CAMINO A LA GLORIA

La victoria ante Central terminó de convencer a todos de aquello que los jugadores y el cuerpo técnico ya sabían: había material como para pensar en grande. El equipo estaba identificado con lo que el entrenador pretendía y los resultados empezaban a acompañar.

Luego del clásico se produjeron tres empates consecutivos por uno a uno, ante Gimnasia en el Parque Independencia, con Ferro en Caballito y luego con Vélez en Rosario, en una igualdad que resultó dolorosa, ya que Newell’s encontró la ventaja a cinco minutos del final con un cabezazo de Gamboa, pero luego Humberto Vattimos, con una mano que convalidó el árbitro Jorge Vigliano, igualó en el último suspiro. Más allá de los empates, la punta era una referencia cercana y el equipo jugaba un buen fútbol con estilo reconocible.

El equipo repetía la formación en cada compromiso y el movimiento y la presión eran las características salientes del esquema de juego. El trabajo físico de Castelli era clave y los muchachos respondían. «Teníamos que desordenarnos para atacar y de esa manera podíamos hacer la diferencia. Si se lo querías explicar a alguien te iba a decir que no lo entendía, pero Bielsa tenía mucha razón», dice Darío Franco.

Newell’s agredía con tres delanteros: Zamora, habitualmente por el sector derecho, Boldrini en el centro y Ruffini como extremo por la izquierda. Además se sumaba Martino, que era el cerebro y el hombre que manejaba los tiempos. Lo interesante es que la búsqueda no terminaba allí. Franco arrancaba por la izquierda, pero se arrimaba al centro y jugaba cerca de Llop, lo que le permitía a Berizzo cerrarse desde la defensa y adelantarse para sumar a la mitad de la cancha, igual que Saldaña desde el lado opuesto, cuando la jugada lo invitaba a participar. En consecuencia, cuando se trataba de manejar el balón y buscar el ataque, podían aparecer hasta seis jugadores. A la hora de recuperar la pelota el trabajo de Llop era clave en el tema relevos y los laterales se turnaban para pasar al ataque de a uno por vez. Bielsa siempre se preocupaba por el rival, pero su estudio del oponente apuntaba a encontrar los flancos débiles para saber por dónde lastimar y cómo neutralizar virtudes para lograr recuperar el balón lo más rápido posible.

—¡No se puede perder la pelota y mirarla! ¡Haga de cuenta que le arrancaron un huevo! —repetía con honestidad brutal, simpleza y sentido del humor.

En la charla previa a cualquier encuentro, los jugadores recibían del entrenador una descripción precisa de las características salientes del rival, no con la idea de infundir temor, sino buscando ofrecer soluciones concretas. Además, en esa misma búsqueda, les daba a los jugadores tarea para el hogar.

—Toto, ¿ya hiciste los deberes? Mirá que nos encontramos después de almorzar.

—¡Uy, no! Me tengo que apurar para terminar con todo. Yo tengo El Gráfico y El Cronista Comercial.

—Yo ya revisé el deportivo de Clarín y me queda el de La Nación. Después juntamos todo.

Diálogos como el de Franco y Berizzo se repetían todas las semanas, pero con distintos protagonistas. Bielsa les daba a sus jugadores material periodístico de su archivo para que analizaran a los futuros rivales. Era una buena manera de empezar a vivir el partido y sacar algunas conclusiones que podían ser volcadas en la charla técnica o para realizar un ejercicio táctico en la semana. Además, la compañía de los buenos resultados transformaba en atractiva cualquier propuesta novedosa.

Los entrenamientos también tenían un lugar especial. El martes a la mañana el grupo trabajaba con el profesor Castelli. El miércoles, en horario matutino, nuevamente se hacían ejercicios físicos. Bielsa elogiaba la capacidad de su ayudante, ya que entendía que en cada trabajo debía exigirse el máximo esfuerzo, pero sin que los jugadores se lesionaran a la hora de probar variantes futbolísticas. Las cargas estaban repartidas de forma exacta.

El primer contacto del técnico con el grupo se producía el miércoles a la tarde, y allí Bielsa desplegaba su arsenal de ejercicios. Su ayudante, Carlos Picerni, recibía un rato antes a los jugadores de reserva y les explicaba lo que debían hacer cuando se presentaran los mayores.

«Los entrenamientos tácticos eran extraordinarios porque sorprendían las variantes de trabajo y la no repetición. La búsqueda del objetivo podía ser la misma, pero era diferente la manera de alcanzarlo. Todos los ejercicios eran distintos y eso entusiasmaba. Daban ganas de hacer los entrenamientos tácticos. Bielsa era distinto, no sólo por sus ganas de trabajar, sino por capacidad. Lo que había preparado en inferiores y verificó que le servía, lo repetía en la primera», recuerda con entusiasmo Gerardo Martino.

Bielsa buscaba una participación colectiva en todos los aspectos para obtener un balance. Su intención era que los que podían crear juego no se desentendieran de la recuperación y que los menos dotados no se olvidaran de la creación. En su cabeza estaba descartada la idea del encasillamiento del jugador. Al combativo había que dejarlo volar e invitarlo a crecer en lo futbolístico.

«De un torpe no se va a lograr un fenómeno, pero sí se puede conseguir un jugador criterioso que descargue bien la pelota, que habilite de primera. Yo busco que cada uno llegue a su techo personal, sin limitarse a una función específica y dejando de lado el resto del juego», sostenía el técnico en sus contactos con la prensa.

Con excelentes primeros tiempos, Newell’s doblegó a Deportivo Español y a Lanús, para llegar a la cima del campeonato en la fecha trece del Apertura. La exclusividad sólo duró siete días, ya que la igualdad en Córdoba frente a Talleres con un estado del campo deplorable y un intenso calor determinó que la punta pasara a compartirse con River y Rosario Central.

El mismo escenario se mantuvo luego del triunfo ante Racing, ya que tanto los millonarios como los canallas se impusieron en sus respectivos compromisos. Pero lo que sobrevino resultó decisivo.

En la decimosexta fecha, el equipo de Bielsa logró en Corrientes una victoria capital ante Mandiyú, gracias a un gol de cabeza de Cristian Ruffini, cuando promediaba el segundo tiempo. Central y River se enfrentaron en Arroyito, empataron en dos y sin proponérselo favorecieron a Newell’s.

La diferencia de un punto, tan exigua como trascendente, se sostendría hasta la última fecha, ya que los triunfos frente a Boca y Estudiantes, este último fuera de casa, jugando como una verdadera aplanadora y con tremendo carácter, le permitieron llegar al capítulo final con una luz de ventaja sobre River.

En la fecha final el conjunto rosarino debía enfrentar a San Lorenzo, con el valor agregado de depender de sí mismo para quedarse con el título. La oportunidad era única y era lo que todos habían soñado. Sin embargo, no había lugar para especulaciones, ya que un empate podía dejarlos con las manos vacías.

«Agradezco que tengamos que salir a ganar», repetía Bielsa con la convicción de siempre. La historia le tenía guardada una página inolvidable.