9

 

Lo encontró esperándolo en el vestíbulo del Yard. Miss Yeats aún no había llegado y no lo habían dejado pasar.

–¡Inspector!

–Buenos días, señor Birdwhistle. Es usted madrugador.

–Tengo que hablar con usted.

–No puedo devolverle el documento, señor Birdwhistle.

–¿Todavía no han acabado con él?

–En realidad, sí. –Carter lo miró con frialdad. Aquel tipo no se merecía ninguna explicación, pero la naturaleza de Carter se negaba a pasar por delante sin dársela–. Aun así, no puedo entregarle el documento. Tendrá que pedirle a la señora Allerton el manuscrito y llevarlo a mecanografiar de nuevo.

–¿Pero, por qué?

–Siento no poder contestar a su pregunta, señor Birdwhistle. Tendrá que valerle mi palabra.

–¡Scotland Yard no puede retener un documento que no le pertenece si ya no lo necesita!

La voz del editor se elevó por encima de lo normal y los agentes de la entrada se acercaron:

–¿Algún problema, inspector?

–Ninguno. El señor Birdwhistle ya se iba.

 

* * *

 

Miss Yeats entró en el antedespacho y encontró a Carter apoyado en su mesa.

–No se siente en mi escritorio, inspector.

–No estoy sentado.

–Tampoco puede apoyarse.

–No sea quisquillosa.

Carter se separó unos centímetros de la mesa de miss Yeats, pero continuó de pie, sin moverse, meditabundo.

–¿Puede explicarme en qué piensa, parado ahí como un pasmarote?

–En la incongruencia del alma humana.

Miss Yeats levantó las cejas.

–Acabo de fastidiar a un hombre al que quería molestar...

–Y eso le perturba ahora.

–En realidad no. Lo he hecho para no poner su vida en peligro.

–Sigo sin entenderlo.

–Pues es bien sencillo: me irrita que esta sea la razón. Querría haberlo incordiado sólo por el gusto de hacerlo.

Miss Yeats esbozó un gesto risueño.

–Váyase. Métase en su despacho y resuelva el crimen o tendré que hablar seriamente con su tía Mary.

Carter se giró y caminó hacia su despacho.

–Y llévese esto. –La secretaria le tendió un sobre–. Estaba en su casillero del correo.

El logotipo del laboratorio le indicó que era el informe que estaba esperando. Carter apresuró el paso. A su espalda oyó el timbre del teléfono y, antes de que cerrara la puerta tras de sí, miss Yeats lo llamó.

–Tiene suerte, inspector. A lo mejor esta llamada le cambia el humor...

Carter cerró la puerta y cogió el teléfono antes de sentarse. Sabía quién era. El tono con que su secretaria le había hablado era demasiado explícito para equivocarse.

–¿Miss West?

–Buenos días, inspector.

Miss Yeats tenía razón. El humor le cambió. Sujetó el auricular entre el hombro y la oreja y abrió el sobre mientras escuchaba a Kate, que le hablaba en un tono extrañamente personal.

Carter entornó los ojos, fijos en el informe del laboratorio, mientras escuchaba a Kate West. El papel que Thomas Allerton había quemado la noche de su muerte coincidía con el que utilizaba el despacho de abogados Taylor and Hayes. De modo que Allerton, finalmente, había decidido no divorciarse de su mujer.

La conversación entre Carter y Kate West se alargó. Lo que ella le exponía, clara y metódicamente, tenía demasiado sentido para interrumpirla. Sus conclusiones corroboraban el resultado del laboratorio que acababa de recibir. Cuando colgó, Charles Carter se dejó caer sobre el respaldo del sillón y cerró los ojos. Aquella mujer era verdaderamente excepcional.

 

* * *

 

–¿Miss Yeats?

–Diga, inspector.

–Pida una orden de arresto y llame a Thorton. Quiero que venga enseguida.

Charles se recostó en su sillón, apoyó los codos sobre los brazos del asiento y juntó las puntas de los dedos justo delante de los labios. Tenía los datos necesarios para construir una sólida conjetura, pero faltaban pruebas que la respaldaran. Era imprescindible conseguir una confesión. Cerró los ojos y reflexionó. La única forma de acorralar a una persona hasta lograr su confesión era exponerle los hechos de manera que se sintiera tan atrapada, que la evidencia de que no tenía ya nada que perder la impulsara a admitir su crimen.

 

* * *

 

El día había sido largo y pesado. La cantidad de papeleo que requería la resolución de un caso siempre agotaba a Carter, tras unos días de intensa actividad física e intelectual. Apoyó el hombro sobre la fachada del edificio y se abanicó con el sombrero. Aún hacía calor, aunque la tarde comenzaba a caer y la atmósfera no estaba tan cargada como al mediodía. Consultó la hora. Kate West retrasaba su salida de Looper aquella tarde. Se giró y apoyó toda la espalda sobre la pared. No le importaba. Le daría todo el tiempo que necesitara.

Carter aún pensaba en ello cuando Kate West lo sorprendió desde el portal del edificio. Parecía extrañada de encontrarlo allí. Permaneció quieta en el umbral de la entrada, observándolo quedamente, y Charles no se atrevió a moverse. Él estaba allí, pero ahora era el turno de ella para plantear cómo habría de continuarse la partida. La vio cambiar el bolso de mano y colgarlo en el antebrazo, sin apartar la vista de él, como si la joven aceptara su turno en el juego.

–Buenas tardes, miss West. No me diga que la sorprende verme aquí.

–En cierto modo, sí.

–Pues no debería. Después de todo, usted ha resuelto el caso.

Kate West dio un paso y pisó la acera. Aun sin bajar la vista, Charles podía adivinar las piernas largas de la joven, firmes bajo la tela de seda de la falda, que se agitaba con la leve brisa que se había levantado.

–¿Fue ella?

–Sí.

–Pero no tenía pruebas.

–Pero tenía una historia muy bien hilvanada...

Carter sonrió a la joven y ella apartó los ojos durante un instante, levemente ruborizada.

–Así que ha confesado.

–En efecto, la señora Allerton ha admitido ser la asesina de su marido.

Kate caminó unos pasos hasta alcanzar el lugar del que Carter aún no se había movido.

–Sólo podía ser ella.

El inspector asintió con la cabeza. No podía sino admitirlo; pero sólo la avispada mente de aquella joven había sabido reconocerlo a priori y, con su ingenio, había logrado reconstruir la historia, colocando cada dato del que disponía en el lugar adecuado y completando aquellos de los que carecía. Al final, Emma Allerton había tenido que rendirse ante la lógica aplastante con que aquella joven había reproducido su crimen.

Kate West echó a andar y Carter se colocó a su lado.

–¿Pero, por qué sólo podía ser ella? –Carter estaba dispuesto a analizar el proceso de deducción que la joven había seguido para reconstruir el asesinato y no dejaría pasar un momento más sin que ella se lo descubriera–. Recibí los resultados del análisis al que sometieron el pedazo de documento que no había llegado a quemarse y coincidían con el tipo de papel que usan en Taylor and Hayes. Estaba claro que Allerton había decidido no divorciarse de su mujer, de modo que todo apuntaba hacia Peggy Miggins. Y usted, ni siquiera tenía esta información...

–Le dije que Lorrain no era culpable. Si Peggy Miggins lo era, debía de haber utilizado un método para espolvorear el veneno que no tuviera a mi mecanógrafa como intermediaria. Pero yo sellé ese sobre antes de que saliera de Looper y llegó intacto a la casa de Allerton. Alguien tuvo que poner el veneno una vez que estaba allí y, desde luego, Peggy Miggins no pudo ser. Sólo quedaba una candidata.

–Sin embargo, los movimientos de Allerton, su mujer y los invitados hacían inviable su sospecha.

Kate West meneó la cabeza de arriba a abajo antes de mirarlo de soslayo.

–Lo cual exigió un esforzado ejercicio de concentración. Había un elemento que continuamente llamaba mi atención cada vez que sopesaba el caso: las gafas de Allerton. George nos contó que había roto las que Allerton tenía cuando le entregó el paquete, pero las llevaba puestas cuando fue envenenado. ¿De dónde habían salido? Era posible que tuviera unas de repuesto en su mesa de trabajo, pero también podía tenerlas en algún otro sitio. Su habitación era el más probable. Supongo que en la mesita de noche, listas para leer antes de dormir. Entonces, partí de una suposición: Thomas Allerton se dirige a la biblioteca después de despedir a George, abre el sobre y se dispone a estudiar el documento, pero, cuando va a colocarse las gafas, recuerda que están rotas, de modo que sube a su habitación en busca de las de repuesto.

–Y entonces es cuando la señora Allerton encuentra la oportunidad para espolvorear el veneno.

Kate asintió con la cabeza y el policía continuó:

–Un veneno que pensaba comprar con el dinero que había pedido prestado a la señora Goodale y que finalmente no necesitó porque Allerton le había devuelto el permiso para acceder a su cuenta bancaria. No obstante, miss West, todo su entramado mental se basaba en una simple suposición, puesto que nadie vio a Allerton abandonar la biblioteca.

–Sin embargo, era una suposición bastante plausible. Allerton no podía leer sin gafas. Las veces que ha venido él mismo a Looper a recoger una novela mecanografiada y la ha estudiado, se las ha puesto. También sabía que se encontraba demasiado impaciente por recibir la copia mecanografiada para esperar hasta el final de la cena. Debió de abrir el sobre en cuanto lo recibió y debió de ausentarse unos minutos en busca de las gafas de repuesto. No había otra posibilidad.

–De acuerdo –dijo Carter–, pero entonces debería haber muerto de inmediato.

Ella asintió de nuevo.

–Sí, ese era un detalle a tener en cuenta. –Sonrió maliciosamente.

–De modo que puso su imaginación a trabajar y halló la solución.

–En efecto –Kate lo miró con seriedad–. Algo debía de haber ocurrido que salvó a Allerton de la muerte en aquel momento y la retrasó hasta después de la cena.

–Y entonces pensó en las bolitas de cera.

Kate rio.

–¿No es ingenioso?

–Bastante.

–Imaginé los pasos de Allerton: volvió del dormitorio con las gafas y se sentó ante el escritorio. Allí estaba la novela, algo que le hacía inmensamente feliz. Es más que probable que junto a ella estuviera la demanda de divorcio, cuya existencia conocía la señora Allerton y que, probablemente, había visto unos minutos antes, cuando fue con la idea de envenenar a su marido. Quizá hasta aquel momento albergara dudas...

Kate West se detuvo un instante y miró a Carter, como interrogándolo. Él se encogió de hombros.

–Tal vez.

–Pero al ver la demanda allí ya no le cupo ninguna duda y decidió espolvorear el veneno. Allerton volvió, se detuvo unos minutos a sopesar su vida. Ante él tenía la novela que le devolvería a los primeros puestos de la literatura detectivesca. Y allí, también, estaba el documento que podía poner fin a su vida matrimonial. Reflexionó. Consideró la posibilidad de que las cosas volvieran a ser como eran. Y en ese mundo, Peggy Miggins no tenía cabida, así que decidió quemar la demanda de divorcio. Encendió una vela y prendió fuego al documento. Hipnotizado por la llama, mecánicamente llevó los dedos a la vela. Recogió la cera y la moldeó entre los dedos mientras veía cómo se iba consumiendo el papel. Luego, devolvió su atención a la novela. Comenzó a estudiarla, pasando las páginas sobre las que ya se encontraba el veneno, pero los dedos de Allerton estaban cubiertos con la grasa de la cera que había estado moldeando.

–Lo cual lo protegió: su piel no absorbió el veneno.

Kate asintió, mientras una ancha sonrisa se dibujaba en su rostro.

–Supongo que la primera sorprendida por ver a su marido aún vivo antes de la cena debió de ser la propia señora Allerton.

–Probablemente tanto como cuando le comuniqué que su marido no pensaba divorciarse de ella.

–Si George no hubiera roto las gafas, probablemente nada de esto hubiera ocurrido. Allerton se habría encerrado en la biblioteca, sin ninguna razón para abandonarla, y le habría comunicado a su mujer que no tenía intención de divorciarse antes de que ella tuviera oportunidad de envenenarlo.

–La vida a veces ofrece oportunidades que es mejor obviar.

Kate lo miró de frente y Carter sorprendió en aquellos ojos verdes una mirada de estupor. El policía no supo a qué achacarla y Kate descubrió, a su vez, la confusión en los de él. De forma inesperada, se instaló un torpe silencio entre ellos que la joven no se apresuró en romper. Carter, sin embargo, no quería perder la ocasión que se le ofrecía tan oportunamente, casi como si el destino la hubiera puesto allí para hacerle un favor.

–Hablando de oportunidades que, por el contrario, no se deben dejar pasar, ¿sabe que Hitchcock ha desafiado a la censura norteamericana con el beso más largo de la historia del cine?

–Eso he oído.

–¿Y a usted no le tienta también desafiar a los censores?

Kate sonrió ante la embaucadora estrategia del policía.

–¿Me creerá si le digo que no tengo ningún interés en ver cómo Cary Grant es incapaz de desprender sus labios de los de Ingrid Bergman más que para satisfacer al cronómetro del censor?

–¿Por qué no iba a creerle?

Kate se encogió de hombros.

–Supongo que seré la única persona en todo Londres que no se verá tentada por la película. –Lo miró con intensidad–. ¿Le parezco extraña?

–Diferente. Pero le prometo que ello no baja ni un sólo punto mi estima por usted.

Ella sonrió. Dirigía la vista al frente mientras caminaban, perdida en algún lugar a lo lejos. Carter no se sintió estúpido por la nueva negativa de Kate. Quizá fuera el modo que ella tenía de rechazarlo o quizá, simplemente, que él no estuviera dispuesto a aceptar ese rechazo. Por ello una nueva propuesta vino a sus labios:

–¿Tal vez otra película?

La joven no respondió y él continuó caminando a su lado, en silencio. Últimamente, se había acostumbrado a la fácil aceptación de un perdedor, pero esta vez no. La brisa agitó el rojizo cabello de Kate West y él la observó de reojo. Era casi tan alta como él, pese a que no llevaba calzado de tacón, y, en la fina línea de la mandíbula, Carter advirtió una determinación que lo apabulló unos instantes. Sin embargo, la forma en que ella caminaba a su lado, tan natural, tan familiar, tan absolutamente compenetrada con él, le convenció de que por nada del mundo dejaría marchar a Kate West como si sólo hubiera sido una ensoñación, un recuerdo que se colaría, de vez en cuando, por la puerta trasera de su mente. Encontraría el modo.

Llegaron a Kensington Road y Kate se detuvo frente a él.

–Ha sido un placer, inspector.

Kate extendió el brazo derecho y Carter, de forma instintiva, le dio la mano. El contacto duró el fugaz instante que tardaron sus ojos en encontrarse. Luego, ella se apartó y Carter la vio alejarse hasta que se perdió entre los peatones que caminaban en dirección Knightsbridge.