Capítulo 29

 

 

Lo primero que Larkins hizo al llegar a Londres fue ir a casa de Marla. Ya no podía negar que amaba a esa hechicera irlandesa con toda su alma, que se había mezclado en su sangre como el peor de los venenos que lo consumía lentamente; y no por un hechizo. Su sentimiento era bien real, y estaba dispuesto a hacer lo que ella le pidiese para volver a tenerla junto a él. No quería pasar ni un minuto más de su vida apartado de Marla y si era necesario casarse, lo haría.

Tiró repetidamente de la campanilla sin que nadie acudiese a su llamada. Con el ceño contraído y un molesto hormigueo en el estómago, decidió ir a ver a Gabrielle. Ella le informaría de lo que estaba pasando.

—¿Sí…? —le preguntó el mayordomo, inclinando la cabeza.

—Desearía ver a la baronesa.

—Lo lamento, señor. Ha salido de viaje a su casa de campo. Pero si queréis hablar con el barón, os anunciaré.

Drake contrajo el rostro en un rictus de furia. Sí. Deseaba ver a ese hijo de perra, pero para traspasarlo con su sable, o pegarle un tiro. Aunque se contuvo. No era el momento.

—No.

—¿Deseais que le deje una nota a la baronesa? —le preguntó el mayordomo

—No, gracias —respondió Drake, bajando las escaleras.

Subió al carruaje apretando los dientes, con la firme promesa de que Paul no viviría mucho tiempo. Alzó la mano para indicar al cochero que se pusiera en marcha, cuando la imagen de Marla abandonando la casa de los Vignerot lo trastornó de un modo brutal. Lo único que podía significar aquello era que Paul y ella eran amantes. Que la mujer que amaba con toda el alma le había traicionado entregándose a otro, y urdiendo además su asesinato a manos de la Comuna.

—Lo pagareis —siseó con odio, golpeando el techo del coche.

Ruth abrió la puerta, y miró a Drake Larkins con gesto perplejo al ver la ropa sucia y su cara cubierta por una espesa barba.

—¿Señor? ¿Qué os ha pasado? —musitó.

Drake la apartó con brusquedad, y después caminó a zancadas por el corredor subiendo las escaleras.

Sólo emitió un gruñido.

—Pero señor Larkins...

Drake abrió la puerta de su cuarto con violencia. Con un rictus doloroso se quitó la ropa y preparó el baño; sin poder dejar de pensar en la traición de Marla. Había sido un estúpido al soñar con compartir la vida con ella, en enamorarse como un colegial. Pero no iba a sufrir por ello. La venganza aliviaría el dolor cuando los dos muriesen como perros vagabundos por su deslealtad.

Se sumergió en la tina. Frotó con cuidado la herida, y se quitó por fin la suciedad que se había acumulado durante el largo viaje sin descanso.

Una vez limpio, se afeitó, se puso su mejor bata, y bajó al salón más relajado. Tenía que calmarse, y pensar qué hacer con esos dos traidores.

De repente recordó a Maximiliénne.

—¡Ruth! —bramó.

La doncella entró temblando.

—¿Sí…?

—¿Dónde está la marquesa de Chârost?

Ruth lo miró con cara de bobalicona.

—¿Quién decís, señor?

—Hace tres días envié a una dama para hospedarla en casa. A ésa me refiero —contestó él, malhumorado.

—No vino nadie, señor.

Drake parpadeó desconcertado.

—¿Nadie? —repitió mecánicamente.

—No, señor.

Drake se quedó unos minutos confuso. ¿Qué habría pasado? No había nadie en casa de Marla, Gabrielle había ido al campo y Maximiliénne estaba desaparecida.

—Está bien —dijo al fin, sirviéndose una generosa copa de brandy.

Se sentó frente al fuego con gesto pensativo. No podía quedarse de brazos cruzados sin descubrir el paradero de Maxi, podía estar en peligro, o incluso en una situación desesperada. Decidió averiguar si alguien la había visto, y nada más fácil para ello que acudir a la ópera.

Subió de nuevo a su cuarto, y se visitó adecuadamente de caballero respetable para asistir uno de los eventos sociales más importantes de Londres, contrayendo el rostro de dolor. La herida aún le molestaba terriblemente.

—Ruth, volveré tarde. Si llega alguien, atiéndelo… ¿Comprendido? —avisó con ceño.

—Como ordene el señor.

 

 

Llegó media hora antes de que el espectáculo comenzase. El amplio hall estaba repleto de nobles y nuevos ricos que exhibían sus mejores galas.

—¡Drake, querido! ¿Dónde te metes? Hace días que te echamos de menos —le dijo una mujer cercana a la vejez.

—Vizcondesa, los negocios me han tenido muy ocupado. Estais tan hermosa como siempre —contestó él, siempre adulador, besándole la mano pero sin dejar de escrutar a su alrededor como un buitre tras la carroña.

—Y tú tan seductor —rió ella.

—¿Me dispensais? —le dijo. Alejándose unos cuantos pasos. Caminó con celeridad hasta una muchacha y tomándola del brazo, la volteó.

—Maxi... ¡Oh, lo siento! Os confundí con otra persona —se disculpó.

—¿Buscais a la marquesa? La he visto en el bar con un joven pelirrojo —le informó ella con una sonrisa seductora.

—Gracias, señorita.

Drake entró como una exhalación en el bar. En efecto, Maxi estaba charlando con Fearn. Parecían estar pasándolo muy bien.

—Muy bonito, Maxi. Yo preocupado por tu seguridad, y ahora te encuentro disfrutando de la noche londinense —le recriminó de entrada, mirándola con enojo.

Ella se volvió, y su rostro se iluminó de alegría al verlo.

—¡Drake! Mon Dieu! ¡Estás vivo! —exclamó, abrazándolo con efusión.

—Por lo menos hay alguien que se alegra de ello —masculló él, mirando con hosquedad al hermano de Marla.

—Señor Larkins, puede que no me caigais bien. Mejor dicho, sabéis que le desprecio. Pero en absoluto me disgusto porque estéis con vida —puntualizó Fearn, ofendido.

—Vamos, querido. Conozco las buenas intenciones del señor Fearn. No te enojes, y cuéntame que ha pasado —intervino Maximiliénne, apaciguadora.

—Me llevaron ante Marat, y tras una tensa conversación le convencí que era inocente… por el momento. Pero él juró que si descubría que le había engañado, no descansaría hasta verme muerto. Así que mi cuello aún pende de un hilo.

—No tendrá oportunidad de demostrar nada, ya que a partir de ahora te quedarás en Londres. Se acabaron las incursiones peligrosas. ¿De acuerdo?

—Lo procuraré… ¿Por qué no acudiste a casa? Me llevé un susto de muerte al no encontrarte. Creí que el viaje no había tenido éxito —quiso saber Drake.

—Preferí estar con Marla. No quería quedarme sola, y ella me acogió gustosamente. Han sido muy amables conmigo.

—No lo dudo. Es difícil, para gente como ellos, tratar con nobles, y supongo que intentarán seducirte con artimañas para que les entregues tu amistad e influencias eternamente —comentó Drake con profundo desprecio.

—¡Drake, por favor! Estás comportándote de un modo reprobable. Discúlpate ahora mismo —le reprendió ella.

—¿Disculparme? Jamás me rebajaría ante este patán que te acompaña. Y te sugiero que recojas tus cosas y vengas inmediatamente a mi casa. Una mujer como tú no debe convivir con... con brujos incultos en un barrio mísero —siseó Drake, lanzándole una mirada asesina a Fearn.

—Pero… ¿qué te ocurre? La gente que desprecias te salvó la vida. Marla te arrancó de las garras de la muerte. ¿Lo has olvidado?

—No os esforcéis, marquesa. Será inútil convencer a un canalla como él —dijo Fearn, que respiraba con agitación, intentando retener las ansias de abofetear a aquel hijo de perra.

—¿Me estás provocando, verdad? No te lo aconsejo, muchacho —rió Drake.

—¡Basta! Ya está bien. Los dos estais actuando como auténticos idiotas. ¿Qué pretendes, Drake? ¿Retar a Fearn a un duelo? ¡Merde! Temo que la herida te ha provocado fiebre y deliras.

—Una dama de la alta nobleza francesa no debería soltar tacos, Maxi —repuso Drake con chanza.

—Algo más fuerte debería decirte. Ahora, si no te importa, queremos ver la obra —argumentó ella, mirándolo con reproche.

—¿Tendrás el valor de exhibirte con este patán? ¡Por Cristo! Los nobles están degenerando —dijo Drake, sin abandonar el tono mordaz.

El rostro de Fearn se encendió de ira.

—Señor Larkins, os estais extralimitando.

—Fearn, no merece la pena discutir. Drake está intentando provocar un altercado ante todos, y obligarle a aceptar su desafío… ¿Por qué lo haces? ¿Acaso no piensas en Marla?

Drake esbozó una sonrisa desganada.

—¿Marla? A esa zorra no pienso volver a verla en la vida. Ya no puede ofrecerme nada más. Lo que me daba en la cama, ya no me complace.

Fearn se acercó a Drake, e hizo el intento de abofetearlo, pero Maximiliénne lo impidió a tiempo, agarrándolo del brazo.

—No consentiré que le deis esa satisfacción. Vamos, por favor… No me hagais sufrir más con esta escena —le pidió ella, mirándolo con gesto angustiado.

—Sólo por vos olvido este agravio —siseó Fearn.

—¿No será cobardía? —inquirió Drake, riendo divertido.

—¡Basta, Drake! Te disculpo porque sé que algo te ocurre. Aunque, después de esto no pienso aceptar tú hospitalidad. Continuaré en casa de Marla. Buenas noches —afirmó Maxi, arrastrando con ella a Fearn.

Drake los vio alejarse. Con los puños apretados, abandonó el teatro de la ópera y paró un coche. Maxi tenía razón. Había actuado como un loco, y lo que necesitaba era frialdad. Pensar una buena estrategia para deshacerse de Paul sin que lo inculparan de asesinato. No era tan estúpido para dar la satisfacción a todo el mundo de verlo en la cárcel; sobre todo a esa pérfida traidora. Mataría a su amante, y después hundiría a Marla en el fango. Ella no podía ni imaginar el cruel destino que le esperaba.