Habiendo hablado de este modo, se levantó para retirarse. Él le abrió la puerta, viendo que necesitaba descansar en su propia habitación.
Una vez a solas, empezó a considerar la perspectiva que se le presentaba para el futuro. ¿Cómo iba a contemplar a la mujer que acababa de abandonar la habitación? ¿Como una pobre criatura debilitada por la enfermedad, la víctima de su propia alucinación nerviosa? ¿O como el objeto elegido de una revelación sobrenatural, sin paralelismo con ninguna otra revelación de la que él hubiera tenido noticia, o hubiera encontrado registrada en libros? El primer descubrimiento del lugar que ella ocupaba realmente en su estima se le ocurrió cuando se descubrió apartándose de la conclusión que le hacía sentir piedad por ella e inclinándose hacia aquella otra más noble que comulgó con su fe y la elevó hasta un puesto al margen de todas las otras mujeres.
XIV
Abandonaron St. Sallins al día siguiente.
Cuando llegaron al final del viaje, Lucy agarró con fuerza la mano de la señora Zant. Las lágrimas asomaron a los ojos de la niña.
—¿Tenemos que decirle adiós? —le dijo tristemente a su padre.
El señor Rayburn no parecía decidirse a hablar. Únicamente pudo decir:
—Querida, pregúntaselo tú misma.
Pero el resultado le justificó. Lucy volvía a ser feliz.