11
En órbita
—He elegido una órbita baja —explicó Mandelbrot—. Esta nave no lleva mucho combustible, en su forma de transbordador, y lo necesitaremos para volver a aterrizar aquí y para que Jeff efectúe su eventual viaje alejándose del planeta. Sin embargo, mientras estemos fuera de la superficie del mismo, estaremos a salvo de los robots de Robot City.
—Lo cual es un consuelo —comentó Derec—. A menos que hayan desarrollado un programa espacial que ignoremos.
—Los sensores de navegación —intervino Wolruf— no indicar ninguna señal de tal cosa. Sugerir yo tomar los mandos manuales. Mandelbrot poder reconectar ordenador de la nave.
—De acuerdo —accedió el robot.
—La Primera Ley no les permite disparar contra nosotros, ni nada semejante, para que caiga la nave —reflexionó Ariel—. Pero pueden monitorizarnos, ¿verdad? Y preparar un comité de bienvenida allí donde aterricemos.
Mandelbrot había abierto un panel, cerca de los controles de mando, y estudiaba su interior.
—Esta nave es pequeña, y su forma de transbordador ofrece una gran amplitud y capacidad de maniobra. Debemos ser capaces de aterrizar con una línea evasiva que haga el lugar imprevisible hasta los últimos segundos.
—Me alegra oír esto —rio Jeff—. Este planeta nunca resulta aburrido, ¿verdad?
—No —respondió Derec—, pero no siempre ha sido tan peligroso. Una vez tuvimos que solucionar un asesinato humano, y otra, el crimen aparente de un robot. Pero sólo ahora somos el objetivo de todos los habitantes del planeta.
—La última vez que estuve aquí —rio Jeff—, me sacaron el cerebro de la cabeza y se lo pusieron a un robot. Bueno, opino que esto sí fue peligroso.
Ariel le secundó en la risa. Derec sonrió también, a pesar del dolor que sentía en sus costillas al reír. Incluso Wolruf miró por encima del hombro, con una expresión divertida.
—Me alegro de que estés bien —exclamó Ariel—. Y gracias de nuevo por haber venido, aunque haya sido bajo presunciones erróneas.
Derec experimentó una punzada de celos, pero no dijo nada. Ahora que la crisis había concluido, su cuerpo volvía a envararse rápidamente. Se recostó en su asiento y sintió cómo las adherencias en su espalda hacían de las suyas.
—Creo que esta conexión ya es suficiente —observó Mandelbrot—. Jeff, ¿quieres probar el comando vocal?
—Ordenador del transbordador Minneapolis Hayashi-Smith —dijo Jeff—. Contesta, por favor.
—Dispuesto.
—¿Puedes asumir control de vuelo?
—Afirmativo.
—Hazlo, pues.
—Control de vuelo asumido.
—Graba asimismo las voces siguientes en tu comando vocal y disponte a obedecerlas. —Jeff hizo una señal a sus compañeros y cada uno habló a su vez delante del ordenador.
—¿Cuál será nuestro próximo movimiento? —quiso saber Derec—. Por el momento estamos a salvo, pero no nos hemos aproximado al doctor Avery, ¿verdad?
—Sabemos un poco más acerca de sus propósitos con Robot City —replicó Ariel—, basados en lo que el profesor Leong sabe de él.
—Pero no poseemos ninguna pista acerca de su posición —arguyó Derec—. ¿Alguna idea, Mandelbrot?
—Una, máster Derec. Ordenador, explora en busca de algún signo de cosecha a gran escala, o de algún almacén de productos químicos orgánicos.
—Explorando.
—El origen de los alimentos del doctor Avery tal vez no estén en gran cantidad o se hallen en un almacén que podamos localizar desde aquí —opinó Mandelbrot, con un encogimiento de hombros humano—. Es nuestra única posibilidad.
—¿Se usan para algo más, aquí, los compuestos del carbono? —preguntó Jeff, mirando a cada uno de los presentes—. Aparte del hospital, o como se llame ese sitio donde estuve.
—No lo sé —respondió Derec.
—Pero sí podemos decir que las cantidades son muy reducidas —intervino Mandelbrot—. Además, la cantidad de alimentos que necesita un ser humano es muy pequeña. Nuestra mejor esperanza, por tanto, de hallar la fuente de la alimentación es que el doctor Avery extienda su afición por la cultura al arte culinario.
—O, al menos, que prefiera comida natural a esos procesos químicos que nos concede a nosotros —observó Ariel—. Productos frescos.
—Y, hablando de esto —gritó Jeff—, ¿para qué hemos subido a bordo, en primer lugar? Vamos a comer. Ariel, el compartimiento está a tu lado.
Jeff distribuyó raciones a todos menos a Mandelbrot, y hasta encontró algo que podía tolerar el estómago de Wolruf.
—Extensa cosecha agrícola localizada —anunció el ordenador—. Entra en pantalla.
—Primer plano —ordenó Mandelbrot—. Identifícalo, si puedes.
Todos contemplaron la pantalla. Un puntito iba creciendo rápidamente, convirtiéndose en un rectángulo verde. El rectángulo, un instante más tarde, era claramente una extensión con distintos matices de verde. Con un gran primer plano, se vieron con claridad las formas de las plantas.
—Hay presentes muchas cosechas. Incluyen maíz sorgo, trigo y hortalizas. A primera vista predominan plantas y especies nativas de la Tierra y Aurora. Muchas cosechas no se pueden identificar a esta altura y desde este ángulo.
—Tal vez los robots hayan criado algunas —opinó Ariel—, o sean plantas naturales de este planeta.
—Amplía el campo visual —ordenó Mandelbrot—. Muestra la geografía del entorno.
La vista se amplió, mostrando el espinazo de una cordillera. Era vieja, geológicamente, y exhibía las curvas y rebordes suavizados de una larga erosión. La cordillera estaba arbolada, pero había algunos edificios, ocasionalmente. La inmensa huerta quedaba abrigada en un valle de gran altitud, dentro de la cordillera.
—No es una ciudad —exclamó Jeff—. Y es el primer sitio que veo, desde que he vuelto, que no tiene construcciones en masa.
—Nosotros también —afirmó Ariel.
—Los robots, probablemente, utilizan esos bosques para obtener madera, y las laderas como energía industrial —calculó Derec—. Por lo general, no malgastan nada. Pero esas cosechas son todas comestibles. ¿Es así, Mandelbrot?
—Existe una probabilidad bastante elevada de que se trate de comida humana. Tenemos que investigarlo. Recuerdo a todo el mundo que el doctor Avery no tiene por qué estar necesariamente presente.
—Este es un buen principio —comentó Jeff—. ¿Y ahora, qué?
—Primero hemos de encontrar un lugar de aterrizaje —continuó Mandelbrot—. Esas montañas no son adecuadas. Segundo, sugiero que Wolruf y yo exploremos solos la región. Tercero, el sitio más seguro para que los demás aguarden es en el aire.
—Lo cual tiene sentido para mí —asintió Jeff—. Tú puedes usar el intercomunicador para ponerte en contacto con nosotros, en caso necesario, y nosotros podemos pilotar la nave si es preciso.
—¿Derec? —preguntó Ariel.
—Sí, de acuerdo —el joven se movió con inquietud, pesaroso por no poder ayudar más. Bien, era un plan bastante sencillo.
—Ordenador —añadió Mandelbrot—, busca sitios de aterrizaje lo más próximos posible al parque agrícola.
—Ahora fuera de visión —comunicó el ordenador—. Exploración empezará con el siguiente paso orbital.
—Necesitaremos múltiples sitios —opinó Mandelbrot—. Los cazadores indudablemente rodearán el primero, cuando lo hayamos utilizado.
—Ordenador —pidió Derec, haciendo un gran esfuerzo—, no permitas que nuestra ruta orbital traicione nuestro interés por esa zona.
—Comprendido.
Derec volvió a dejarse caer. No estaba adormilado, pero sí agotado. El breve período de excitación le había revitalizado, pero ahora lo estaba pagando.
Todos parecían estar contentos por haber escapado. Derec tenía los ojos cerrados, y sintió cómo alguien apagaba la luz que le daba directamente en la cara. La oscuridad en sus párpados fue un gran alivio. Durante algún tiempo, nadie habló. Después, volvió a oírse el ordenador.
—Los sitios de aterrizaje más próximos al parque agrícola aparecen en pantalla como sigue: Cinco en un radio de cinco kilómetros. Dos más dentro de diez kilómetros. Tres más dentro de veinte kilómetros.
—¿Hay alguno en zonas relativamente deshabitadas? Especialmente, lejos de calles edificadas —preguntó Mandelbrot.
—Exhibiendo los cinco sitios más próximos. Son los únicos emplazamientos sin pavimento de ciudad.
Derec se esforzó por abrir los ojos. Odiaba quedar fuera del asunto.
—Es un océano —se asombró Jeff.
—Un trecho de playa —agregó Ariel.
Mientras miraban, cinco trechos separados de playa quedaron ligeramente coloreados por el ordenador.
—Esos sitios representan trechos arenosos lo bastante largos y firmes para un aterrizaje seguro.
—Para el propósito de esquivar a los cazadores —dijo Mandelbrot—, este podría ser un buen lugar. Cuando ellos vean el primero, descubrirán los otros.
—Tendremos que correr el riesgo —exclamó, quejosamente, Derec—. Os dejaremos saltar a ti y a Wolruf rápidamente y despegaremos al punto. Luego, permaneceremos en órbita hasta tener noticias vuestras.
—O hasta que el combustible llegue al mínimo —añadió Mandelbrot—. Avisaré al ordenador para que os advierta cuando debéis aterrizar.
Derec volvió a cerrar los ojos.
—Está bien —asintió Jeff.
—Ordenador —ordenó el robot—, en la siguiente órbita, toma una ruta evasiva de descenso hacia el primer sitio de aterrizaje. Evita revelar nuestro destino tanto como puedas.
—Recibido.
Casi toda la órbita siguiente resultó simple, aunque Derec encontró muy desagradable las maniobras de evasión. La nave descendió, dio un giro lo más obtuso posible, volvió a descender, otra vez giró, y cada cambio modificaba la postura de Derec y presionaba sus doloridos músculos. Los demás no notaban nada.
Los cambios empezaron a incluir la velocidad, mientras la nave bajaba elusivamente hacia el planeta. Derec asió con ambas manos el cinturón que lo sujetaba y apretó los dientes para aliviar el dolor de su espalda. Finalmente, el descenso se suavizó, y Derec comprendió que estaban a punto de aterrizar.
La nave se posó en una superficie que escoraba un poco a la izquierda, y se paró tan súbitamente que todos se vieron arrojados al frente, contra sus cinturones de seguridad. La portilla se abrió automáticamente y se desenrolló la escalerilla. Mandelbrot y Wolruf ya estaban listos para saltar. Unos instantes después, volvió a cerrarse el portón, y la nave esperó a que los dos estuvieran a cierta distancia.
—Preparado para despegue según lo ordenado —comunicó el ordenador—. Den órdenes por favor.
—Vuelve a la misma altitud de antes —fue Jeff quien dio la orden—. Hum… usa rutas evasivas y, cuando llegues allí, sigue una órbita distinta.
—Recibido.
La aceleración presionó a Derec de nuevo contra el asiento. Cerró los ojos, resignado al vuelo, y permaneció inmóvil.