Capítulo siete

—Vamos, Des, sabes que no me puedo permitir involucrarme en todo ese putiferio. Soy el número dos. No voy a ponerme a criticar a los socios de Patrick. ¿Qué te crees que soy? ¿Crees que tengo ganas de morir?

Danny estaba molesto, no tenía la menor intención de meter las narices donde no le llamaban. Ni tampoco tenía el menor interés en hacerle el trabajo sucio a Desmond. Él era el abogado, a él le pagaban por hacer el trabajo sucio. Oyó que Desmond soltaba un fuerte suspiro y Danny se dio cuenta de que intentaba controlar su mal humor. Desmond no estaba acostumbrado a que le negasen nada. Trabajaba para las grandes figuras y eso le daba toda la credibilidad.

—Solo quiero que preguntes un poco por ahí, Danny, nada más. Yo no puedo hacerlo porque resultaría raro que empezara a hacer preguntas, ¿no crees? Pero escúchame, y escúchame bien: necesitamos saber cuál es la situación exacta antes de que Patrick empiece a husmear por su cuenta, porque créeme, si se huele cualquier cosa antes que nosotros y empieza a darle vueltas, lo primero que querrá saber es precisamente por qué tú no notaste nada especial. Por qué no vigilabas sus intereses.

Danny comprendió que eso tenía su lógica. También sabía que Patrick solo trataba con gente en la que confiaba, así que ¿cómo iba él a ponerse a investigar a personas que Patrick consideraba al margen de cualquier reproche?

—Pero yo no tengo nada que ver con las chicas en sí, solo voy a cobrar. ¿Cómo podemos estar seguros de que están haciendo chanchullos?

—No podemos, pero no me gusta el modo en que se ha esfumado esa guita. Porque eso no tiene que ver con el loco. Al fin y al cabo, los clientes saben que no son ellos así que no les preocupa demasiado. Bates no para de decir que últimamente el negocio ha bajado, pero yo sé a ciencia cierta que no es así. Mira la página web: recibimos más visitas que nunca. Nunca habíamos tenido tantas. ¿Cómo podemos estar perdiendo dinero?

—De acuerdo, Des, lo miraré, pero a Peter no le gustará.

—Bueno —Desmond se rió—, entonces será mejor que te asegures de que no se entera.

Desmond colgó el teléfono y se inclinó hacia atrás en su comodísimo y carísimo sillón de cuero. Recorrió el despacho con la vista: todo art decó y tapicerías de cuero; transmitía clase, y tenía clase. Desde los libros de derecho antiguos hasta el suelo de pino acuchillado. Estaba orgulloso de aquella oficina, y sabía que la tenía gracias a Pat Kelly y sus colegas. Sabía que era un hombre de mucha suerte, que tenía una buena vida y que esa vida dependía de personas como Pat Kelly. Alardeaba de que era capaz de detectar una rata muerta antes de que empezara a oler, y ahora todos sus instintos le indicaban que había algo que no iba bien. El asunto estaba en manos de Danny y contra toda esperanza confió en que el joven usara el coco y no llamase demasiado la atención mientras andaba husmeando por ahí.

Peter Bates no era hombre que aguantara los insultos a la ligera, y poner en duda su integridad se lo tomaría como una afrenta personal. Cuando el tema le tocaba a él, a todos los efectos, era un hijoputa histriónico, sobre todo cuando la culpa era suya.

Eve se había vestido para impresionar, y sabía con exactitud a quién quería impresionar. Mientras se pintaba los labios, se contemplaba con ojo crítico. Y vio que tenía muy buen aspecto. Tenía a gala estar guapa, eso era una parte fundamental de su trabajo. Debía llevar el control, y eso significaba tener aspecto de controlar.

Ciertamente era extraño, manejaba el club con puño de hierro y empleaba a chicas muy jóvenes y muy guapas porque era lo que atraía a la mayor parte de los clientes. Estaba rodeada también de chicas muy jóvenes y muy guapas porque también eran una parte importante de la clientela, querían llamar la atención para buscar al Señor Adecuado, incluso en muchos casos al Señor Adecuado Ahora Mismo. Aun así, sabía que un montón de clientes masculinos le dedicaban algo más que una segunda mirada. Siempre iba vestida y complementada como correspondía a la gerente de un club nocturno tan concurrido. Nunca mostraba su cuerpo, apenas un atisbo de escote, y calzaba siempre tacones muy altos. Parecía atraer a hombres de la mejor especie, les gustaba aquello de que no estuviera permanentemente en el escaparate.

Patrick Kelly era uno de esos hombres y sabía que había llamado su atención, como él la de ella. Lo cual era extraño, porque en realidad a ella nunca le había atraído el tipo de hombres que frecuentaban el club. Se veía a sí misma demasiado astuta para eso, se consideraba por encima de esa clase de machos. Ya en la treintena, tenía la sensación de estar muy experimentada para la clase de hombres con que se encontraba en el trabajo. La mayoría estaban casados, muchos de ellos iban por la segunda e incluso por la tercera mujer, o amante mantenida, según. Aunque la mayoría seguía estando ojo avizor por si caía una buena oportunidad. En su fuero interno los consideraba incorregibles. Seguían en busca de un poco de variación, de una última conquista.

Eve solo salía con hombres con trabajos formales y vidas formales. Pero tenía que admitir que ninguno había conseguido mantener mucho tiempo su interés. Es más, habían sido muy pocos y espaciados a lo largo de los últimos años, porque trabajaba a horas imposibles para mantener cualquier clase de vida social decente. Eso no le molestaba demasiado. Le gustaba su independencia y le gustaba la soledad. Normalmente no sentía la necesidad de emparejarse, le gustaba la libertad sexual que su estilo de vida le permitía. No tenía ilusiones de casarse o tener hijos, todo lo que quería era buen sexo y diversión. Eve se enorgullecía de no querer mantener una relación permanente, y menos con un granuja de la localidad que seguro que se iría con otra cara bonita más pronto que tarde.

Ahora, sin embargo, se descubría tratando de ligar con Patrick Kelly. Sabía que era una bobada, que era como un amorío de colegiala, pero no podía evitarlo. Era lo bastante mayor para ser su padre, pero eso no le importaba, había algo en los ojos de aquel hombre, en su modo de moverse, que la hacían desear estar junto a él. Tocarle. Que su hermano Danny trabajara para él no ayudaba mucho, no estaba segura de que le gustase enterarse de lo que sentía. Sentía una enorme admiración por Patrick y lo respetaba, pero ella tenía la impresión de que la perspectiva de que se acostase con su hermana no le entusiasmaría precisamente.

Al pensar en acostarse con Patrick Kelly notó una excitación que hacía mucho tiempo que no sentía. Le rondaba constantemente la idea de acostarse con Patrick, y cuanto más le rondaba más deseaba que sucediera. La atraía y sabía que no descansaría hasta tenerlo junto a ella en la cama.

Esa noche Patrick iría a revisar los libros, algo que ambos sabían que era un pretexto, un ejercicio sin sentido, una excusa, puesto que era un trabajo que normalmente se dividía en tres partes diferentes: el aspecto contable, los impuestos y la gerencia. Aun así, sabía que era el momento crucial y estaba preparada para lo que viniera. Quería olerlo, sentirlo, follar con él. Le interesaba de distintas maneras. Le hacía pensar en algo distinto del trabajo. La hacía pensar en sí misma, en cómo se sentía sexualmente. Le recordaba a Eve que seguía estando viva y que hacía mucho tiempo que no se había sentido así.

El pelo estaba estupendo, el maquillaje perfecto, y por si acaso se había puesto la ropa interior más sexy. Se había depilado, exfoliado e hidratado cuanto era posible y se sentía bien de formar otra vez parte del mundo. Aunque fuera solo un ratito. Le había hecho sentir la extraña urgencia de emparejarse, aunque la experiencia le había enseñado que eso no duraría, que nunca duraba. Pero siempre disfrutaba de la caza.

Volvió al despacho y se sirvió un vodka seco con hielo porque necesitaba armarse de valor. Se lo bebió de un solo trago y luego se estiró como una gata y esperó a que llegara Patrick Kelly.

Kate iba andando deprisa, el frío se sentía a su alrededor y se veía el vaho del aliento. Todo estaba mojado y llovía otra vez, era el principio del frío y el auténtico invierno. Recorría las calles mientras miraba las casas próximas al escenario del asesinato de Alana intentando descubrir si alguna disfrutaba de una vista privilegiada desde donde sus ocupantes hubieran podido ver llegar a alguien, ya fuera desde las ventanas, las puertas, las entradas de garaje o incluso la acera.

Kate seguía sin poder creer que nadie hubiera visto nada, sabía por experiencia que muchas veces veían cosas importantes pero que de entrada les parecían inocentes, carentes de interés. Sabía también que ya nadie se fijaba demasiado en lo que le rodeaba. Años antes, la gente se preocupaba por sus vecinos, se fijaban si aparecía un coche desconocido o se oía un ruido bien entrada la noche. Pero ya no. Ahora todos lo pasaban todo por alto, no querían verse involucrados. Tenían miedo de las consecuencias, las represalias. Así que Kate iba por las calles intentando descubrir algún denominador común, algo que pudiera ayudarle a construir el caso. Se descubrió haciéndolo un montón de veces, y aunque nunca vio nada que pudiera servirle de ayuda, seguía haciéndolo, seguía intentando entender la lógica de aquellos crímenes. En algún sitio tenía que haber un enlace lógico, solo había que encontrarlo. Así que vigiló, vio llegar a las chicas y vio llegar a sus clientes. Y esperó para ver si sucedía alguna cosa fuera de lo normal. Los hombres siempre se movían furtivamente, pero no demasiado preocupados. De las páginas web dedujo que muchos venían de otras zonas, y comprendió que eso tenía sentido. Averiguó también que algunos eran de la localidad, y que otros estaban dispuestos a recorrer largas distancias para buscar diversión. Era realmente tedioso observar a aquellos hombres cuyas esposas e hijas ni siquiera sospecharían nunca que eran capaces de tales engaños descarados. Sabía que el sexo incita a la gente a hacer cosas, cosas insensatas, y que con frecuencia quedan luego sumidos en la vergüenza y la culpabilidad. Sabía también que esas mismas personas, sin embargo, repiten esos actos una y otra vez. El hecho de que estuvieran haciendo algo tan abyecto era principalmente lo que les impelía hacerlo. Pero a pesar de todo, la mayoría eran inofensivos, solo buscaban un consuelo rápido, un placer sexual al que pensaban que tenían derecho y que en muchos casos no se atrevían a pedir a sus mujeres o compañeras de siempre. Realmente era algo triste que en estos tiempos los hombres pudieran encontrar lo que quisieran solo con apretar un botón, cosas de las que en otros tiempos solo podían disfrutar en sus fantasías.

Así que caminaba por las calles o se sentaba a observar desde el coche, confiando en lo más profundo que apareciera el hombre que buscaba. Pero en vez de eso los veía ir y venir sin incidente alguno. Al principio siempre le sorprendía la discreción que envolvía aquello. Lo anodinos que eran los pisos, perfectos para esas relaciones secretas. Casi podía entender por qué a los hombres que iban allí se les veía relativamente relajados. Era como si fueran a visitar a un amigo, los pisos estaban situados en edificios buenos, pero no demasiado, las calles eran tranquilas y los vecinos todos trabajadores. Muchos se pasaban el día fuera y por la noche volvían demasiado cansados para ponerse a mirar lo que sucedía a su alrededor.

Pero todo eso no cambiaba el hecho de que una de aquellas chicas iba a acabar en compañía de la persona equivocada. Kate deseaba desesperadamente impedir que eso sucediera, pero sabía que no podría, había demasiadas chicas y demasiados clientes por allí. Era imposible vigilar toda la zona.

Echó a andar de vuelta al coche mientras sentía la lluvia sobre el rostro y el frío metiéndose por los huesos y de pronto vio el coche de Patrick que se dirigía hacia ella. Se sobresaltó, era la primera vez que se lo encontraba desde hacía semanas. Se refugió entre las sombras de un jardín y esperó a que hubiera pasado por delante porque no quería que la reconociera.

Cuando pasó bajo la farola, lo vio fugazmente. Tenía buen aspecto, pero bueno, eso siempre. Llevaba el abrigo grueso y sabía que eso significaba que se dirigía a algún sitio agradable a pasar la velada. Lo conocía tan bien... Pero, ¿adónde iría? Y, aún más importante, ¿por qué no iba ella con él? ¿Por qué les tenía que pasar aquello? Abrió la puerta de su coche y se sentó al volante. De repente, se moría de frío, y se quedó allí sentada un largo rato preguntándose cómo había llegado a aquello.

Patrick estaba nervioso, se sentía como un colegial que va a su primera gran cita. Se había puesto traje y zapatos nuevos pero, claro, siempre había sido un hombre al que le gustaba vestir bien. Creía que a un hombre se le juzgaba por la buena impresión que causaba. Pero de pie junto a la barra se sintió demasiado acicalado, los más jóvenes que tenía alrededor iban vestidos de manera informal, todos con camisas de cuello abierto, pelo largo sin recortar y mocasines italianos.

Vio llegar a Danny y lo maldijo entre dientes. A quien esperaba ver esa noche era a su hermana, no a él. Casi sintió vergüenza de sus sentimientos por ella. Como si estuviera haciendo algo pecaminoso, algo incorrecto. Pero comprendió que eso era una estupidez, que pertenecía a un mundo en el que los hombres de su edad codician la juventud, en el que mujeres más jóvenes son parte esencial de los principios que lo regían. Mírame, todavía se me levanta. Mírame, podría ser mi hija pero no lo es. Era como una regla no explícita entre ellos: todavía puedo cazar palomas.

Kate había sido diferente, alguien a quien respetar, alguien que le dio la impresión de que estaba a su altura. Ahora, sin embargo, la sensación que tenía es que no había sido más que un puto albatros revoloteando por su cabeza demasiado tiempo. Lo había dejado vacío en un instante, así que que le diesen. Tenía una vida que vivir y estaba decidido a vivirla con o sin ella.

Danny le saludó con la mano muy contento y él le contestó con la cabeza. Luego se le acercó Peter Bates y le dijo en voz alta:

—Qué hay, Patrick, ¿has oído lo de Kevin Daly? Su mujer murió esta mañana. Solo tenía treinta y nueve, se ve que tomó comida envenenada, fíjate. Tres criaturas de menos de diez, ¿qué cojones está pasando?

Patrick se quedó atónito. Kevin era un buen tío, y su mujer, una buena chica. Callada y bien vestida, había aguantado una dura sentencia de cárcel de Daly y esperado con paciencia a que volviera a casa.

—Es terrible, ¿y cómo está él?

Peter estaba muy ocupado tratando de llamar la atención de la camarera para que le llenase el vaso.

—¿A ti qué te parece? Está bien fastidiado, joder. ¿Quieres otra?

Patrick asintió.

—Pero esto te enseña, Pat, que hay que disfrutar de la vida mientras puedas, nunca sabes qué es lo que te va a caer encima. Tres criaturas. Y encima niñas, las niñas necesitan a su madre.

—Ya lo sé, Pete —asintió Patrick—. Las niñas necesitan el toque femenino.

Peter se volvió hacia él y Patrick vio en su cara el arrepentimiento cuando le dijo:

—Perdona, Patrick, tú sabes mejor que nadie lo que es perder a tu mujer, y a tu hija. Soy un puto bocazas, digo las cosas sin pensarlas bien y luego...

—Pero tienes razón, Pete —dijo Patrick con una sonrisa triste—, hay que disfrutar de la vida. Te lo digo yo que lo sé, nunca sabes lo que te van a quitar delante mismo de tus narices. Aceptémoslo, yo eso lo descubrí hace muchísimo tiempo.

Cogió el vaso y miró hacia la puerta que llevaba a la oficina. Peter le sonrió con un destello pícaro en los ojos.

—Adelante, hijo, vete allí, está más que dispuesta. Ya os he visto a los dos dando vueltas el uno alrededor del otro como un par de boxeadores sin guantes. Es una chica estupenda, y no encontrarás nada más joven, muchacho.

Patrick contempló la cara de Peter y vio la edad que se asomaba sigilosa en la de todos ellos. Hacía bastante más de treinta años que se conocían. Había sido padrino de Peter en su primera boda; con diecisiete años, y en busca y captura por robo con fuerza, se había casado con su novia, con la que llevaba ya tres largos años, para que le concedieran una reducción de sentencia. Aun así Peter la quería, y lo triste era que seguía queriéndola. Pero le había hecho putadas demasiadas veces. Las mujeres no son como los hombres, son incapaces de cerrar los ojos a no ser que les convenga. Las mujeres se saben el guión desde el principio, y mientras sus parejas les den la fuerza suficiente para seguir con ellos, aguantan, hasta que un día deciden otra cosa. Y entonces remueven cielo y tierra para que el hombre en cuestión pague por todos los orificios que alguna vez poseyó. Los hombres, sin embargo, si tenían una palomita que les ponía los cuernos, antes de enfrentarse a la verdad o bien la embestían en secreto o, en casos extremos, acababan enfundándose la polla. Pero si después de que ya se considerara libre para echarse en brazos de un extraño seguían queriendo que volviera, eso era prerrogativa suya. Incluso, en cierto modo, hasta tenía sentido. Pat comprendió que un amor profundo podía superar la humillación y la vergüenza que para un hombre suponía que una mujer se echase otro ligue. Personalmente hubiera preferido morir que tolerar que alguien le hiciera parecer un bobo, y no digamos ya una mujer. En su opinión, las hembras debían estar por encima de cualquier reproche y ser lo bastante inteligentes para saberlo sin necesidad de que él se lo indicara.

Hizo un guiño cómplice a Peter Bates y se dirigió hacia la oficina. Como Pete había dicho, la vida es demasiado corta, joder. Notó la excitación en la boca del estómago, hacía años que no tenía esa sensación. Estaba casi sin aliento al pensar que ella lo esperaba.

Al atravesar la puerta se preguntó qué le había impedido acercarse a ella tanto tiempo. Después de todo, como sabía mejor que nadie, realmente solo se vive una vez.

Annie Carr estaba cansada, y se le notaba. Se miró desapasionadamente en el espejo del baño y sintió una vez más que había superado hacía mucho la fecha de caducidad. Se encontró desaliñada, descuidada. Tenía la piel grisácea por falta de sueño y mala alimentación. Su pelo necesitaba un lavado y un buen corte, llevaba los zapatos viejos y desgastados por pura comodidad y costumbre. A su edad, y a juzgar por las revistas que leía en la cantina, estaba en su mejor momento. También era consciente de que iba dejando pasar la vida a una velocidad alarmante. Se apartó del espejo para alejarse rápido de su reflejo.

Al entrar en la oficina lanzó una tímida sonrisa a Kate. Kate estaba muy callada y Annie comprendió que era porque había fingido con ella, porque sabía que no se había portado bien. Había descargado sus frustraciones sobre su amiga, hasta el punto de cuestionar la vuelta de Kate a su propio hogar. Era una vergüenza porque sabía que Kate a ella la hubiera recibido de todo corazón si la situación hubiera sido la contraria.

—No sé bien lo que me pasa, Kate. Perdona.

Kate miró a su amiga, vio sus hombros caídos, el descuido de su atuendo, la tristeza que la envolvía y comprendió que en realidad no era muy distinta de ella. También ella había descargado sus frustraciones sobre la persona que tenía más cerca. Y también había vuelto a meterse en su casa y tomar posesión de ella sin pensar en Annie, que llevaba viviendo allí un montón de tiempo y le pagaba por el privilegio. Pero era algo más profundo que eso, y ambas lo sabían. Abrió los brazos de par en par y las dos mujeres se abrazaron con fuerza.

—Lo siento muchísimo, Kate...

—Mira, Annie, todo esto forma parte del hecho de que estamos sumidos en un caso importante. Vives, respiras y comes con ese cabrón en la cabeza, y a cualquiera que se interponga en tu camino le montas la bronca. Si quieres seguir en este juego tienes que aceptar que no hay nadie más que importe a la hora de perseguir una solución. En mis tiempos yo también choqué con todo el mundo, y tú harás igual. Pero si quieres mi consejo, Annie, no conviertas el trabajo en el centro de tu vida. Deja algo para alguien más. Y no esperes hasta que sea demasiado tarde, lo lamentarás.

Kate sintió auténtica lástima por Annie, porque comprendió que si no iba con cuidado acabaría sola y, lo que es peor, dolorosamente aislada. Annie le recordaba muchísimo a ella misma tantos años atrás. Era todavía lo bastante joven para creer que le quedaba tiempo para vivir la vida, pero la iba dejando de lado como había hecho Kate. Hasta que un día mirabas a tu alrededor y ya no había nada, y lo peor era que ni habías visto lo que pasaba hasta que era demasiado tarde.

—Me parece que ya es demasiado tarde para mí —dijo Annie con una sonrisa triste—. Dejé de salir con chicos cuando todavía estaba de buen ver. Entonces no me pareció tan importante, quería situarme bien profesionalmente. Quería tener éxito, quería que mi vida, en cierto sentido, fuera distinta. Pero esto me ha mostrado lo jodidamente inútil que es. Tenemos ahí todas esas chicas muertas y nada con que avanzar. Tenemos a los periódicos y a la opinión pública detrás de nosotras, esperando respuestas cuanto antes. Tenemos a un hombre que dispone de tiempo suficiente no solo para liquidar a esas chicas sino para torturarlas también. Y que les da una taza de té, claro. Y que luego, cuando se va, lo deja todo limpio y el sitio perfectamente recogido. No tenemos nada que nos sirva, Kate, siempre se nos anticipa. Cada vez se asegura de ir por lo menos un paso por delante. Tienes razón, no tendría que haber convertido el trabajo en toda mi vida, porque ni siquiera puedo decir con ninguna seguridad que tenga otra vida fuera del trabajo. Lo único que he querido en la vida ha sido esto.

Abrió los brazos como para abarcar el despacho y todo lo que incluía.

—Esto era todo lo que necesitaba, Kate. Pero ahora lo único que me preocupa es que no consigo entender cómo ese hombre nos supera de manera sistemática; es como si estuviéramos mirando dentro desde fuera. Ese hombre sabe más de escenarios de crimen que yo. Abandona a las chicas muertas y no deja rastro alguno en el escenario. Nadie lo ve ni lo oye. Perseguimos un fantasma, Kate, un puto fantasma.

Kate sabía que lo que Annie hacía era lo que en algún momento todos los del oficio hacían: echarse la culpa de no lograr detenerlo. Se culpaba a sí misma de que el tipo les llevara ventaja.

—No es un fantasma, es una persona viva, que respira. Solo necesitamos tener un descanso, nada más.

Annie la miró como si nunca la hubiera visto hasta entonces.

—¿Un descanso? Kate, se está partiendo de risa a nuestra costa. No tenemos nada, ¿lo entiendes? Nada de nada. Debe pensar que somos todos absolutamente idiotas.

Kate odiaba la desilusión que traslucía la voz de Annie, que ya se estuviera rindiendo, que tuviera la sensación de que no serían capaces de encontrar a ese individuo.

—Oh, Annie, mira que eres idiota, idiota. ¿Te piensas que vamos a despertarnos un día y, zas, saberlo todo? Todo esto necesita tiempo y experiencia, cariño. No hay nadie en el mundo que entienda de verdad por qué hay personas que se dedican a hacer cosas verdaderamente terribles a otras personas. A personas inocentes, personas que acaban muertas. Tenemos que intentar descubrir quién las mató, y por qué. Ese es nuestro trabajo, eso es lo que hacemos. Pero claro, siempre habrá alguien que escriba del asunto, después de que suceda. Psiquiatras que procurarán explicar por qué ese degenerado sentía el impulso de matar a todas esas jovencitas. Pero escúchame, Annie, todo eso es mierda. Nadie sabe de verdad por qué lo hacen. Nadie en este mundo de Dios puede precisar lo que llevó a ese cabrón a levantarse un día e iniciar, una orgía de muertes. Todo son conjeturas, todo es pura mierda.

»Nuestro trabajo es tratar de encontrarle algún sentido al asunto, intentar meterlo en vereda. Tenemos que rebuscar en todas las declaraciones, en todas las pruebas que hayamos reunido, y también se espera que de algún modo le encontremos algún sentido a todo ello. Pero no puedes dar por hecho que se lo encontrarás. Solo puedes trabajar con lo que tienes. Así que procura recordar que todo lo que se espera de ti es que hagas las cosas lo mejor que sepas. Eso es todo lo que cualquiera de nosotras puede hacer, Annie. Todo lo que podamos, aunque algunas veces tengamos que admitir que no es suficiente. Así que hazme un favor, ¿quieres?, madura de una puta vez.

»El tío ese lleva planeando el asunto mucho tiempo, y lleva ventaja justo por eso. Tenemos que tratar de entender su lógica. Incluso si para nosotras no tiene sentido, para él sí, eso es lo que tienes que recordar. Tiene sus razones para hacer lo que hace, y encima cuenta con la ventaja de planearlo y pensarlo por anticipado. Nosotras llegamos después del suceso, cariño. Básicamente, somos las que limpian tras él. Somos las que las ven muertas y ensangrentadas, las que se lo decimos a las familias, las que intentamos dulcificarles las cosas en la medida de lo posible a sus seres queridos. Pero ni te atrevas a pensar que siempre vas a encontrar las respuestas, porque no las encontrarás, Annie. Solo puedes trabajar con lo que tenemos, y si eso no es suficiente, pues hay que aceptarlo.

Annie se tapó la boca con la mano como si quisiera impedir una arcada. Kate notó el dolor que sentía. La primera vez era duro, aunque realmente nunca resultaba más fácil. Pero el asesinato formaba parte de su trabajo. La mayor parte de los asesinos operaban con una lógica demente. Una forma particular de razonar. Los asesinos en serie te hacían perder la fe, no solo la fe en ti misma sino en cuanto te rodeaba. Te abrían los ojos al hecho de que existían realmente personas capaces de un odio semejante, de una violencia tan extrema, y que vivían en medio de los demás. Eran individuos capaces de fingir una normalidad que ocultaba sus crímenes ante la gente que los rodeaba. Esas personas andaban por ahí, y siempre andarían por ahí por muy duramente que trabajases para intentar llevarlos ante la justicia.

Annie tenía que entender que su trabajo era como cualquier otro. Haces las cosas lo mejor que puedes, aunque la diferencia fuera que en su trabajo, si jodías las cosas, el precio que tenías que pagar solía ser más alto. Annie creía que siempre iba a atrapar al malo; pues bien, la realidad era que lo único que podían hacer de verdad era intentarlo con todas sus fuerzas. Pero no había resultados garantizados. Esa era la parte más difícil. A veces tenías que ver cómo quedaban en libertad personas a pesar de que supieras que eran más culpables que el demonio. Y tenías que aprender a dejar que se fueran.

—¿Qué tal te encuentras ahora, Annie?

Annie soltó entonces una risita, una risita dura sin gota de humor.

—¿Cómo podremos estar del todo bien alguna vez, Kate? Tiene tan poco sentido, joder...

—Ya veo que ahora te enteras por fin, Annie. Al final, nada tiene sentido. Cinco años después del suceso, a nadie le importa realmente un bledo. Hay más asesinatos, más casos, y nuestro trabajo discurre en el plano del aquí y el ahora. Pero lo que tienes que recordar es que cuando todos los demás lo hayan olvidado, cuando ya a nadie le importe nada, a ti . Tú recordarás los niños que quedaron abandonados, las madres con el corazón destrozado, y seguirás decidida a descubrir al responsable de todo aquel dolor incluso años después, incluso cuando a nadie más le interese en absoluto, incluso aunque la cosa parezca tarea imposible. Eso es lo que nos hace levantarnos por las mañanas y también la razón por la cual un día nos despertamos y descubrimos que, en algún punto del camino, hemos perdido a todos los que nos importaban. E incluso entonces, y sabiendo todo eso, seguimos sin poder marcharnos del todo. Mírame a mí, sigo estando aquí, sigo estando en este agujero de mierda, y sigo más interesada en mi trabajo que en mi vida personal. No cometas las equivocaciones que cometí yo. No puedo escapar de esta vida. Me retiré, pero sigo sin poder funcionar sin que este trabajo ocupe una parte de mi vida. Esto me consume, ¿y sabes por qué? Porque es lo que impide que tenga que enfrentarme a la vida real.

—Oh, Kate, no lo dices en serio.

—Es que ese es el problema, Annie. Lo digo completamente en serio. Solo intento ayudarte. Te miro a ti y me veo a mí. No te permitas renunciar a todas las personas que se preocupan por ti. Al final del día, no merece la pena. Tendría que haber puesto a mi familia por delante, pero nunca lo hice. Patrick siempre se hizo a un lado, me permitió hacer lo que quería y a él lo di por sentado. Siempre puse mis sentimientos primero, mis necesidades por delante de las suyas, por delante de las de todos. Siempre creí que él estaría allí junto a mí, para cuando yo lo necesitase. Y lo abandoné por mi trabajo, solo porque estaba implicado en toda esta basura. Y ahora no me aceptaría otra vez en su vida aunque me arrastrase y le cantase Swanee. Así que no me digas que no lo digo en serio, Annie. Ahora esto es todo lo que me queda, y lo que intento es asegurarme de que a ti no te pase lo mismo. Un día te despertarás y descubrirás que te estás haciendo vieja, cariño, y ni siquiera te habías enterado. Es algo que va contigo, y no le haces caso, finges que no es importante. Pero lo es, Annie. No podemos controlar lo que sucede, solo podemos controlar el rumbo que tomarán nuestras vidas.

—¿Por qué no vas a ver a Patrick? ¿Por qué no intentas arreglarlo con él? No es demasiado tarde, pero tendrías que ser tú la que diera el primer paso, hasta yo me doy cuenta.

—Ese es el punto en el que intento hacer hincapié, Annie. No puedo hacerlo. No puedo permitir que pase. Lo dejé plantado sin mirar siquiera para atrás porque mi trabajo, tal como es, sigue siendo lo más importante. Por eso trato de decírtelo. Si no vas con cuidado, un día descubrirás que el trabajo es lo único que te queda.

Annie comprendía que Kate tenía razón, se dio cuenta de que intentaba ayudarla. Pero seguía sabiendo que, igual que Kate, no descansaría hasta haber descubierto al responsable de la muerte de aquellas chicas. Igual que Kate, comprendía que ya era demasiado tarde para cambiar.