es la primera vez en mi vida que alguien me propone comer en un sitio elegante. ¿Por qué debo renunciar a ello? Llevo la casa, cuido de vosotros… —Arrugó la nariz—. ¿Acaso no es justo que intente divertirme un poco?

—Claro que sí. Simplemente me preocupan las intenciones del tipo.

Marla procuró mostrar firmeza a sus palabras para que no notase que mentía, y por eso lo miró esbozando una sonrisa.

—Son bien claras. Se trata de un joyero que por fin está interesado en mis diseños. Esa noche puede que lo convenza del todo para que me asocie a él.

Fearn soltó una sonora carcajada.

—¡Lo sabía! —exclamó, alborozado—. ¡Siempre supe que mi sueño mostraba nuestro futuro! ¿Y te pagará mucho?

—De eso no hemos hablado aún. Por eso voy a cenar con él. Ya sabes que la gente elegante hace negocios mientas come.

—Hermanita, no dudes que aceptará —dijo él, convencido.

—Eso espero. Ahora, regresa a la tienda. Lo que me han propuesto no es seguro, y debemos mantener complacida a nuestra clientela —le pidió Marla.

—¡A vuestras órdenes, jefa! —exclamó Fearn, besándola en la mejilla.

Pero el roce de sus labios contra la piel sedosa de Marla hizo que la sonrisa de su rostro se transformara en un rictus de horror.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó su hermana, alarmada.

—Me has mentido —musitó, mirándola con reproche.

—Vamos, Fearn… ¿Por qué razón debería hacerlo? —replicó ella, inquieta.

—Sencillamente, porque lo que vas a hacer esta noche es algo espantoso. Lo he presentido y con gran nitidez. Marla, por favor, dime la verdad.

—Querido, temo que el descubrimiento de tu gran poder te hace ver cosas que no existen.

Fearn le lanzó una mirada furibunda.

—¿Es fantasía que haya visto un dragón devorándote? Dime porque Larkins te ha concedido más tiempo; porque no me trago lo de la piedad… ¿Qué le has ofrecido, Marla? ¿No será lo que imagino…? —Ella no contestó—. ¡Dios Santo! —bramó él, golpeando el mármol con el puño hasta hacerse daño.

—Fearn, tengo que hacerlo —musitó Marla.

—¿Por qué razón? ¡Por Cristo! No vayas esta noche. No cometas esa atrocidad —le suplicó él.

—¿Quieres que nos eche mañana? ¿Qué tus hermanos pasen hambre, y nos sean arrebatados? ¡Juré que haría lo que fuese porque eso no sucediera! ¡Y pienso cumplir mi palabra! —explotó, rompiendo a llorar.

Fearn la abrazó con ternura.

—Marla, eso es preferible a que ese tipo... ¡Oh, Señor! No quiero que hagas ese sacrificio. Ya nos arreglaremos. Confía en mí… Vi el futuro y era halagüeño.

Ella se apartó y se enjuagó las lágrimas.

—Ese futuro puede ser muy lejano. No tenemos tiempo. Si he de sufrir una noche, lo haré complacida con tal de que esta incertidumbre pase. Además, me ha jurado que si queda satisfecho, incluso romperá la hipoteca. Fearn, no será tan terrible. De verdad.

Su hermano resopló, indignado.

—¿Así que te vendes como una vulgar prostituta? ¡Maldita sea, Marla! ¿Te has vuelto loca? Te pido, una vez más, que olvides esa insensatez.

Ella lo miró desafiante.

—Dame una solución. La aceptaré gustosa si mañana no nos arrebatan lo poco que poseemos.

Él paseó con nerviosismo alrededor de la mesa.

—Tiene que haberla —musitó, angustiado.

—Desgraciadamente, no. Larkins me dijo que si no aceptaba, jamás encontraríamos empleo. Tiene poder, y lo utilizará —dijo ella con voz cansina.

Fearn se detuvo, y la miró con gesto hosco.

—Ya entiendo…

—Estoy en sus manos. Ésa es la única verdad. Por favor, hermano. No te preocupes… No será tan atroz.

—¿De veras lo crees? Vas a entregar la virginidad, que deberías dar al hombre que amaras, y ahora la perderás a manos de un monstruo sin entrañas. Te aseguro que no va a ser nada agradable.

Marla lo estudió fijamente.

—¿Qué sabes tú de eso? Solo tienes diecisiete años.

—Bueno, no soy un niño. Hace tiempo que... ¡Deja de mirarme así, por favor! No es momento para reprimendas que no vienen al caso. Ahora tenemos que solucionar tu problema… ¿Te has parado a pensar que puedes quedar preñada? ¿Qué haremos entonces? Soltera, vejada y, además, con una boca más que alimentar.

Marla empalideció. No. No había tenido tiempo de pensar en ello.

—¿Lo ves? Debemos evitarlo a toda costa.

—¿Y cómo? Tengo que entregarme a él.

Fearn arrugó la frente durante unos segundos, y al fin sonrió.

—Nada de eso —afirmó con ceño, abandonando la cocina.

Marla lo siguió hasta el cuarto mágico. Fearn sacó un libro de la estantería. Era el legado más preciado de la familia. En sus páginas reposaba toda la sabiduría que habían adquirido a través de los siglos: Recetas mágicas, rituales, pócimas curativas. Comenzó a ojearlo con rapidez.

—¡Aquí está! —exclamó satisfecho.

—¿Él qué? —inquirió su hermana, sin comprender nada.

—La pócima alucinógena.

Ella lo miró con incomprensión.

—¿No eres tú la experta en plantas? Mira… Hay aquí una mezcla ideal para nuestros propósitos. Beceño, apio, cornezuelo y hierba mora. Le hará sentir la mejor de la sensación placentera de toda su vida. Y tú no correrás ningún riesgo.

—¡Cómo no se me había ocurrido! —gritó ella, golpeándose la frente con la mano.

Fearn le entregó el libro.

—Manos a la obra, hermanita. Ese tipo no te pondrá una mano encima, pero en sus delirios creerá que te ha hecho el amor con gran fogosidad.

Marla, indecisa se mordió el labio inferior.

—Un poco arriesgado… ¿Y si sus ensoñaciones son otras?

—Habrá que inducirlo… Ya me entiendes…

—No, no entiendo. Ya sabes que de... Sobre ese asunto desconozco muchas cosas. Bueno, tengo nociones, claro. No soy tan estúpida —reconoció ella, estrujando el libro contra su pecho.

Su hermano lanzó un suspiro.

—¡En fin! Tendremos que apartar los escrúpulos mojigatos y hablar con claridad. Verás, hermanita… Para que él crea que te ha hecho el amor, debes incitarlo antes. No sé… Deja que te bese; que te lleve a la cama...

—¿Y si la pócima no surte efecto? —jadeó ella.

—¿Ha fallado alguna vez? —dijo él con arrogancia.

—Nunca la hemos puesto en práctica, Fearn.

—Cierto —gruñó Fearn—. ¡No importa! Sé que funcionará. Como decía, sedúcelo un poco, hasta que veas que se que queda dormido.

Marla dejó el libro sobre la mesa, y se dejó caer en la silla más próxima.

—¿Y cuándo le doy el brebaje? ¿Y si no bebe nada? —inquirió con el rostro sombrío.

—Marla, esos tipos siempre conquistan con una buena botella de champaña.

—Veo que eres especialista en el arte de la seducción —dijo ella con tono mordaz.

Él se removió tenso.

—Son cosas que se comentan, hermanita... No hace falta ser tan quisquillosa.

—¡Es que soy yo la que se está jugando el honor! —se quejó ella.

—Lo sé, perdona… Bueno, si no está la botella, la pides. Dile que nunca has probado el champaña; lo cual es cierto… No se negará. Y en cuanto se despiste, le echas la pócima en la copa. Después, todo será pan comido.

—No sé... —dudó ella.

La miró con ternura, y después banco con voz queda.

—Marla, es lo único que podemos hacer. A no ser que no aceptes ese vil chantaje.

—Iré a esa cita —dijo ella con recobrada firmeza.

Fearn sacudió la cabeza con tristeza.

—Entonces, ve a preparar la poción.

Marla asintió. Cogió los ingredientes y se encaminó a la cocina, sintiendo un escalofrío que le recorría la espalda. Si Larkins se daba cuenta de lo que pretendía, sería capaz de matarla. No obstante, decidió seguir con el plan.