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Recuerdos y chemfets
Derec corrió al lado de la muchacha y se arrodilló junto a ella.
—¡Ariel! —la llamó.
La joven respiraba entrecortadamente, y sudaba en abundancia. Tenía los ojos cerrados.
—Mandelbrot —agregó Derec, en voz baja—. ¿Tienes alguna idea de lo que le ocurre?
—No, máster Derec. Mis conocimientos médicos son muy limitados.
—Quizá sólo estar cansada —observó Wolruf—. Haber estado muy enferma y necesitar reposo.
—Ojalá sea eso —exclamó Derec.
Sentía un cierto pánico. Los sucesos por los que Ariel había pasado en la Tierra habían sido extremadamente penosos, y el trayecto hasta Robot City tal vez le hubiese causado más tensión de lo que él suponía.
—Hasta ahora se comportaba con toda normalidad.
Wolruf se acercó al joven. Luego, estudió el rostro de Ariel.
—Sugerir traer comida —murmuró.
—Mandelbrot —llamó Derec.
El robot cogió el contenedor de la fritada magallánica y se lo dio a Derec. A un lado del contenedor estaban los cubiertos. Derec simplemente lo sostuvo ante ella, dejando que el aire se impregnase con el aroma de la comida. No sucedió nada.
—Tal vez no es eso lo que necesita. No responde en absoluto —observó, mirando a los otros inquisitivamente.
—¿Agua? —sugirió Wolruf.
—Debo encontrar al extranjero —murmuró de repente Ariel.
Todavía mantenía los ojos cerrados, pero se agitaba sin cesar.
—¿Qué? —la interrogó Derec—. ¿Qué extranjero?
—Tráelo hasta nosotros —continuó Ariel—. Debe de tener hambre. Hay que hacer algo mejor. —El sudor de su cara brillaba bajo la luz de la habitación—. Hay que lograr que le guste. Tiene que oler bien.
Movió la cabeza de lado a lado.
—¿Quién? —insistió Derec—. ¿Avery? Lo encontraremos. ¿Te refieres al doctor Avery?
De pronto, Derec comprendió que ella debía estar soñando con Jeff Leong, el extranjero extraviado, el que había sido convertido en un ciborg la última vez que habían estado en Robot City. Derec y sus compañeros habían ayudado a capturarlo cuando la transformación trastornó el cerebro de Jeff, y habían ayudado a los robots a restaurarle su cuerpo humano. Luego, lo habían enviado fuera del planeta, en una nave que ellos hubiesen podido utilizar para escapar.
—No oírte —indicó Wolruf—. Estar muy enferma.
Derec se incorporó y dejó el contenedor sobre el escritorio, siempre mirando a la joven. Esta dejó de hablar, pero movió ligeramente las piernas. Derec había visto a ciertas personas moviéndose igual cuando soñaban.
—Será mejor que la dejemos dormir. Tal vez sea lo único que necesita. Y yo también debo descansar.
Hizo una pausa, mirando el sofá.
—Este sofá puede convertirse en cama —continuó—. Lo que le ocurre a Ariel, sea lo que sea, está en su mente, en su memoria, no en su cuerpo. No le hará ningún daño que la levantes unos instantes.
Mandelbrot se inclinó y gentilmente levantó a Ariel con sus brazos de robot, como si fuese un bebé. Derec hurgó un momento en el sofá y al final encontró el resorte, gracias al cual el mueble se desplegó. Era una cama muy popular entre viajeros, porque no obligaba a su propietario a usar fuentes de energía ni a costosas reparaciones.
—Listo —proclamó Derec.
Mandelbrot dejó a la joven con el mismo cuidado que al levantarla. Derec se sentó a su lado para aflojarle las ropas. Ariel estaba quieta, como si durmiese.
—Sé que puede estar presentándose un conflicto potencial con la Primera Ley —murmuró Mandelbrot.
—¿Por qué? —quiso saber Derec.
No parecía el momento más adecuado para discutir sobre las Leyes de la Robótica.
—Me acuerdo de nuestra presencia aquí, en Robot City, antes de que poseyesen sus habilidades y tecnología médica humana. La Primera Ley puede exigir que yo ponga a Ariel en contacto con el robot llamado Investigador 1, director del Equipo Médico de Experimentación para Humanos, para no permitir que Ariel sufra algún daño a causa de mi falta de acción.
Fijó sus fotosensores directamente hacia Derec.
—¡No puedes hacerlo! ¡No podemos atrevernos… al menos por ahora! —Derec se levantó y empezó a pasearse por detrás del escritorio—. Ese equipo médico alertaría casi con toda seguridad al doctor Avery y, entonces, yo saldría perjudicado gracias a tu acción. Y probablemente también ella. Ese tipo está loco.
—Lo sé. También siento como un eco —continuó el robot— del dilema de la Primera Ley con que me enfrenté en algunos sucesos antes de regresar aquí. Recibiré con gusto cualquier sugerencia que sirva para evitar esta contradicción.
—¿Sugerencias? —Derec le miró también fijamente—. Diablo, no sé… —Se pasó las dos manos por el pelo y cerró los ojos—. Mira, también yo estoy cansado. Supongamos que tú te quedas de vigilancia, manejando el ordenador central de la ciudad, en tanto los demás dormimos un poco.
—Como quieras —asintió Mandelbrot—. Y, cuando lo digas, apagaré la luz.
Wolruf ya se había instalado confortablemente en una butaca y Derec se sentó cerca de Ariel, procurando no molestarla. Luego, se quitó las botas. Momentos más tarde, estaba tendido a la luz del sol, rodeado visualmente por la extraña belleza de Robot City. Se sentía extrañamente visible, como desnudo, teniendo a su alrededor las paredes opacas, a pesar de la intimidad de la estancia y de la eficiencia de Mandelbrot, que era una buena ayuda contra cualquier otro robot.
—Mandelbrot —le llamó Derec.
—Sí.
—Trata de imaginar la manera de tapar esos paneles. El sol brilla mucho y no tenemos cortinajes…
—Sí, máster Derec.
El joven estaba seguro, cuanto más pensaba en ello, que en el despacho estaban totalmente a salvo. Una de las pocas cosas ciertas acerca del doctor Avery era que se trataba de un auténtico paranoico y que, posiblemente, lo fuese más a medida que pasaba el tiempo. Con toda seguridad, sabía que Derec había estado en el despacho al menos en una ocasión y, obviamente, también sabía que había estado en el laboratorio. Un auténtico paranoico no continuaría utilizando ninguna de ambas instalaciones tras saber que su «oponente» las conocía.
Derec tenía el cuerpo cansado, más cansado de lo que hubiera querido. No le gustaba tener que admitirlo, pero el tiempo necesario para encontrar al doctor Avery cada vez era más limitado. Lo peor de todo era que tal vez llegase al punto de no poder pensar con claridad y quedar imposibilitado de llevar sus planes a la práctica. A medida que le invadía el sueño, su mente se concentraba en el problema básico los chemfets de su cuerpo.
El doctor Avery le había capturado cuando estuvieron en Robot City. En aquel tiempo, sin embargo, la enfermedad de Ariel iba entrando en una fase crítica. Derec había conseguido huir de Robot City, esperando encontrar una cura para la enfermedad de la joven, y habían llegado a la Tierra. Sólo entonces se dio cuenta de lo que el doctor Avery le había hecho a él, en el laboratorio, cuando lo tuvo prisionero. Los chemfets eran unos circuitos microscópicos con biosensores que se interferían en su cuerpo. Esos diminutos circuitos podían ser preprogramados para su crecimiento y multiplicación y, por lo visto, el doctor Avery se los había inyectado. También había plantado un monitor en el cerebro de Derec, un monitor que le decía lo que eran y lo que le estaba sucediendo dentro de su cuerpo se iba desarrollando una pequeñísima Robot City.
Derec ignoraba por qué Avery le había hecho tal cosa, pero el monitor había puesto algo en claro el número de chemfets iba en aumento, y algunos se juntaban para crecer más. Ya se interferían con la capacidad del joven de coordinar normalmente los movimientos, y le matarían desde dentro, según creía, paralizándole, si no se deshacía de ellos.
Sólo el doctor Avery podía hacerlo. Y Derec no tenía la menor idea de cómo lograría convencerle para que le salvara.
Derec se despertó espontáneamente, contemplando un techo de luz gris. Por un momento, se quedó totalmente desorientado. Luego, al recordar que se hallaba en el despacho de Avery, se incorporó, con un sobresalto próximo al pánico, y miró en torno.
Ariel estaba sentada frente al escritorio. Parpadeó al oírle y miró a Derec. Su mirada fue inexpresiva al principio, pero después se relajó y sonrió.
—Ariel, ¿cómo estás? —Derec sonrió, cohibido por su súbito despertar, y se pasó una mano por el cabello, a fin de apartarlo de sus ojos.
—Me siento muy bien. Sólo… un poco confusa a veces —su voz era casi de disculpa.
Derec descansó los pies sobre el borde de la cama y paseó la vista alrededor. Mandelbrot había hallado el modo de tornar opacas las paredes, que mostraban la misma luz gris que el techo, y ahora estaba inmóvil, de espaldas a Derec. Wolruf se hallaba despierta, sentada quedamente en la butaca donde había dormido.
—¿Y tú, cómo estás? —se interesó a su vez Ariel—. A propósito, he logrado cocinar varios platos con el procesador químico. Mi memoria estaba un poco débil, pero me esforcé bastante… Wolruf y yo ya hemos comido. Te hemos guardado una parte.
—Gracias, estoy bien —repuso Derec. El sueño le había beneficiado grandemente—. Un viajecito rápido al Personal y estaré mejor aún.
Unos instantes más tarde estaba de pie en el cubículo de la ducha, dejando que el agua caliente le cayese sobre la cabeza, en forma de cascada, y le corriese por la espalda, con la cabeza gacha y los ojos cerrados. El calor le sentaba bien y, con ello, comprendía lo muy mal que estaba. Era como una serie de retorcimientos en el cuello, cosa que jamás había sentido.
Todos se habían refrescado como si fuese una hora matinal, que no podía ser. Sus relojes biológicos debían reajustarse muy pronto.
Se esforzó por salir de la ducha y volvió a vestirse. Si era posible, ocultaría sus sufrimientos a sus compañeros. Ariel y Wolruf contaban con su conocimiento de Robot City para estar a salvo, y él tendría que imitarles hasta que localizasen al doctor Avery. Si Mandelbrot hubiese sabido cuán de prisa se interferían los chemfets con su salud, enviaría rápidamente a él y a Ariel a los robots médicos de Robot City, de acuerdo con la Primera Ley. Y así irían a parar directamente a las manos del doctor Avery.
Derec salió del cuarto de baño y forzó una animosa sonrisa.
—He estado leyendo en el ordenador central —dijo Ariel, indicando la terminal— todo aquello en que nos vimos involucrados la otra vez.
—¿De veras? ¿Qué has descubierto?
—¿Sabías que nuestras visitas al Centro de Llaves están archivadas? ¿Y también el episodio con Jeff Leong, el ciborg, cuando se volvió loco?
—¿No hay ninguna crítica del Hamlet? —sonrió Derec.
—No, que yo haya visto —Ariel no comprendió la broma—. Oh, naturalmente, también he visto todo lo relativo al cambio acelerado de esta ciudad, y cómo tú lo frenaste.
—Creo que no pensé mucho en esos archivos —reflexionó Derec—, aunque no me sorprende. —Meditó un momento, contemplando las líneas y puntos de la pantalla—. Lo que es distinto de antes es la manera de obtener toda la información que uno pide. ¿Has podido hacerlo?
—Sí… —ella le miró pensativamente—. Ya me acuerdo… a veces tenías dificultades en conseguir respuestas de la central, en nuestra terminal.
—Había protecciones en otras terminales —asintió Derec—. Esta terminal no tiene protección, como dije anoche. Sin embargo, esto sólo se refiere a las protecciones que Avery instaló deliberadamente en el resto del sistema. El problema que antes presentaba el núcleo central de la ciudad era la excesiva información que entraba, por culpa de los constantes cambios de forma. Todo estaba en el ordenador, pero la información no llegaba a procesarse bien.
—Si deseas ver qué puedes hacer tú…
Ariel empezó a levantarse para apartarse del escritorio.
—No, todavía no —Derec probó un poco del desayuno y asintió apreciativamente—. Mandelbrot, ¿has hallado alguna protección en el ordenador de la ciudad?
—No. —La voz del robot sonó baja, tanto en volumen como en tono.
Derec y Ariel le miraron, sorprendidos. Wolruf también estudió la cara impasible del robot.
—¿Mandelbrot…? —dijo Derec—. Pensándolo bien, has estado callado desde que me desperté. ¿Qué te ocurre?
—No he podido resolver la contradicción referente a la Primera Ley que te describí anoche. Ahora sólo soy mínimamente funcional, por no poseer una información completa sobre la que basar mis juicios.
Ariel paseó la vista entre el robot y Derec.
—¿Qué contradicción? —inquirió—. ¿Fue… después de desmayarme?
—Sí —afirmó Derec, ignorando un nudo en el estómago—. Continúa, Mandelbrot. ¿Puedo darte explicaciones que la solucionen?
—No veo cómo. El estado de Ariel es un asunto grave. Los robots del Centro de Experimentación Médica para Humanos han demostrado un potencial que yo, lógicamente, debo tener en consideración.
—El doctor Avery está loco. Si nos atrapa, Ariel verá su vida amenazada… y la nuestra.
—Es posible, pero en realidad su mayor interés ha sido por ti. El posible daño que puede hacerle a ella el doctor Avery no es tan grande como el que puede ocasionarle la falta de acción por mi parte.
—¿Te acercas a alguna conclusión al respecto? —quiso saber Derec.
—¡Conclusión! —exclamó Ariel—. ¿Cómo podéis estar aquí sentados y hablar de conclusiones? ¡Esto no es una clase de filosofía! ¡Mandelbrot está hablando de entregarnos al enemigo!