Capítulo trece
Margaret Dole estaba esperando a Kate fuera, en el aparcamiento. Empezaba a oscurecer y el frío se había disipado. Era una de esas noches en las que el tiempo acaba por amainar, y había escampado hacía ya un rato. Kate confió en que se mantuviera despejado, no soportaba el frío intenso, especialmente cuando tenía que trabajar más horas. Acababa siendo deprimente. Kate suspiró para sus adentros cuando la vio pero se forzó a sonreír y dijo jovial:
—Y bien, Margaret, ¿qué puedo hacer por ti?
Margaret puso una sonrisita que dejó ver unos dientes ligeramente amarillos. Era una fumadora empedernida, como muchos miembros de las fuerzas de seguridad, formaba parte del trabajo y la ley antitabaco no consiguió cambiarlo. Simplemente había convertido los patios de las comisarías en un enorme cenicero.
—En realidad se trata más bien de qué puedo hacer yo por ti.
—¿Ah, sí? Cuéntame —dijo Kate intrigada.
Se apoyó contra el coche y esperó con paciencia. Su instinto le decía que aquello iba a ser interesante. Margaret era muchas cosas, pero no era ninguna tonta, al menos a nadie se lo parecía.
—Vamos a algún sitio y tomamos un café, ¿quieres? Es que el asunto que quiero tratar contigo es mejor hablarlo sin oídos indiscretos.
Kate se quedó aún más intrigada por las palabras de Margaret y su tono. Sonrió ampliamente y le respondió con calma:
—Eso suena a que vamos a necesitar más bien una copa, una de verdad. ¿Tienes alguna preferencia?
Patrick no estaba demasiado contento. Echaba de menos a Kate. Ese era el quid de su problema. Salía por ahí como un juerguista de geriátrico, y eso empezaba a superarle. De hecho, empezaba a atacarle los putos nervios; las mismas caras, los mismos olores, las mismas historias mohosas de guerra que había oído ya un centenar de veces. Su hígado estaba a punto de hacer las maletas e irse de vacaciones con un merecido descanso, y tenía una erupción en sus partes que le estaba sacando de quicio. El médico le había dicho que se trataba de una infección de hongos y le dio una crema. Se quedó aliviado al saber que no había contraído nada sospechoso, y se sintió mal por haber dado por hecho que era Eve la que le había contagiado algo non sancto, unas purgaciones. En el fondo de su corazón, Pat sabía que Eve no era la culpable, pero hasta que descubrió que se debía a su reciente afición a la ropa interior sintética ajustada tipo Speedo, no logró la calma suficiente para ver las cosas racionalmente. Resultaba embarazoso para un viejo como él.
En general, no obstante, y como era realista, tenía que decirse a sí mismo la verdad por dolorosa que fuera. Quería recuperar a Kate. Deseaba aquel cuerpo que había llegado a conocer tan bien, su conversación, de la que disfrutaba, aquella capacidad de argumentación cuando se la desafiaba. Ahora valoraba mejor su necesidad de mantener aquel trabajo que le concedía a él mucho tiempo libre para jugar al golf y oír música. También echaba de menos las comidas que preparaba Kate, el vaso de vino juntos al final del día, echaba de menos la compañía. Para su disgusto, no habían viajado más, hecho más cosas juntos, y en aquel momento en concreto hubiera aceptado su vuelta bajo cualquier condición.
¿Entonces qué coño iba a hacer con Eve? Que, para ser justos, también tenía sus encantos. No quería hacerle daño, y sabía que la situación con Danny podía ponerse un poco tensa, al fin y al cabo era su hermana, aunque seguramente no montaría una jodienda monumental por ello. Pero respetaba al chico, y aún más ahora que había sabido arreglar el asunto de los O’Leary.
Otra vez le picaba el cuerpo, y se fue a uno de los baños de la planta baja para ponerse más crema. De pronto se percató de la incongruencia de la situación: había sobrepasado con mucho la edad de jubilación, tenía una erupción en sus partes y temía la llegada de su joven amiga. Era hora de tomarse las cosas en serio y arreglar aquel desgraciado puto lío de una vez. Decidió que lo que necesitaba era que Kate volviera y recuperar su antigua vida. La echaba de menos, echaba de menos la normalidad, saber que, aunque se estuviera haciendo viejo, eso no importaba tanto si estaban juntos. Al fin y al cabo, Kate ya no era una jovencita. Su romance con una segunda juventud se había terminado, y nunca le había gustado especialmente la primera. Ahora que había aclarado sus ideas, se sintió más cómodo. Lo único que tenía que hacer era trazar un plan y ponerlo en marcha. Abrió la botella de whisky y se sirvió una copa.
Lo primero que estaba en la agenda, sin embargo, era deshacerse de Eve. Algo que tuvo la sensación que sería más fácil de decir que de hacer.
El comisario jefe Lionel Dart casi reventaba de gozo. Por fin había descubierto algo que cargarle a Kate Burrows, o la fulana de Patrick Kelly, como prefirieras llamarla. Que tuviera que doblar la cerviz ante Patrick aquí o allá, se lo esperaba, venía incluido en el precio. Ningún comisario jefe que se preciase iría a ninguna parte en este mundo sin que le echaran una mano los tipos duros importantes de la localidad. Así funcionaba el mundo. Se trataba de palmear espaldas, ganar un sueldo decente y asegurarse de que iban a la cárcel los delincuentes que convenía que fuesen.
Mientras Patrick triunfaba con Kate, Lionel se vio obligado a quedarse quieto, porque interesaba tenerlo contento. Algo que casi todo el mundo comprendía enseguida que era importante nada más conocer a Pat.
Pero Kate..., ahora era otra historia. Lionel era lo bastante sincero como para admitir que lo que de verdad contaba era la actitud de ella respecto a él. Teniendo en cuenta que vivía con ese hombre, la idea de desaprobar sus relaciones con Patrick era algo inimaginable. Así que, ¿qué pasaba si se concedía a sí mismo algunas prebendas? No era un secreto, le gustaban las cosas buenas de la vida. También le gustaban esas relaciones, por las razones más evidentes. Te otorgaban un cierto caché mientras que al otro le permitían ciertas libertades que en otro caso no podría disfrutar.
Lionel era un hombre mezquino por naturaleza. Era también un hombre frustrado, que sabía que se había vendido demasiado pronto y que por esa razón su carrera le había llevado a terminar sus días en un agujero de mierda como Grantley. Había puesto toda la carne en el asador, y como muchos otros antes que él descubrió demasiado tarde que la satisfacción personal era lo que de verdad contaba. Así que había echado a perder su vida y ya no podía hacer nada para cambiarla. Se había hecho la cama y lo último que quería hacer era tumbarse en ella, y especialmente con la mujer con la que llevaba casado todos aquellos años, una mujer que decía unas cosas que harían subir la tensión a un sordo.
Pero ahora esperaba con impaciencia poner a Kate Burrows en su sitio con toda firmeza, y aunque era algo infantil y mezquino, no le importaba. Sentía que ese momento ya había tardado demasiado en llegar.
Jemimah Dawes siempre había sido una insensata, pero la muerte de sus amigas la había hecho entender lo realmente peligrosa que era su vida. Gracias a Miriam, iba siendo consciente de que existía un camino diferente, un modo de vida distinto, tal vez no tan lucrativo pero, sin la menor duda, más seguro. Sin la incomodidad de unos hijos, y sin ningún familiar realmente cercano, sentía que tenía una buena oportunidad para empezar de nuevo.
De hecho, gracias a Miriam y a sus contribuciones del fondo de la iglesia, se estaba preparando en serio para dar el salto. En aquellos tiempos borrascosos setecientas libras no eran exactamente una fortuna, pero, junto con el dinero que tenía ahorrado, le ayudaría a emprender un nuevo camino en algún lugar que le atrajera. Y una opción era España. Podría trabajar en un bar o incluso, pensó con una sonrisa, volver a su ocupación habitual, solo que esta vez sin la carga añadida de un puto chalado de narices en el horizonte.
También ella había sido víctima de tener un tío muy extraño como cliente, y en algún lugar de su mente se preguntaba si no sería precisamente ese hombre el responsable de la muerte de las otras chicas. Sabía que andaba por allí desde hacía mucho tiempo y que unas cuantas chicas se negaban a tener tratos con él. Por desgracia, siempre había otras dispuestas a correr el riesgo. Y era porque tenían la sensación de que se merecían lo que les sucediera, aunque no lo admitieran exactamente, por supuesto, pero era algo que había descubierto hacía ya mucho tiempo. La mayor parte de las chicas del oficio se sentían despreciables, y eso era algo de lo que se convencían gradualmente, con el tiempo.
La verdad es que ella sí que quería cambiar. Solo que era incapaz de ver cómo podría sobrevivir con una décima parte de sus ingresos semanales. Le gustaba la ropa buena, tener una casa agradable y la seguridad que le proporcionaba el dinero. Le gustaba su dirección actual, tenía un buen interfono y era de lo más elegante. Nunca había cometido el error de llevar a nadie a su casa, todos sus vecinos creían que trabajaba de crupier.
Pero aquellos días Jemimah estaba verdaderamente nerviosa, y lo que necesitaba era justo empezar de nuevo. También había cabreado a algunas de las que se decían sus amigas al olvidarse de comunicarles algunas llamadas que habían recibido y quedarse ella con los clientes. Así que comprendió que estaba viviendo un tiempo prestado por lo que respectaba a las otras chicas y se dio cuenta de que iba a ser necesario abandonar pronto la ciudad de Grantley para desplegar sus encantos en un lugar completamente distinto. Atendería a un último cliente, un habitual, la primera y única vez que llevaría a uno a su propia casa, y luego Miriam pasaría por allí para soltarle su sermón y, con un poco de suerte, la pasta que le había prometido. Después consultaría los vuelos. No había prisa.
Eve se preparaba para su cita con Patrick. Estaba contenta con el vestido que había escogido, uno ajustado de seda negra que se marcaba allí donde se pegaba aunque sin revelar nada que no quisieras que viera tu abuela. Sabía que era un sexo con patas, y los zapatos de tacón alto negros con tiras le daban el visto bueno final.
Patrick era un hombre que le gustaba muchísimo, y no le importaba demasiado que fuera mucho mayor que ella. Hablaba bien, aunque a veces sus opiniones eran un tanto anticuadas, pero claro, eso era de esperar. Era también un hombre que podía hacer maravillas por ella y por su carrera. No se oponía al hecho de que una asociación con Patrick Kelly le abriera todas las puertas posibles. Pat era un hombre reflexivo e inteligente y ella sabía que había comprendido que se interesaba verdaderamente por él y le gustaba su compañía. También se daba cuenta de que para él ella era como una pluma en el sombrero. No había muchos hombres en aquel ambiente que la hubieran rechazado. Lo sabía bien, ella sí que había rechazado a bastantes en su momento. A él también le gustaba que la chica lo entendiese a él y sus negocios. Leyendo entre líneas, Eve tenía la impresión de que a Kate la había mantenido en la inopia en lo referente a unos cuantos asuntos.
Se puso otra capa de brillo rojo en los labios; aquel vestido pedía un look de vampiresa: labios rojos y mucho rímel en las pestañas. Por suerte, ese look le favorecía. Se había recogido el pelo en un moño bien hecho y colgado unos aretes de brillantes en sus delicadas orejas.
Se estudió en el espejo de cuerpo entero y tuvo que admitir, sin asomo alguno de presunción, que era una mujer muy, muy guapa. Siempre había sabido que eso la llevaría lejos, y así había sido, más lejos aún de lo que imaginara. Aunque su hermano tenía una gran parte de responsabilidad en ello, y por eso lo quería tanto.
Pero al evaluar su futuro como amante de Patrick Kelly, sintió que la sangre se le aceleraba en las venas. Si jugaba bien sus cartas, y era una jugadora de cartas experta, podría esperar disfrutar de una nueva vida. Una vida fácil, adinerada, que podría otorgarle una posición que le garantizara una vida respetable. Sabía que eso, en opinión de la mayoría de la gente, era de mal gusto. Sin embargo, pensar en el futuro siempre había sido uno de los puntos fuertes de Eve. Y, viniendo de donde venía, había sido también algo que le había impedido caer por el barranco y la había llevado a donde estaba hoy. Entendía perfectamente lo dura que podía ser la vida si no planeabas el futuro, bastaba con mirar a todos esos cabrones que nunca habían pensado en su vejez.
Bien, ella pensaba en eso todos los días de su vida. Como Danny había dicho una vez, no me importa hacerme viejo, lo que no quiero ser es viejo y pobre. Bueno, pues ella no quería ser pobre, y punto. Ya lo había sido y se acabó. Siempre le hacía sentir la gente de éxito que peroraba sobre sus orígenes humildes. Es gracioso, pensaba siempre, cómo unas cuantas libras hacen que la pobreza se presente como algo tan puñeteramente honorable, una declaración de principios. La verdad es que la pobreza era una mierda, y cualquiera que no estuviera de acuerdo con ella es que necesitaba tratamiento psiquiátrico serio.
Eve fue hasta la puerta. No llevaba ropa interior debajo del vestido y la sensación de la seda contra el cuerpo al caminar era muy sensual, se oía el leve crujir que le decía que, si alguien tenía interés en saberlo, la respuesta es que llevaba puesto aproximadamente tres de los grandes. Tres de los grandes era barato, a mitad de precio, porque sabía que aquel vestido la hacía parecer la chica de un millón de dólares. Confiaba en que el esfuerzo no pasara desapercibido a Patrick, a él le gustaba ver que tenía clase.
Tenía que dejarse caer por el club, arreglar unas cosillas y luego ir a casa de Patrick. Como era una mujer progresista, nunca se llevaba traje de baño, prefería bañarse desnuda sabiendo que él la miraba y sabiendo que no podría dejar de mirarla. Toda su vida había impresionado a hombres así, y le encantaba el poder que eso le concedía sobre mujeres menos impactantes, menos femeninas. Si lo tienes, no te exhibas hasta que aparezca el hombre adecuado, y entonces exhíbete en todo lo que vales. Esa era una sentencia que Eve consideró digna de aparecer en una camiseta.
A Peter Bates se le veía avergonzado y Patrick sintió ganas de reírse de él al ver lo callado que entraba en la casa. Parecía alguien que no estaba seguro de si debía quitarse los zapatos o no.
—Bien, bien, bien. ¿Qué te trae por aquí? Buenas noticias, espero.
Al oírlo Peter sonrió.
—No me jodas, Pat, creí que te estabas convirtiendo en poli. No necesitamos más que un hola, hola, hola y ya tenemos al hermano pequeño de Sherlock Holmes.
Patrick se rió a su pesar. Peter era gracioso, de eso no había duda.
—Sherlock Holmes no era policía, jodido ingrato, era un puto detective amateur que le daba a la coca. Un poco como el viejo Lionel del Billery del final de la calle. Le gusta meterse una raya y es un puto amateur. Y ahora vayamos al grano, ¿tienes el jodido dinero?
Patrick vio cómo su viejo colega suspiraba. Conocía a Peter de toda la vida y vio que ahora se estrujaba los sesos preguntándose cuál sería el mejor modo de comunicar las noticias. Pat quería a Peter, pero no se fiaba ni un pelo de él. Nunca se había fiado, y por eso sabía más de sus trampas de lo que les convenía a cualquiera de los dos.
—Por lo que puedo deducir, Desmond aparecerá flotando por el Támesis cualquier día de estos. Lo han dejado para que lo encuentren, no sé si lo pillas. Conociendo a ese mamón, seguro que se metió detrás de una roca, algo que tendría que haber pensado cuando todavía respiraba. En fin, que pierdo el hilo. Su mujer no es que podamos decir que está cooperando mucho, por cierto. De hecho, me atrevería a decir tanto como que está siendo una zorra insolente. Bueno, en realidad ahora como una zorra insolente muy asustada. He oído que el joven Danny se pasó por allí a primera hora de hoy y que la dejó, cómo podría decirlo, preguntándose por la mejor manera para salir de la situación tan seria en la que se encuentra metida. No hace falta decir que la desaparición de su marido no le molestó ni la mitad de lo que a él le hubiera gustado. De hecho, me parece que la tía lo considera una especie de premio. Sabiendo lo que sabemos ahora, podemos apreciar sus sentimientos, claro. Sin embargo, por el lado bueno, su pájaro está destrozado en todos los sentidos. Así que como mínimo hay alguien que lamenta su repentina desaparición. Seguro que la vieja esta empezará a atenerse a las normas mañana como muy tarde.
—¿Entonces cuáles son las malas noticias?
Peter sonrió porque esperaba que Patrick hiciera precisamente esa pregunta.
—Quiere más dinero del que estamos dispuestos a darle y ha reservado billete en un vuelo a Israel para mañana, y cree que no lo sabemos. No está mal. Todos lo intentamos, como bien sabes. Sin embargo, yo le señalaría a esa tipa que si no se ajusta a las normas acabará tirada en el Monte de los Olivos con un pedrusco diez veces más grande que el de José de Arimatea encima de los huesos de su cadáver. Como ya dije, para mañana a la hora de comer tendríamos que tener la guita. Es una tía dura de pelar, y valoro que lo haya intentado, eso demuestra coraje. Lo que me fastidia es que fuera lo bastante boba como para pensar que íbamos a dejarla salir volando con un paquete gordo de pasta robada. Quiero decir, ¿es que no aprendió nada de su marido todos estos años? Que él desapareciera debería haberla alertado del peligro que entraña intentar birlar la tela a tus socios. Si no se hubiera quedado a esperar el seguro, esa puta tonta estaría ya calentita y en casa.
Patrick se echó a reír, a reír de verdad. Solo que Peter no lograba seguir allí y compadecerse de alguien por no saber rematar la jugada. Así que sonrió y dijo muy serio:
—Ese Danny es un buen chico. Tengo que quitarme el sombrero, ha tranquilizado a todos los que estaban involucrados, ha recuperado el dinero y nadie se ha quedado demasiado descontento. Si no fuera un mamón tan guapo, puede que hasta empezara a gustarme de verdad. La hermana tampoco está nada mal, pero ahí sí que estoy seguro de que predico a los convertidos, ¿verdad?
Patrick sabía que mucho de lo que decía Peter era debido a que él salía con Eve. Su relación con ella otorgaba un peso adicional a la posición del joven Danny, y lo entendía. Él hubiera pensado exactamente lo mismo si estuviera en el lugar de Peter. Era otra razón para acabar ya con esa relación, antes de que llegara demasiado lejos. Eve era una chica encantadora, y tenía una gran opinión de ella, pero la pausa para el té se había acabado y quería volver a la normalidad lo antes posible. Solo esperaba que Kate sintiera lo mismo que sentía él.
Una cosa sí que sabía Pat con seguridad, sin embargo. Había conjurado un gran desastre. Por mucho que le gustase Desmond, y le había gustado, si él hubiera puesto sus manos sobre el mamón antes que los O’Leary, no estaba seguro de haber sido tan indulgente. Hay personas que parece que siempre lo llevan todo demasiado lejos, que parece que nunca saben cuándo decir basta. Sin embargo, aquí, el error fue haberse descuidado. Pero en fin, eso no era algo que fuera a pasar de nuevo en el futuro.
Había confiado ciegamente en Des y, como siempre decía Kate, la confianza era estupenda entre parejas, pero en los negocios nunca estaba de más echar un vistazo de extranjis a los libros de vez en cuando.
Su Kate era realmente sagaz, ya lo creo, y por mucho que le hubiera molestado, no nos equivoquemos, pues casi le había hecho enloquecer de puta rabia, en el fondo sabía que no había ninguna otra persona en la que realmente fuera capaz de confiar al cien por cien. Y considerando que era de la pasma, la cosa era una hazaña considerable. La ira era algo extraño: una vez extinguida, lo único que quedaba, la mayoría de las veces, era la verdad. Y la verdad de todo aquello era que se sentía como un hombre que se ahoga por no tener la influencia estabilizadora de ella, por no contar con su enfoque equilibrado de la vida. Sabía que podía contarle lo que fuera y ella continuaría a su lado, justo mientras él se tomase el tiempo de contárselo, justo mientras ella no lo descubriera antes que él. Porque esa clase de confianza era imposible de comprar, e incluso más difícil aún de encontrar en el mundo, especialmente en su mundo.
Pat sirvió dos coñacs generosos y le pasó una copa a Peter Bates, que en ese momento supo que ya casi estaba perdonado. Pero solo casi, porque llevaría un tiempo recuperar la camaradería habitual. Sin embargo, confiaba en que si agachaba la cabeza y movía el culo y trabajaba duro, acabaría por ser perdonado del todo. Había aprendido bien la lección. A ver si lo recordaba.
Annie y Kate estaban por fin en casa y ambas eran conscientes de que tenían que hablar seriamente de lo que había sucedido ese día.
—Voy a tomar un vaso de vino, ¿quieres uno?
—Creo que lo necesito, ¿y tú? —dijo Kate con una sonrisa amable.
El ataque de euforia de Annie había desaparecido hacía un buen rato y ahora sentía que le invadía de nuevo la vergüenza al recordarlo. Sabía también que así era la naturaleza humana, que las mejores personas podían albergar malos sentimientos. Aceptó que ese no había sido su mejor día, pero se consoló pensando que al menos había tenido grandeza suficiente para comprenderlo.
—Creo que Patrick tendrá algún tipo de explicación. Pat no es tonto, de ninguna de las maneras. Y en cuanto a esa chica, no era exactamente una jodida campeona de Mastermind, así que no empieces a sumar dos y dos y decir que son doce.
Kate dio un trago al vino agradeciéndole a Annie su intento por hacer que se sintiera mejor.
—Tú y yo sabemos que lo que nos contó equivale a asociación de delincuentes, y si Pat entra en asociación a través de los pisos y las chicas, convendría que lo explorásemos. Como policía, deberías estar investigando ya en esa línea, aunque yo no lo haga.
Era un desafío y ambas lo sabían.
Annie se encogió de hombros. Vio que Kate intentaba ser justa con ella, intentaba decirle que la entendería perfectamente si decidía profundizar en esas revelaciones. Kate intentaba hacérselo más fácil y siempre le estaría agradecida, se daba cuenta de lo difícil que aquello tenía que ser para Kate. Se dio cuenta también de que, pasara lo que pasase, siempre podría confiar en que Kate haría lo que había que hacer, no necesariamente lo mejor para ella en lo personal pero sí lo que había que hacer de todas formas.
Annie rellenó los vasos de vino y encendió un cigarrillo antes de contestar.
—Escucha, colega, creo que lo que nos han contado hoy no tiene relación ninguna con este caso. Patrick Kelly tiene algo que la mayoría de los hombres en su posición no tienen: te tiene a ti. Mira, Kate, te conozco lo suficiente para saber que si creyeras que Pat sabía algo que mereciera saberse de este caso, en estos momentos estaríamos ya delante de su casa con una orden de registro y una buena cantidad de refuerzos. Así que ese instinto que tú siempre me dices que tengo que escuchar me dice que me olvide de lo que nos dijeron y continúe con el trabajo que tenemos entre manos. Naturalmente, si surgiera alguna cosa distinta, no tendríamos elección y habría que investigarle. Pero hasta entonces, estoy convencida de que debemos dejar las cosas como están.
Kate se sintió invadida de gratitud. Estaba enfadada con Pat, de eso no cabía duda, pero no tenía ningún deseo de verlo humillado por culpa de las palabras imprudentes de una jovencita. Si acaso, ella respondería personalmente de su conducta al respecto. Porque sabía que Pat no había tenido nada que ver con la gestión cotidiana de las prostitutas. Que todo había sido cosa de Peter Bates.
—No te sientas obligada a hacer algo por mí, Annie. No iba a reprochártelo de ninguna manera, modo o forma. Recuérdalo.
Entonces Annie sonrió. Una sonrisa verdadera, auténtica.
—Si he de serte sincera, Kate, creo que lo que nos hace falta es devolver el pasado a su sitio, o sea, al pasado. Ya tenemos bastante con lo que bregar sin necesidad de enturbiar las aguas con pistas que no nos llevarán a ninguna parte.
—Brindo por eso.
Mientras chocaban los vasos, sonó el teléfono. Annie fue a contestar, algo a lo que a Kate le seguía resultando difícil acostumbrarse. Aunque aquella casa era suya en sentido estricto, tenía que recordarse que a todos los efectos ahora era casa de Annie.
Kate notó cómo la tensión desaparecía de su cuerpo con un alivio casi tangible. Pese a todos los defectos de Patrick, no quería ser el heraldo de su caída. Y por mucho que a veces sintiera impulsos de hacerlo caer a tierra con un golpe potente, le seguía importando lo suficiente como para querer que no sufriera ningún daño. Y, especialmente, un daño que podría evitarse fácilmente, bastaba que los implicados recordaran que se trataba de un figura, sin duda, pero no de un mierda. Puede que anduviese en el límite, pero siempre había tenido a gala asegurarse de que entre él y cualquier prueba incriminatoria directa mediaran al menos tres personas. Sería muchísimas cosas, menos un imbécil.
Pero seguía escociéndole saber que la había sustituido tan rápido. Así que ahora se preguntaba si no se habría quedado más que contento en secreto de que lo hubiera plantado con tanta prisa. En la oscuridad de la noche, cuando el sueño no llegaba y la soledad la rodeaba, se preguntaba si no habría hecho su juego justamente con doble intención y traición.
Kate sabía que estaba en una edad en la que su aspecto, aunque todavía aparente, ya no bastaba para retener a un compañero a su lado, pero siempre había pensado, siempre había creído, que Pat y ella eran algo más que eso. Al parecer, estaba equivocada. Por mucho que doliera saber que ya no te quería la persona a la que amabas por encima de todo lo demás, eso no te impedía seguir preocupándote por ella. Los sentimientos profundos son imposibles de borrar de la noche a la mañana. Y especialmente cuando esos sentimientos eran todo lo que habías conocido durante muchos años, tantos que te asustaba ponerte a contarlos. Pat había sido todo para ella, y creía que estaban destinados a pasar juntos el resto de sus vidas.
En ese momento volvió Annie de la cocina con una expresión de incredulidad absoluta en la cara y todo el cuerpo vibrando de entusiasmo.
—No te lo vas a creer, Kate. Ni siquiera estoy segura de creérmelo yo misma.
Kate percibió el tono de incredulidad total en la voz de Annie y sintió que aquel fervor repentino de Annie cargaba su cuerpo de adrenalina.
—¿Qué, Annie? ¿Creer qué?
—¡Coge el abrigo y ven conmigo! Creo que esto puede ser justo el comienzo que buscábamos. ¡No te lo vas a creer, te lo aseguro!
Las dos salieron precipitadamente de la casa y Kate dio gracias a Dios por enviarle algo con lo que apartar la mente de sus problemas aun cuando supiera que ese podía ser un precio muy alto a pagar por la tranquilidad de su espíritu.