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Recaídas

Derec temblaba por la tensión, pero se esforzó por aclarar su cerebro.

—Mandelbrot…

—Tengo dificultades en concentrarme. Quiero solucionar el problema y ando en círculos. Si me meto en un círculo cerrado respecto a la Primera Ley, no te serviré de nada.

—¡Escúchame! Antes de que te metas en un círculo cerrado… hum… sí, ya lo tengo. Escucha —Derec hablaba de prisa, aunque en realidad tenía muy poco que decir—. Hum…

—Estoy escuchando —rezongó Mandelbrot.

—Tal vez tener más información para Derec —sugirió Wolruf. Saltó de la butaca y se plantó delante del robot, alargando el cuello para mirarle.

—Sí, esto es —exclamó Derec—. Mandelbrot, estamos trabajando con una información limitada sobre Ariel. El proceso por el que pasó fue experimental, pero creo que tuvo éxito. Yo mismo reprogramé su memoria, y tenemos que darle una oportunidad.

—La gente tiene recaídas —intervino Ariel, con tono controlado. Sujetaba con tanta fuerza el borde de la superficie del escritorio que tenía blancos los nudillos de los dedos.

—Esto es semejante a una avería mecánica —murmuró Mandelbrot—. Ciertamente, el cuidado médico es lógico y puede facilitar su curación.

—¡No! —gimió Ariel—. La gente no se destroza como una máquina. Yo puedo estar bien.

Al final se le quebró la voz y parpadeó, impidiendo que brotaran las lágrimas, y se alejó de Mandelbrot.

—Entiendo —dijo el robot—. Es posible que la inacción no te cause más daños…

—Exacto —aprobó Derec, suspirando de alivio y mirando a Wolruf, esperanzado.

La caninoide hizo una mueca que podía ser un guiño y se encaramó de nuevo en la butaca.

—Tal vez podríamos pensar en todo esto y tratar de hallar más información al mismo tiempo —masculló Derec—. Mandelbrot, quiero saber si tus intentos de conseguir información, mediante el ordenador central de la ciudad, están bloqueados. Esto nos dirá hasta qué punto esta terminal es especial. ¿Puedes concentrarte ya en una labor de esa clase?

Distraer al robot no haría ningún daño.

—Sí, máster Derec. Creo que la aparente contradicción sobre la Primera Ley todavía es incompleta. El círculo potencial no se volverá a cerrar, a menos que yo tenga pruebas de que la inacción causaría más daño.

—Estupendo —aprobó Derec, sentándose al borde del escritorio—. Bien, anoche averiguamos que el ordenador no admitía la existencia de este despacho. Quiero saber si esto ha cambiado. Yo le ordené bloquear toda información acerca de nuestra presencia aquí. Comprueba si puedes conseguir alguna insinuación de que estamos usando estas instalaciones.

—Estoy probando varios caminos —respondió Mandelbrot. Su voz volvía a ser normal—. Estoy pidiendo información sobre intrusos humanos y consumo de energía u oxígeno en la Torre de la Brújula.

—¿Y qué obtienes?

—Todo está como lo dejaste —contestó el robot, rápidamente—. El despacho no está archivado en ninguna parte. Ni el agua ni los tanques nutritivos del procesador químico. No hay alarma de ninguna clase desde nuestra llegada.

—¡Bravo! —alabó Derec, sonriendo—. O sea que aquí estamos realmente a salvo. Nuestro problema, ahora, es lograr una pista acerca de Avery. ¿Puedo hacerlo, Ariel?

Bajó de la mesa y señaló la terminal.

—Naturalmente —asintió ella.

Se levantó con cuidado, apoyando las puntas de los dedos en el escritorio, como si temiera por su equilibrio.

—Máster Derec —intervino Mandelbrot—, sugiero que intentemos un trabajo paralelo con el ordenador de la ciudad. El resultado confirmará o no tus sospechas.

—Buena idea. Yo entraré preguntas y te iré diciendo lo que obtenga. —Derec se sentó cómodamente y empezó a atarearse con el teclado—. De acuerdo. ¿Cuántos humanos hay ahora en el planeta de Robot City?

—Yo obtuve ninguno —gruñó Mandelbrot.

—¡Ajá! Yo he obtenido uno —exclamó Derec, triunfalmente—. ¿Dónde está ese humano ahora mismo?

—«Sentado delante de esta terminal».

Derec sonrió, a pesar de la respuesta y de su desencanto.

—Me está bien empleado —musitó—. Un momento… —tecleó otra pregunta—. ¿Cómo sabes que soy un humano y no un robot?

—«El consumo de nutrientes del procesador químico, el uso de agua en el personal y los cambios en la composición del aire del despacho indican la presencia de un humano, al menos. La probabilidad de la presencia de más de un humano basada en la cantidad de calor generado en la habitación es alta. Combinando este hecho con la capacidad de los robots de contactar con el ordenador de la ciudad directamente a través de sus comunicadores, indica la posibilidad de que seas humano».

Derec experimentó una punzada de pánico.

—O sea que, al fin y al cabo, el uso de este despacho ha quedado registrado en el ordenador.

Sus dedos se enredaron con las teclas, y tuvo que formular la pregunta dos veces.

—«No».

—Entonces, explica cómo posees esta información.

—«Información desde este despacho esta almacenada en memoria local en esta terminal. No ha sido enviada al ordenador central de la ciudad según tus instrucciones».

—¿Está al alcance de otros la información que hay en tu memoria local?

—«Negativo».

Derec se relajó y se frotó las puntas de los dedos entre sí. Acabaría por no poder usar el teclado. Otro tendría que manejarlo en caso necesario, pero esto significaría tener que admitir su incapacidad.

—¿Qué pasa? —quiso saber Ariel.

—Falsa alarma. —Derec volvió a colocar sus dedos sobre el teclado y meditó su próxima pregunta. Luego, entró—. ¿Qué otros lugares indican pruebas similares de una humana presencia en este planeta?

—«Ninguno».

—Lo cual no me sorprende —les dijo a los otros—. Sea donde sea que se esconda nuestro amigo paranoico, ha tenido la presencia de ánimo de mantener la información oculta, incluso aquí.

—Quizás especialmente aquí —confirmó Ariel—, si esperaba que registrásemos este despacho.

—Quizás él marchar —sugirió Wolruf—. Usar una Llave para abandonar totalmente planeta.

—Oh, no —Ariel paseó su mirada de la caninoide a Derec—. Tú no crees que haya salido de Robot City, ¿verdad? ¿Cómo podemos encontrarlo?

Derec cuadró firmemente la barbilla.

—Esté donde esté, es aquí donde hemos de descubrir su rastro.

—Pero si ha mantenido esta información fuera del ordenador, eso será imposible —gimió Ariel.

Wolruf se le acercó, como ofreciéndole calladamente su apoyo moral.

—Mandelbrot —exclamó Derec—, averigua si han tratado a algunos humanos en el Equipo Médico. Si se te ocurren más medios para lograr pruebas de la presencia de los humanos en el planeta, úsalos. Y si no obtienes ningún resultado, deja que lo intente yo.

—Sí, máster Derec.

El joven volvió a colocar los dedos en los teclados y falló en las dos primeras teclas.

—Un momento —murmuró—. Podríamos provocar un cortocircuito en la terminal. Mandelbrot, siéntate y úsala tú.

Se levantó, mirando atentamente a Ariel y al robot para ver si habían observado sus fallos en el teclado. Pero ninguno de los dos expresó nada.

Wolruf le estaba observando atentamente, pero calló. De repente, se separó de Ariel y se situó de manera que pudiese contemplar mejor la pantalla, mientras Mandelbrot trabajaba con el teclado.

—Mandelbrot —continuó Derec—, descubre los paneles.

Se volvió hacia una pared con las manos en las caderas. Un instante después, el despacho se inundó de luz. Por todos lados, Robot City resplandecía en el suelo bajo ellos, extendiéndose hasta perderse en el horizonte. Arriba, el cielo brillaba ahora con la luz del sol.

Ariel se volvió lentamente, como asustada.

—No reconozco nada —musitó.

Derec estaba viendo torres, arcos, capiteles y adornos en la arquitectura que no había visto antes. Los robots humanoides y los obreros se desplazaban por las calles en vehículos y había máquinas por doquier. Derec recordó el propósito único, la sensación de una sola meta, en el asteroide, donde por primera vez había visto los robots de Avery.

El Disyuntor, la estructura tan distintiva que había revelado la capacidad de los robots de la ciudad para pensar y soñar creativamente, había desaparecido.

—Los cambios son muy grandes —ponderó Derec—. No es que te falle la memoria.

—Hay que impedir los cambios de forma —concluyó Ariel—. Son los que provocan las intensas tormentas todas las noches.

—¿Cómo? —Derec se volvió a mirarla.

La joven se pegó al pecho del joven para contemplar por encima de su hombro unas visiones que sólo ella era capaz de ver.

—Las inundaciones. Las provocan los cambios de forma en el núcleo central de la ciudad. ¡Debemos impedirlo!

Mandelbrot ya había abandonado la terminal, y trató gentilmente de apartar a Ariel de Derec.

—Es sólo una recaída temporal —manifestó Derec, rápidamente—. No significa que esté peor. ¿Entendido?

—Entendido —asintió el robot. Estaba ayudando a Ariel a sentarse en la cama—. Sin embargo, la mención de los cambios de forma hace poco no le provocó ninguna recaída. Digamos que el estado de Ariel es… inestable.

—Por lo visto, sus recuerdos no se hallan grabados en una perspectiva cronológica —comentó Derec.

Luego calló sin dejar de contemplar a la muchacha. Su impulso de sostenerla, de protegerla, se veía frenado por el temor de empeorar su recaída.

Ella tenía los ojos cerrados y respiraba con jadeos. Sin embargo, estaba sentada sin apoyo ajeno. Gradualmente, su respiración fue tornándose más normal. Seguro de que ella no se hallaba en un peligro inmediato, Derec continuó con su idea.

—Algo desata sus recuerdos y los revive como una experiencia actual. O, al menos, eso parece.

—Una experiencia nefasta —comentó Wolruf.

Ariel estaba recobrando su compostura. Derec volvió a contemplar la ciudad. Estaba seguro de que la panorámica diferente no era el resultado de los antiguos cambios de forma, sino de un constante refinamiento por parte de los robots.

De pronto, se dirigió a la terminal y entró otra cuestión. Igual que antes, cometió varios errores, más que de costumbre. Luego, se relajó y tecleó correctamente.

—¿Funciona la ciudad bajo alguna decisión defensiva del tipo representado por el modo de cambios de forma que cierta vez fue entrado en respuesta a los parásitos de la sangre humana?

—«No».

—¿Opera bajo algún superprograma que se superpone al programa básico?

—«No».

Derec miró la pantalla, desalentado.

—¿Ocurre algo? —se interesó Mandelbrot.

—No exactamente. Pensaba que, si la ciudad se hallase bajo alguna clase de emergencia, podríamos utilizarla en beneficio nuestro.

—Si el doctor Avery estuviese en el planeta, probablemente ya se habría ocupado de esa emergencia —razonó el robot.

—O se habría marchado, pero no se ha presentado ninguna crisis —añadió Derec, meneando la cabeza resignadamente—. Podría estar literalmente en cualquier parte, con una Llave de Perihelion. O con todas las Llaves que los robots pueden duplicar.

—Ya no cambia de forma, ¿verdad? —inquirió Ariel, mirando la ciudad.

Derec y Mandelbrot la contemplaron, sorprendidos.

—No —dijo Derec, aliviado—. Lo detuvimos hace tiempo. Ese peligro ha pasado.

Ella asintió, sin apartar la vista de la ciudad. Derec la estudió unos instantes y decidió que dejar tranquila a la joven le haría más bien que cercarla a preguntas. Volvía a tener conciencia de sí misma, y esta rápida recuperación resultaba muy alentadora. Derec esperaba estar en lo cierto, al no aplicarle ningún tratamiento médico mediante los robots. Se fijó en que Mandelbrot también estaba estudiando a Ariel.

—Mandelbrot —estableció Derec, con firmeza—. Su recaída ha terminado.

—Supongo que puede reproducirse.

—Es posible, pero no creo que sea igual —titubeó Derec, recordando las dos recaídas que habían tenido lugar desde su regreso al planeta.

—Para esa conclusión poseemos muy pocas pruebas —masculló Mandelbrot.

—Opino que, cada vez que sucede algo parecido —repuso Derec—, sus recuerdos se integran un poco más con el pasado. Esto forma parte del desarrollo y la sustitución que no reconocí al principio.

—Entiendo ese principio, máster Derec —afirmó el robot—. ¿Estás muy seguro de tu teoría?

—Hum… —gruñó Derec, mirando a la muchacha, que le estaba contemplando a él.

La cara de Ariel reflejaba más ansiedad que nunca, incluso en lo más culminante de su enfermedad.

Derec volvió a mirar al robot y se aclaró la garganta.

—Estoy seguro sí. Recuerda que se hizo todo a la vez el desarrollo de su memoria y de su identidad. Y esos episodios… son sólo dolores crecientes.

Ariel cerró los ojos, como aliviada. Derec suspiró. Sabía que pensaba en demasiadas cosas a la vez la convalecencia de Ariel, la posible amenaza de Mandelbrot con relación a la Primera Ley en favor de la joven, y su propia condición de debilitamiento. Lo que debía hacer era encontrar al doctor Avery. Respiró hondo y trató de concentrar una vez más sus ideas.

—Está bien. Podemos imaginar que el doctor Avery ha ocultado al ordenador central toda evidencia directa respecto a su paradero. Entonces, tenemos que buscar alguna prueba indirecta de que no pretende salir del planeta. ¿Alguna sugerencia?

Ariel le miró un instante y luego se volvió hacia los ventanales, negando con la cabeza.

Mandelbrot no se movió, aparentemente forjando y rechazando posibilidades.

—No le encontraremos quedándonos aquí, ¿verdad?

Derec habló quedamente, admitiendo lo que ninguno deseaba decir.

—El principio de identificar preguntas útiles y buscar las respuestas a través del ordenador central es magnífico —ponderó Mandelbrot—. Teóricamente, la búsqueda debería estrecharse mucho con este medio, si formulásemos las preguntas más convenientes y correctas.

—¿Y si no podemos? —replicó Derec, con irritación—. ¿Entonces, qué? Es posible que no obtengamos la información suficiente para plantear las preguntas debidas, por mucho que sigamos aquí sentados.

—Salir de esta habitación para explorar el planeta aumentará el peligro para vosotros —retrucó Mandelbrot.

—Bueno, no empieces a presentar nuevas objeciones por la Primera Ley. Estar aquí sentados sin hacer nada acabará por perjudicarnos mucho más.

—No me opongo a salir de aquí —concedió el robot—, pero recomiendo un plan específico de acción.

—¿Cómo cuál? —inquirió Derec.

—Esto todavía ha de ser identificado.

—¡Estamos dando vueltas y más vueltas en círculo! —gritó Derec, levantando los brazos en señal de frustración.

Aporreó la mesa con la mano. Wolruf le estaba contemplando de nuevo.

—Sugiero que Wolruf y yo salgamos antes —declaró Mandelbrot.

—¿Por qué? —quiso saber Derec, restregándose la mano e ignorando a Wolruf.

—Considera esto. Como robot, no llamaré la atención. En nuestra primera estancia en Robot City, Wolruf no levantó un interés especial entre los robots de la ciudad. Nosotros, por tanto, tenemos las mejores posibilidades de reunir información y regresar aquí a salvo.

Derec reflexionó unos instantes.

—Esta terminal ha confirmado que no hay alertas especiales. Por tanto, los robots no buscan a ningún humano.

—La presencia de humanos, no obstante, podría desencadenar la aplicación de las Leyes de la Robótica. Si su comportamiento cambia por esas leyes, aunque no sea demasiado, dichos cambios pueden ser observados por el ordenador central y atraer la atención del doctor Avery.

—Quieres decir que, si le ordeno a un robot que me diga algo, podría acabar por cumplir con su deber… —Derec asintió lentamente—. Con un individuo tan paranoico como Avery, supongo que incluso algún pequeño cambio podría provocar una revisión… si lo observaba.

—Naturalmente, sólo estoy calculando las probabilidades —manifestó Mandelbrot—. Calculo los beneficios potenciales contra los posibles peligros.

Derec comprendió, de pronto, que le convenía descansar. No se creía un cobarde ni sentía miedo. En realidad, recordaba que Robot City no había sido nunca tan peligroso como el pirata Aránimas. Pese a lo cual, como no se encontraba bien, tal vez lo mejor fuese tenderse en la cama.

—De acuerdo, Mandelbrot. Id vosotros dos. Nosotros aguardaremos aquí.