16

De nombres y lugares

SANCHO, ALFONSO, Fernando, Rodrigo, Beltrán, Munio, Pedro, Gutierre, Lope, Tello, Suero, Martín, Mendo, Gonzalo, García, Domingo, Ramiro, Nuño, Sancha, Elvira, Jimena, Leonor, Sol, Urraca, Lambra, Teresa, Dulce, Blanca, Berenguela… Todos ellos son nombres propios de persona que se repiten tanto en la Castilla medieval que hoy nos resultan familiares incluso aquellos que han dejado de usarse. Pero la variedad era mucho mayor. El castellano incorporó a su diccionario vocablos del más variado origen lingüístico: ibero, vasco, celta, griego, romano, gótico, árabe; y los castellanos también tomaron como propios muchos nombres de diferentes culturas o tradiciones. Cercanas y lejanas.

La madre de Fernán González se llamaba Muniadona; una de sus suegras, Toda, y una de sus hijas, Fronilde. Aquella Toda, que era reina de Navarra y mujer multicultural y transversal (además de reina navarra y suegra del conde castellano, era abuela del rey leonés Sancho I el Craso y tía del califa cordobés Abderramán III), era a su vez hija de Aznar y de Oneca, y nieta de Fortún, y tuvo entre sus hijos a una Velasquita, a una Orbita, a una Munia y a una Urraca, y entre sus nueras a una Andregoto, hija de Galindo.

Otra Muniadona, a la que además llamaban también Munia a secas y Mayor, se casó con Sancho III el Mayor de Navarra. Esta Muniadona era hija del conde castellano Sancho García, el de los Buenos Fueros, que a su vez era hijo de Ava de Ribagorza y padre de Trígida, que fue abadesa de San Salvador de Oña. En el panteón real de este monasterio tienen sus sepulturas tanto el citado Sancho García el de los Buenos Fueros y su esposa Urraca como Sancho III el Mayor de Navarra y su esposa Muniadona.

En Oña está también enterrado, entre otra gente muy principal, Sancho II el Fuerte de Castilla, el rey que murió en el cerco de Zamora a manos de Vellido Dolfos. Sancho estuvo casado con una noble inglesa, de nombre Alberta. De Vellido Dolfos dice el romancero que era «hijo de Dolfos Vellido», pero parece que se trataba de una licencia literaria para cuadrar el octosílabo y la rima, y que Dolfos no era nombre de persona, si acaso Adolfo.

De joven, Sancho II de Castilla se había enfrentado a Sancho Garcés IV de Navarra y a Sancho Ramírez de Aragón en la llamada Guerra de los Tres Sanchos. ¡Si sería frecuente el nombre que los tres monarcas de los tres reinos se llamaban igual y eran todos tres nietos de otro Sancho, Sancho III el Mayor de Navarra! Sancho Garcés IV de Navarra, por cierto, fue vilmente asesinado en el precipicio de Peñalén, en una conjura de sus hermanos Ramiro y Ermesinda, y dejó viuda y quizás desconsolada a su esposa Placencia de Normandía.

De Normandía era también Ágata, una princesa con la que estuvo prometido Alfonso VI, el hermano y sucesor de Sancho II. Alfonso se casó cinco veces, y todas ellas con mujeres de fuera de la península, por lo que probablemente incrementó el uso en la onomástica castellana de sus cinco nombres (Inés, Constanza, Berta, Zaida y Beatriz), si es que entonces, como ahora, la gente del común acostumbraba a poner a algunas de sus hijas los nombres que llevaban sus reinas.

A propósito de Ermesinda y de Placencia, que nos las dejábamos atrás. Hubo otra Ermesinda, a la que en algunos documentos se la llama Ormisenda y Ermisenda, que fue hija de don Pelayo y de Gaudiosa, hermana de Favila o Fáfila y madre de una hija, Adosinda, y de dos hijos que acabaron mal, Fruela y Vimarano. Fruela era el rey astur, pero tenía unos enormes celos de Vimarano, que era «omne mui fremoso, et buen caballero, et de grand cuenta, et amado de todos», y como temiera el monarca «quel tomarie el regno, matol con sus manos», o sea, que lo asesinó, tras acusarlo de conspirar contra él. Le sirvió de poco la medida. La nobleza se confabuló y dio muerte al asesino en Cangas de Onís, y pasó el rey difunto a la historia como Fruela I el Cruel.

Placencia, que viene del latín ut placeat y significa «para placer, para agradar», en la Edad Media no sólo era nombre de persona, sino también de lugar, como en la Placencia de las Armas de la hoy Guipúzcoa o la Plasencia de Cáceres o en la Piacenza italiana o en la Plencia en la actual Vizcaya.

Plencia fue fundada por Lope Díaz II, señor de Vizcaya y uno de los dirigentes cristianos en la crucial batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212. Este Lope tuvo un montón de hijos, entre ellos una Mentía, un Manrique, urna Berenguela y un Álvaro. En Las Navas, donde el ejército cristiano era una coalición de castellanos, navarros y aragoneses, Lope combatió a las órdenes del rey Alfonso VIII de Castilla, que estaba casado con Leonor de Plantagenet, una princesa inglesa hermana de los reyes Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Alfonso y Leonor tuvieron al menos diez hijos, uno de ellos Mafalda, que nació, mira por dónde, en Plasencia (Cáceres).

Entre los otros hijos de Alfonso VIII y Leonor de Planagenet hubo dos reyes de Castilla, Enrique I, que estuvo prometido con otra Mafalda, princesa portuguesa, y Berenguela I, esposa de Alfonso IX de León y madre del rey Fernando III el Santo, y tres reinas consortes: Blanca, que se casó con Luis VIII de Francia; Urraca, que lo hizo con Alfonso II de Portugal, y Leonor, primera esposa de Jaime I de Aragón, quien tras anularse el matrimonio por razones de parentesco se casó después con Violante de Hungría.

Jaime I, el Jaime el Conquistador aragonés que expandió su reino hasta Baleares y Valencia, compitiendo en sus fronteras con Castilla, había nacido casi por casualidad, había llegado al mundo casi a remolque. Su padre, Pedro II el Católico, había celebrado un matrimonio de conveniencia con María de Montpellier, y no hacían vida marital, pero algunos nobles aragoneses, preocupados por la sucesión, le metieron en la cama a su propia esposa haciéndole creer que era una de sus amantes, y lograron que ella quedara embarazada. Cuando Pedro lo supo, rechazó al niño y se lo entregó a un noble, Simón de Monfort, para que lo casara algún día con su hija, de nombre Amida, y lo tuviera recluido en el castillo de Carcasona hasta que tuviera dieciocho años de edad. Jaime no llegó a cumplir tan injusta y peculiar condena paterna, pues Pedro murió cuando tenía cinco años el niño, que al poco pasó a ser rey en minoría de edad y a vivir en el castillo de Monzón, bajo tutela de los templarios.

Fernando III de Castilla, consuegro de Jaime I porque su hijo Alfonso X el Sabio se casó con una hija del rey aragonés llamada Violante, como su madre, fue padre de quince hijos: diez con su primera esposa, Beatriz de Suabia, y cinco con la segunda, Juana de Sanmartín. Uno de ellos, el segundo, llevaba un nombre relativamente frecuente entonces y casi desaparecido hoy, Fadrique, que quizás procedía de Federico, su abuelo materno. Acabó mal el tal Fadrique, muerto en Burgos por orden de su hermano mayor, Alfonso X, que creía que conspiraba contra él.

Muniadona, Toda, Fronilde, Aznar, Oneca, Fortún, Velasquita, Orbita, Munia, Andregoto, Ava, Trígida, Vellido, Ermesinda, Ágata, Constanza, Zaida, Placencia, Favila, Fruela, Adosinda, Vimarano, Gaudiosa, Manrique, Mencía, Violante, Mafalda, Amida o Fadrique eran, por tanto, nombres de aquella época, no sabemos si frecuentes o no, que hoy están casi desaparecidos. Había muchos más, sólo diremos un puñado de ellos para que se vea la variedad: Abolmondar, Aldonza, Armentero, Ansuro, Arnaldo, Arpidio, Arroncio, Asur, Atilio, Auria, Biato, Cardiel, Cíxila, Cresconio, Ebón, Eldonza, Elo, Enderquina, Ermegildo, Ermengarda, Esidero, Fabone, Godina, Gomel, Goto, Gudesteo, Guntroda, Ildaria, Iszán, Kíntila, Lebrín, Leodegundia, Lifardo, Moriel, Orenis, Orobio, Placía, Presenzo, Rapinato, Sendino, Simondo, Sona, Teoda, Tote, Ute, Vela, Velita, Vítulo, Zalama…

De entre los nombres más frecuentes en la Edad Media, al menos entre las familias reales, hay dos que hoy prácticamente no usa nadie: Sancho y Urraca. El primero, quizás porque para el imaginario colectivo español Sancho ha pasado a ser sinónimo de hombre obeso, simple, materialista y poco limpio, por el Sancho Panza del Quijote. ¿Y Urraca? Tal vez, por la mala prensa que tiene el pájaro llamado así, alborotador y ladrón, o quizás por la mala huella que dejaron en la historia nuestras dos Urraca más famosas: la de Toro, la «mujer de ánimo feroz» presunta alentadora del asesinato de su hermano el rey Sancho II para favorecer a su otro hermano, Alfonso VI, y la hija de éste, Urraca I, de tormentoso reinado, lleno de guerras civiles y de sobresaltos.

De los nombres medievales castellanos provienen muchos de nuestros apellidos, los patronímicos, los que recoge el nombre del padre. Las lenguas nórdicas lo hacen con sufijos en «-son» (Martinson, Jonsson, Samuelson), las eslavas con sufijos en «-ovich», «-evich», «-ov» o «-ev», entre otros (Petrovich, Pogorevich, Gorbachov, Nureyev), la irlandesa y la escocesa con el prefijo «O’» (O’Neil, O’Brian). La castellana, con el sufijo en «-ez» o directamente en «-z», y de ahí los muchos Sánchez, Fernández, Rodríguez, Muñoz, Pérez, Gutiérrez, López, Téllez, Martínez, Méndez, González, Domínguez, Ramírez o Núñez de nuestras guías telefónicas. Pero, por razones lingüísticas o sociales que se desconocen, algunos nombres medievales son hoy apellidos, y no nombres de pila. Es el caso de García, el apellido más común en España, o de Alonso.

De los nombres de personas de la vieja Castilla nacen también muchos de los topónimos de la zona: Villafruela, Bahabón (de Fabone), Gumiel (de Gomel), Villasandino (de Sandino), Villahizán (de Iszán), Villodrigo (de Rodrigo), Villadiego (de Diego)…

El prefijo «Villa-» o «Villo-» es tan frecuente en la toponimia castellana que ha dado nombre a miles de lugares, muchos de los cuales no tendrían en puridad derecho a llamarse así puesto que, en aquella época, ya lo dijimos, villas sólo eran aquellas poblaciones con capacidad y autonomía para administrar justicia, para detener, juzgar y ajusticiar a quien hubiera cometido un delito. Compiten con «Villa-» / «Villo-», en número de retoños, otros cuatro prefijos muy frecuentes: «Torre-», «Cast-» o «Castr-», «Fuente-» y «Quintana-». Las tres primeras son obvias. La primera y la segunda indican que en lugar había o hubo una fortaleza, por pequeña que fuera. La tercera, que había agua. ¿Y la cuarta?

Quintana es de origen romano. En los campamentos de las legiones, la «quinta vía» era aquella en que se instalaba el mercado. De ahí pasó, en los tiempos medievales, a denominarse así a la plaza del mercado, aunque no hubiera tropas a la vista, y luego a aquella plaza cerrada que iba adosada a una iglesia o a una casa de labor y, por fin, se llamó quintas o quintanas o quintanillas a las casas de labor en general. De ahí que Quintana del Pidió, en el sur de Burgos, probablemente fuera la casa de labor de un sujeto que se llamaba Arpidio; y Torrequinto, en Sevilla, un lugar donde había una fortaleza y una casa de labor; y Quintana Martín Galíndez, al norte de Burgos, en los territorios de la primitiva Castilla del abad Vítulo, la casa de labor de un tal Martín, hijo de Galindo.

En todas las culturas y civilizaciones, los apellidos, lógicamente, nacen para diferenciar a personas que llevan el mismo nombre. Muchos se forman con el nombre del padre: son los apellidos patronímicos que antes veíamos. Pero cuando se acentúan las migraciones y las personas abandonan el lugar donde nacieron y se mudan a otro, cosa muy frecuente en la Castilla medieval, que se dedicó durante siglos y siglos a repoblar los territorios que iba tomando a Al-Ándalus, los apellidos patronímicos ya no funcionan, no sirven: al padre de un sujeto al que se quiere nombrar no lo conoce nadie, porque vive o ha vivido a muchos kilómetros de distancia. Muchos apellidos patronímicos, los formados con el nombre del padre, son sustituidos por otros que se forman de muy diferentes modos. Por rasgos personales del individuo al que se quiere nombrar: Blanco, Bueno, Calvo, Cano, Casado, Moreno, Rubio… Por el oficio que desempeña: Abad, Cantero, Carnicero, Carretero, Escribano, Herrero, Monje, Notario, Pastor, Sastre, Vaquero… O por el lugar de procedencia, lo que origina los Ávila, Álava, Aranda, Avilés, Bascones, Bilbao, Burgos, Castilla, Castellanos, Gallego, León, Lerma, Navarro, Roa, Santander, Zamora o Zamorano, tan frecuentes entre nosotros.

Las guías telefónicas de las ciudades del centro o del sur de España están llenas de apellidos patronímicos formados con nombres castellanos o leoneses y de apellidos formados a partir de los nombres de ciudades o pueblos del norte peninsular: vascos, cántabros, riojanos, aragoneses, navarros, gallegos, leoneses y castellanos. Fue otros de los rastros que dejó la repoblación en la Castilla la Novísima.