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La Torre de la Brújula

Derec se hallaba en lo alto de la Torre de la Brújula, contemplando desde la gran pirámide las maravillas geométricas de Robot City, bajo su reluciente cielo azul. Ariel se apoyaba en él, asiéndole todavía el brazo con ambas manos. Mandelbrot, el robot, y Wolruf, la pequeña caninoide alienígena, aguardaban detrás de la pareja humana.

—¡Ha cambiado tanto! —murmuró Derec. Acababan de ser teletransportados al planeta usando su doble Llave de Perihelion. Mandelbrot los había transportado a todos—. Guarda la Llave. Contigo estará más segura.

—Sí, máster Derec —asintió Mandelbrot.

Derec dio media vuelta y oteó en otra dirección. La vista ante él era la misma las luces y las formas de Robot City extendiéndose hasta el horizonte, un horizonte apenas limitado por la luz solar reflejada en el color azul del cielo. Derec no podía escapar en ninguna dirección. Su destino parecía estar aquí.

—¿Qué ha cambiado? —inquirió Ariel.

Su voz sonaba débil. No se había recuperado del todo de sus problemas en la Tierra. Una enfermedad crítica había alcanzado su grado máximo allí, destruyendo sus recuerdos y, con ellos, toda su identidad. No habían ido al viejo planeta por propia elección, pero, afortunadamente, Derec había logrado allí colocar una nueva matriz de recuerdos químicos en la mente de la joven. Debían crecer sobre los residuos de sus antiguos recuerdos, pero todavía se estaban desarrollando. Ariel no había tenido tiempo de acostumbrarse a los mismos, de integrarse en ellos, de comprender quién era ella en realidad.

Derec parpadeó bajo la cálida brisa que soplaba contra la fachada de la pirámide. Le alborotaba el cabello color arena que, si antes era como una maleza, ahora era ya un bosque dorado.

—Ellos lo han hecho. Los robots han edificado la ciudad en todas direcciones. Ahora debe cubrir ya todo el planeta.

—O sea que antes no lo cubría —comentó ella como para sí, mirando a su alrededor.

—No. Claro que aquí no somos unos extranjeros, y sabemos cómo movernos. Si tenemos suerte, podremos terminar pronto y largarnos otra vez. —Derec se volvió hacia Mandelbrot—. Hemos de encontrar un refugio antes de que nos descubran. ¿Puedes usar todavía tu comunicador y establecer contacto con el ordenador central de la ciudad?

—Lo intentaré —Mandelbrot vaciló unos segundos, mucho tiempo para un robot—. Sí. El ordenador central ha cambiado de frecuencia; pero he identificado la nueva mediante el simple hecho de empezar con la original y enviar una variedad de señales en toda la gama de…

—Excelente, muchas gracias —le interrumpió Derec, sonriendo ante aquel entusiasmo y poniendo las manos con las palmas al frente—. Créeme, confío en tu competencia. Mi pregunta siguiente es cuando Ariel y yo llegamos por primera vez a Robot City, hallé en esta pirámide, más abajo, un despacho que había estado ocupado recientemente. Bien creo que podríamos encontrarnos allí con el doctor Avery, por lo que hemos de tener mucho cuidado. ¿Puedes averiguar, por el ordenador central, si ese despacho todavía se utiliza?

—Lo intentaré. —Poco después, el robot negó con la cabeza—. El ordenador no revela ninguna información sobre ese despacho. Ni siquiera confirma que exista todavía.

—Está bien —suspiró Derec.

—¿Y si ha desaparecido? —quiso saber Ariel.

—Me sorprendería mucho —replicó Derec—. Avery no debía querer que su despacho particular figurase en el archivo del ordenador. Bien, tendremos que arriesgarnos y entrar allí, si podemos.

Ariel apartó un mechón de cabello de su cara.

—¿Entrar? ¿Cómo?

—El techo del despacho tenía una trampilla que se comunicaba con esta plataforma en la que estamos. —Se agachó, poniéndose a gatas—. Vamos a buscarla.

—Derec —la voz de Ariel sonó un poco más fuerte, mostrando algo de su ánimo anterior—. Te has estado debilitando a causa de esas… cosas que el doctor Avery te metió en el cuerpo. Ten cuidado, por favor.

—¿Acaso puedes encontrarla tú? —se irritó el joven—. Tampoco tú estás en las mejores condiciones de tu vida.

—¡Pero yo ya no estoy enferma! —Ariel se cruzó de brazos—. Ya me encuentro bien, al menos físicamente.

Miró fijamente a Derec por un instante. Luego, como para apoyar sus palabras, se arrodilló y empezó a buscar por el suelo de la plataforma.

—Ni siquiera recuerdas haber estado anteriormente aquí, ¿verdad? —la acusó Derec.

La tensión le tornaba irritable.

—¿Y tú?

—¡Sí!

—Bueno… desde que te conozco, ignoras quién eres realmente. Sufres de amnesia desde… —ella meneó la cabeza, como desechando aquel pensamiento—. Tal vez no me haya recuperado del todo, pero al menos tengo ya algo. —De repente, titubeó, escrutando el semblante de Derec—. No quise ofenderte. ¿Lo recuerdo bien o no?

Derec sacudió la cabeza un segundo y se alejó.

—No importa —dijo.

Ariel lo había expresado de igual forma en ocasiones anteriores. El joven continuó buscando de rodillas alguna irregularidad en la lisa superficie del suelo.

—Mandelbrot, ¿ves algo?

—Allí —respondió el robot, dirigiéndose hacia una esquina de la plataforma—. Mi visión ha identificado un pequeño reborde que seguramente representa la abertura.

—Estupendo —exclamó Derec.

Se acercó adonde se hallaba Mandelbrot y se agachó a los pies del robot. Pasó las manos por los lados de una forma muy tenue, rectangular, en el suelo de la plataforma, hasta que notó en la superficie un resquicio casi imperceptible, no más grueso que un cabello. Forcejeó y empezó a deslizarla a un lado.

—Permíteme —se ofreció Mandelbrot.

—No, yo la he encontrado… —Derec calló cuando el robot le cogió gentilmente por el antebrazo y lo apartó—. ¿Qué haces, Mandelbrot?

—¿Te han debilitado mucho los chemfets que tienes en el cuerpo, máster Derec?

—¡No tanto! Vamos, dejemos de hablar y bajemos por aquí. Avery me los metió y él es el único que puede sacármelos.

Derec se liberó del robot.

—Derec… —empezó a decir Ariel, cautelosamente.

—Mandelbrot —ordenó Derec—, ayuda a bajar a Wolruf y a Ariel a…

—No puedo. Tengo que abrir y ser el primero en bajar.

—¿Cómo?

—La Primera Ley de la Robótica —le recordó Mandelbrot—. No puedo hacer daño a ningún humano ni permitir que un humano reciba daños…

—¡Lo sé! —gritó Derec, coléricamente—. ¡No me des una conferencia sobre las Leyes! Fui yo quien te construyó, ¿te acuerdas? Conozco esas Leyes de arriba abajo, de dentro afuera…

—Lo he dicho en beneficio de Ariel —le interrumpió Mandelbrot—. Tal vez no recuerde con claridad las Leyes.

—Recuerdo una. —Ariel pareció embarazada ante la confrontación—. Hum… La Segunda Ley dice que un robot debe obedecer las órdenes de los humanos, ¿no es eso?

—Sí, a menos que las órdenes entren En conflicto con la Primera Ley —corroboró el robot.

—Entonces, la Tercera Ley debe ser la que dice que un robot no puede dañarse a sí mismo ni recibir daño alguno…

—Es correcto en tanto esto no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley —finalizó Mandelbrot.

Ariel sonrió débilmente.

—Bien, vamos —se impacientó Derec.

Alargó otra vez la mano, aunque no esperaba que Mandelbrot le permitiese abrir la trampilla.

—Yo dirigiré esta operación —exclamó el robot, con firmeza—. Con los debidos respetos, eso manda la Ley.

—¿Por qué lo crees así? —preguntó Derec.

—Tu control de los movimientos corporales va debilitándose gradualmente, debido a los chemfets de tu cuerpo. Ariel está desorientada a causa de sus problemas de memoria, y el cuerpo de Wolruf no es adecuado para descender en un ángulo tan agudo. Tenemos que entrar en ese despacho y convertirlo posiblemente en la residencia temporal de tu Némesis[1]. La posibilidad de que recibas un daño es elevada; por tanto, yo debo bajar el primero.

Derec le miró centelleante, sin poder discutir aquella lógica robótica. Wolruf le miró, inclinando a un lado su rostro canino.

—¿Ir tú a bajarme?

—Primero, entraré yo solo —planeó Mandelbrot—. El conocimiento que tiene Derec de Robot City hace que sea el más adecuado para enfrentarse a sucesos inesperados, de modo que él me seguirá, si ese despacho no ofrece peligro alguno. Y luego, os ayudaré a bajar a vosotras dos, si es factible.

Wolruf asintió a estas prudentes palabras.

Derec contempló las maniobras de Mandelbrot a la débil luz. El robot vaciló sólo un momento, atisbando probablemente con sus sensores infrarrojos y escuchando en busca de señales procedentes de la habitación que indicaran algún peligro en su interior. Después, se inclinó y abrió ligeramente la trampilla. Tras una pausa, la abrió por completo. Descendió por una escalerilla metálica.

Derec aguardó sin casi atreverse a respirar. Avery podía haber dispuesto alguna trampa para ellos. Wolruf se hizo a un lado. Ariel permanecía inmóvil, pero parecía relajada, como si no captara la gravedad de la situación. Tras lo que semejó un tiempo muy largo, se encendió una luz en la habitación, y un cono de claridad se proyectó hacia arriba.

—Esto está desocupado —susurró Mandelbrot—, y es aparentemente seguro para todos.

Derec suspiró aliviado y asió a Ariel por el brazo.

—Tú bajarás antes. No importa lo que Mandelbrot ha dicho de que yo sé enfrentarme con situaciones inesperadas. Él podrá protegerte mejor que yo, si sucede algo, y te ayudará si tienes dificultades con la escalerilla.

—De acuerdo —se conformó Ariel, empezando a bajar con cuidado.

Wolruf se acercó al borde del rectángulo y miró hacia abajo cautelosamente, tratando de no caer.

Derec se tomó algún tiempo antes de aproximarse también al borde de la Torre de la Brújula. Abajo no vio ninguna señal que motivase estar alerta.

Wolruf descendió en tercer lugar, y al final lo hizo Derec, esperando que le obedecieran pies y manos. Bajó lentamente sujetándose con firmeza en la escalerilla. Cuando ya estuvo dentro, cerró la trampilla sobre su cabeza.

La escalerilla era resistente y no tuvieron ninguna dificultad al bajar. Antes de llegar Derec al suelo, no obstante, los músculos de la pierna derecha dejaron de responderle. Su pie se deslizó fuera del último peldaño, y cayó en los brazos de Mandelbrot. Derec se rehízo, y miró desabridamente a los demás, quienes le estaban contemplando.

—Resbalé… ¿qué pasa?

Ninguno contestó.

—Vamos, vamos… Averigüemos todo lo que podamos.

Derec dio una vuelta por el despacho, mirando a su alrededor. A primera vista, todo estaba como lo recordaba. La única ocasión en que había estado allí, Ariel sólo había permanecido unos instantes, por lo que sería muy poco lo que recordase, si llegaba a recordar algo. Los otros dos no habían estado en aquel lugar en absoluto.

Las paredes y el techo estaban formados totalmente por unos paneles que proyectaban una panorámica completa de Robot City, de noche, por todos lados. Era una vista casi idéntica a la que Derec acababa de divisar desde la plataforma. Los edificios de Robot City centelleaban en todas direcciones hasta donde alcanzaba su mirada. En el techo resplandecía el cielo azul oscuro.

El despacho estaba amueblado con muebles reales, todos procedentes de otro planeta, butacas, sofá-cama, y un escritorio de una aleación de hierro, en lugar del mobiliario simplemente utilitario hecho en Robot City. Un pisapapeles y dos plumas estilográficas de gravedad cero estaban sobre la mesa. Como la otra vez, una pequeña estantería, sellada al vacío y llena de cintas de grabación, estaba intacta. Las cintas estaban clasificadas por temas y por planetas, según recordaba Derec, representando los cincuenta y cinco mundos espaciales. Si alguien las había usado, había vuelto a ordenarlas. Nada había cambiado desde la última visita de Derec, al parecer… hasta que dio media vuelta y vio la planta.

Antes había sido una planta desconocida que florecía bajo una luminosidad bastante intensa. La luz seguía allí, pero, bajo la misma, la planta estaba fláccida y seca en su tiesto. Sus tallos eran de color lavanda, y Derec no pudo decidir si se trataba de una desecación reciente o si era su colorido normal al marchitarse. Estrujó una hoja muerta, pensativamente, con una mano.

—Alguien la dejó morir —comentó Ariel, acercándose.

—No creo que haya venido nadie —replicó Derec—. Mandelbrot, Wolruf… ¿veis alguna señal de que recientemente haya estado alguien aquí?

Ariel tendió la vista por la estancia y luego miró una pequeña papelera.

—Está vacía.

—Sí, alguien ha estado aquí desde que yo hice mi primera visita —decidió el joven—, hace ya mucho tiempo.

Fue hacia el escritorio, asaltado por otra idea. La otra vez, sobre la mesa, había habido un holocubo con el retrato de una madre y un niñito en él. El cubo había desaparecido.

—Quizá robot vaciar basura —apuntó Wolruf.

—No —Derec meneó la cabeza—. La primera vez que estuve aquí, nos trajeron a Ariel y a mí desde la sala de conferencias de los Supervisores. Habíamos penetrado en la Torre por la planta baja. Pero efectuamos solos la última parte del trayecto. Los robots no estaban autorizados a acercarse siquiera a este despacho. Dudo que tengan la menor idea de lo que es esta habitación. Obviamente, les está prohibida la entrada.

—Entonces, exceptuando al doctor Avery —comentó Ariel—, este es un refugio ideal.

—Si podemos encontrar comida para vosotros tres —añadió Mandelbrot—. Además, los esfuerzos por localizar al doctor Avery entrañarán un riesgo inherente.

—Déjame comprobar una cosa —exclamó Derec. Fue de nuevo hacia el escritorio y abrió el cajón de la derecha. En su interior se hallaba todavía una terminal de ordenador activa—. Ah, esta terminal no tiene ninguna clase de protecciones. Aquí supe por primera vez las causas que forzaban los cambios de forma de esta ciudad. —Tomó asiento ante la mesa y entró la pregunta:

—¿Tiene este despacho sensores que comuniquen con el exterior?

—«Negativo».

—Orden: Esta terminal no dejará ningún rastro de esta actividad en el ordenador central.

—«Confirmado».

—¿Hay comida humana en esta habitación?

—«Afirmativo».

—¿Dónde está?

—«El panel de control se desliza por la parte inferior de la superficie del escritorio que cubre este cajón».

—¿Hay algún servicio Personal?

—«Sí, hay uno».

—¿Dónde está?

—«La puerta se halla encajada en el ventanal, detrás de la escalerilla. Está gobernada también por el panel de control del escritorio».

Derec palpó bajo el borde de la mesa e hizo deslizar un panel sumamente delgado, con unos resortes. Presionó uno marcado «Hora de comer» y se giró al oír un débil zumbido en la pared. Cerca de la escalera, se había apartado de la pared del ventanal un panel rectangular, dejando ver el receptáculo de un pequeño procesador químico. Delante del cajón, el panel seguía mostrando una parte del panorama de Robot City. Derec suspiró ampliamente y le sonrió a Ariel.

—Si funciona, nos alimentará por algún tiempo. Pero si el tanque no contiene alimentos crudos, no nos ayudará en absoluto. Vamos a probar.

—No, déjame a mí —Ariel se acercó prestamente al panel de control—. Deseo probar mi memoria con esa clase de trabajos. Veamos…

Pulsó una serie de teclas, hizo una pausa para reflexionar, y pulsó otra serie.

—De acuerdo —sonrió nuevamente Derec—. ¿Qué será?

—No te lo diré, a ver si lo reconoces.

Ariel sonrió a su vez, implacable, pero un poco preocupada.

Derec pulsó otro botón del panel de control, y una puertecita junto al ventanal se deslizó a un lado, junto al procesador químico. Era un cubículo Personal, tan limpio y ordenado como el resto del despacho. Cerró otra vez la puertecita. Unos instantes después, se deslizó hacia el receptáculo de la comida un pequeño contenedor. Derec aspiró el aroma.

—¡Ah! Fritada magallánica, ¿verdad? Huele bien. —Miró a Ariel por encima del hombro—. Buen trabajo.

Ariel rio, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—Yo tener hambre —intercaló Wolruf.

—Claro —asintió Ariel—. Ahora para ti.

Derec estaba sacando el plato del receptáculo cuando vio que Ariel parpadeaba rápida y repetidamente, trastabillando hacia atrás. Empezó a caer, pero Mandelbrot se movió a tiempo de sujetarla y levantarla con gentileza. Luego, se volvió y la depositó con cuidado sobre el sofá.