Capítulo 21
«Ya sé qué aspecto tienes, así que te reconoceré en seguida. Y ponte guapa, ¿eh? Al fin y al cabo, es nuestra primera cita».
El joven se lo había sugerido por teléfono, pero Junko se atavió con unos vaqueros, un jersey negro y unas botas de goma cómodas para caminar. O para correr, si fuera necesario. Puso su cartera y otros efectos básicos en su riñonera, se colocó su abrigo negro, y se marchó del apartamento.
No estaba nada nerviosa. Tal y como le había dicho al hombre mayor del teléfono, ella no tenía nada que temer incluso cuando se dirigía hacia una cita con un desconocido. Pero el tema de su vestuario ya era otra cosa. Tras años de rastreo y combate, su ropero no contenía más que ropa cómoda y no dejaba sitio para prendas bonitas.
El lugar de encuentro acordado la llevó hacia el vestíbulo principal de un lujoso hotel en Shinjuku. El espacioso hall quedaba dominado por un gigantesco árbol de Navidad. Junko se detuvo en seco, y lo observó algo sorprendida. No es que hubiera olvidado en qué época del año estaba, solo que la Navidad, el Año Nuevo e incluso las vacaciones estivales habían dejado de tener relevancia en su solitaria vida.
Unos sillones de aspecto cómodo creaban un estiloso anillo alrededor del árbol. Todos los asientos estaban ocupados. Junko echó un vistazo a su alrededor, pero no había ni un solo sitio libre. ¿Acaso todas esas personas también esperaban a alguien?
Hacía muchísimo tiempo que Junko no se encontraba en mitad de un espacio abarrotado de gente como ese. Hacía un calor sofocante, y se sintió algo mareada. Se quitó el abrigo y se lo colgó del brazo, antes de ponerse a dar vueltas alrededor del enorme árbol. Puesto que él debía encontrarla a ella, no tenía por qué quedarse plantada en un sitio ni lastimarse el cuello de tanto estirarlo para avistar a su cita.
Solo había hablado con él por teléfono, pero ya había desarrollado cierta aversión hacia el hombre que estaba a punto de conocer. O, para ser más exactos, estaba convencida de que cuando lo conociera, no iba a gustarle. Antes de salir de casa, mientras se preparaba para el encuentro, pensó con sarcasmo que tendría que encontrarse cara a cara con el prototipo de todo lo que odiaba, el típico don nadie, uno de esos machotes engreídos que supone que cualquier mujer que se le acerque, caerá rendida a sus pies.
«Pero ¿realmente posee un poder especial?». Aseguró que podía mover a la gente. Como títeres. ¿Lo lograría ejerciendo control sobre la mente o los sentimientos de una persona? ¿Era posible tal truco? Junko sonrió irónicamente para sus adentros, y cambió el abrigo de brazo. «Truco» no era una palabra muy adecuada, sobre todo, viniendo de ella.
Alguien le dio un ligero golpecito en el hombro. Junko se dio la vuelta y encontró a un joven de frente. Llevaba el pelo engominado y teñido de castaño claro, y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
—¡Hola! ¿Estás sola?
Junko lo miró con atención. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que esa no era la voz que había oído por teléfono. Se trataba de otra persona. Obviamente, estaba intentando ligar, y esos dos segundos de silencio bastaron para darle algo de confianza.
—¿Sabes? Estaba aquí solo, plantado bajo este árbol de Navidad. Es un cuadro tan romántico. Me preguntaba si te apetece ir a ver una película o algo.
—Soy…
—Oh, no tienes que decirme tu nombre. Espera, lo adivinaré.
Junko puso los ojos en blanco, desesperada, pero el chico no reparó en el gesto y se dispuso a enumerar toda una lista de nombres de mujer. Estaba tan entusiasmado con el encuentro, que prácticamente escupía saliva a cada nombre que pronunciaba. Ella negó con la cabeza y retrocedió un paso, pero el joven prosiguió, sin inmutarse.
—Si prefieres que vayamos a tomar un té, conozco un sitio estupendo. Es una pequeña cafetería poco conocida, pero muy selecta. La frecuentan incluso grandes productores que acuden allí para encontrarse con sus actrices fetiche. Ya sabes, en esta zona pululan los estudios de cine.
Junko agitó la mano como despidiéndose, y pasó de largo, pero el extraño la enganchó por el hombro.
—Eh, no me desaires así. ¡Solo estaba siendo amable porque se te ve muy sola!
De repente, emitió un gorgoteo, aunque su sonrisa seguía pegada a la cara. Junko se quedó paralizada. Vio cómo ponía los ojos en blanco y la mandíbula inferior se abría y cerraba convulsivamente. Distinguió que la lengua se le retorcía en el interior de los labios. Junko se cubrió la boca con la mano y retrocedió un paso.
La mano que había sujetado el hombro de Junko quedaba ahora en el aire, y se transformaba lentamente en un puño en forma de arma con solo el dedo índice estirado. El otro brazo quedaba pegado a su lado. Entonces, sus ojos volvieron a concentrarse en ella otra vez, y esta observó con horror, cómo se llevaba la mano hacia la cara. No podía hablar, solo emitir un sonido ahogado mientras su dedo se dirigía directamente hacia el ojo derecho. En cuanto rozó las pestañas, Junko se recuperó de la sorpresa inicial y ordenó:
—¡Ya basta!
De inmediato, el brazo del títere cayó flácido a un lado. Su cuerpo también pareció relajarse, y de no ser porque alguien lo detuvo desde detrás, se habría desplomado allí mismo.
—Eh, ¿te encuentras bien, tío? ¿Intentas hacerte el interesante y luego te caes al suelo? ¿Y delante de una chica? No mola nada.
El hombre que lo había sujetado, lo apartó hacia un lado. Entonces, se volvió hacia Junko con una sonrisa.
—Siento haberte hecho esperar.
Junko reconoció la voz del misterioso joven.
—Solo llego tres minutos tarde, y ya se te echan encima. Lo siento mucho, princesa.
—¿Qué narices ha sido eso?
Él enarcó las cejas, en un gesto de burlona confusión.
—Sí, ¿qué era eso? Un tipo que acecha en la distancia y se abalanza sobre todas las chicas, pero nunca tiene suerte. ¿Has visto su pelo? ¡Parecía la cresta de un gallo!
Estaban en la cafetería de la segunda planta del hotel, sentados a una mesa que daba al árbol de Navidad.
Junko dejó la taza sobre la mesa, con demasiada fuerza.
—No te hagas el listo conmigo. Sabes que no estoy hablando de ese tipo. Estoy preguntando sobre el truco que acabas de sacarte de la manga.
—¿Truco? —Fingió no entender nada. Se inclinó hacia el árbol y dijo—: Vaya, la nieve parece real incluso desde tan cerca. No puede ser algodón, ¿qué crees que será?
Era muy delgado y prácticamente le sacaba una cabeza a Junko. Suponía que tendría más o menos su edad, quizá fuera un año o dos más joven. Llevaba unos pantalones de tela y una camisa de lana bajo una chaqueta de cuero negra. Sus mocasines de piel resplandecían y parecían caros, como el resto de su indumentaria. Pero esa sonrisa sincera y ese pelo castaño claro que le caía sobre los hombros, lo hacía parecer más bien un estudiante. ¿Sería el niño mimado de una familia rica?
La cafetería estaba incluso más atestada de gente que el vestíbulo. Se suponía que finales de año era una época ajetreada para las empresas. Entonces, ¿qué hacía toda esa gente ahí, un día laborable por la tarde?
—Ese «empujoncito» del que hablas —siseó Junko en voz baja—. ¿Me estás diciendo que eres capaz de hacer que alguien se mueva? Estaba bajo tu control, ¿no es así? Estabas dispuesto a que se clavara el dedo en su propio ojo. ¿Es eso lo que puedes hacer?
Su compañero la miraba sin borrar esa sonrisa inocente de su cara. Acercó la silla para sentarse directamente frente a ella, y cuando esta esbozó un gesto desconcertado, le dijo:
—Será más fácil hablar así, ¿no?, por cierto, tienes un cutis precioso.
—¡Déjalo ya! —Junko dio un golpe de frustración en la mesa. Un hombre trajeado que se sentaba a la mesa de al lado los miró, y el joven titiritero hizo un leve asentimiento con la cabeza a modo de disculpa.
—Lo siento, acabo de ofender a esta señorita sin pretenderlo.
El hombre apartó su mirada ceñuda.
Junko dejó escapar un suspiro. Aquello era inútil. No sabía cómo manejar la situación. Ese joven la estaba sacando de sus casillas y, pese a todo, no pudo evitar echarse a reír y eso le hacía detestarlo aún más.
—Esto es una pérdida de tiempo.
—¿En serio? Pero si no hay prisa alguna.
—Quizá tú no tengas nada que hacer.
—¿Qué hora es?
Junko echó un vistazo a su reloj.
—Las tres y cuarto.
—Entonces, para tu información, dispongo de ocho horas y cuarenta y cinco minutos hasta llevar a cabo la misión de esta noche.
—¿Misión?
—Sí. Hay un desecho de hombre de unos treinta años que, de vez en cuando, le da por acosar a niñas pequeñas. Lo ayudaré a librarse de sus instintos animales.
Junko se enderezó y lo miró fijamente. Se inclinó hacia él por encima de la mesa para que pudiera escucharla. Él también se acercó.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Te refieres a qué voy a hacer exactamente?
—Sí.
—Fácil. Voy a hacer que coja un buen cuchillo de carnicero y se la corte. Voy a darle un empujoncito.
—Se corte… ¿Qué?
—Cielo, no son palabras para los delicados oídos de una dama.
—¿Eso es lo que hacen los Guardianes?
—En Estados Unidos, hay ciertos estados donde la castración química es una pena perfectamente legal a la que se pueden enfrentar los delincuentes sexuales más peligrosos.
Junko se acercó incluso más y bajó la voz todo lo que pudo.
—¿Pero no es una crueldad?
—¿Qué tiene de malo? Si lo piensas bien, estoy haciéndole un favor. —Otra brillante sonrisa iluminó su rostro—. Me gusta poder susurrar así contigo.
Junko se enderezó de un sobresalto, y él se echó a reír.
—¿Sabes? Ni siquiera me has preguntado aún cómo me llamo. ¿Acaso no te interesa?
—En absoluto.
—Eso sí que es cruel.
—Me voy. —Junko recogió su abrigo.
—¿No quieres ver a Kazuki Tada?
Junko lo fulminó con la mirada.
—Tengo la sensación de que crees que hubo algo entre nosotros, y te equivocas.
Esta vez, fue su compañero quien formó un arma con la mano, apuntó a Junko y disparó.
—Eres una mentirosa. ¡Bum!
—Sí, lo que tú digas.
Junko se levantó, dispuesta a marcharse. Pero, de repente, sintió que algo le hacía cosquillas en la nuca. Empezó a notar que la frente le ardía, y el calor se extendía hacia sus sienes. Su campo de visión quedó nublado, y sintió una fuerte punzada entre los ojos.
Una de las manos de Junko se dirigió hacia su cara y le presionó la mejilla. El otro brazo quedó flácido a un lado, y el abrigo cayó al suelo. Acto seguido, como empujada por una mano invisible, se desplomó sobre la silla. Sus pies rebotaron en el suelo.
Miró al joven que se sentaba frente a ella. Este la atravesaba con la mirada y tenía la cabeza ligeramente ladeada, pero no había expresión alguna en sus ojos. Unas cuantas gotas de sudor se arremolinaban en el puente de la nariz. Junko pudo distinguir un olor. Un olor conocido.
El olor a quemado.
Junko se quedó sin respiración y cerró los ojos con fuerza para volver en sí. Tomó el vaso de agua fría que había en la mesa y lo vertió en el cuello de la camisa de su cita. Él se quedó atónito, como si acabaran de darle una bofetada y, de súbito, recobró el sentido de la realidad. Su mirada se concentró en Junko.
La gente de las mesas colindantes no daba crédito. Junko se quedó paralizada con el vaso vacío todavía en la mano y el puño apretado. Se enderezó.
Él tenía empapada la parte delantera de la camisa. Tendió la mano para quitarle el vaso y colocarlo en la mesa. Entonces, cubrió el puño de Junko.
—Tranquila —dijo con suavidad—. Tranquila.
Estaban mirándose a los ojos. Él estiró sus dedos uno a uno y, a continuación, le apretó con fuerza la mano. Junko no la apartó.
En su pecho, el corazón le latía con fuerza.
—¿Acabas de darme un empujoncito?
—Sí.
—No… No pretendía responder con mi poder. Ha pasado sin más.
—Lo sé.
Aún aferrado a Junko, utilizó su otra mano para recoger el abrigo del suelo, y lo colocó a su lado.
—Está quemado.
—Pero yo no estoy herido —dijo, aflojándose el cuello de la camisa—. Es algo incómodo porque está mojado. Eso es todo.
—¿Por qué lo he hecho?
—Quizá sea algún tipo de muro defensivo. —De repente, adoptó un tono serio que le hizo parecer un académico—. Has mostrado resistencia ante el poder de otra persona. Has lanzado una especie de contraataque espontáneo.
—Entonces, cuando has intentado darme ese empujón, ¿he intentado prenderte fuego?
—Eso parece. Yo diría que estamos empatados —sonrió—. Por cierto, ¿sigues sin querer saber nada de mí?
Junko sintió que su seguridad la abandonaba. Sus hombros se relajaron.
—¿Cómo te llamas? Oh, pero antes… —dijo.
—¿Sí?
—¿Te importaría soltarme la mano?
Se llamaba Koichi Kido.
—Bastante soso, ¿verdad? ¿No estás decepcionada?
Más que decepcionada, Junko estaba pensando en la extraña coincidencia. De camino hacia allí, en el tren, había captado su atención una publicidad que anunciaba el último número de una revista de negocios. Entre los títulos, un artículo que se centraba en Kido Corporation, el mayor proveedor de soluciones ofimáticas en todo Japón, con un enfoque sobre las guerras intestinas que libraban distintas facciones del grupo para hacerse con el control de la empresa. Kido no era un apellido muy común, pero jamás lo hubiera relacionado con Koichi de no ser por los aires de grandeza que despedía el chico.
También reparó en el reloj Lírico que lucía en la muñeca; una marca italiana que arrasaba desde su lanzamiento en Japón y que gozaba de gran prestigio. Junko sabía que la compañía que los importaba era una filial de Kido Corporation. Los relojes no eran nada baratos, y su importación estaba limitada. En su rareza residía su valor.
—¿Tu padre es el presidente de Kido Corporation?
—¿Cómo sabes eso? —preguntó con los ojos como platos.
Koichi Kido pareció muy impresionado ante la explicación de Junko.
—Eres rápida —dijo, recorriendo con la mirada el rostro de su interlocutora.
—Hitoshi Kano quería un Lírico. —Eso le dijo poco antes de morir, incluso llegó a mostrarle una catálogo. Junko había sentido tal repugnancia al encontrar pruebas de su avaricia, que arrojó el tríptico al montón de brasas en el que se había convertido su enemigo.
Koichi Kido le lanzó una mirada suspicaz.
—Y hablando de Kano, creo que en las noticias han dicho que encontraron dos cadáveres en su casa.
Junko asintió.
—Su novia estaba con él. No quise matarla.
«¿Es eso cierto? ¿Es lo que realmente piensas? ¿No fue más bien lo contrario?», resonaba la voz burlona en su mente.
Koichi se encogió de hombros.
—Esas cosas pasan. No hubo nada que pudieras hacer al respecto. No es la primera vez que personas ajenas a la batalla caen en el fuego cruzado. Así es como sucede en la guerra.
—¿La guerra?
—Eso es.
Junko lo miró directamente a los ojos.
—Háblame de los Guardianes.
Con tono bajo, él le contó todo acerca de la organización, sus objetivos, y sus actividades. Ella tuvo que poner toda su atención para distinguir sus palabras entre el parloteo general que, en el ruido de fondo continuo, atestaba la cafetería. Cuando terminó de ponerla al día, tomó su taza de café, pero ya la había apurado. Llamó a la camarera para pedir otro, y mientras aguardaban su llegada, Junko se quedó observando, pensativa, su propia taza vacía. Intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar.
—¿Le encuentras sentido?
—¿Cuándo te uniste a la organización? —preguntó Junko con semblante ceñudo.
—A los quince años.
—¿Tan joven?
—Bueno, es un asunto de familia. Mi padre es miembro. Yo represento a la tercera generación. Primero, mi abuelo, y luego mi padre que acabó uniéndose a los Guardianes por no contrariarlo. No fue un miembro histórico de la institución, pero creo que trabajó duro e hizo una gran labor con las finanzas.
—¿Finanzas?
—Claro. Ninguna organización puede operar sin fondos.
—O sea, fue creada tras la guerra y, desde entonces, sigue operando en secreto con sus departamentos financieros, logísticos, de supervisión y operación… ¿Es lo que intentas explicar?
—Exacto.
—¿Y jamás nadie ha sospechado nada? ¿Alguien amenazó alguna vez con destaparlo todo?
—No es tan difícil salir adelante.
—No me lo creo. Por mucho que se considere la labor que desempeña este grupo como un «ajusticiamiento», no deja de ser asesinato. Y la policía lo investigará como tal, ¿no? ¿Y los medios de comunicación no indagan tampoco?
—Por esa misma razón siempre nos aseguramos de que no parezca un asesinato. Nuestros ajusticiamientos parecen más bien accidentes o suicidios —sonrió—. Eso es lo que hace de mí un miembro tan valioso.
Ya has visto como ese tipo parecía estar a punto de sacarse el ojo solito. Además, tenemos a varios miembros infiltrados en el cuerpo de policía y en la prensa, personas que también nos allanan el camino.
—No me lo creo. ¡Es imposible!
—¿Por qué te sorprende tanto? No parecías tan asombrada cuando te he dicho que entre nuestros afiliados contamos con líderes de grandes empresas.
—¡Ya, pero la policía es diferente!
—No tanto si lo miras desde otra perspectiva. El poder de este país no recae ni en manos de la policía ni en manos de los medios, sino en los negocios. El poder económico ocupa el primer escalón, y con sus redes de contacto y sus influencias, podemos hacer prácticamente de todo. Aunque también es cierto que la ayuda que puede proporcionar la policía resulta muy útil.
Su mano adoptó de nuevo la forma de una pistola, y apuntó a Junko antes de lanzarle un desafío burlón.
—Si aún no me crees, te pondré un ejemplo concreto. Antes de que te deshicieras de Masaki Kogure a orillas del río Arakawa, ya lo habías intentado una primera vez, ¿verdad? En el parque Hibiya.
Era cierto. Kazuki Tada estuvo con ella en esa ocasión.
—Prendiste fuego a Masaki Kogure y estuviste a punto de matarlo. Pero cuando ya lo tenías en el punto de mira, en el último momento, alguien te detuvo. Kazuki Tada, que probablemente fue quien te pidió hacerlo, perdió los nervios y arrancó el coche contigo en el asiento del copiloto.
—No es que estuviera asustado.
—Bueno, lo que tú digas. El caso es que ya habías empezado a liberar tu energía y no pudiste controlarla. De modo que Tada y tú estuvisteis a punto de arder en ese coche. Tada se detuvo en una gasolinera, y fueron los empleados quienes os salvaron el pellejo.
De hecho, eso fue exactamente lo que sucedió.
—La policía no es tan lenta como piensas. Cuando Masaki Kogure fue hospitalizado con quemaduras graves, interrogaron a todos los que se encontraban en la zona. La gasolinera en la que Kazuki Tada y tú parasteis quedaba dentro del perímetro. Y, como es natural, tomaron nota de la declaración de los empleados. «Sí, agente, fue ese mismo día. No sabemos qué inició el fuego, pero el asiento estaba echando humo. Los ocupantes del vehículo no parecían haber sufrido heridas, pero se apresuraron a salir del coche en cuanto se percataron del fuego. Una mujer y un hombre. Sí, me resultaron algo sospechosos y por eso anoté el número de matrícula».
Koichi Kido se recostó en su silla con los brazos cruzados y miró fijamente a Junko mientras esta digería sus palabras. Al otro lado de la mesa, Junko sintió que se le helaba el alma. «Esos pequeños detalles…». En aquel momento, ella no reparó en esos pequeños detalles.
—Pero nadie os siguió la pista, ni a Kazuki Tada ni a ti —prosiguió Koichi—. La policía no interrogó a Tada, ni siquiera registraron su vehículo en busca de daños provocados por altas temperaturas. ¿Y sabes por qué?
Junko se cubrió los ojos con la mano.
—Porque fue un trabajo realizado por nuestros miembros en el cuerpo de policía. Porque estaban en posición de cubrir tu pequeño percance.
—¿Miembros? ¿Cuántos son?
—La policía es una organización muy grande.
—Entonces, supongo que te debo una, ¿no es así? —se mofó ella, mirándolo a los ojos.
—Pero no te estamos pidiendo que cooperes con nosotros por eso, en concepto de compensación —sonrió, revelando unos dientes blancos—. Fue gracias a ese pequeño error tuyo que los Guardianes nos enteramos de tu existencia. Y entonces, emprendimos la búsqueda. Y, por regla general, eres muy buena a la hora de borrar tus huellas. Tras los asesinatos de Arakawa, creímos haberte localizado. Sin embargo, volviste a desaparecer y nuestra jerarquía se sumió en la desesperación. Cuando sucedió lo de Tayama, pensamos que sería nuestra última oportunidad.
—Es porque no llevo equipaje —repuso Junko sin pensárselo dos veces—. Trabajo sola. Puedo ir a donde quiera. No soy como tú, no estoy rodeada por una familia enorme y acaudalada.
—Vivo solo.
—Pero tu padre te paga el alquiler, ¿verdad? Eres su sucesor. Tu apellido posee el carácter kanji que designa «al primero» y, por ende, debes de ser el primogénito.
Por primera vez, distinguió la frialdad en su mirada. «Está enfadado», pensó Junko.
—No soy su sucesor —respondió sosegadamente—. Tienes razón, soy el hijo mayor, pero mi hermano pequeño es quien va a encargarse de la compañía. Él no posee un poder como el mío.
Junko escuchó en silencio.
—Creo que mi abuelo se dio cuenta de ello cuando cumplí los trece años. Hasta ese momento, no había entendido muy bien esas facultades con las que nací. Así que, durante todo ese tiempo, lo oculté. Sin embargo, mi abuelo se puso contentísimo. «¡Vas a convertirte en soldado de los Guardianes!», me dijo. Y fue así como mi futuro quedó sellado. Nadie se quejó cuando dejé el instituto. Se limitaron a sonreír con indulgencia y a cruzarse de brazos, mientras yo no mostraba gran preocupación por encontrar un trabajo. Tengo un empleo ficticio en la Kido Corporation para mantener las apariencias, eso es todo.
Junko se dispuso a añadir algo, pero él la interrumpió.
—Y sí, soy el hijo de una familia acaudalada, pero ¿crees que el hecho de tener dinero es motivo suficiente para no creerme? No pensé que fueras tan estrecha de miras, pero supongo que eres como las demás chicas, ¿sabes?
—No, no soy como las demás chicas —rebatió Junko.
Koichi la miró fijamente.
Junko finalmente se relajó, y le sonrió.
—Supongo que del mismo modo que tú no eres solo un playboy millonario.
Koichi guardó silencio un instante y, entonces, le devolvió la sonrisa.
—Es la primera vez que sonríes.
—Ah.
—Venga, vámonos.
—¿A ver a Kazuki Tada?
Koichi echó un vistazo al reloj y negó con la cabeza.
—No, aún está trabajando. No volverá a casa hasta pasadas las seis. Todavía es muy pronto.
—Entonces, ¿adónde vamos?
Koichi estalló en carcajadas y se puso de pie.
—De compras —dijo, tendiéndole la mano.