Anochecer
Anochecer
La travesía será corta. La cubierta está repleta de moros y pocos blancos. Una cabeza rubia de tío que enseguida pierdo de vista. Yaki va pegado a mi cuerpo. El Mar está revuelto y nos ha tocado el bote más pequeño de la línea. En mitad del Estrecho, mal cálculo, pasa por babor un barco el doble de grande, desolado. Los moros no están afectados por el regular balanceo: ellos, inclinados sobre la borda; ellas, sentadas cuidando de los niños a los que no dejan moverse.
El barquito queda colgado en el agua, sin tierra a la vista, durante unos minutos. El Mar oscuro: el verde profundo se baña de gris, matizando de ese tono las crestas de las olas, la estela de barco. El viento de cara: Levante frío. El violeta del horizonte queda suspendido, a punto de pasar al azul y negro.
Imposible transitar por la cubierta: estoy obligada a contemplar el lado oscuro del atardecer. Yaki se vuelve, presiente que estamos llegando, pero nadie alrededor se apresta. Unas gotas de agua muy fría salpican mi cara cuando vuelvo a atender al paisaje: África es una franja de montes que se acercan Ceuta queda a estribor…