Capítulo once
—¿Te encuentras mal, Kate? Estás horrible.
—¿Ah, sí? Pues bueno, Annie, gracias por indicármelo. Te lo agradezco de veras.
Annie se dio cuenta de que allí estaba de más y aprovechó la oportunidad para subir a ducharse. Kate parecía preocupada. Tuvo la impresión de que se trataba de algo relacionado con Patrick y comprendió que si Kate quería hablar de ello, cosa que dudaba mucho, lo haría cuando se sintiera con ánimos.
En la cocina, Kate cerró los ojos con fuerza, tenía resaca y se sentía fatal, las sienes le latían y las manos le temblaban. Había seguido bebiendo después de que se marchara Jennifer y se había terminado ella sola el coñac que quedaba. Sabía que si no no podría dormir.
Seguía viendo a Patrick con Eve, seguía imaginándolos juntos en la cama. Comprendió que no podía competir con Eve de ninguna forma. O al menos de ninguna que importara; Pat buscaba algo nuevo, algo distinto. Eso era evidente. Si Patrick ya la había sustituido, Kate tuvo claro que había pasado a la historia, y eso era algo que no se sentía dispuesta a aceptar todavía. Todavía era demasiado pronto, todo estaba demasiado en carne viva para asumirlo. Dios sabía que Pat tenía todo el derecho de enfadarse con ella, pero nunca hubiera pensado, ni por un segundo, que la sustituiría por otra tan rápidamente. Y mucho menos, una mujer tan hermosa, alguien que tenía el valor añadido de ser familia de su casi hijo adoptivo, pues eso exactamente era Danny Foster para él. En ese momento lo entendió, era el hijo que nunca había tenido; en todo caso, el que nunca había tenido con ella. Tal vez tuviera más suerte con Eve, igual formaba una familia nueva a una edad en que debería tener nietos. Pat no utilizaría a la hermana de Danny solo para el sexo, seguro que respetaba demasiado a Danny para hacer una cosa así.
Ya pintaba bastante mal que Desmond anduviera engañándolo, y se dio cuenta de que tenía que llegar al fondo del asunto aunque no fuera más que por seguir el impulso de su espíritu, curioso por naturaleza. También le interesaba saber en qué más andaba metido. Aquello era algo gordo, y tenía la impresión de que Patrick no era tan sagaz como se había creído. Con los años se había ablandado, y eso lo había hecho vulnerable, aunque él no lo creyera y siguiera pensando que era el gran chamán. Era gracioso constatar que ningún hombre pensaba nunca que se había quedado fuera de onda, por lo menos hasta que era demasiado tarde.
Y encima, ahora sabía que los O’Leary estaban en el ajo, así que comprendió que los aprietos de Pat eran serios. Eran como la tribu de los Brady con machetes, aunque Patrick no se diera cuenta. Les tenía aprecio, y así debía ser, habían sido camaradas durante años. O al menos, él lo había sido. En esos momentos Desmond debía de estar cagándose de miedo. Estaba a punto de que le cortaran la puta cabellera, y eso por decirlo suavemente.
Puede que Patrick se hubiera ablandado con los años, pero no era hombre que fuera a permitir que alguien quedara por encima de él. Y especialmente alguien en quien había depositado su confianza. Kate conocía a Patrick mejor que nadie, mucho mejor que esa chica joven con la que se había ido.
Oh Dios, la idea de imaginarlos juntos era una tortura. Solo de pensarlo se sintió enferma, a pesar de que no podía hacer nada al respecto. Pat la había cambiado por alguien más joven, lo que no tenía nada de particular en el caso de los hombres, era solo que nunca lo hubiera imaginado capaz de hacerle eso a ella. El impulso de acercarse a su casa y tener unas palabras con él era poderoso, y se sintió casi dispuesta a matar por el dolor y la traición. Quería aplastarle la cara, hacerle daño de verdad. Quería preguntarle si se había llevado a aquella chica a la cama que habían compartido durante tantos años. Quería preguntarle si sabía cuánto daño le había hecho, cómo la había destrozado actuando así. Pero no encontró fuerzas para decidirse a hacerlo. Ella también tenía su orgullo, y en aquellos momentos era prácticamente todo lo que tenía. Y ahí sí que no iba a transigir. Era todo lo que le quedaba, literalmente.
Mientras se servía otro café sonó el teléfono, y Kate lo descolgó temblorosa. Tenía la sensación de estar viviendo una pesadilla, y lo que le molestaba era que la pesadilla la construía ella.
Flora O’Brien era una chica muy bonita. Era muy agresiva, pero los rasgos finos y los movimientos angelicales ocultaban su auténtica naturaleza. A todo el mundo le gustaba, aunque nadie la conocía de verdad. Procedía de Newcastle on Tyne y venía de una familia con una madre lunática que se prendaba sistemáticamente de hombres que la fecundaban y a continuación la dejaban tirada a toda prisa y dos hermanos que estaban en el límite de capacidad intelectual. Flora se marchó de allí tan pronto como se sintió capaz. Los dos hermanos eran como su madre, discapacitados mentales, estrechos de miras y sin siquiera el sentido común de alejarse de aquella madre mentirosa y posesiva. Flora aprendió a cuidar de sí misma, y tenía a gala hacer exclusivamente eso.
De manera que cuando abrió la puerta del piso donde trabajaba tres días por semana no se esperaba el panorama que se encontró. Ver a la pobre Sandy de aquel modo fue un auténtico mazazo, le gustaba aquella chica, la admiraba. Aunque no es que le importara realmente; siempre sería como con los otros miembros de su familia, algo entre ella y su vida, y lo que quería.
Así que en vez de telefonear a la policía sobre la marcha, o por lo menos a algún responsable del piso, los que le brindaban un lugar donde trabajar, eliminó de la casa cualquier cosa que la relacionara con ella y luego se marchó y cerró bien la puerta tras ella. Así que no fue hasta horas después cuando Flora sintió la necesidad de comunicar que su amiga y colega yacía allí tirada completamente sola. Finalmente, dio la noticia a Jennifer James llamándola por teléfono desde una cabina del Watford Gap. Le dio la noticia a Jennifer y colgó el aparato antes de que pudiera preguntarle nada. Después se tomó un café, picó algo y encaminó sus pasos ya hacia nuevos territorios.
Flora no sentía ningún cariño, no la unía ninguna relación afectiva con la joven Sandy. ¿Por qué iba a sentirlo? Después de todo, como su madre les había enseñado a los tres desde muy pequeños, nadie importa nada a no ser que se le pueda utilizar para algo.
Para cuando llegó a Liverpool, ya tenía un nuevo nombre y una nueva fecha de nacimiento, y había olvidado la escena de la muerte de su amiga incluso antes de entrar en la M1. Pensaba ya en qué le depararía el futuro y no tenía la menor intención de volver al pasado. Lo sentía mucho por Sandy, pero al mismo tiempo no estaba dispuesta a permitir que su desgracia le afectase a ella.
—¿Me estás diciendo que fue una llamada anónima?
—Bueno —asintió Annie—, no tan anónima. Jennifer dijo que estaba segura de que era la chica que tenía que hacer el turno siguiente. La he buscado en los ordenadores y usa más alias que el chófer de un ladrón de bancos. Lo triste es que si hubiera llamado a una ambulancia, la chica habría sobrevivido. Según los forenses, Sandy estaba todavía viva cuando la otra entraba a trabajar. Así que básicamente la dejó morir. El autor no debía de hacer mucho que se había ido, y ella habría podido salvarla. Aunque, viendo el cuerpo, ¿quién iba a querer sobrevivir con un aspecto así?
Kate asintió. A la muchacha le habían quemado los ojos, pero esta vez la garganta no la habían tocado. Parecía que a aquella chica la habían tratado de un modo distinto que a las demás. La habían torturado, pero no hasta el extremo de las víctimas anteriores. Le habían cortado el pelo y le habían acuchillado los pechos, pero, aparte de los ojos, no la habían infligido quemaduras tan graves como a las otras chicas. Tampoco había mutilación de genitales. La habían dejado ciega poco a poco. La única explicación era que alguien hubiera molestado al asesino. Si hubiera podido recibir un tratamiento de emergencia, Sandy Compton habría sobrevivido. Y habría podido explicarles cosas, cosas que les servirían para descubrir al responsable de tanta destrucción, de tanto odio.
—Voy a joder a esa zorra, no me importa lo que me cueste, quiero dar con ella y quiero que la juzguen. Podría haberle salvado la vida a esta muchacha. Y tal vez Sandy hubiera visto al hijoputa responsable. Voy a joderla, joderla bien jodida, y ya veremos cómo se siente cuando la encerremos. Jennifer sabe quién es, así que, joder, vamos a sacarla en las noticias nacionales como persona buscada por la policía.
Annie mostró su acuerdo con un gesto. También quería encontrar a la persona que se había largado dejando a aquella chica sola cuando más la necesitaba. Todavía estaba viva, por el amor de Dios. Si simplemente aquella puta hubiera llamado a una ambulancia, la habrían salvado, y tendrían a alguien que habría superado algo jodidamente espantoso pero que seguiría respirando, que todavía estaría viva. Incluso les habría dado alguna pista clara. Y en cambio la había dejado allí para que muriera sola en aquella jodida agonía.
A Kate siempre le había gustado constatar, que las prostitutas se protegían entre ellas, puede que discutieran y se pelearan, pero al final, siempre se ayudaban. Permanecían unas al lado de las otras y se protegían mutuamente porque querrían tener alguien que las protegiera si surgía la necesidad. Sandy Compton estaba viva pero absolutamente incapaz de moverse. Tenía que ser consciente de lo que le estaba sucediendo, y consciente de que su amiga se había marchado para dejarla morir sola. Eso era lo que más molestaba a Kate. Incluso aunque la otra hubiera creído que Sandy ya estaba muerta, para Kate no había diferencia. Le habría gustado que alguien hubiera ayudado a aquella muchacha.
Flora O’Brien, o como quiera que se llamase, estaría en su lista de mierdas tanto tiempo como necesitara para localizar a aquella hijaputa. Aunque también tenía la impresión de que si Jennifer la pillaba antes, no quedaría gran cosa de ella que enchironar. Jennifer estaba tan cabreada como ella, y también reconcomida por la culpa.
Mariska Compton se quedó mirando a Kate y Annie como si acabara de salirles una cabeza nueva delante de sus ojos. Temblaba visiblemente, y la negativa a las palabras de las agentes no era algo en lo que creyera de todo corazón, era también que tenía la sensación de que estaban manchando el recuerdo de su hija. Aquella hija preciosa que siempre supo, muy en el fondo, que no era una decoradora de gran éxito, como le gustaba que creyeran todos. Lo que de verdad temía Mariska era que los vecinos lo descubrieran, que sus amigas supieran que a su hija la había matado un asesino en serie. Y no solo un asesino en serie, sino uno cuyo objetivo eran las putas. Ya se andaba preguntando cómo reaccionaría su marido ante la noticia, ya disfrutaba imaginando su humillación.
—Esto es monstruoso. Están equivocadas, mi hija nunca haría una cosa tan espantosa. Tiene que haber un error en la identificación.
Kate sintió simpatía por aquella mujer, comprendió lo difícil que tenía que ser oír algo así de tu hija.
—Por favor, señora Compton, no habríamos venido aquí si no estuviéramos seguras al cien por cien de que se trata de su hija.
Mariska miró a las dos mujeres. Normalmente ya habría empezado a beber como todos los días. Y para entonces ya se sentiría agradablemente atontada, pero había tenido que ir en coche al banco y el mayor de sus miedos era que la detuvieran por conducir borracha. Así que cada viernes hacía el esfuerzo de no tocar el alcohol hasta haber hecho todas las tareas. Pero si algún día había sentido la necesidad de tomar una bebida alcohólica, ese día era hoy. Y sabía que eso nunca dejarían de echárselo en cara.
¿Cómo podía Sandy haberle hecho aquello? ¿Cómo era posible que aquella chica le hubiera dejado con todo aquel desastre por arreglar? Nunca se había metido en la vida de su hija, nunca quiso hacerlo. En realidad, para ella, la chica nunca había significado nada como tal. La había tolerado toda la vida, igual que toleraba al padre de Sandy. Se acordó de todas las veces que había alardeado de la buena posición de su hija, y ahora resultaba que esa posición era justo igual que todo lo que la rodeaba, una puta mentira.
—¿Podrían marcharse, por favor? Si se trata de mi hija, quiero pedirles que se aseguren de que queda claro que nosotros le habíamos dado la espalda. La habíamos repudiado. Siempre tuve la sensación de que nos mentía, y ustedes acaban de demostrármelo. Así que, ahora, si no les importa... —agitó el brazo con un gesto de despedida.
—Su hija ha sido asesinada. ¿Comprende usted lo que le digo, señora Compton?
—Les he dicho que se marchen. No me obliguen a echarlas de mi casa porque soy muy capaz de hacerlo.
Kate estaba perpleja ante la vehemencia de aquella mujer, pero en ese preciso momento se dio cuenta de que Mariska Compton no estaba tan afectada por el asesinato de su hija como interesada en cómo podía afectarla a ella. ¿Qué clase de madre podía comportarse así? Había imaginado que aquella mujer tenía un problema con el alcohol en cuanto entró en la casa. Las señales estaban por todas partes, y Kate sabía interpretarlas. La botella de vodka vacía junto al cubo de la basura. El nerviosismo de una mujer que esa mañana todavía no se ha tomado unas copitas para dominarse. El temblor de las manos al encender los cigarrillos, pero el dato definitivo fue el olor de su aliento. Los bebedores nunca pueden esconder de verdad el olor de su propia destrucción. Era un olor tan tóxico que se notaba a un metro de distancia. Un aroma acre, repugnante, que ni toda la pasta de dientes ni todas las pastillas mentoladas del mundo conseguían enmascarar del todo.
Kate lo conocía bien, igual que Annie. Era algo con lo que te familiarizabas desde el principio trabajando en la policía. Había bebedores en todos los estratos sociales, no era solo cosa de pobres, de las clases bajas que recurrían al alcohol para aliviar sus problemas. Era algo que afectaba a todas las capas de la sociedad. Era legal, y ese era su encanto. Nadie miraba dos veces a quien compraba alcohol, era perfectamente aceptable socialmente. A todo el mundo le gustaba tomarse una copa, y nadie miraría con reparo a alguien a quien viera comprarlo en un supermercado o una tienda de licores. Y, sin embargo, causaba más muertes y muchos más delitos que las drogas.
Ver a aquella mujer, oler su adicción y comprobar cómo desdeñaba a su propia hija hizo que a Kate le entraran ganas de darle un bofetón. No soportaba pensar que la bebida era la razón por la que aquella mujer no mostraba interés alguno por su hija. Ahora los clubes estaban abiertos todos los días, los supermercados vendían botellas tan baratas que hasta los escolares se lo podían permitir a la hora del almuerzo. Compraban bebidas con sabor a naranja, grosellas o melón. Eran botellas de alcohol de colores brillantes que parecían de limonada. Kate aborrecía las drogas, sí, pero aún aborrecía más el uso inmoderado del alcohol. Había muchos hombres jóvenes condenados de por vida por culpa de un par de cervezas y una discusión fugaz que terminaba en reyerta violenta. Jóvenes que de entrada, y sin el alcohol, hubieran evitado la discusión. Pero ¿quién se iba a molestar en llamar al orden a los fabricantes de alcohol? Nadie. El gobierno se despachaba con más y más impuestos para que los dueños de bares no pudieran servir a sus clientes una pinta a un precio razonable. Los pubs que en otro tiempo eran el centro de reunión de las comunidades habían disparado los precios por culpa de Hacienda. ¿Y para qué? Solo para que los supermercados se hicieran con la oferta de bebida barata. Para asegurarse de que la gente bebía en sus casas en vez de beber con los amigos, con otras personas que pudieran cuidar de ellos.
Ahora, considerando aquella excusa tan triste para una mujer, para una madre, Kate comprendió que, por borracha que anduviera aquella mujer en su vida cotidiana, nunca bebería lo suficiente como para aceptar la vida que llevaba su hija. Incluso aunque ahora estuviera muerta y bien muerta.
Se puso de pie para marcharse con Annie en la retaguardia; las dos estaban escandalizadas por el absoluto desinterés de aquella mujer por la muerte de su hija. Ya en la puerta de la calle, Kate se volvió hacia ella y le dijo con tristeza:
—¿Sabe una cosa, señora Compton? Fuera lo que fuese su hija, tenía una cosa a su favor. Que no era usted. Para usted, como para todos los borrachos, no hay nada que sea importante de verdad, solo piensan en sí mismos. Para empezar, tengo la impresión de que probablemente eso fuera lo que empujó a su hija a meterse en el oficio. Apuesto a que toda su vida giraría en torno a sus borracheras, a su falta de interés por ella a no ser que le entrase el capricho, o que hubiera algo de lo que alardear ante personas a las que les importaba un carajo. Apuesto a que ella la ayudaba a meterse en la cama, limpiaba la porquería que dejaba, mientras fingía ante sus amigos que todo era de lo más normal y vivía la mentira a la que usted la obligaba. Pero ahora está muerta, así que vaya a tomarse otra copa, seguro que ahora necesita una más que nunca.
Mientras bajaban por el camino Kate oía a sus espaldas los insultos de la mujer, pero no le importó. En su trabajo, las veía de todos los colores, pero las hipócritas siempre eran las que la cabreaban. Lo peor de todo era que Mariska Compton ni siquiera había preguntado cómo murió su hija, si había sufrido. Ni siquiera le importó lo suficiente como para preguntarse, o al menos pensar de pasada en preguntar, cómo había acabado por morir exactamente su hija. Eso indicó a Kate que aquella mujer estaba ya tan alcoholizada que había olvidado pensar en alguien más que en sí misma.
Mientras se alejaban en coche de aquella casa grande y próspera, Kate se sintió tentada de hacer que siguieran y vigilaran a la señora Compton hasta poder pillarla por conducir bebida, por conducción temeraria o por conducir sin la prudencia y atención debidas. Cualquier cosa que le hiciera la vida imposible. Era lo menos que podía hacer por la chica que había muerto de aquel modo horrible, lento, que había muerto sin que nadie lamentase de verdad su fallecimiento. Eso, más que otra cosa, era lo que indignaba a Kate. Fuera quien fuese aquella pobre chica, se hubiese convertido en lo que se hubiese convertido, seguía siendo sangre de la sangre de aquella mujer. Se merecía algo mucho mejor de quien le había dado a luz. Al menos tenía derecho a unas pocas lágrimas.
A Kate nunca dejaba de asombrarle cómo trataba la gente a otra gente, lo egoístas y avariciosas que resultaban ser muchas personas. Bueno, Dios castigaba sin palo, y eso era una gran verdad. Dios siempre encontraba el modo de que la gente se diese cuenta de sus errores, y ella confiaba en esa filosofía para conservar la cordura. Su madre hubiera dicho que la escoria flota en la superficie, pero que acaba por hundirse sin dejar rastro. Kate siempre se reía con la sabiduría irlandesa de su madre, sus viejos proverbios irlandeses. Ahora, sin embargo, años después, comprendía que contenían un poso de verdad. Y confió en tener razón, porque después de lo de aquel día quería que la madre de Sandy Compton comprendiera alguna vez a quién había dado la espalda.
—¿Estás bien, Kate?
Entonces soltó una carcajada. Se dio cuenta de que necesitaba reír, necesitaba expresar su rabia, su decepción ante la condición humana. Necesitaba dar rienda suelta a su sensación de abandono, una sensación que ahora todavía era peor por saber que aquella pobre chica había muerto sola sin que nadie la quisiera y se habría sentido tan poco importante como ella se sentía ahora a su vez.
—Pues claro que no, Annie. ¿Estás bien tú? Por muy cabrona que fuera esa mujer, no estamos ni un punto más cerca de averiguar algo sobre las últimas horas de la chica, ¿o sí? Sabemos que estaba aterrada pero que era incapaz de mover un músculo. Era consciente de lo que le sucedía, y veía al que la mataba, hasta que los ojos se deshicieron en el interior de su cabeza, claro está. Y luego, como si no fuera bastante, la puta de su compañera la dejó morir allí sin pensárselo dos veces. Así que no, Annie, no estoy nada bien. Si te parece bien, claro. Quiero decir, si no te parece que otra vez me estoy imponiendo, ya sabes, relegándote. No soportaría pensar que crees que estoy aquí solo para llevarme toda la gloria. Igual te crees que no me interesa realmente descubrir al asesino, que solo me interesa hacerme un nombre. Yo ya me he ganado un nombre, querida. Un nombre que ha servido para mantenerte a ti a bordo mucho tiempo. Mucho tiempo antes de todo esto.
Annie no solo se quedó atónita por el modo en que Kate la atacaba, sino aún más por las palabras que utilizó para humillarla. La hizo sentirse inútil, como si no estuviera en absoluto capacitada para aquel trabajo. Percibió el desprecio en las palabras de Kate, en el timbre de su voz. Pudo oír el desdén y la falta de respeto hacia ella, así que detuvo el coche en un área de descanso.
Kate seguía echando humo. Notaba cómo la ira se escapaba de su cuerpo en ondas invisibles y comprendió que un movimiento equivocado más y estaría de nuevo destruyendo a aquella mujer con unas cuantas palabras bien escogidas.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Cómo puedes atreverte? Siempre te he tratado con el más absoluto respeto, y esperaba que tú me tratases de la misma forma.
Kate sacudió la cabeza con tristeza y, con un suspiro prolongado, dijo, sincera:
—Oh, vete a la mierda, Annie. Lo que esperas es que yo te otorgue el beneficio de mi experiencia, y eso es lo que he hecho, querida. Sin mí, no habrías tenido ni un jodido caso. El tonto del culo me ha dado carta blanca, ¿y sabes por qué? Porque no quiere a nadie más husmeando por ahí, y yo tengo las credenciales suficientes para impedirlo forzando una decisión. ¿Te crees que puedes arreglártelas sin mí? Bueno, pues aquí estoy yo para decirte que no, cariño. Y ya no estoy de humor para consentirte más. Estás viviendo en mi casa, y muy barato por cierto, y aspiras a hacer mi trabajo. Un trabajo que hice muy bien, con mucho, muchísimo éxito. Fuiste tú la que pidió que me pusieran contigo para ayudarte, para gozar del beneficio de mi experiencia, y créeme, querida, tengo más experiencia que todos esos jodidos tipos de Grantley juntos. Tú incluida. Y yo estaba muy dispuesta a hacerlo por ti, pero te has vuelto contra mí un par de veces ya y, como Patrick hubiera dicho, te me estás convirtiendo en un dolor. Porque sin mí, tú no eres básicamente nada. ¿Te enteras? Nada de nada. He intentado con todas mis fuerzas ayudarte. Sé mejor que nadie lo difícil que es ser mujer y policía, pero si tú no cambias esa puta actitud, te enterraré yo en persona, cariño mío, profesional y personalmente, y no te creas que no soy capaz. Ya estoy harta, Annie. Tienes que enterarte de quiénes son tus amigos, y te aconsejo que lo averigües cuanto antes. Me he tragado tus mezquinos resentimientos y tus celos imbéciles. Pero ahora me toca a mí, y no me siento nada dispuesta a permitir que esta investigación de asesinato acabe en el fango por culpa de tu puto ego. Así que quítateme de encima y ponte a trabajar conmigo en el asunto o déjame en paz. Si el tonto del culo tiene que elegir entre nosotras dos, querida, las dos sabemos a quién escogerá.
Annie se quedó estupefacta con el ataque de Kate, porque aquello era un ataque, y ambas lo sabían. Entonces Kate se echó a reír, se rió de verdad.
—¿Te he molestado, Annie? Bueno, pues mala suerte. Ya no estoy de humor para aguantar tus payasadas. Las dos sabemos que tú eres el segundo violín, así que acéptalo y deja de intentar ser el jefe de la manada, porque, y créeme cuando te digo esto, te queda mucho camino por andar antes de que te aproximes siquiera a mi nivel y lo que he logrado. Si yo fuera un hombre, no te habrías atrevido a desafiarme, y lo sabes. Y puesto que estamos siendo sinceras, si no te gusta vivir conmigo, búscate otro sitio, búscate un piso para ti. Pero recuerda, no aprenderás ni la mitad a base de libros o charlas. Yo estoy dispuesta a convertirte en la policía que quieres ser, y eso es algo que nunca he ofrecido a nadie en la vida. Solo a ti, porque creía realmente que tenías lo que hay que tener. Así que ahora no vayas a demostrar que estoy equivocada. No me hagas lamentar todo el tiempo que hemos pasado juntas solo porque crees que por fin dispones de un gran caso, porque tienes menos posibilidades de llevarlo sin mí que de conseguir que Brad Pitt te dé un beso.
Annie no se podía creer que Kate fuera capaz de hablarle así. Era como si no la conociera, como si estuviera escuchando a una extraña.
Kate notó la confusión en el rostro de Annie, vio el dolor y la incredulidad y comprendió que había tocado un punto flaco de aquella tía egoísta. Había deseado su ayuda y luego no quería admitir que lo más probable es que fuera Kate la que consiguiera desenredar aquel caso. Annie Carr había querido llevarse toda la gloria. Bueno, pues tendría que aprender una cosa que todos tenían que aprender en algún momento. Se trataba del esfuerzo en equipo, incluso aunque uno de ese equipo fuera el que tenía más experiencia. Si Annie usaba el coco, algún día esa persona sería ella. Pero hasta que llegara ese día, tendría que hacer lo que todos los demás habían hecho: mirar, aprender e intentar comprender. Para eso no había que saber latín, joder.
—Vaya, querida, ¿he herido tus sentimientos? Bueno, la verdad duele, ¿no es cierto? Y yo ya no estoy preparada para seguir llevándote de la manita de ninguna manera. He hecho cuanto he podido para ayudarte, desde alquilarte mi casa hasta pasarte todos los archivos de mis casos y responder tus cuestiones lo mejor que sabía, por irrelevantes que fueran, y todo eso para que pudieras progresar profesionalmente. Pues bien, por ahora eso es todo. Yo voy a encontrar a ese cabrón, y cuando lo encuentre, me ocuparé de que le caigan tantos años que el príncipe Harry andará por su tercera esposa para cuando él pueda siquiera soñar con la libertad condicional.
Annie Carr no podía ni hablar. Nunca había visto antes a Kate de ese modo. Lo peor de todo era que sabía que todo lo que le había dicho se lo había buscado. Kate estaba al límite, igual que todos, y supuso, correctamente, que aquel no era el momento de decir nada más. Lo que hizo fue arrancar el coche y conducir de vuelta a la comisaría. Era muy consciente de que necesitaba reconsiderar su papel en la vida de Kate, y encontrar un modo de arreglar las cosas entre ellas.
Danny tenía que cumplir una misión. Se dirigía a casa de Patrick para informarle de todas las trampas que rodeaban sus negocios. Sabía ya que Des era el macho alfa de la trama. Y que Peter solo buscaba un poco de dinero, que, como todos los jugadores, siempre necesitaba un puñado de libras. Jennifer era la que se había asegurado de que no era una tomadura de pelo. La respetaba un montón, era una auténtica joya porque era leal con todos y aun así tenía la suficiente mollera para darse cuenta de lo que pasaba y cubrirse las espaldas, así que decidió que en el futuro habría que darle un espaldarazo. Porque lealtad y cerebro juntos son raros, lo sabía mejor que la mayoría de la gente.
Pero aparte de eso, seguía nervioso ante la idea de contarle la historia de cabo a rabo a Pat Kelly. Patrick era un cabrón muy curioso, podía perfectamente decidir que la información de Danny equivalía a un chivatazo. La mayoría de los días Patrick estaba de un humor raro, y aquel último asesinato tampoco le había ayudado a centrarse.
Así que Danny estaba nervioso, pero eso era sano. Que empezaras a sentirte demasiado seguro de ti mismo solía ser indicativo de que estabas perdiendo fuste. En aquel mundo nunca podías fiarte de nadie, daba igual quién fuese o qué puta credibilidad hubiera acumulado con los años. Todos eran hampones de nacimiento, y ese simple dato ya indicaba que siempre estaban dispuestos a escuchar propuestas de negocios aunque eso significara pisarle los callos a otro. Así era ese mundo.
Cualquier gran negocio era igual. Los que te colocaban en una posición de poder con frecuencia eran las mismas personas que tú te quitabas de en medio para ejercer el mismo poder pero para tus propios fines. Los banqueros pagaban a sus mentores con grandes pensiones e inversiones aún más grandes. Pero en el mundo de la delincuencia, esa clase de oferta casi nunca era una opción. No era nada probable que la mayor parte de los involucrados aceptase un trozo sustancioso del pastel y después estuvieran dispuestos a envainársela y retirarse educadamente. Se inclinarán más bien por pegarle un tiro a la persona a la que consideren la instigadora de su caída, y por consiguiente aquella era una situación casi siempre delicada y peligrosa para todos los afectados. Y especialmente y en primer lugar para el hijoputa que hubiera sido la causa del problema. Mayormente, y del primero al último, todos pasarían a un ostracismo completo, y eso no era algo que hubiera que alentar. Y entonces lo más frecuente era que eso cortara en seco su carrera. Además de su vida, naturalmente.
Así que Danny sabía que se dirigía a una jodida pesadilla, pero no era ningún correveidile, y eso por lo menos Patrick lo sabía. Porque Patrick era astuto, se pensaba bien las cosas y se formaba su propia idea. Danny traía también la noticia añadida que comunicar a Pat de que lo habían desplumado, lo habían desplumado fastuosamente, y durante más tiempo del que ninguno de ellos tendría interés en señalar. A Danny no le hacía precisamente feliz tener que llegar a la puerta de Pat con aquellos putos líos, pero no había más remedio. Tenía que hacerlo.
Cuando Danny subía por el camino de entrada, Pat ya bajaba andando a su encuentro. Danny aparcó el coche y respiró hondo. Luego abrió la puerta del coche, levantó la mirada hasta los ojos de Patrick y vio ira en ellos junto con desengaño.
—Tú, Danny, mejor será que entres y me lo cuentes todo. Mucho me temo que tú y yo necesitamos tener lo que mi ex abogado solía llamar un debate franco y completo.