UN INSTITUTO SIN GRANDES NOTAS
Aquel 1976, que tan bien había comenzado con el Preolímpico y el debut en la Primera, se terminaba con la frustración de no lograr continuidad. Bielsa era para todos un jugador que se transformaba en el campo de juego, con liderazgo y buena actitud. Sin embargo, las chances habían sido escasas.
Para el final del año surgió la posibilidad de jugar un partido por la última fecha del Nacional, en Córdoba y frente a Talleres, que en aquellos tiempos era el gran equipo de la provincia. Bielsa jugó junto a otros compañeros con los que habitualmente compartía el equipo de Reserva, y lo hizo con un muy buen nivel. Esa actuación fue observada con atención por los dirigentes de Instituto, quienes hicieron una oferta concreta para el año siguiente.
Bielsa, José Luis Danguise y Carlos Picerni aceptaron el convite y se fueron a jugar a la ciudad mediterránea con la camiseta albirroja. También viajó Raúl Del Póntigo, otro compañero querido por Marcelo, para jugar en el club Lavalle.
La idea era encontrar rodaje para poder volver con mayor experiencia, pero las cosas no fueron como las había imaginado.
Esos pocos meses profundizaron su exigencia permanente y al observar que el fútbol cordobés no tenía el mismo rigor que el rosarino, su disconformismo se hizo cada vez más evidente. Amante de la perfección y del trabajo riguroso, propio de la escuela de Newell’s, cuestionaba permanentemente los trabajos que se llevaban adelante en Córdoba.
En cierta oportunidad, el preparador físico llevó al grupo a un gimnasio particular para hacer unos ejercicios de reacondicionamiento y puso ritmo tradicional de cuarteto para acompañar los movimientos. Bielsa se le plantó y le objetó el uso de la música, argumentando que no era procedente para realizar ejercicios deportivos. Para él, la alta competencia implicaba otro tipo de responsabilidad.
Vivía en pleno centro de la ciudad, en la calle 27 de Abril 260. Un edificio con varios departamentos por piso los albergaba a todos los jugadores. Marcelo ocupaba el 7° «G» y abajo, en el sexto, estaba el resto de los muchachos. Allí se juntaban por las noches para hablar de fútbol y ya se palpaba el futuro técnico que había en Marcelo.
«Armaba esquemas en papeles con distintos dibujos en los que ponía movimientos del equipo y cómo debíamos hacer para mejorar», recuerda Danguise.
Bielsa aspiraba a un cambio para su vida y esa búsqueda no pasaba sólo por lo personal. Una noche, sus compañeros sintieron ruidos extraños en su departamento, como si se estuviesen corriendo muebles, y subieron a ver qué pasaba. Al golpear su puerta, cerca de las tres de la mañana, se encontraron con que su cama (de esas antiguas, con respaldar de bronce) estaba en el medio del cuarto.
«¡Menos mal que viniste! Quiero cambiar las cosas de lugar y esta cama es pesadísima», le dijo a Del Póntigo. Los muchachos no dejaban de sorprenderse, no por la decisión de mover los muebles, sino por la hora particular a la que quería hacerlo.
Su forma de ser siempre despertaba algún comentario, ya fuera por su generosidad, como aquel día en el que se sacó la remera que tenía puesta y en el acto se la regaló a un compañero que se la había elogiado, o por su coraje luego de un partido (ante el repudio de los hinchas de Instituto hacia los muchachos que habían llegado de Rosario, se paró delante de sesenta integrantes de la barra brava y los invitó a la contienda: «Vengan de a uno que los peleo a todos»).
El tiempo en Córdoba no fue fructífero para Bielsa. El nivel de compromiso no lo dejaba satisfecho y al mismo tiempo empezaba a comprender que si estaba allí, era porque sus condiciones empezaban a apagarse.
Un cruce con el entrenador marcó el comienzo del fin y un problema familiar aceleró el desenlace. Una mañana, Marcelo recibió la noticia de que su hermano mayor había sido secuestrado. Rafael era militante político de la Juventud Peronista, cercano al movimiento Montoneros.
Su incomodidad en el club y semejante anuncio familiar precipitaron su partida. Juntó sus pertenencias básicas y le pidió a Del Póntigo que le mandara el resto con un flete. Su hermano apareció luego de dos largos meses, pero la suerte de Marcelo en el fútbol cordobés estaba echada. No volvió nunca más.