UN CASAMIENTO Y UNA SEPARACIÓN

Después de muchas idas y venidas, Darío Franco iba a tener su fiesta de casamiento. Un año atrás había contraído matrimonio, antes de su partida al fútbol español, al Zaragoza, pero la celebración era una asignatura pendiente. Para organizar la fiesta y decidir la fecha, Franco debió ser paciente y aguardar el momento. Quería que estuvieran todos sus compañeros, por eso en un par de oportunidades tuvo que posponer el festejo, ya que la continuidad de partidos de sus amigos, jugando en simultáneo la Copa y el Clausura, dificultaba la elección del día.

Con el título bajo el brazo, la fiesta era la excusa perfecta para dar rienda suelta a la alegría y liberar todas las tensiones acumuladas. El 8 de julio debía ser una jornada inolvidable.

Sin embargo, el título no venía solo. Los jugadores habían tenido largas conversaciones con los dirigentes para arreglar los premios por la participación en ambos campeonatos. Para obtener recursos, la dirigencia organizó un partido amistoso ante Olimpia de Paraguay: lo recaudado iría a parar a los bolsillos del plantel. El encuentro, además, serviría como previa de esos choques ante River que darían un pasaje directo al torneo continental del año siguiente. La fecha fijada para el amistoso: el 9 de julio.

Con ese espíritu festivo, los jugadores creyeron que el partido no alteraría en nada los planes de la fiesta, pero en la cabeza de Bielsa la idea era otra: para el técnico, el juego debía ser tomado como uno más y, por lo tanto, debía respetarse la rutina.

Así fue que el miércoles a la noche, en una escena extraña, los jugadores vestidos de traje abandonaron en un micro la concentración de Funes y arrancaron para la fiesta. En el camino hicieron varias paradas en las que se fueron incorporando las esposas y novias de los integrantes del plantel. Así llegaron a Cruz Alta, el pueblo del que es oriundo Franco. Festejaron como chicos. Comieron, bailaron y también bebieron. Era imposible abstraerse del clima de celebración. Luego de una temporada agotadora, se presentaba la situación ideal para liberar la presión a pura farra.

Bielsa, por su parte, pensaba en el partido del día siguiente: lo que quería era que el plantel volviera a la concentración. Tras algunas deliberaciones pudieron convencerlo para estirar la fiesta un rato más, pero a las tres de la mañana y aunque la pista recién empezaba a tomar temperatura, el grupo se subía nuevamente al micro y emprendía el retorno. El trayecto fue idéntico al de la ida; por lo tanto, las escalas para dejar a las mujeres retrasaron bastante la llegada a la concentración. El casamiento era historia, los jugadores debían empezar a pensar en el partido.

El encuentro, como no podía ser de otra manera después de semejante introducción, fue un fracaso. La gente acompañó, pero el equipo no respondió. Bielsa puso en el inicio al elenco titular, que jugó cuarenta y cinco minutos para el olvido, siendo superado por dos a cero. Al llegar al vestuario, Bielsa fue muy duro con los jugadores y les reprochó su falta de entrega. Adujo que el compromiso con el público debía obligarlos a un esfuerzo más importante. El carácter amistoso del partido le permitió cambiar a todo el equipo y así disimular su fastidio. Varios jugadores tomaron de mala manera los retos. Les quedó claro, una vez más, que para Bielsa todos los enfrentamientos revestían la misma exigencia, pero a algunos la reprimenda les sonó exagerada.

El día siguiente trajo la noticia inesperada. Despedirse luego de haber ganado el Clausura era una buena idea. Lograr el pico de rendimiento, el tema del casamiento, el partido fallido con Olimpia, todo fue abonando el terreno para la salida, aunque hubiera dicho que se quedaba a dirigir las finales con River. Era el momento para irse.

Además había algo que lo atormentaba. Más allá de los jugadores que partirían a jugar al exterior como consecuencia de sus notables rendimientos, estaba claro que el grupo necesitaba una depuración y no quería ser él quién asumiera semejante costo.

Se cerraba el ciclo más exitoso en la historia del club. El mismo hombre que dos años atrás comenzaba su aventura de dirigir a Newell’s en Primera, ahora elegía el camino de la salida.

Como si su despedida fuera el anuncio de un cono de sombras, el futuro traería sólo malas noticias. Un par de años más tarde comenzaría para el club un tiempo oscuro y doloroso, que produjo el vaciamiento institucional y que se extendería por casi quince años.

El retorno se haría desear, pero un día Marcelo Bielsa habría de volver al Parque Independencia. Primero para sentarse en el banco de suplentes visitante y recibir todo el cariño de la gente. Luego, en una jornada inolvidable, pero también increíble, para transformarse en estadio.