Capítulo 18
La introversión es fundamento de supervivencia en el telar, las tejedoras no darán aviso de la ausencia de Margaret a ningún soldado. Eric supone que será a la mañana siguiente, bien temprano, al pasar revista a las trabajadoras, cuando los oficiales den la voz de alarma. Tiene tan solo unas horas para elaborar un plan hasta que amanezca. Intenta dormir un poco con el fin de aclarar la cabeza, embotada por el disgusto. Fue fácil prometer a su madre que cuidaría de Marta, pero ponerlo en práctica es más complicado; madre e hija no se separaban ni un segundo en el telar. La pequeña está escuálida y malnutrida, los últimos meses de trabajo han hecho mella en el débil organismo. Si en Cenk los hombres tienen el deber de trabajar como animales de carga, para los Vigías Dorados las mujeres y los niños son insectos a la espera de ser aplastados. Marta sin su madre en el telar está perdida. Eric decide correr el riesgo: será para los soldados una desaparecida más.
Empapado en sudor sobre el camastro rememora de nuevo la despedida. Esperó unos segundos y siguió a su madre en la oscuridad. Las esperanzas de seguirla el rastro se desvanecieron al palpar los surcos de unas ruedas y las huellas de tres corceles en el camino embarrado; se alejaban a galope a gran velocidad. Después de varios minutos divisó a la distancia un lujoso carruaje –resplandecía en la noche-; atravesaba el complicado y grueso baluarte situado justo en el lado opuesto de la plantación. <<No cabe duda, mi madre iba allí dentro, se dirigía a la Ciudadela Roja>>. Eric nunca se ha acercado a aquel perímetro de la urbe, sí ha escuchado rumores que hablan sobre una realidad inverosímil por su riqueza y belleza, un espacio de altísimos tejados cónicos y dorados donde las viviendas están aisladas entre sí por fastuosos jardines y las calles huelen a comida fresca y deliciosa, cocinada en fogones de leña.
Eric no puede dejar de preguntarse por qué su madre se ha alejado de ellos de una manera tan inesperada.