TIEMPOS DE VACAS FLACAS

—Me tengo que ir, Carlos. Ya probé de todo y no le encuentro la vuelta. Me tengo que ir.

—Sí, Marcelo, yo hasta acá te bancaba, pero ya hicimos de todo. Cuando el entrenador no le llega a los jugadores, hay que irse. Salvo que se te ocurra alguna idea brillante, de esas que te surgen a vos.

—Tengo una, pero la veo difícil. Si el plantel acepta que nos concentremos de acá al final del campeonato, podemos salir del fondo, y si es así, entonces nos quedamos.

El dialogo de Bielsa con su ayudante Picerni marcaba la profundidad del momento: era tiempo de definiciones. La continuidad del técnico pendía de un hilo y el sacrificio del plantel para salir adelante era la única llave que podía habilitar la chance de postergar una decisión que parecía tomada. Había que hacer lo posible para no cortar el proyecto.

Gerardo Martino estaba haciendo el curso de entrenador mientras disfrutaba de sus últimos años como jugador profesional. Picerni lo fue a buscar a Granadero Baigorria, lugar en el que cursaba las materias, y le pintó el panorama con un perfecto informe de la situación.

—Mirá, Tata: Marcelo se quiere ir. De la única forma que se quedaría es si nos concentramos las últimas nueve fechas que quedan hasta el fin del campeonato.

—¿Y que es lo que me estás proponiendo?

—Si me decís que le demos para adelante, lo hacemos. Si te parece que los jugadores no se lo van a bancar, le digo que no presente ningún plan y renuncie.

—Nosotros no queremos que se vaya. Decile que haga lo que quiera, que el plantel lo apoya.

En el entrenamiento posterior, en Bella Vista, Martino juntó a los grandes y a los más representativos de los jóvenes. Debajo de una planta, que apenas si protegía al grupo de la lluvia que caía, les explicó la coyuntura y su efecto inmediato. Zamora, Scoponi, Llop, Berizzo, Gamboa y Pochettino escuchaban atentos. Todos apuntalaron el proceso y convinieron en que si la concentración de dos meses era lo ideal para salir del último puesto de la tabla, entonces no había nada para discutir. Por supuesto que esta vez Bielsa se internó con el grupo. Ya no importaba la falta de infraestructura del lugar, sino el bien común para sacar al equipo del pozo.

Ese Apertura fue una verdadera tortura. Luego del título obtenido en la cancha de Boca en la inolvidable tarde del 9 de julio, las cosas cambiaron radicalmente.

Para afrontar la temporada, el grupo debía sobreponerse a varias partidas. Franco fue transferido al Zaragoza de España, Boldrini pasó a Boca y Cozzoni emigró rumbo a México. Además, el profesor Castelli, clave en todo el ciclo, también se desvinculó del cuerpo técnico, buscando retornar a su rol de entrenador, y su lugar lo ocupó Carlos Borsi.

El inicio del torneo fue desastroso. En las primeras diez fechas, hasta que Bielsa tomó la decisión de internarse en el Liceo de Funes, el equipo sólo cosechó cinco puntos sobre veinte posibles. Una victoria ante Quilmes aparecía como la única sonrisa del arranque. Empates con Racing y Ferro mejoraron austeramente el puntaje, y lo más doloroso fueron las derrotas ante Central (la única que sufrió Bielsa en el clásico a lo largo de sus dos años como entrenador), frente a Gimnasia, Belgrano de Córdoba, Vélez, Deportivo Español y Mandiyú de Corrientes.

Aunque resultara increíble, el mismo equipo que pocos meses atrás era el mejor del fútbol argentino, ahora naufragaba en el último lugar de la tabla de posiciones. La crispación por el mal momento se manifestaba de múltiples formas y los pésimos resultados no eran lo único. En diez oportunidades los árbitros habían expulsado a jugadores rosarinos, lo que exhibía el estado de impaciencia. Gamboa, Pochettino y Zamora (en dos oportunidades), Saldaña, Escudero, Berizzo y Tudor recibieron tarjetas rojas en distintos partidos. También Bielsa debió abandonar de forma prematura su lugar en el banco en los encuentros frente a Quilmes, Racing y Ferro.

«Yo me muero después de cada derrota. La semana siguiente es un infierno. No puedo jugar con mi hija, no puedo ir a comer con mis amigos. Es como si no mereciera esas alegrías cotidianas. Me siento inhibido para la felicidad por siete días», describía Bielsa su sentimiento ante cada traspié. Era la primera vez en su exitosa carrera que el equipo no le respondía.

En Funes permanecieron hasta el fin del campeonato. Sólo tenían libres los miércoles y por parejas. Podían salir de a dos cerca del mediodía, con la condición de retornar antes de la medianoche. El prestigio de todos estaba por encima de cualquier cosa y la sola idea de terminar el Apertura en el último lugar atormentaba a todos.

La segunda mitad del torneo mejoró algo la performance y sólo se perdió uno de los siguientes nueve partidos, ante River, futuro campeón. Un triunfo ante Independiente luego de once fechas sin conocer la victoria y otro ante Estudiantes, ambos por tres a cero, ayudaron a sumar puntos para escapar del incómodo lugar en el que se había caído. Empates con Huracán, Boca, Talleres de Córdoba, San Lorenzo, Argentinos y Platense maquillaron el cierre del semestre para cosechar quince puntos y finalizar en la antepenúltima ubicación por delante de Unión de Santa Fe y Quilmes. Lo que no pudo corregirse fue la indisciplina, que trajo como resultado otras tres expulsiones, de Pochettino, Lunari y Zamora.

Después del título y la máxima exigencia, el equipo había caído en un profundo bajón. En alguna medida la caída era lógica, ya que tras superar el umbral del esfuerzo, la relajación aparecía espontáneamente. Newell’s no surgía como un equipo obligado a pelear todos los campeonatos, y si bien el respiro había durado más de la cuenta, fue el precio que debió pagarse como consecuencia del alto grado de tensión previo.

Para Bielsa, el año se terminaba con sensaciones ambiguas. Por un lado, el éxtasis por el título en La Boca; por el otro, la floja campaña del Apertura. La alegría y la preocupación volvían a mostrarle las dos caras del deporte, aunque lo que proyectaba el futuro invitaba a la ilusión. El Clausura y la Copa Libertadores aparecían como un nuevo sueño, uno cuyo desarrollo traería emociones intensas. El ciclo de Bielsa todavía daba para escribir capítulos milagrosos.