El mejor discípulo
A la reina Isabel II intentó estamparle, a manera de saludo, un beso en la mejilla, para horror de los funcionarios del protocolo británico y de la propia soberana, quien logró esquivarlo a tiempo. A Vladimir Putin, cuando lo visitó por primera vez en Moscú, se le aproximó mimando el ataque de un karateca, mimo que por poco produjo en el presidente ruso y antiguo agente de la KGB un brusco reflejo defensivo, antes de comprender que era una simple e inesperada payasada de su visitante. Al emperador Ahikito del Japón le devolvió su respetuosa venia de saludo con un exuberante abrazo caribeño. Chávez, el teniente coronel Hugo Chávez Frías, presidente de la República Bolivariana de Venezuela (nombre con el cual él mismo resolvió rebautizar a su país), es conocido en todas partes por los aspectos folclóricos de su personalidad, los más vistosos y en última instancia los más inofensivos, si se tiene en cuenta que estamos hablando del hombre empeñado en llevar a su país y a otros tantos del continente, con ayuda de petrodólares, indígenas e idiotas de todos los pelajes, por el mismo camino de Cuba.
Sus desafueros histriónicos le han dado hoy en el mundo un aura muy especial, que algunos califican de populismo y sus admiradores de carisma, y que en todo caso le aseguran, vaya donde vaya, la primera plana de los diarios. Todos recordamos su memorable «show» en Mar del Plata, con motivo de una Cumbre de las Américas, cuando al lado de Evo Morales y del futbolista Diego Maradona, de espaldas a los gobernantes americanos y delante de una multitud de perfectos idiotas reunida en el estadio de esa ciudad, pidió un minuto de silencio para celebrar la defunción del ALCA. «A mí me gustan las mujeres, pero estoy enamorado de Chávez», había declarado Maradona después de conocerlo. «Dios los cría y ellos se juntan»: nunca fue más cierto el famoso proverbio. También se recuerda el fulminante discurso ante la Asamblea General de la ONU, en la que Chávez llamó a Bush «el diablo» y dijo que aún olía a azufre en el podio.
Al teniente coronel le gusta disfrazarse (de charro mexicano, de cirujano con blusa y gorra para explicar sus programas de salud o de uniforme verde oliva para acompañar a Castro) y cantar rancheras o joropos para satirizar al presidente Fox o al presidente Bush. Sus vires son memorables, tanto cuando produce alabanzas donde no debe o como cuando lanza insultos propios de un borrachito de cantina. En Rusia elogió a Stalin; en China, a Mao; en el Perú, a Velasco Alvarado y, para consternación del presidente chileno Lagos, pronosticó que muy pronto se bañaría en el mar de Bolivia. Con la misma desenvoltura, insinuó que Condoleezza Rice necesitaría un hombre como él, dijo que Hitler se le quedaría corto a Aznar, mandó al «cipote» (al carajo) a Blair, a Fox lo llamó «cachorro del imperialismo», a Alan García lo catalogó como canalla, tahúr y ladrón, al presidente Toledo, «muñequito de Bush» y al propio Bush le reservó otro racimo de insultos (ignorante, inmoral, genocida, cobarde, mentiroso, ridículo), además de llamarlo Míster Danger y de amenazarlo con suspender el suministro de petróleo a Estados Unidos (del que Caracas depende mucho más que Washington).
Sus fobias se extienden a los conquistadores españoles y al propio Cristóbal Colón por el pecado de haber descubierto a América, cuando según él todo el mundo en su tierra estaba feliz con el cacique Guaicaipuro y otros emplumados aborígenes. Bajo tal venenosa inspiración, sus partidarios derribaron en el año 2004 la estatua del Almirante en el parque Los Caobos, de Caracas, al grito de «Colón genocida». Parecida aversión ha mostrado hacia los judíos, a quienes aludió en un célebre discurso el 24 de diciembre de 2005, hablando de «unas minorías, descendientes de los mismos que crucificaron a Cristo y se adueñaron de las riendas del poder». Tal pronunciamiento antisemita fue condenado por trescientos intelectuales en un manifiesto con un sólo resultado de su parte: al ver que entre los firmantes aparecía Sofía Imber, judía y una de las más famosas promotoras del arte en Venezuela, hizo quitar su nombre del Museo de Arte Contemporáneo, la obra de su vida. Es simple: según él «quien no está conmigo está contra mí», y paga las consecuencias.
Por contraste, su idolatría por el Libertador Simón Bolívar tiene algo de culto religioso, tanto más que él se considera su fervoroso sucesor. Para sorpresa de quien lo visita en su despacho, allí suele tener a su lado una silla vacía destinada al espíritu del Padre de la Patria con cuyos retratos suele dialogar a solas. Tal fervor tiene, como todo lo suyo, inevitables brochazos folclóricos. En el carnaval de Río de 2006, la escuela de samba Vila Isabel recibió de la empresa petrolera estatal de Venezuela, Pdvsa, una suma que rondaba el millón de dólares para que su alegoría principal en el desfile fuera un muñeco de 13 metros de alto que representaba la figura de Bolívar y que avanzaba por las avenidas a ritmo de samba, sosteniendo en las manos un gran corazón de neón en vez de una espada. Los austeros miembros de la Academia de Historia de Venezuela protestaron por algo que les parecía un flamante irrespeto. Chávez les replicó en su programa radial Aló, Presidente del domingo 5 de marzo de 2006, con las siguientes palabras: «Bolívar no era blanco. Bolívar nació entre los negros, era más negro que blanco. No tenía los ojos verdes. Bolívar era zambo». Al parecer, zambo y samba iban muy bien juntos en un carnaval carioca.
Si no tuvo inconveniente en cambiarle de nombre a su país, menos lo tendría a la hora de revisar los símbolos patrios. Atendiendo una observación de su pequeña hija Rosainés, decidió que el caballo del escudo nacional no podía galopar hacia la derecha sino hacia la izquierda (como la gran mayoría de nuestros queridos idiotas) y no con la cabeza vuelta hacia atrás sino mirando al frente. También le agregó una estrella más a la bandera, y a las espadas que aparecían en el escudo le sumó un arco con flechas, arma indígena, y un machete campesino. Otra forma del populismo patriótico, por cierto muy costoso pues supone cambiar toda la papelería oficial del país, todos los emblemas de alcabalas y alcaldías y hasta los pasaportes.
Los menos sorprendidos con estas ocurrencias son los propios venezolanos obligados a escuchar a Chávez cada domingo durante tres, cuatro o cinco horas en su programa radial Alá, Presidente o en las transmisiones en cadena por la televisión, de una frecuencia inusitada. Allí habla de todo, de lo divino y de lo humano, de su Constitución (que siempre carga en una edición de bolsillo) o de su último corte de pelo, de sus viajes, de sus desvelos o de la manera como los maridos deben portarse con sus esposas el día de los enamorados. A sus devotos les devuelve el saludo jocosamente. Así, a una señora llamada Ana en el barrio caraqueño de La Charneca, le dice que saluda en ella a todas las Anas, y luego de un segundo de reflexión agrega: «Y de pronto también a todos los anos». Esta copiosa diarrea verbal, igual a la de Castro, ocupó en el año 2005 doscientas doce emisiones que duraron en total ciento seis horas. Según Marcel Granier, director de Radio Caracas, desde el año 1999 Chávez ha ocupado las pantallas de la televisión venezolana durante setecientas setenta y siete horas, nada menos.
Obedeciendo a sus repentinos caprichos, decidió que se editara por cuenta del Estado medio millón de ejemplares de la novela de Víctor Hugo Los Miserables, a fin de distribuirla gratuitamente entre los escolares. Él mismo acababa de leerla y estaba tan fascinado con ella que no tuvo inconveniente en reservarle un espacio en la copiosa emisión dominical de su programa Aló, Presidente. Sólo que olvidó el apellido de Jean Valjean, el protagonista de la novela, de modo que sólo llegó a balbucear: «Jean, Jean, ¿Jean qué? Bueno, el Jean ese…». Igual pasión la había mostrado en otro tiempo por El oráculo del guerrero, libro que consideraba de gran profundidad política hasta que un compatriota suyo, Boris Izaguirre, muy famoso en los programas de televisión de España y recién casado en Madrid con un compañero de muchos años, aclaró que era una obra cabecera del mundo gay.
¿Cómo explicar tanta exuberancia? Según una conocida psicóloga venezolana, la del teniente coronel, Chávez sería una personalidad narcisista histriónica. Claro que en su caso no es él quien la padece, sino sus compatriotas. La psiquiatra y tres colegas suyos de la Facultad de Medicina de California recuerdan que «los dueños de tal personalidad necesitan ser admirados, exageran sus logros y talentos y tienen una percepción tan inflada de sí mismos que ello los conduce a denigrar de los demás al menor reparo». Es obvio que el ejercicio ilimitado del poder agrava las condiciones de quienes sufren de esta dolencia.
Sólo cabe señalar un peligro: semejante exhibicionismo histriónico no les permite a muchos observadores internacionales ver de dónde sale, qué ideas tiene y qué propósitos delirantes persigue y está cumpliendo el personaje que hoy gobierna a Venezuela. Por cierto, el que mejor justifica el título de este libro.
TODO, MENOS LA DEMOCRACIA
Cuál es el bagaje ideológico que guarda nuestro teniente coronel en su cabeza, bajo la boina roja de paracaidista que tanto le gusta? En realidad, nada muy claramente definible. Como lo señalábamos en nuestro Manual del perfecto idiota latinoamericano cuando diseñábamos el retrato de este personaje, en su formación han intervenido los más variados y confusos ingredientes: de una parte, lo que Jean-François Revel llamaba los deshechos radioactivos del marxismo, sumados a un primario nacionalismo tricolor, mesianismo propio del clásico caudillo latinoamericano, populismo, sulfurosos alardes antiimperialistas y enseñanzas recibidas de personajes tan diversos como Fidel Castro, Muammar Gaddafi y hasta del ideólogo argentino de extrema derecha, Norberto Ceresole, todo ello con una etiqueta bolivariana que haría estremecer en su tumba al propio Simón Bolívar. En resumen, un truculento sancocho tropical que tiene de todo, menos de los ingredientes de una verdadera democracia, pues lo que busca, ante todo, es disfrazar de proyecto revolucionario un desaforado apetito de poder absoluto.
Al hurgar en su propia biografía, uno descubre que los desechos radioactivos del marxismo lo contaminaron desde muy joven, cuando aún no soñaba con ser presidente de su país sino una estrella de las grandes ligas americanas de béisbol. Tenía apenas doce años de edad, vivía con su familia en la población llanera de Barinas, donde nació, y sus mejores amigos eran los hijos de un barbudo profesor comunista llamado José Esteban Ruiz Guevara, tan devoto de los patriarcas del marxismo leninismo que al mayor de sus vástagos le puso el nombre de Vladimir —por Lenin— y al siguiente Federico —por Engels— y que tanto a ellos como a los Chávez —Hugo y su hermano Adán— no perdía ocasión de hablarles del materialismo histórico y otros fundamentos de la doctrina marxista de una manera tan obsesiva que su propia esposa, cuando entraba a la biblioteca para servirles café, exclamaba: «Estoy hasta aquí de oír hablar de comunismo».
Ruiz Guevara debió ser su Simón Rodríguez, o así debe recordarlo Chávez que en todo quiere seguir los pasos de Bolívar. El maestro comunista le infundió también la devoción por el caudillo federal Ezequiel Zamora y desde luego por la figura mítica de Bolívar, sólo que se las arregló para presentar al Libertador no como lo era en realidad, salido de una familia mantuana y opuesto a la guerra de clases y colores desatada por Boyes, sino como un ejemplo recuperable para todo revolucionario empeñado en luchar por el socialismo (palabra que sirve de disfraz cuando en realidad se piensa en el comunismo). Con semejante adoctrinamiento, no es extraño que Chávez llegara a la Escuela Militar de Caracas con El diario del Che Guevara como libro de cabecera y que después, a través de los cursos de ciencia política recibidos cuando era cadete, se interesara muy especialmente en conocer el pensamiento de Mao.
Pese a ello, Chávez no llegó a ser como su hermano Adán o como sus amigos, los hijos del profesor Ruiz Guevara, militante comunista. Sólo fue un compañero de ruta, como lo es nuestro perfecto idiota latinoamericano. Gracias a esta vecindad ideológica con la extrema izquierda, él y otros cuantos jóvenes oficiales venezolanos formaron grupos clandestinos bajo toda suerte de etiquetas simultáneas o sucesivas (R-83, PRV, MRB, ARMA) pero con el proyecto común de tomarse un día el poder para darle al país un rumbo socialista. A través de su hermano Adán, Chávez tomó contacto en 1983 con el ex guerrillero Douglas Bravo. Fue una aproximación que tenía su lógica. Luego del fracaso de la lucha armada alentada por Castro en Venezuela en los años sesenta, Douglas Bravo había llegado a la conclusión de que el triunfo de una revolución socialista no podía contemplarse sin el apoyo de las Fuerzas Armadas, para lo cual era necesario buscar en la institución castrense a hombres que compartieran su pensamiento. Dentro de ese empeño, también había tomado contacto con William Izarra, alto oficial de la Fuerza Aérea Venezolana, dirigente del grupo ARMA y conspirador de talla, pues desde 1980 hasta 1985 había establecido contactos con los gobiernos de Irak, Libia y Cuba. Todos ellos pensaban entonces en un levantamiento popular apoyado por un sector de las Fuerzas Armadas. Chávez se apartó de esta línea para asociarse desde 1986 con otro oficial del Ejército, Francisco Arias Cárdenas, en torno a la idea de un golpe puramente militar, sin participación de civiles, proyecto que culminó en el sangriento y fracasado levantamiento del 4 de febrero de 1992 contra el presidente. Carlos Andrés Pérez.
Todo parecería indicar, por estos antecedentes, que Chávez ha sido una especie de comunista encubierto. Pero no es el caso, aunque el partido fundado por él, el MVR (Movimiento Quinta República), sea, según palabras de Teodoro Petkoff, «una aglomeración de viejos izquierdistas, náufragos de todos los partidos de izquierda y hechos a la cultura ‘preconciliar’ de la izquierda, a la cultura marxista-leninista clásica, tradicional». Verlo sólo en esta línea de pensamiento político sería perder de vista, si no simplificar, la verdadera naturaleza de su carácter, de sus ambiciones y de su identidad política. Su caso tiene otra lectura. Chávez no está al servicio dócil de una ideología que requiera una larga estrategia con un partido orgánico, minuciosas jerarquías desde un Comité Central hasta militantes de base y la aceptación de lo que llaman los marxistas un proceso histórico. A todo esto, su apremiante ambición caudillista de poder personal absoluto es tan alérgica como a la boba democracia con su división de poderes y sus libertades básicas. De ahí que haya seguido con tanto interés los libros y enseñanzas de un ideólogo de extrema derecha más próximo al fascismo que al comunismo: el argentino, ya desparecido, Norberto Ceresole. Quien lea el libro de Antonio Garrido titulado Mi amigo Chávez (conversaciones con Norberto Ceresole) se sorprendería encontrando en él conceptos como éstos, suscritos por el argentino: «Si Hitler y Mussolini hubieran triunfado, eso hubiera sido una gran ventaja para países como los nuestros» o «la democracia ha terminado por esquilmar a nuestros pueblos».
A primera vista parecería muy extraño que Chávez fuera a Buenos Aires en 1994 para conocer al autor de estas barbaridades y, para colmo, asesor de los «Carapintadas» y en años anteriores contratado como consejero por el general Viola, uno de los miembros de la dictadura militar de Argentina. Estrambótico que lo invitara luego a Venezuela y recorriera con él parte del país. ¿Cómo explicarlo? Pues bien, la clave de esa atracción por Ceresole fue su tesis de que hoy en nuestros países una verdadera revolución sólo puede realizarse uniendo tres elementos: caudillo, Ejército y pueblo. Nada de enfrentamientos con las Fuerzas Armadas como quiso Castro en los años sesenta. Nada de intermediarios distintos, ni de injerencia de otros poderes, ni de democracia representativa. Nada de una supuesta clase obrera al poder. Algo más simple; algo que podríamos llamar tranquilamente fascismo. O, como dice la escritora venezolana radicada en París Elizabeth Burgos: «Nacional populismo etnicista», que guarda semejanzas con Gaddafi y regímenes como el de Irán y otros del Medio Oriente con los cuales Chávez mantiene una estrecha relación.
De una olla donde mezcla ingredientes ideológicos de la extrema izquierda y de la extrema derecha, el Presidente venezolano ha sacado la propuesta de «un socialismo del siglo XXI». ¿Qué es? Si el socialismo (o el comunismo para darle su real nombre) produjo en el siglo pasado más de 100 millones de muertos, penurias sin nombre y regímenes atroces, no parece muy claro cuál sería el interés de reeditar el mismo mal en el nuevo milenio. Sería como hablar del cáncer del siglo XXI. Pero es bien claro que nuestro personaje es inmune a todo lo que contraríe sus sueños delirantes, y fórmulas tales como «revolución bolivariana» o socialismo permiten ignorar los límites incómodos de una democracia. Sobre el alcance de su propuesta Chávez nunca ha sido muy explicito. En le emisión de Aló, Presidente del 3 de marzo de 2005, Chávez declaró que «el socialismo es el único sistema político capaz de garantizar una vida digna para la mayoría». Y como quedara flotando algún interrogante sobre la naturaleza de su proyecto, se apresuró a identificarlo con la siguiente fórmula: «Que nadie quiera ser rico». ¿Qué le espera, pues, a Venezuela? ¿Expropiaciones, invasión de fincas, eliminación progresiva de la propiedad privada, estrangulamiento de los medios de comunicación? Así parece, pues el camino suyo ha sido señalado por el propio Castro y debe ser anhelable para Chávez, ya que en un célebre discurso habló del mar de felicidad en el cual se baña hoy Cuba.
Buscando fijar categóricas distancias entre el Presidente de Venezuela y la social democracia continental, el ex presidente de Brasil Fernando Enrique Cardoso prefiere definirlo como un «nacionalista» y también «un populista con tendencias autoritarias». Pero allegados de Chávez en el gobierno, como el ex embajador de Venezuela en México, Vladimir Villegas, intentan salvaguardar su perfil de socialista o comunista, afirmando que el único modelo fallido de este tipo de régimen fue el soviético, ignorando que parecido descalabro sufrió o ha sufrido dicho sistema en China, Vietnam, Corea del Norte, Rumania, Alemania Oriental, Libia y Cuba. Mejor dicho, en todas partes donde ha puesto su pie.
Lo que es cierto —y de ahí el regreso de nuestro idiota en América Latina— es que las ideologías sobreviven a sus propios fracasos. El II Congreso Bolivariano de los pueblos, celebrado en Caracas en enero de 2005, reunió la más vistosa galería de movimientos políticos y sindicales de la extrema izquierda latinoamericana, incluyendo a todos los partidos comunistas, movimientos indígenas, sandinistas, tupamaros, piqueteros, madres de Plaza de Mayo, teólogos de la liberación —mejor dicho, a cuantos hemos identificado como perfectos idiotas del continente— cuya declaración final recoge toda la verborrea revolucionaria de los años sesenta y cuyo grito final incluye vivas a la revolución socialista de Cuba, a la revolución bolivariana de Venezuela y a la revolución latinoamericana.
Un año después, 70,000 personas de 170 países fueron invitadas al llamado Foro Social Mundial de Caracas con el fin de mostrar que la epidemia propagada por Chávez, peor que la gripa aviar, alcanza a los cinco continentes. Explicando su presencia en este evento, una dama venezolana que vive en Suiza desde hace veintiséis años resumió el pensamiento de todos los presentes afirmando que «cuantos vinimos aquí estamos de acuerdo con la revolución bolivariana porque es la única alternativa para salir del neoliberalismo».
Lo único malo es que nadie sabe, ni sus propios adeptos, en qué consiste exactamente dicha revolución. Todo lo que se conoce de ella son los pasos dados por Chávez en los años corridos desde que asumió el mando, los desastres que ha ocasionado en su país y la manera como ha buscado extender su confuso modelo en todo el continente. No es algo como para reírse, pues bajo su plumaje folclórico lo que busca es liquidar, hasta donde alcancen su influencia, maniobras y petrodólares, todo modelo basado en una real división de poderes y la libertad política y económica.
TODOS LOS PODERES EN LA MANO
Aunque intente con astucia mantener la fachada de una democracia, Chávez, siguiendo los pasos de Castro, ha conseguido gradualmente controlar todos los poderes de su república bolivariana: es enteramente suya la Asamblea Nacional (sin presencia de la oposición), suyos el sistema judicial, la Fiscalía, la Contraloría y los organismos electorales. Colocando en puestos de mando de tropa a los oficiales que estaban muy cerca de él desde sus tiempos de conspirador y llenando de opulentas prebendas al resto de los altos mandos militares, ha conseguido tener incondicionalmente de su lado a las Fuerzas Armadas. Y a través de medidas de estrangulamiento económico y de una famosa ley mordaza, tiene suspendida sobre los medios de comunicación una verdadera espada de Damocles con el fin de neutralizarlos.
Pese a todo lo que se diga de los gobiernos que durante treinta años lo antecedieron, pese al descrédito de los partidos y de su dirigencia, la democracia venezolana había mantenido una real separación de los poderes públicos, con una justicia independiente y un Poder Legislativo donde tomaban asiento todos los sectores políticos y todos los matices de la opinión pública. Desde la caída del dictador Pérez Jiménez, en enero de 1958, la prensa había estado libre de coacciones y amenazas. ¿Cómo consiguió Chávez un poder tan desmesurado? Tal vez la mejor lección se la dieron los libros de Ceresole donde se pinta a la democracia representativa como una farsa y se exalta una llamada democracia participativa en la que, a base de referendos, el caudillo obtiene del pueblo los poderes que necesite. Siete consultas de este género en seis años le permitieron a Chávez, en efecto, derogar la antigua Constitución y sustituirla por una cortada a su medida como un traje, hacerse apto para ocupar la Presidencia por dos espacios consecutivos de seis años y disponer, mediante decretos, de la facultad de intervenir y confiscar propiedades, asumir el control de la educación pública para imponer en ella en nombre de la revolución bolivariana su línea ideológica y convertir en riesgo de delito penal críticas, denuncias y hasta bromas sobre su gobierno. El milagro es que todo esto lo consiguió a través de consultas en las que, por indiferencia de amplios sectores de la opinión pública, hubo siempre una considerable abstención.
El asalto al Poder Judicial lo realizó de manera terminante en el año 2004 cuando con una mayoría simple —y por ello mismo inconstitucional— los diputados oficialistas de la Asamblea Nacional aprobaron la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia que elevó de veinte a treinta y dos el número de magistrados. Obviamente con este aumento Chávez logró imponer en este supremo órgano del Poder Judicial una mayoría favorable a su revolución bolivariana. Para que no quedara duda sobre este nuevo perfil, el magistrado elegido como presidente del Tribunal Supremo no tuvo inconveniente en declarar: «Todo juez que emita juicios en contra de los principios revolucionarios será destituido y anulada su sentencia». Fue una bien aprendida enseñanza de Castro y de la revolución cubana.
PRENSA Y OPINIÓN, AMORDAZADAS
La misma mayoría chavista en la Asamblea Nacional se apresuró a aprobar poco tiempo después una Ley de Responsabilidad Social de la Radio y la Televisión, mejor conocida en Venezuela como Ley Mordaza, que pone bajo el control del gobierno emisoras y canales de televisión, imponiéndoles horarios y programas o suspendiendo aquellos que puedan ser considerados como contrarios a la seguridad nacional. Seguidamente una reforma a la legislación penal estableció sanciones drásticas a la prensa escrita dándole el carácter de injuria o delito de «desacato» a críticas o acusaciones contra altos funcionarios, incluyendo desde luego al Presidente y al vicepresidente, pero también a los ministros, los gobernadores, los miembros del Consejo Nacional Electoral y los altos mandos militares. Una real mordaza, sí, pues las sanciones pueden representar hasta tres años de cárcel, y más si se consideran delitos reincidentes. Son tan drásticas estas medidas, que el presidente del Instituto Internacional de Prensa, Johan Fritz, las comparó a las empleadas por el ministro de Propaganda del Tercer Reich, Josef Goebbels.
De la mordaza tampoco se escaparon los ciudadanos que acostumbraban a expresar sus protestas al gobierno batiendo cacerolas en ventanas y balcones o haciendo sonar platos y cubiertos cuando un alto funcionario del gobierno entraba en un restaurante. En efecto, el artículo 508 de la ley que reformaba el Código Penal penaliza con un mes de arresto y multas a «todo el que, con gritos o vociferaciones, con abuso de campanas y otros instrumentos, o valiéndose de ejercicios o medios ruidosos, haya perturbado las reuniones públicas o las ocupaciones o el reposo de los ciudadanos».
Para no desmentir la sospechosa semejanza de estas medidas con las tomadas por regímenes de corte fascista, fuerzas de choque movilizadas por el gobierno han realizado toda suerte de atropellos a los medios de comunicación. El mayor de ellos tuvo lugar en la noche del 9 de diciembre de 2002 cuando en Caracas y otras ciudades del país, de manera nada coincidencial, partidarios de Chávez atacaron con palos y piedras periódicos y canales de televisión. Al mismo tiempo, periodistas muy conocidas, como Patricia Poleo, ganadora del Premio Rey de España, ha sido acusada de difamación y de autora intelectual del asesinato del fiscal Danilo Anderson.
OTRAS AMENAZAS
La propiedad privada no podía estar a salvo de quien sueña con establecer en su país un socialismo del siglo XXI. Ocupación y confiscación de tierras, cierre de fábricas, suspensión de contratos, congelación de precios, imposición por decreto de tasas de interés a los bancos, muestran ya las orejas el lobo. Según el Índice de Libertad Económica de 2006, presentado simultáneamente por The Heritage Foundation y por The Wall Street Journal, la de Venezuela quedó ubicada entre las doce más reprimidas del mundo, al lado de Cuba, Haití, Libia, Zimbabwe, Burma, Irán y Corea del Norte.
Amenaza de otro género, pero también inquietante, es la que representa el creciente armamentismo iniciado en los dos últimos años por el gobierno venezolano. Además de la creación de grupos militares de élite directamente bajo su control, Chávez ha decidido comprarle a Rusia 100 mil fusiles de asalto y helicópteros de transporte y ataque, cazabombarderos al Brasil, patrulleras y aviones militares a España y radares tridimensionales a China. Simultáneamente se ha hablado de la instalación de una fábrica de municiones y de la construcción en el territorio del Estado Amazonas de una nueva base militar soporte de una base aeroespacial en la misma región. Y como culminación de semejante delirio napoleónico, Chávez ha dispuesto que su revolución bolivariana debe darles instrucción militar a dos millones de reservistas voluntarios. En suma, uno de cada cinco venezolanos va a ser adiestrado militarmente. ¿Con qué fin? Ni el teniente coronel ni sus asesores militares tienen inconveniente en decirlo. Se trata, según ellos, de prepararse para librar una «guerra asimétrica» como la de Irak contra el agresor imperialista y sus eventuales aliados. Parecería ser sólo un brote de paranoia, digno de ser estudiado por psiquiatras, si no obedeciera a un proyecto inspirado por el propio Ceresole. Se trata de poner en el Ejército todo el peso del poder, fortaleciéndolo de manera desmesurada con el espantajo de una invasión. Reservistas adoctrinados por misiones cubanas y con posesión de armas constituyen el mejor soporte que Chávez pueda encontrar. Ceresole lo dijo de una manera muy clara en el libro Mi amigo Chávez: «La clave es ir encontrando un escalón de conflicto razonable, o sea, administrable. No es la guerra. Es ir buscando, dentro del escalón del conflicto una progresiva independencia regional-nacional, o nacional-regional. Y hay que apreciarla así». Se trata —advierte Elizabeth Burgos— de crear un eje de poder latinoamericano cuya cabeza revolucionaria sería el propio Chávez para enfrentarlo a los Estados Unidos.
Por lo pronto, la movilización de reservistas multiplica por cuatro los efectivos actuales y duplica los de la primera potencia mundial. Quienes, entre ellos, acrediten condiciones para la vida militar, serán destinados a los ejércitos de Tierra, Mar y Aire y a la Guardia Nacional. Los demás se integrarán a un nuevo órgano de apoyo a las Fuerzas Armadas llamada la Guardia Territorial.
El otro soporte del régimen, como sucede también en Cuba —su modelo— son los organismos de seguridad. Bajo el camuflaje de pertenecer a las misiones cubanas que cumplen tareas de alfabetización y asistencia médica, agentes castristas formados en la escuela soviética de otros tiempos intervienen en la creación de las llamadas Unidades de Defensa Popular, organismos equivalentes a los Comités de Defensa de la Revolución, que en Cuba constituyen células de vigilancia sobre la población. De su lado, los médicos y educadores cubanos cumplen, en efecto, una función asistencial en cerros y suburbios de Caracas, así como en los municipios, mediante puestos fijos o itinerantes. Camiones de Mercal venden alimentos a bajo costo, y funcionarios del gobierno renuevan cédulas de identidad o permisos de conducir. Sugerido por Castro cuando en las encuestas electorales el apoyo a Chávez empezó a descender, es una forma de populismo asistencial, que recuerda el de Evita Perón. Como más adelante veremos, no resuelve sino que disfraza el problema real de la pobreza de la población, pues la política de extorsión al sector privado incrementa los índices de desempleo tanto en el campo como en las ciudades. En última instancia, salvo el Estado que es enormemente rico por obra de los petrodólares, las clases medias y la clase trabajadora se van empobreciendo paulatinamente y los llamados beneficios sociales llegan sólo a los sectores marginales a los que se les moviliza con dinero y otras prebendas para participar en manifestaciones de apoyo al régimen.
Dentro del mismo propósito estratégico de crear un modelo de sociedad ajeno a las libertades democráticas, bajo el mote de socialismo del siglo XXI o de revolución bolivariana, la educación es tomada por asalto mediante una reforma que contempla la presencia en los establecimientos de educación primaria y secundaria de los llamados «supervisores itinerantes» encargados de garantizar la correcta enseñanza del mensaje revolucionario de Chávez. Otra disposición establece «cursos revolucionarios» para los maestros. El lavado de cerebro de la población estudiantil culmina en la Universidad Bolivariana, creada por Chávez, que prosigue a nivel superior, ciertamente sin costo, el mismo adoctrinamiento, bajo el control de un rector militar y con quince directivos salidos también del Ejército. Es una medida que obedece a las enseñanzas de Ceresole.
SU LARGA MANO EN EL CONTINENTE
Por supuesto, los sueños revolucionarios del teniente coronel no se quedan en casa. Su ambición es continental, ya que, seguro de estar habitado por el espíritu de Bolívar, considera que su destino es cambiar el mapa político de América Latina. Castro y el propio Che Guevara pensaron lo mismo en la década del sesenta, sólo que entonces el único medio que veían para propagar la revolución cubana eran los focos guerrilleros, en tanto que Chávez, su exótico discípulo, confía más en los petrodólares, en los alborotos indigenistas y en el incremento de toda suerte de grupos radicales que acuden a los foros bolivarianos.
Por lo pronto, el más inmediato y visible de sus propósitos es el de servirse del petróleo para crear a favor suyo una situación de dependencia económica —y a través de ella, política— de las naciones del Caribe y de la América Central. Al mismo tiempo, da apoyo técnico y financiero a grupos de la izquierda más radical en el continente, a las bravatas nacionalistas de Kirchner pero también a los piqueteros argentinos, a los movimientos indígenas, al Movimiento de Liberación Nacional de Puerto Rico, a los partidos comunistas, a los radicales del llamado Polo Democrático de Colombia, al ELN y a las FARC del mismo país y no ha tenido inconveniente alguno en intervenir en la política interna de Bolivia, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador o México para dar apoyo al candidato de sus simpatías. Su discurso antiimperialista, que suena como música celestial en los oídos de nuestro perfecto idiota, parece una resurrección de las más viejas diatribas del rancio comunismo de otros tiempos. Y como el propio continente latinoamericano parece resultarle pequeño, Chávez busca aproximaciones al mundo musulmán, y muy especialmente con países como Irán donde el fundamentalismo islámico se ha adueñado del poder. En dádivas y regalos ha despilfarrado algo más de 24 mil millones de dólares. Parte de ellos fueron gastados en buscar apoyo para su aspiración de poner un hombre suyo en el Consejo de Seguridad de la ONU. El resultado fue una derrota aparatosa. Luego de decenas de escrutinios, todos perdidos con excepción de un empate, Venezuela tuvo que aceptar a Panamá como solución de compromiso.
Con un barril de petróleo que en la segunda mitad de 2006 sobrepasaba los 70 dólares, Chávez dispone de recursos millonarios que maneja sin control alguno, como un patrimonio personal, y que le permiten ofrecer ayudas a diestra y siniestra y proponer proyectos faraónicos como el gigantesco gasoducto de 8,000 kilómetros, cuyo costo sería de algo más de veinte mil millones de dólares, y que se extendería desde Caracas hasta Buenos Aires, a través de la Gran Sabana y del corazón amazónico del Brasil, para abastecer de gas venezolano al propio Brasil, a Paraguay, Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia, inclusive. Además, Chávez le obsequia a la Cuba castrista 100 mil barriles diarios de petróleo a cambio de médicos e instructores; suministra 200 mil barriles diarios a países de Centro América y del Caribe gracias a la creación de Petrocaribe, y ha comprado 1250 millones de dólares en bonos de la deuda pública de Argentina y Ecuador.
Los desvaríos filantrópicos del Presidente venezolano no se detienen ahí. A Evo Morales, cuya campaña electoral financió generosamente, además de darle un apoyo inicial de treinta millones de dólares para ayuda social y de suministrarle todo el diesel que Bolivia necesita, le ha ofrecido ampliar la compra de soya para compensar los perjuicios qué pudiera sufrir este país al retirarse Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones. Como es bien sabido y como el propio Chávez no tuvo inconveniente en pregonarlo, esta medida fue tomada para castigar a Colombia y Perú por haber firmado con Estados Unidos un tratado de libre comercio. Profeta populista, dueño y señor de lo que alguna vez llegó a llamarse la Venezuela Saudita, ha ofrecido servicios gratuitos de oftalmología a 100 mil brasileños, sesenta mil colombianos, treinta mil ecuatorianos, veinte mil bolivianos y doce mil panameños. También —quién lo creyera— a ciento cuarenta mil norteamericanos de bajos recursos, así como combustible gratis.
DESASTRE Y POBREZA EN CASA
Empeñado en difundir su revolución a lo largo y ancho del continente, Chávez, de puertas para dentro, ha dejado intactos los viejos males del país. Algo peor: los ha incrementado, aparte de crear otros nuevos. Al igual que Nigeria, Venezuela presenta el dramático contraste de un Estado rico, con altos índices de corrupción, mientras la mayoría de la población permanece en inadmisibles niveles de pobreza. Aunque fue éste un rasgo endémico del país, el desperdicio de los millonarios ingresos petroleros por obra de un Estado que ha procedido siempre como un pésimo administrador y un gerente incapaz de manejar con orden tanta riqueza, ahora es más patente y escandaloso que nunca. El deterioro del nivel de vida en las clases medias y populares lo advierte cualquiera que haya conocido a Venezuela antes de Chávez y ahora, al cabo de siete años de gobierno bolivariano, regrese y observe el paisaje social del país. A esa realidad se suman otras igualmente catastróficas: el mal abastecimiento y los deficientes servicios de los hospitales públicos; la inseguridad con un índice nunca antes visto de crímenes y robos; el cierre de la autopista Caracas-La Guaira por el crítico estado de uno de sus viaductos, la prueba más dramática del abandono y el creciente deterioro de puentes, autopistas, puertos y redes eléctricas, estructuras básicas en otro tiempo flamantes y hoy en franca decadencia. El paracaidista Presidente se parece hoy a un excéntrico millonario que se permitiera fuera de casa toda clase de derroches mientras los suyos pasan las duras y las maduras.
¿Delirios de la oposición? ¿Infundios del imperialismo? ¿Conjuras de capitalistas enemigos de la revolución bolivariana? Todo eso pueden decirlo los servidores del régimen o el propio Presidente con su lenguaje salpicado de dichos e imprecaciones de alto colorido folclórico, pero las cifras y los hechos están ahí para demostrarlo. Veámoslo si no. La inflación (16 por ciento en noviembre de 2005) es la más alta de América Latina. La tasa de desempleo, en enero de 2006, era de 12.9 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadística, lo que representaría 1.8 millones de personas sin empleo. Sin embargo, la Confederación de Trabajadores de Venezuela, según su presidente Jesús Coba, cree que este porcentaje ha sido maquillado. En efecto, hace dos años tal índice superaba el 19 por ciento y si parece disminuido es por el hecho de que el INE ha incluido como empleados a quienes han obtenido empleos o trabajos ocasionales en las llamadas misiones o cooperativas pagadas por el Estado. Se trata de simples ayudas asistenciales. Por otra parte, la población bajo la línea de pobreza que antes de Chávez era del 43 por ciento, que en cinco años subió a 54 por ciento y que hoy se mantiene en un 45 por ciento a pesar de los abundantes subsidios. Teodoro Petkoff, escritor y analista político, antiguo dirigente guerrillero, fundador del MAS (Movimiento al Socialismo), director del diario Tal Cual y candidato a la Presidencia, sostiene que «el abismo entre ricos y pobres se ha hecho más hondo durante la revolución bonita… Ni siquiera ese salón de belleza, con su sala de maquillaje, en que se ha transformado el Instituto Nacional de Estadística puede disimular esa realidad espantosa». El fracaso, según Petkoff, se debe a que en vez de crear fuentes de trabajo, alentando la inversión que genera empleo, Chávez, a lo largo de siete años, se ha dedicado a destruirlas.
Lo más grave de la situación económica del país es que ni siquiera su principal y gran fuente de riqueza —el petróleo— está a salvo de riesgos. Bajo el título «El caos petrolero», un artículo del periodista norteamericano Normal Gall, publicado en el diario El País, de España, señala el desorden, la corrupción y la ineptitud del propio Chávez como explicación de que la producción petrolera, a cargo de la empresa estatal Pdvsa, ha descendido de 1998 a hoy en un 22 por ciento. «Las repercusiones de este declive progresivo —dice el periodista— están enmascaradas por los elevados precios actuales y los gestos políticos del presidente». A raíz de una huelga contra el gobierno, que duró dos meses, de diciembre de 2002 a fines de enero de 2003, y en la cual de común acuerdo participaron trabajadores y ejecutivos de la empresa, Chávez despidió a 18,000 empleados de Pdvsa, entre ellos a toda clase de técnicos: geólogos, geofísicos e ingenieros de depósito. Fue una peligrosa pérdida de capital humano que ha tenido sus consecuencias. A esa situación se agrega otra igualmente alarmante: la empresa necesitaría una inversión anual de cuatro mil millones de dólares para mantener su nivel actual de producción, inversión que no se está cumpliendo, empeñado como está nuestro personaje en megaproyectos continentales y en regalos y ayudas incrementados en propagar continentalmente su confusa y estrepitosa revolución.
Dinero manejado sin control de nadie, una justicia politizada e inoperante, demagogia y un chavismo compuesto por aventureros y arribistas generan hoy en Venezuela niveles aparatosos de corrupción. Figuras tradicionales de la izquierda venezolana como Domingo Alberto Rangel han denunciado la aparición, a la sombra de la llamada revolución bolivariana, de tres grupos económicos privilegiados que controlan ahora bancos o empresas gracias a su proximidad al poder. Con nombre propio, ministros, gobernadores y altos militares han sido acusados de hacerse a grandes fortunas a través de testaferros que perciben contratos o reciben jugosas comisiones de contratistas privados. La corrupción alcanza los bajos niveles de la administración pública así como elementos de la Guardia Nacional. El propio ex vicepresidente José Vicente Rangel admitió en una entrevista que «la vieja corrupción se reproduce en la nueva; la corrupción es nuestro peor enemigo, aparte de Bush».
En un reciente informe, la revista inglesa Jane’s Intelligence Review, especializada en inteligencia y análisis de temas de defensa nacional e internacional, sostiene que por obra de este fenómeno y de la falta de cooperación —decidida por Chávez— entre agencias estadounidenses y venezolanas, Venezuela se ha convertido en el primer país a través del cual se distribuye la droga colombiana a Estados Unidos y Europa. Expertos en el tema estiman que los decomisos representan sólo el 10 por ciento del tráfico de droga en ese país y calculan que cerca de trescientas toneladas de cocaína son embarcadas anualmente desde Venezuela. La explicación, según el Departamento de Estado, sería «la rampante corrupción en altos niveles de la justicia y un sistema judicial débil».
Corrupción, alta criminalidad y descuido en el mantenimiento y renovación de los equipos de hospitales y centros de urgencias afectan gravemente la salud pública. Pagos de salarios a empleados inexistentes, compras por artículos no entregados o adquiridos por un precio mucho más alto que su valor real carcomen lo que en otro tiempo fueron servicios de salud dignos de ser modelo en el continente. Además, la creciente criminalidad desborda los servicios de urgencia. Entre cincuenta y siete países estudiados por la Unesco, Venezuela tiene el índice más elevado de asesinatos con arma de fuego por 100,000 habitantes. En siete años de gobierno de Chávez, se han registrado 67,000 homicidios, tercera causa de muerte en el país, después del cáncer y los problemas cardiovasculares. Caracas es una de las ciudades más inseguras del continente. La prensa —cuando aún podía hacerlo sin correr riesgos— reveló que en uno de los tantos centros de salud ubicados en los sectores populares de la capital —el Leonardo Ruiz Pineda— los heridos morían por falta de elementos básicos de primeros auxilios como placas de rayos X, tubos de drenaje, guantes, desinfectantes, etc. Frente a estos problemas que afectan a muchos hospitales, por negligencia oficial, los puestos de salud atendidos por médicos cubanos en barrios y municipios prestan ayuda para pequeñas dolencias pero ante todo sirven más como alardes propios del populismo asistencial. También en esto la revolución bolivariana sigue los pasos de la revolución cubana, cuyas fallas en la dotación de hospitales es bien conocida.
UNA ECONOMÍA QUE HACE AGUA
Como es propio de su naturaleza, el populismo rueda siempre sobre palabras, juegos de retórica revolucionaria y efectos mediáticos, pero jamás llega a resolver los problemas propios del subdesarrollo y la pobreza. Al contrario, los incrementa. Para ocultar su incapacidad en el campo vital de la producción y de la economía, fabrica enemigos para endosarles la culpa de todos los males del país. También en esto, Castro, el profeta de nuestros perfectos idiotas, encontró` en Chávez un discípulo a su imagen y semejanza. Ambos lanzan proclamas antiimperialistas a los cuatro vientos y rinden culto a sus respectivas revoluciones, pero la grandeza de sus proyectos está siempre en los propósitos y no en la realidad, que es cada vez más paupérrima. Este contraste se advierte en todo. Así, al tiempo que Chávez habla de su faraónico proyecto del gasoducto que recorrería el continente suramericano de norte a sur, se ve obligado a decretar el cierre de la autopista Caracas-La Guaira, prueba flagrante de la situación en que se encuentra la malla vial y eléctrica del país. Interrumpido o desviado el tráfico diario de cincuenta mil autos y camiones hacia una vieja y atosigada carretera, el golpe que recibe la economía venezolana es severo. La autopista permitía el acceso rápido a la capital del 30 por ciento de las importaciones del país, que llegan al aeropuerto de Maiquetía o al puerto de La Guaira.
Nuestro antiguo paracaidista no se ha detenido a pensar cuál fue el motivo por el cual el socialismo del siglo XX, antecesor de su socialismo del siglo XXI, se derrumbara aparatosamente, el mismo que puede echar sus sueños a pique: el derrumbe de la economía. La de Cuba está en ruinas hace largo tiempo. La de Venezuela empieza a hacer agua, pese a los millonarios recursos del petróleo, por la sencilla razón de que éstos se derrochan de la misma manera que en una república africana, sin contribuir al desarrollo del sector productivo y muy en especial a la creación de empresas capaces de generar empleos. De nada sirve que Chávez, en la compañía poco recomendable de Castro y de Evo Morales, intente reemplazar el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) por el ALBA (Alternativa Bolivariana de las Américas) y el TLC (Tratado de Libre Comercio) por el TLCP (Tratado de Libre Comercio de los Pueblos). Las cifras muestran que su revolución bolivariana acusa saldos en rojo. Para no hablar de Chile, cuyo modelo de corte liberal ha permitido en los últimos veinticinco años disminuir en un millón el número de pobres, bastaría comparar las cifras de México y Venezuela para advertir la dimensión del fracaso chavista. De 1998 al 2005, la devaluación de la moneda fue de 16 por ciento en México y de 292 por ciento en Venezuela; la tasa de desempleo, en el primero de estos dos países, era sólo de 3.8 por ciento y oficialmente de 12.9 por ciento en el segundo, aunque por las razones expuestas este índice puede ser considerablemente mayor si se descartan los empleos ocasionales financiados por el gobierno; los hogares en situación de extrema pobreza disminuyeron en México en un 49 por ciento y en Venezuela aumentaron en un 4.5 por ciento.
De semejante y desastrosa realidad, ¿qué sentimiento guardan los venezolanos? Podemos dejarle la última palabra a un hombre de izquierda —de la izquierda vegetariana, es cierto, y no de la izquierda jurásica, como la llamamos nosotros, o borbónica, como la llama él—. Nos referimos a Teodoro Petkoff. «El desasosiego, la polarización y la conflictividad —dice Petkoff— no permiten la necesaria confluencia y cooperación entre los distintos sectores del país para hacer frente a problemas que son comunes a todos, en particular, el tan desastroso de la extendida pobreza y descomposición social que nos agobia. Esto no puede seguir así. Se ha creado una sociedad dominada por el miedo. Miedo a ejercer y reclamar derechos, miedo a perder o no obtener trabajo por razones políticas, miedo a la delincuencia, miedo a la policía, miedo a perder beneficios sociales, miedo a la nación misma, miedo al futuro, miedo a perder la propiedad, miedo a las invasiones, miedo al autoritarismo, miedo al militarismo, miedo a la corrupción; miedo al miedo mismo. Esto no puede seguir así».
¿Quién puede dudarlo? El discípulo amado de Castro, a quien se le debe en primer término el regreso o resurrección del perfecto idiota en el ámbito continental, ha hecho el milagro de provocar dos cosas: miedo dentro de su país, aunque también risa e inquietud fuera de él. Con estos rasgos, el pintoresco y calamitoso caudillo venezolano será todo, menos un heredero de Bolívar.
Ahora bien, pese a todos sus desafueros y desastres, nuestro personaje logró hacerse elegir el 3 de diciembre del 2006 por seis años más en la presidencia de su país con 61.35 por ciento de los votos emitidos contra el 38.39 por ciento obtenido por el candidato de la oposición Manuel Rosales. Fue el primer dato suministrado aquel día por el Consejo Nacional Electoral (CNE), enteramente controlado por él, aunque los sondeos a boca de urna daban a su victoria un margen más estrecho. En el cierre de campaña, una semana atrás, la oposición logró concentrar en una avenida de Caracas más de un millón de personas, prueba espectacular, muy significativa, de la vitalidad democrática de Venezuela y de su resistencia a los proyectos autoritarios de Chávez. Esa vasta corriente de opinión, donde se alojan las mejores cabezas del país, no parece dispuesta a replegarse tras los resultados de la elección. Encabezada por el propio Manuel Rosales y otros líderes de diversas tendencias como Teodoro Petkoff y Julio Borges, seguirá jugando un papel vigilante para impedir que todas las libertades naufraguen.
Es evidente que el triunfo logrado por Chávez tiene como verdadero soporte los inmensos recursos del Estado invertidos en su campaña y la política de corte asistencial desarrollada entre los sectores más pobres del país. En los programas realizados a través de sus famosas misiones, Chávez ha invertido en los últimos tres años una suma evaluada en 12,930 millones de dólares. Su gran elector fue, pues, el dinero de la bonanza petrolera. Si bien esa política de populismo asistencial tiene un alcance efectista e inmediato, la verdad es que con ella no se disminuye el desempleo ni se rescata realmente a grandes sectores de la población —por chavistas que hoy sean— de la pobreza. Es una realidad que el tiempo acabará desvelando.
¿Qué le espera ahora a Venezuela con el nuevo mandato de Chávez? Él mismo, vestido de rojo de la cabeza a los pies, le dio el mismo color a su proyecto invitando a sus seguidores a construir una «Venezuela socialista», copia sin duda de la nada dichosa «Cuba socialista» de su amigo Fidel. Según Chávez —lo dijo a gritos desde un balcón del palacio presidencial—, «el socialismo es humano, es amor», revelación sorprendente cuando ese sistema que él desea para su país produjo en el siglo pasado 100 millones de muertos y los regímenes más opresores de la historia. Los pasos que en tal sentido se propone dar fueron ya vislumbrados por Teodoro Petkoff: «estatización del área deportiva; promoción de una cultura oficial con recursos estatales para exigir obediencia; nuevas leyes para fiscalizar las ONG; utilización del aparato educativo para imponerle su ideología a la población; acotaciones a la libertad de cátedra, y lo más importante y peligroso: la transformación de las Fuerzas Armadas Nacionales (FAN) y del Ejército en un partido político». El mejor discípulo de Castro aprendió bien su lección. Por eso, y como era de esperarse, a las pocas semanas de asumir el mando por tercera vez consecutiva, Chávez anunció que modificará la Constitución para permitir su «reelección indefinida», obtuvo poderes para legislar por decreto, decidió nacionalizar las telecomunicaciones y la energía eléctrica, y tomar el control de las empresas que procesan crudo en la faja oriental del Orinoco, y, por supuesto, coronó su delirio retirando la licencia a Radio Caracas Televisión, la estación de señal abierta que lo criticaba.