Capítulo 10
El apartamento de los Sada quedaba en la de undécima planta de un edificio situado en la lujosa zona de Odaiba. Tenía vistas al mar, era pequeño y estaba atestado de muebles y artículos decorativos. Sin embargo, en su conjunto no resultaba en absoluto asfixiante sino que desprendía un ambiente cálido y acogedor.
Un altar familiar, lugar de descanso por el alma de la hija única del matrimonio, quedaba colocado en un punto bien visible, frente a la ventana del salón.
—¡Yo-chan, la detective Ishizu está aquí! —exclamó con tono alegre la señora Sada mientras se volvía hacia el altar y encendía una vela. Chikako se acercó a la mesa y observó el pequeño retrato de una chica ataviada con su uniforme escolar. Pese a ser una fotografía en blanco y negro, se podía apreciar el aspecto rebosante de salud de la pequeña deportista. Chikako encendió una barrita de incienso y juntó las manos para pronunciar una oración.
Los otros dos detectives la imitaron. Makihara permaneció un rato con las manos juntas. Acto seguido, lanzó una mirada llena de interrogación a la señora Sada.
—No veo ningún kaimyou[7] en la placa.
Esta tan solo lucía su nombre de pila: «Yoko».
La señora Sada asintió y miró el altar.
—Pensamos que ella preferiría que siguiéramos llamándola Yoko y no por uno de esos difíciles nombres que se dan tras la muerte.
Mientras se acomodaban en el sofá de tapizado vivo, Chikako hizo las debidas presentaciones. Al escuchar que Makihara había formado parte del equipo de investigación del caso Arakawa, los padres intercambiaron una mirada.
—Conocimos a muchos integrantes del equipo de investigación, pero su cara no nos suena —apuntó la señora Sada.
—No pocos detectives vinieron a vernos por aquel entonces —añadió su marido.
Makihara dirigió una nueva mirada hacia la placa funeraria de Yoko.
—Sí, sé que durante un tiempo mis compañeros se dedicaron a interrogar a las familias de las colegialas con el fin de recabar información —respondió.
—En realidad, esa es la razón por la que venimos a visitarles —añadió Chikako—. Pero antes, me gustaría escuchar lo que tienen que decir. ¿Ha ocurrido algo?
—Bueno, primero tenemos algo que mostrarle. —La señora Sada se puso lentamente en pie, y se marchó a la habitación contigua. Al poco tiempo, asomó con un puñado de hojas impresas en la mano—. Hemos impreso los e-mails recibidos desde esta mañana, cuando los telediarios sacaron la noticia de los asesinatos de la fábrica de Tayama.
Chikako cogió el fajo de papeles y le echó un vistazo. La mayoría de los mensajes eran cortos, de unas diez líneas aproximadamente, pero algunos ocupaban una hoja entera.
—Si bien todos los miembros de nuestro grupo de apoyo a las víctimas utilizan su nombre real junto con un alias, las demás personas que nos han contactado a través de la página web no se han identificado. Con lo cual, la mitad de los usuarios son anónimos.
Chikako asintió y alzó la vista.
—¿Han encontrado algo en particular?
El señor Sada tendió la mano y señaló en un gesto típico de profesor.
—En la tercera página, segundo mensaje empezando desde arriba.
Era un e-mail remitido por alguien que utilizaba el nombre «Hanako». Chikako leyó en voz alta para sus compañeros.
«Hola. Durante los últimos seis meses, he entrado ocasionalmente en su página web. Esta mañana, los informativos hablan de un nuevo caso algo extraño. Se parece mucho al de Arakawa, ¿no les parece? Les seré sincera. Antes vivía cerca del río Arakawa, no muy lejos del lugar donde se cometieron los asesinatos. Aún iba a la escuela cuando sucedió aquello. Se corrió el rumor de que había una riña entre bandas rivales y que el líder de uno de los grupos iba a nuestro colegio. Las sospechas recaían en un tipo que iba dos cursos por delante de mí. No tengo ni idea de quién es y lo que hace hoy día. Pero quizá quieran indagar un poco en el asunto».
Shimizu debió de haberse dejado llevar por aquel ambiente acogedor que reinaba en casa de los Sada porque, hasta entonces, había estado portándose bien. Pero de repente, su verdadera naturaleza afloró y se manifestó con tono petulante.
—Pero ¿qué es eso? No es más que una pista falsa. Y a estas alturas, es un poco tarde para que nos traguemos esos cuentos. Para empezar, Masaki Kogure había dejado la escuela antes de que sucediese lo del río, así que es poco probable que anduviera metido en una riña con otros gamberros del colegio.
Chikako miró a los Sada, dispuesta a quitar algo de hierro al asunto, pero ambos estaban sonriendo de oreja a oreja.
—Tiene razón, detective Shimizu, la información no parece muy fiable. Pero un poco más adelante… —La señora Sada señaló la página siguiente—. La tal Hanako nos escribió de nuevo. Y esta vez…
En efecto, otro correo electrónico del mismo remitente. El mensaje llegó algo después, por la tarde. Chikako volvió a leer en voz alta.
«He llamado a una vieja amiga durante el descanso del almuerzo. Ella todavía vive en Arakawa, cerca de donde tuvieron lugar los asesinatos. Y claro, conoce más detalles del asunto. Dice que un año después de lo ocurrido, un tipo alto y delgado de unos treinta años acudía con frecuencia a echar un vistazo al lugar de los crímenes. Supuso que se trataba de un policía. Sin embargo, cuando eché un vistazo a su página, me enteré de que los agentes no suelen presentarse solos en la escena de un crimen. Pensé que quizá debiera mencionar la anécdota. ¿Y si encuentran a un treintañero alto y delgado merodeando también por Tayama?».
Cuando Chikako alzó la mirada, interceptó la de Makihara.
—¿Un treintañero alto y delgado, eh? —repitió Chikako.
—Mira, Ishizu, este mensaje no tiene más validez que el anterior —interrumpió Shimizu—. Los homicidios de Arakawa tuvieron lugar hace años. A estas alturas, cualquier dato sobre cualquier tipo… No podemos darle credibi…
Chikako lanzó una débil sonrisa a su compañero. Para silenciarlo. Toda madre japonesa digna de este nombre dominaba esa técnica ancestral para acallar a los charlatanes de sus hijos antes de que acabaran sus frases. Al menos, así lo hacían las de su generación.
—Díganme, ¿hay algo sobre la descripción de ese sujeto que les llame la atención? —preguntó la detective.
La pareja asintió al unísono, pero fue la señora Sada quien tomó la palabra.
—Pensamos que la descripción corresponde con la de Tada.
Sus palabras hicieron que Makihara despegara de inmediato la mirada de las hojas impresas que sujetaba en la mano.
—¿Se refieren a Kazuki Tada? ¿Al hermano mayor de Yukie Tada?
—¿Lo conoce? —La pareja parecía sorprendida.
—Su nombre figuraba en una lista de personas a quienes interrogaron tras el incidente de Arakawa. Una lista de coartadas, y Kazuki y su padre estaban en ella.
—Sí, la madre falleció poco después. Pasó los últimos meses de su vida en el hospital.
—¿Quién es Yukie Tada?
Chikako se volvió hacia Shimizu.
—Yukie Tada fue una de las colegialas asesinadas, como la pequeña Yoko. Su hermano mayor se llama Kazuki —explicó.
La señora Sada retomó el hilo de la conversación.
—La muerte de la pequeña Yukie acabó con la salud de su madre. La familia quedó completamente deshecha. Cuando creamos nuestro pequeño grupo de apoyo a víctimas y familiares, intentamos contactar con Kazuki y su padre para que se unieran, pero insistieron en que los dejásemos en paz. Al parecer, Kazuki atravesó una temporada muy difícil, no lograba sobreponerse. No solemos entrometernos pero, en esta ocasión, seguimos llamando porque estábamos preocupados. Pero de nada sirvió…
—Entonces, ¿ya hablaron con él en persona? —preguntó Makihara.
—Bueno, solo por teléfono. Kazuki abandonó la casa de sus padres y se fue a vivir solo. Trabajaba durante todo el día y llegaba a casa a diferentes horas. Nos dejábamos caer por allí, pero nunca dábamos con él. Aunque no cejamos en nuestro empeño. Queríamos mantener el contacto con él, por si acaso.
—Pero ¿por qué el tipo del e-mail de Hanako ha de ser Kazuki Tada? —preguntó Shimizu cuya intervención constituyó una proeza de sincronización.
—A eso vamos. Pese a rechazar nuestra ayuda poco después del asesinato de su hermana, fue él quien recurrió a nosotros más adelante. Ocurrió una vez abrimos la página web, justo después de lo de Arakawa. Vino a vernos.
—¿Vino aquí, dice? —repitió Makihara, a la espera de confirmación.
—Eso es. Pero no llegamos a entender muy bien lo que pretendía. No quería involucrarse en nuestras actividades ni tampoco parecía estar buscando consuelo o apoyo. Y lo más desconcertante aún es que se le veía profundamente afectado por el asesinato de Masaki Kogure.
—¿Afectado? ¡Qué extraño! Tenía motivos para alegrarse de ello —Makihara frunció el ceño ligeramente—. ¿Parecía perturbado?
—Bueno… algo confuso, sí. Nos hizo esa visita al poco tiempo de que ocurrieran los asesinatos. Aún había mucho revuelo, así que supongo que fue una reacción natural.
—Ya, pero eso no hace de él el misterioso vengador, ¿no creen? —preguntó Shimizu—. Los investigadores que llevaron el caso se tomaron las molestias de verificar las coartadas de las familias de las colegialas. No encontraron nada.
«Típico de Shimizu». Ese tono de voz que despachaba cualquier posibilidad en cuanto a posibles fallos de la investigación. La inquebrantable confianza que profesaba para el gremio junto con el indefectible orgullo de pertenecer al cuerpo debía de hacer de él un tipo muy feliz, reflexionó la detective.
—No, Tada, no —coincidió la señora Sada—. No posee ese tipo de crueldad innata. Pero por otro lado, quería mucho a su hermana y era incapaz de perdonar al asesino. De ahí el estado de abatimiento en el que se encontraba. Si hubiese sido capaz de vengarse de Kogure, no lo habríamos visto tan afligido.
Aquello también podía aplicárseles a ellos mismos, pensó Chikako.
—¿Y entonces? Aparte de esa visita, ¿volvieron a ver a Tada en otras ocasiones? —prosiguió Makihara.
—Bueno, el caso es que el encuentro no salió tan bien como esperábamos. Había algo extraño en él… No sabíamos a qué había venido ni qué quería de nosotros. Incluso mencionó que no le interesaba conocer los detalles de los asesinatos de Arakawa. Añadió que Masaki Kogure se había llevado su merecido, y que no importaba a quién le debía el favor. Eso mismo le había dicho al agente que había ido a preguntarle lo mismo… Ya ven el tipo de discurso —concluyó la señora Sada.
—Dejó claro que no pensaba acercarse a la escena del crimen. Nosotros sí fuimos. De algún modo, no nos quedamos tranquilos hasta que no vimos el lugar en el que Kogure y sus compinches habían muerto. Claro que ya podrán imaginar que no les llevamos flores —añadió el señor Sada.
—Así que, ¿Tada siguió en sus trece? —preguntó Chikako.
—Eso parece. Nos devanamos los sesos una buena temporada. Intentamos averiguar a qué venía una reacción tan distante. Al final concluimos que el chico sufría mucho y que acudió a nosotros con la idea de que quizá le aliviara, puesto que habíamos pasado por lo mismo. Aun así… El caso es que perdimos el contacto de nuevo…
Shimizu hizo una mueca, una especie de preludio para soltar algo como «¿Adónde quieren llegar con todo eso?», así que Chikako volvió a lanzarle una sonrisa acalladora.
El señor Sada se aclaró la garganta y prosiguió:
—Bueno, poco a poco fuimos atando cabos. Nos costó tiempo hacerlo: tras la visita de Tada anduvimos bastante atareados.
Reuniones, organización de la información recopilada, convocatoria de pequeños encuentros… Total, cuando logramos darnos cuenta, habían pasado seis meses. De repente, lo entendimos. Kazuki quería información. Cuando la investigación empezó a estancarse, no tardaron en archivar el caso Arakawa y nuestra página web se convirtió en la única fuente que centralizaba toda la información relacionada. Él sabía que recibíamos datos y cartas desde todas partes de Japón y quería tener acceso a los mismos. Por eso se presentó aquí; quizá con el fin de comprobar si merecía la pena involucrarse en nuestra plataforma. Pero al final, obviamente, concluyó que no.
—¿Y qué quería hacer con esa información? —inquirió Shimizu.
—No lo sabemos. Pero nos hemos hecho una idea al respecto. Puede que pretendiera tener una visión de conjunto de los asesinatos en serie, para poder explorar en detalle la conexión que mantiene con el caso Arakawa. Pensamos que le interesaba averiguar si uno de los responsables de la muerte de su hermanita quedaba impune. Y de ser así, dónde encontrarlo… A esa conclusión hemos llegado.
—Pero eso es competencia de la policía —espetó Shimizu.
—Déjeme recordarle que le dieron carpetazo al caso, ¿cierto? —rebatió el señor Sada, dando en el clavo.
El rostro de Shimizu adoptó la expresión de un niño obcecado.
—Mire, lo que hizo Kazuki Tada por aquel entonces o las intenciones que albergaba… No hay ningún hecho aquí. ¡No son más que especulaciones! —contestó.
—Por supuesto. —La voz sosegada del señor Sada reflejaba la capacidad propia de su oficio para guardar la compostura ante cualquier circunstancia y no por ello ser menos persuasivo. Si la protesta de Shimizu fuera una pelota, el profesor, con mucha destreza, le contestó ejecutando una imparable volea—. Pero tenga en cuenta lo siguiente, detective, y comprenderá por qué nos hemos quedado con la mosca detrás de la oreja al leer ese correo electrónico. Kazuki es alto y, tras los acontecimientos que devastaron su familia, perdió mucho peso. Oímos que se repuso en algún momento, pero lo cierto es que cuando vino a vernos no era más que pellejo y huesos. Así que tras leer el mensaje de la tal Hanako, no pudimos evitar pensar que Kazuki Tada era la persona que merodeaba por Arakawa.
—Ya veo. —La respuesta de Makihara fue mesurada. Algo ajeno a la conversación, seguía absorto en las páginas impresas. A Chikako le llamó la atención.
—Por un lado, nos asegura que no piensa acercarse al lugar de los crímenes de Arakawa, y, por otro, resulta que supuestamente habría acudido en varias ocasiones hasta tal punto que los vecinos de la zona se percataron de su sospechosa presencia. Eso puede confirmar nuestra hipótesis inicial: que Tada pretendía hacerse con información. Y que, por extensión, está llevando a cabo su propia investigación.
—Entonces, si quiere información, tal vez se deje caer por las escenas del crimen más recientes —razonó Chikako en voz alta—. Todo el mundo sabe que existen cierta conexión entre los homicidios de Arakawa y la serie de asesinatos que ha tenido lugar en las últimas veinticuatro horas.
—Sí, por eso queríamos hablar con usted. Hemos pensado que quizá esta vez valga la pena esforzarse por localizar a Tada.
—¿Cuando dicen «localizar a Tada» quieren decir que no saben dónde puede estar ahora? —Shimizu parpadeó, atónito.
—No tenemos ni idea. Poco después de que su madre falleciera, dejó el trabajo, se mudó y, según su padre, no ha aparecido por casa en dos años. Solo llama de vez en cuando.
Chikako supo adonde querían llegar los Tada.
—Entiendo. Andaré con los ojos abiertos y si me cruzo con él, me aseguraré de decirle lo preocupados que están.
El alivio inundó los rostros de los Sada.
—¡Ay, qué maleducada! ¡Se me ha olvidado ofreceros algo de beber!
Cual resorte, la señora Sada se levantó de un salto, pasó junto al altar de su hija y se encaminó hacia la cocina. Las flores que quedaban frente a la placa de Yoko se mecieron a su paso. A Chikako le dio la impresión de que Yoko estaba haciéndole señales, entre risas, como si quisiera decir: «¡Qué cabeza tiene mi madre!».
Mientras tomaban a sorbos el delicioso café que la señora Sada les había preparado, Chikako aclaró la razón de su visita. En vista del e-mail que acababa de leer, la explicación no le llevó demasiado tiempo.
Si la persona que había detrás de la muerte de Masaki Kogure y de aquella serie de nuevos asesinatos se veía movida por la sed de venganza, existía la posibilidad de que enviara algún tipo de mensaje a las familias de la victimas. De hacerlo, no cabía la menor duda de que utilizaría la página web de los Sada. La pareja escuchó con atención las palabras de Chikako.
—Descuide, detective. Filtraremos con sumo cuidado todos los e-mails que recibamos a partir de ahora.
No obstante, Chikako no quería alimentar sus esperanzas, por lo que se apresuró a añadir:
—Pero por favor, no le den demasiadas vueltas. Los asesinatos de hoy han tenido lugar en tres ubicaciones diferentes y bastante alejadas entre sí. Y el número total de víctimas duplica el de Arakawa. El método parece idéntico, pero si se trata del mismo y único asesino, tendremos que averiguar el objetivo que persigue.
El señor Sada frunció el ceño y desvió la mirada hacia la foto de su hija.
—Tiene razón, ya habido demasiadas muertes…
—¿Han sido identificadas las víctimas de hoy? —preguntó la señora Sada.
—No, aún no.
—Cuando lo hagan, habrá determinados factores a tener en cuenta. Por lo pronto, tendremos que considerar si las nuevas víctimas tenían cuentas pendientes con la justicia o si, al contrario, eran inocentes —apuntó el señor Sada.
La pareja invitó a los detectives a cenar, pero estos declinaron la oferta y se marcharon. Shimizu insistió en que tenía que devolver el coche.
—Bueno, supongo que tomaré el nuevo monorraíl de Yurika-mome para volver a casa —dijo Chikako.
—¿No vas a pasar por la central? —quiso saber su compañero.
—No merece la pena. De todos modos, ya han comunicado la orden de que la Brigada de Incendios se mantenga al margen. Iré a casa y redactaré un informe para el capitán Ito.
—Yo también me voy a casa —dijo Makihara.
Shimizu esbozó una mueca que venía a decir: «Nadie te ha preguntado». Chikako aún sonreía para sus adentros cuando los focos del coche de la brigada desaparecieron tras una esquina.
—¿Qué le ha parecido el encuentro con los Sada? —preguntó Chikako al reparar en la expresión de melancolía en el perfil de Makihara. El matrimonio le había dado las hojas impresas y las llevaba bajo el brazo. Cuando el viento invernal sopló, su abrigo y las hojas ondearon al unísono.
—No consigo sacarme de la cabeza a ese Kazuki Tada —respondió con evasivas.
—Sí, me pregunto qué pretendía con todo aquello. Me cuesta creer que él solo pueda llegar al fondo del caso Arakawa.
Chikako emprendió la marcha. Makihara la siguió un paso por detrás, sumido en un silencio sepulcral. Supuso que tomaría el tren con ella, pero cuando la estación de Odaiba asomó a lo lejos, él se despidió.
—Bueno, aquí la dejo. Muchas gracias.
—¿No va a tomar el tren?
—Prefiero caminar un rato.
—Pero si hace un frío que pela…
—Necesito ordenar mis pensamientos.
Pero cuando Chikako se disponía a preguntar lo que tenía en mente, Makihara se apresuró a añadir:
—No puedo dejar de pensar en ese tipo. ¿Qué se propone Kazuki Tada?
Y antes de que Chikako pudiese asimilar la pregunta, él ya se había esfumado.