Los jueces de Castilla
YA se contó en el comienzo de este libro: en el arco de Santa María, el arco triunfal con el que a mediados del siglo XVI la ciudad de Burgos trata de agasajar al emperador Carlos V, hay seis estatuas que quieren resumir la historia de Castilla, seis estatuas de los presuntos seis principales prohombres castellanos. Dos de ellas representan a Nuño Rasura y Laín Calvo, los dos jueces de la primitiva Castilla, del mítico condado singular que mucho antes del año 1000 presuntamente se desgaja del reino asturleonés y emprende una singladura única en la historia del mundo, casi de pueblo elegido. Aunque la verdad fue menos mítica, los hechos parece que nunca fueron así. Un número creciente de historiadores cree que esas dos estatuas de los jueces en el arco de Santa María sobran; que el escultor, Ochoa de Arteaga, y los arquitectos, Juan de Vallejo y Francisco de Colonia, se las podían haber ahorrado; que no hay ninguna prueba fiable de que Laín Calvo y Nuño Rasura fueran lo que dice la leyenda; que ni siquiera es seguro que existieran.
En la portada plateresca de la iglesia de San Juan Bautista, en Bisjueces —la pequeña aldea del norte de Burgos cercana a aquel Taranco de Mena donde en el año 800 aparece por primera vez el nombre de Castilla, en el Bisjueces donde según la tradición impartían justicia Laín Calvo y Nuño Rasura— hay otras dos estatuas de los legendarios jueces castellanos. Son parecidas a las de Burgos y quizás de la misma época. Hay quien incluso atribuye la iglesia al propio Juan de Vallejo y a Simón de Colonia, el padre de Francisco.
La tradición asegura que en el año 842, tras la muerte de Alfonso II de Asturias, se suceden «luengos tiempos» de vacío de poder en el reino astur, y que los pobladores de esa primigenia Castilla, que está fundándose en los valles de lo que hoy es el extremo nororiental de la provincia de Burgos, deciden elegir por su cuenta a dos altos magistrados que los gobiernen según su tradición y costumbres, y no por las leyes del reino asturleonés, por el Fuero Juzgo heredero del Líber ludiciorum de los visigodos. Con esa decisión, los castellanos se estarían rebelando «contra la tiranía» ya a mediados del siglo IX. Estarían proclamándose independientes de facto no sólo una centuria antes de los tiempos de Fernán González, el llamado héroe de la independencia, sino 68 años antes de que García I traslade la capital del Reino de Oviedo a León. Dicho de otro modo: si esa tradición fuera una verdad histórica, Castilla existiría como entidad política independiente y soberana casi siete décadas antes que el Reino de León.
Añade la tradición muchos detalles. Que esos dos magistrados se llamaban Nuño Rasura y Laín Calvo. Que Nuño era «sensato y discreto, hábil y juicioso, trabajador, serio» y se ocupaba de los asuntos del gobierno y de la justicia, y que Laín era yerno de Nuño y hombre de carácter fuerte y se ocupaba de la milicia y de la guerra. Que los susodichos impartían justicia y administraban la cosa pública en un paraje conocido como Fuente Zapata, que estaba entre la actual localidad de Bisjueces, que se denominó así precisamente en honor de ambos magistrados, y la de Villalaín, que se llamaba de ese modo por el segundo de ellos.
El elaborado pastel de la tradición de los jueces de Castilla incluye incluso dos detalles sorprendentes, dos guindas espectaculares: Nuño Rasura fue abuelo del mismísimo Fernán González, y del linaje de Laín Calvo nació muchos años después el otro gran héroe castellano: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. ¡Acabáramos! ¡Los grandes héroes que dan carácter a la patria castellana habrían tenido, en fin, sendos antecesores que les habían marcado el camino muchísimos años atrás!
La tradición de los jueces de Castilla no sólo ha dejado topónimos como Bisjueces y Villalaín, esculturas como las de la iglesia de San Juan Bautista y las del arco de Santa María, un monolito en Fuente Zapata y hasta un presunto sillón de los magistrados en la sala de Poridad del propio arco de Santa María, sino que incluso entró con todos los honores como un hecho verdadero y contrastado en las crónicas y los libros de historia, donde ha permanecido durante siglos. Hasta hace muy poco.
Ya un historiador del siglo XVIII, el agustino burgalés Enrique Flórez, advirtió en 1771 que ni en las crónicas y documentos de la época en que presuntamente vivieron los jueces, ni en las de mucho tiempo después, había mención alguna a su existencia, luego era muy probable que fuera una invención posterior. Al padre Flórez le hicieron entonces poco caso. En la primera mitad del XX, el profesor Galo Sánchez, del prestigioso Centro de Estudios Históricos, y el historiador Claudio Sánchez-Albornoz llegan por otras vías a la misma sospecha que Flórez, la de que los jueces de Castilla no existieron como tal. Y exhaustivas investigaciones recientes de los historiadores Alfonso García-Gallo, Georges Martin, Ernesto Pastor Díaz y F. Javier Peña Pérez han certificado que todo es leyenda, sin fundamento histórico. No sólo leyenda, dicen algunos historiadores: es absoluta invención de algunos cronistas riojanos y navarros de finales del siglo XII engordada después por otros cronistas leoneses y castellanos del siglo XIII.
Los historiadores han comprobado que muchos detalles laterales de la leyenda de los jueces son radicalmente falsos. Han establecido, por ejemplo, que a Alfonso II el Casto, que murió sin descendencia, lo sucedió sin «luengos tiempos» de inestabilidad Ramiro I. Han verificado que durante más de trescientos años, entre mediados del siglo IX —cuando presuntamente existieron y ejercieron los jueces de Castilla— y finales del siglo XII, no se menciona a ningún Nuño Rasura ni a ningún Laín Calvo en documento alguno. Ni rastro: o no existían o nadie había reparado en ellos. Han visto que en el árbol genealógico de Fernán González no hubo ningún abuelo ni bisabuelo ni tatarabuelo que se llamara Nuño Rasura, según demuestran documentos que recogen los nombres de todos sus antepasados durante varias generaciones atrás. Han llegado a la conclusión de que nadie, absolutamente ninguna fuente fiable anterior a esos cronistas riojanos y navarros de finales del siglo XII, apunta a que Castilla tuviera ningún grado de independencia en el siglo X. Han contrastado también los historiadores muchos otros detalles que desmontan la leyenda de los jueces de Castilla. Desmenuzado cada detalle de la leyenda, han establecido una secuencia temporal esclarecedora.
La primera vez en que Laín Calvo aparece en un texto escrito es en la Historia Roderici, una biografía sobre Rodrigo Díaz de Vivar escrita en latín entre 1180 y 1190, casi un siglo después de la muerte del Cid, por un autor riojano, quizás de Nájera. En esa biografía, Laín Calvo sólo es mencionado de pasada, como un antepasado del Campeador siete u ocho generaciones atrás, sin más detalles sobre su trayectoria, su oficio o su beneficio.
Nuño Rasura aparece por primera vez mencionado en un texto en la Crónica Najerense, escrita casi en las mismas fechas que la Historia Roderici. La Crónica se compuso en el monasterio benedictino de Santa María la Real de Nájera por esos mismos años finales del siglo XII, y viene a ser una historia universal del mundo, desde la Creación a los tiempos del autor. A Nuño Rasura tampoco se lo nombra como juez, sólo como abuelo de Fernán González, cosa que, como ya se vio antes, nunca fue.
Es sólo años después, ya a caballo entre los siglos XII y XIII, cuando los tales Laín Calvo y Nuño Rasura son presentados como los jueces y gobernantes primigenios de aquella edénica Castilla de mediados del IX en distintas obras escritas en territorio navarro (Linage de Rodrigo, Crónicas Navarras, Liber Regum). De ahí su leyenda salta, adornada con nuevos detalles, en 1236, al Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, un monje de San Isidoro de León que luego fue obispo de la localidad gallega que le da su apellido. En 1243, pasa al De Rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada, obispo de Toledo y uno de los autores fundamentales de la creación de los mitos castellanos.
Tras crecer con los dos obispos, el Tudense y el Toledano (así son llamados también), la leyenda de los jueces de Castilla es engordada aún más en obras compuestas poco después, a mediados del siglo XIII, en dos monasterios burgaleses que resultarán claves en la creación de los grandes mitos castellanos: el de San Pedro de Arlanza, donde un monje anónimo escribe el Poema de Fernán González, y el de San Pedro de Cardeña, en cuyo escritorio se redacta la Leyenda de Cardeña, que presenta al Cid casi como si fuera un santo.
El cóctel de leyendas infundadas o directamente falsas sobre los orígenes de Castilla y sus padres fundadores está listo para entrar en los libros de historia. Lo hace a finales de ese siglo XIII, exactamente en 1274, en la Primera Crónica General de Alfonso X, quien, de forma poco sabia o muy interesada, porque estaba abrillantando los orígenes de la Castilla que él gobernaba ahora como rey, compra la averiada mercancía sin más comprobaciones.
El inveraz relato de Alfonso X sobre esos orígenes castellanos ha sido durante siglos la versión oficial de la historia de España, tanto en ámbitos académicos como en el imaginario popular. De la crónica alfonsí han bebido decenas, centenares de generaciones de historiadores. Han bebido indebidamente, porque como se ha visto la Primera Crónica General de Alfonso X no era una fuente documental, era un inmenso charco lleno de lodo que no sólo incorporaba medias verdades o completas falsedades sobre Laín Calvo y Nuño Rasura, sino también, como se verá, sobre los dos grandes mitos castellanos: Fernán González y el Cid.