16

Desafío a la utopía

De repente, Derec actuó con otro impulso. Rodó de costado, con gran esfuerzo, y encogió las piernas bajo su cuerpo. Después, se lanzó contra Jeff sin previo aviso, llevando las manos a su garganta, como pretendiendo estrangularle.

En el instante en que rodeaba el cuello del joven, Pei le sujetó las muñecas, gentilmente. Pese a ser tan leve la presión, Derec chilló y cayó hacia atrás, apartando sus manos de Jeff. Se quedó tumbado en el suelo, con los ojos cerrados.

—¡Has vuelto a hacerlo! —exclamó Jeff.

—Esta vez sí le has causado un daño fatal —agregó Ariel.

—Este fue un movimiento aceptable —replicó Pei—. He impedido un daño peor a ese otro humano haciéndole un mal mucho menos grave al humano que le atacaba. No ha habido ninguna violación de la Primera Ley.

Volvía a recuperar la confianza en sí mismo. Derec abrió los ojos, pero no se movió.

—Hum… —Jeff miró desvalidamente a Ariel.

—Te has sobrepasado —exclamó Ariel, llena de indignación—. Mírale. ¡No merecía ese trato!

—Exacto —declaró Jeff—. Era justo impedir que me atacase, con un poco de fuerza, pero esto ha sido excesivo…

Pei estudió a Derec.

—Yo… no puedo haberle… hecho tanto daño… Lo hice con gran cuidado…

—No, amiguito, no tanto —gimió Ariel—. Es ya la segunda vez que estás a punto de matarlo. No sabes cuán frágiles somos los humanos.

—Es cierto —corroboró Jeff—. Este es el problema. Y la explicación es que nunca tuviste contacto con ellos. Supongamos que te desactivas hasta que hayan reparado tu criterio. O lo que sea.

Jeff se encogió de hombros, mirando a Ariel.

—Tu criterio debe de tener algún fallo —insistió la joven. Agregó—. No puedes exponerte a perjudicar a un humano debido a esto, ¿verdad?

—Tal vez… tengas razón —reconoció Pei, débilmente y sin moverse.

—Pei, ¿estás despierto? —preguntó Ariel, precavidamente.

—Pei, si puedes oírme, te ordeno que lo digas —añadió Jeff.

Cuando Derec no oyó nada, se incorporó sobre un codo.

—Vaya, por fin ha funcionado.

—Eso creo —sonrió Ariel.

—Entonces, ha de volver a funcionar —dijo Jeff—. Y ahora que sabemos cómo hay que hacerlo, será mejor que refinemos la farsa.

—Volvamos a la hilera por donde pasan los robots —propuso Derec—. ¿Podéis ayudarme a levantarme?

Nuevamente, Jeff y Ariel le ayudaron a incorporarse, pasando los brazos de él sobre sus hombros respectivos. El trío regresó, arrastrando los pies, hacia la hilera que los robots humanoides utilizaban para bajar al valle. Derec volvió a dejarse caer al suelo. Esta vez, Jeff y Ariel se pasearon nerviosamente por entre los altos tallos, a cada lado del surco.

—Quizás deberíamos largarnos de aquí —musitó Ariel—. ¿No hay bastante con un robot engañado? Bueno, un humano asesinado y la muerte de un robot provocaron antes dos grandes crisis en Robot City.

—Sí, es cierto —asintió Jeff—. Tal vez deberíamos arrastrarlo hasta aquí para que lo encontrara el siguiente robot emigrante, y nosotros podríamos seguir adelante, anticipándonos a los cazadores.

—Yo no podré ayudaros a arrastrarlo —objetó Derec—, y es enorme. Dudo que vosotros dos podáis traerlo hasta aquí.

Jeff se pasó una mano por el cabello negro y suspiró.

—Tienes razón. Ha sido un día muy fatigoso, y tal vez todavía lo será más.

—Otro robot es todo lo que necesitamos —murmuró Derec.

—¿De qué estás hablando? —se enfurruñó la joven—. Si nos quedamos aquí y esperamos a los cazadores, todo esto no habrá servido de nada. Hemos de largarnos enseguida.

—Sólo otro robot. En lugar de engañarlo, haremos que vea a Pei desactivado. Después, nos moveremos.

—Bien, como quieras —cedió Ariel—. Aguardaremos un poco. Pero, si no sucede nada dentro de un rato, nos iremos de aquí. ¿De acuerdo?

—Es justo —admitió Derec—. Y recordad que ha de ser un robot que vaya solo. Estoy muy seguro de que intentar engañar a más de uno resultaría mucho más difícil, porque los demás se fijarían y podrían descubrir el fraude. No podemos arriesgarnos a tal cosa.

Muchos más robots empezaron a llegar en solitario, todos ellos formando parte del programa de emigración, en el sentido de que no pertenecían a ningún grupo o equipo. Sin embargo, a menudo descendían por la hilera de plantas a la vista de uno o más robots que iban detrás de ellos, y Derec no se atrevía a intentar la farsa en tales circunstancias.

—Recordad también —continuó Derec, tras una larga pausa—, que no ha transcurrido mucho tiempo, de manera que los cazadores no pueden llegar todavía. A nosotros sí nos parece que ha pasado un tiempo muy largo, pero es porque estamos asustados.

—Aquí viene otro —anunció Ariel, observando desde detrás de un tallo muy grueso—. Creo que es un robot muy a propósito. No tiene a nadie detrás.

Jeff se le acercó para atisbar a su vez.

—Sí, Derec, creo que sirve. Ya tenemos otro.

—Por fin… Está bien. Antes de que llegue, me arrojaré al suelo, y tú saltarás sobre mí. Pero con poca fuerza, ¿eh? —sonrió débilmente—. Ya estoy medio muerto…

—Derec, no hables así —le riñó Ariel.

—Eh, un momento —intervino Jeff—. Yo conozco a ese robot. Es… ¿cómo se llama? Oh, sí, ¡eh, Cabeza de Lata!

Jeff se situó delante del robot. Este se detuvo, mirándole con cierta sorpresa.

—¿Te diriges a mí?

—Identifícate —le ordenó Jeff.

—Soy el Capataz de Mantenimiento del Núcleo de Energía 3928. Estoy siguiendo el programa de emigración. Por favor, déjame pasar.

—De acuerdo, estoy seguro de que eres tú —asintió Jeff, estudiando las ranuras de los ojos del robot y su aspecto general.

—Jeff, ¿qué haces? —preguntó Derec.

—Conocía a ese tipo —respondió el joven—. Incluso le di otro nombre. Era buen colaborador.

—Todos han sido reprogramados —le recordó Ariel—. Estamos seguros de esto, ¿recuerdas? Ese robot no conserva ninguna de las virtudes que tenía cuando estuviste aquí la otra vez. Sigamos con nuestro asunto.

—Vamos, amigo, ¿no recuerdas tu nombre? —continuó Jeff, sonriendo—. También respondes por Cabeza de Lata, ¿verdad?

—Sí, también respondo por Cabeza de Lata.

Ariel rio, sorprendida, y se llevó las manos a la boca.

—¿Lo veis? —exclamó Jeff, mirando a Derec y Ariel.

El primero se encogió de hombros.

—Yo soy el humano que estuvo antes en el cuerpo de un robot —le explicó Jeff a Cabeza de Lata—. Yo te di ese nombre, y ahora voy a darte otras órdenes. Primera, no comuniques al ordenador central nada de esto, ¿entendido? —le guiñó un ojo a Derec—. En mi primera visita también solía ordenar esto.

—Entendido —respondió Cabeza de Lata.

—¿Te acuerdas de mí?

—No.

—¿No? —se asombró Jeff—. Entonces, ¿por qué todavía respondes al nombre de Cabeza de Lata?

—Yo lo sé —intervino Derec—. Todos los robots de Robot City fueron reprogramados a través del núcleo central, pero no les cambiaron la identidad, ni la designación. Esto sería contraproducente para Avery, porque el ordenador central todavía ha de ser capaz de contactar y reconocer a los distintos robots.

—Sí, claro —reconoció Jeff—. Me siento defraudado. Pensé contar con un buen amigo entre los robots.

—Esto no es nada —sonrió Derec—. Debías de haber visto el recibimiento que nos hizo Euler, un viejo amigo nuestro. Es el que envió a los cazadores detrás de nosotros.

—Este parece querer colaborar —observó Jeff—. Tal vez no necesitamos emplear la farsa. —Se volvió hacia el Capataz 3928—. Tenemos que enseñarte algo. Pero antes requerimos tu ayuda… No, exigimos tu ayuda por la Primera Ley.

—¿Cómo puedo ayudar?

—Este humano es Derec y está gravemente enfermo. Nosotros…

—Lo parece —asintió Cabeza de Lata.

—Parezco un comediante —murmuró Derec.

—Necesitamos que lo lleves en brazos un poco —terminó Jeff.

—¿Por qué?

—Porque… a nosotros nos siguen los que le harían más daño —concluyó Ariel, hablando lentamente, para que el robot la comprendiese con claridad.

—Exacto —afirmó Derec.

—¿Quiénes son? —quiso saber Cabeza de Lata.

—No podemos decirlo —objetó Jeff—, pero eso no importa, ¿verdad? Un daño es un daño, por la Primera Ley.

—Yo me hallo bajo la prioridad del programa de emigración —replicó el robot—. Para violarla he de comprender la urgencia del daño potencial.

—Un momento —pidió Derec—. Combinemos ambas cosas. Oye, ¿divisas aquella depresión del terreno?

—Sí.

—Allí hay tendido un robot humanoide desactivado. Una vez nos hayas llevado a un lugar seguro, quiero que informes al ordenador central, pero no antes. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—Bien, antes de llamar al ordenador central, llévame en brazos y condúcenos por un trazado evasivo a tu punto de reunión. Esto combinará tu programación con nuestras necesidades bajo la Primera Ley. ¿Puedes hacerlo?

—Mi programación ordena que emigre directamente —objetó el robot. Se volvió para mirar el punto donde el suelo se hundía un poco—. ¿Ha funcionado mal un robot humanoide? ¿Se ha averiado?

—Algo por el estilo —asintió Derec—. Más bien ha faltado a su deber.

—¿Faltado a su deber? ¿En el sentido de violencia criminal?

—Sí, a esto me refiero.

Cabeza de Lata clavó sus ojos en Derec.

—¿Se halla este hecho relacionado directamente con el peligro que corréis vosotros?

—Hum… sí. Está relacionado directamente —mintió Derec—. Pero no necesitamos discutir en qué forma. ¿Nos ayudas o no?

—Creo que esta es razón suficiente para llevaros por una ruta evasiva hacia mi punto de reunión. —Cabeza de Lata se inclinó y levantó a Derec con gran cautela, incluso para un robot—. Seguidme —les dijo a los otros dos.

Derec suspiró, aliviado. Mientras se moviesen por delante de los cazadores, tenían una posibilidad, y una ruta evasiva llevada a cabo por un robot podía ser al menos igual a la capacidad de los cazadores para solucionar el caso. Por supuesto, sería mejor que otra ideada por ellos.

Derec le ordenaría a Cabeza de Lata que los dejase solos antes de llegar al punto de reunión, y que mantuviese en secreto su contacto con ellos. En aquel momento, pensó, medio dormido, tal vez lograría sonsacarle y obtener alguna explicación sobre el programa de emigración. Pero ahora estaba tan cansado…

Se sentía cómodo con los pasos seguros y rítmicos del robot, y con el sonido de los pasos de Jeff y Ariel detrás suyo. La noticia de la traición de su víctima llegaría con toda seguridad a oídos del doctor Avery. Lo que ahora necesitaba Derec era a Mandelbrot. Este podría contactar con el ordenador central y, al revés que los Cabeza de Lata y los otros robots de Avery, ayudaría sin tener que discutir acerca de las Leyes.

Mandelbrot… y Wolruf. Derec se sumió en un dulce sopor, preguntándose qué habría sido de ellos.

Mandelbrot estaba de pie e inmóvil en el taller de reparaciones. El trayecto había sido largo, cubriendo una distancia sorprendentemente muy prolongada. El robot que le había prestado ayuda acababa de depositarlo allí. Había burlado a los cazadores que le perseguían por medio de dos movimientos. El primero fue hacer que el otro robot lo transportase, a fin de eliminar su rastro de calor y, el segundo, haber sido identificado como un robot averiado. Aparentemente, los cazadores, sin ningún motivo para creer que necesitaba una reparación, actuaban bajo el supuesto de que todavía huía. Bien, tendría que moverse antes de que se les ocurriese investigar en el taller.

Mandelbrot también tenía que largarse antes de que los robots de reparación le pidiesen su identificación, cosa que ya no tardaría mucho en ocurrir. Al principio, se había sorprendido cuando fue dejado en el suelo para que esperase. La eficiencia de los robots de Avery le había inducido a pensar que inmediatamente se ocuparían de él. Sin embargo, mientras observaba los trabajos del taller, llegó a la conclusión de que Robot City funcionaba, actualmente, muy por debajo de su característico nivel de eficacia.

En el taller estaban procesando un gran número de robots averiados o desactivados. Mandelbrot suponía, por las conversaciones oídas a través de su intercomunicador, que el programa emigratorio ya había quedado completado. Aparentemente, sólo quedaba en Robot City un personal muy reducido.

Por este motivo, también habían cerrado muchos talleres de reparación. Los robots que estaban siendo reparados en este taller estaban ya asignados a esos grupos reducidos, o estaban siendo reprogramados. Los que entraban con la orden de emigración eran purgados y colocados en un depósito, para actuar como reservas para el personal local.

Por tanto, Robot City intentaba funcionar, por un tiempo bastante largo, sin los robots emigrantes. Además, los robots que no llegasen a tiempo a sus puntos de reunión serían reasignados. Mandelbrot llegó a la conclusión de que no podía aguardar más, o correría el peligro de ser reprogramado, y con ello dejaría de poder prestar su ayuda a los humanos.

Mandelbrot estaba junto a otros cuatro robots. Dos estaban sentados a causa de unos fallos mecánicos que les impedían estar de pie y caminar. Los otros dos estaban erguidos sin daños visibles. Todos habían conseguido llegar al taller alertas y funcionando casi en un cien por cien.

Mandelbrot observó unos instantes todo el taller. Un par de robots humanoides asignados a la instalación supervisaban a un gran número de robots funcionales, que eran los que realizaban los trabajos de reparación. Un robot funcional rodaba frente a la fila de robots averiados en la que estaba Mandelbrot, fijándose en los números de serie y otros detalles, con un ojo situado al final de un tentáculo flexible.

Mandelbrot dio media vuelta y salió apresuradamente del edificio. Fuera, montó en una acera rodante y empezó a correr hacia las montañas, ahora invisibles a lo lejos. Conocía la dirección, pero tenía que seguir su recuerdo de la pantalla de la nave para elegir la mejor ruta.

—Alto —le gritó un robot por el intercomunicador—. Estás averiado y, por tanto, te lesionarás más con nuevas averías. Se trata de una violación de la Tercera Ley que te ordena desactivarte…

Mandelbrot cortó la recepción. Como estaba en buenas condiciones, la Tercera Ley no tenía aplicación para él. Sabía que le verían huir del taller y confiaba en que aquellos robots no le considerarían una prioridad tan importante como le juzgaban los cazadores. A lo sumo, le asignarían un cazador para que lo atrapara en calidad de robot averiado, y no como un intruso del grupo de Derec.

Al frente, divisó una parada de túnel. Sin mirar hacia atrás, saltó fuera de la acera y corrió hacia la rampa móvil, en dirección al muelle de carga. Poco después se hallaba en una cabina que programó para que fuese hacia la parada más próxima a las montañas.

El viaje sería bastante largo. Volvió a conectar el intercomunicador para enterarse de algo más. El ordenador central había lanzado dos alertas generales con códigos de alta prioridad.

Una era que los cazadores buscaban ahora a un robot averiado que, al parecer, había violado la Tercera Ley, huyendo de un taller de reparaciones. Como en ello estaba involucrada la fuerza de las Leyes, todos los robots humanoides tenían orden de buscarlo. Se había cursado su descripción física. Como había huido del taller antes de serle efectuada una exploración, apenas sabían nada más, aunque sí sabían que era un robot distinto de los del doctor Avery, incluso en su aspecto.

La segunda alerta era que había sido hallado un robot humanoide misteriosamente desactivado en el parque agrícola. Nada se sabía respecto a la causa. Los Supervisores habían entrado la orden urgente de que todo robot que poseyese información respecto a este asunto lo comunicase inmediatamente.

Averías totales de esa clase eran extremadamente raras en Robot City. Mandelbrot estaba seguro de que esta despertaría recuerdos en las mentes de los Supervisores y, probablemente, en Avery, recuerdos del robot asesinado, cuyo caso había solucionado Derec.

Mandelbrot, claro está, no estaba ligado por dichas órdenes. Estaba también seguro de que sus humanos eran los responsables del hecho, y sospechaba que los cazadores también lo supondrían. De todos modos, nadie tenía una prueba consistente.

Mandelbrot también se figuraba que los cazadores adivinarían que el robot averiado era el mismo que ellos buscaban, lo cual no importaba mucho, puesto que, de todos modos, él tenía que esquivarlos. Por otra parte, la Primera Ley le impulsaba a actuar deprisa, ya que era posible que los cazadores estuviesen más cerca de los humanos que él.

La cabina continuaba corriendo por el túnel hacia las montañas. Era el transporte más veloz que tenía, y ahora le parecía terriblemente lento.